31 diciembre, 2004

Números de fin de año

Desde que intenté leer, sin éxito, La arcana de los números , de Iglesias Janeiro, me quedé con la impresión de que, de todas las mancias inventadas por el hombre para apaciguar sus angustias, la numerología está entre las más deleznables.


El procedimiento que sigue es bastante trivial: se le asigna un significado filosófico o psicológico a cada dígito, del 0 al 9, y a partir de esto se trata de interpretar su combinación en los números superiores. Un recurso muy utilizado es partir del año de nacimiento para descubrir tendencias y características del individuo. Por ejemplo, si yo nací en 1953, se procede a sumar los dígitos que forman mi año para encontrar mi "número mágico" o "número de la suerte". Así tenemos que 1+9+5+3 = 18; estos dos dígitos los sumamos hasta reducirlo a uno solo: 1+8 = 9. Por lo que, para los numerologistas, el 9 es mi número clave, "mágico" o "de la suerte".


Con este número se pueden tejer todo género de especulaciones, que pueden complicarse hasta el infinito si le agregamos el número del día (2+4 = 6) y el del mes (7), a cada uno de los cuales se le atribuyen influencias en determinados apartados de la vida. E incluso podemos hacer un licuado con los tres y encontrar el número mágico total, que en mi caso sería 9+6+7 = 22 y después 2+2 = 4. ¿Qué nos dicen acerca de esta cifra? Veamos lo que señalan los expertos en el tema contratados por Yahoo! de España:



El mundo del cuatro es el imperio de la voluntad. Pocas personalidades tienen una tenacidad tan admirable, aunque lamentablemente para ellos, también son dueños de una gran obstinación. Esto sucede porque confunden su sensatez y tenacidad, con la necesidad de defender una postura frente a los demás, con lo que logran únicamente que los demás les pongan el mote de "necio". Ni las pruebas más fehacientes lograrán que se den cuenta de su equivocación, salvo que luego a solas, vuelvan a analizar el tema y logren comprenderlo por sí mismos.

Pues no, con la pena de admitirlo en público de la gente, pero yo no me veo retratado en esa descripción. No soy tenaz ni estoy dotado de gran voluntad, como lo demuestran mis fallidos intentos de dejar de fumar, de bajar de peso, de hacer ejercicio y un largo etcétera que el lector me agradecerá que no recorra en estas líneas.


Quienes defienden y practican estos malabarismos mentales suelen alegar una serie de curiosidades matemáticas que, según ellos, revelan las propiedades mágicas de los números. ¿Cómo cuáles? No trataré aquí de reproducirlas, pero sí recomiendo a los lectores que consulten la interesante página que Perspectivas consagra a este apasionante tema.


Y ya para terminar, y para no dejar pasar esta fecha sin hacer alusión al inminente próximo año, quiero desear a los lectores, fieles e infieles por igual, un próspero año nuevo. Por cierto, el número de este año será el 7 (2+0+0+5 = 7). Y otra vez por cortesía de Yahoo! de España, aquí les dejo la interpretación.



El siete es el que todo lo comprende y todo lo contiene. Es la figura protectora, el que lleva en sí mismo fuerzas diferentes que nunca llegarán a enfrentarse, para proporcionar protección y seguridad. Jamás, en ninguna circunstancia será posible encontrar el punto débil de este tipo de personalidad. Los 7 no soportan a los débiles, temerosos de enfrentarse a las luchas, valoran mucho la valentía. Podrán ofrecer ayuda a quien lucha y es vencido, pero nunca harán lo mismo con aquel que se entrega sin luchar.

P.D. Si alguien lo entiende, le agradeceré que me lo explique, digo, para saber quién es aquel al que me tengo que enfrentar para que después me proteja y dé seguridad.

De la confusión de lenguas

Por una nota del blog de Dominique Coutourier llegué a las páginas del Diario Vasco, en las que se entrevista a la escritora Marie Darrieussecq. De buenas a primeras, el periodista le suelta la siguiente pregunta:


—¿Sigue estando a favor de la globalización del inglés?



—Bueno..., es que no entiendo a la gente que se queja del inglés cuando es una suerte que al final podamos tener un idioma, el esperanto, que funciona cuando viajas. Hay que quejarse de la muerte de las lenguas pero no de un idioma que permite que nos entendamos.



Y ahí sí que declaro que quisiera ser apóstol y estar en el Pentecostés para entender su respuesta. pues aquí siento una terrible confusión de lenguas. Le preguntan sobre el inglés... ¿y responde del esperanto? Porque efectivamente, es una suerte que podamos contar con el esperanto, que no sólo funciona cuando viajas tú, sino también yo, él, nosotros y cualquiera que lo aprenda. Y también funciona cuando ninguno de nosotros (o de ellos) viaja, pues yo lo uso en la comodidad de mi hogar (por ejemplo, ahora estoy leyendo la excelente traducción de El tambor de hojalata de Günter Grass) y en reuniones con mis amigos, sin necesidad de mucho desplazamiento.


Lo que quizá deberíamos hacer los esperantistas es registrar el nombre esperanto y tratar de impedir, como hacen las firmas comerciales, que se use como nombre común. Por ejemplo, hace algunos años, la compañía Xerox lanzó una campaña para evitar que en Estados Unidos se usara su marca como sinónimo de copia. "Hazme unas xerox de este documento", se decía alegremente, en el mismo tenor que aquí en México se le llama "pan bimbo" a cualquier pan de caja.


Y es que muchos, para adornarse, dicen esperanto para referirse a cualquier lengua que permita la comunicación internacional. Hemos visto ese uso incluso cuando se trata de lenguajes de programación, como el java, del que dicen que es un "esperanto de las computadoras", aludiendo a su capacidad multiplataforma.


Pero confundir al esperanto con el inglés, o llamar así a éste para designar la insidiosa penetración de una potencia, es el colmo de la confusión. Y sorprende encontrarla en una escritora vasca que pretende defender su herencia cultural. La expansión del inglés representa la del poderío del país que lo abandera y, en el caso concreto de este principio de siglo, apunta también a la extinción de aquellas culturas que pasarán al olvido —cuando mucho a los estantes de los estudios académicos, lo que equivale a acabar en un museo— sin haber podido expresar su voz. Aquí también se aplican las leyes de la física, que prescriben que dos objetos no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo. Así, la globalización del inglés significa el desplazamiento de todas las demás culturas. Los privilegios de que gozan los anglófonos se basan en las desventajas que padecen los demás.


No, el inglés no es "un esperanto" de nuestros tiempos. El carácter de dominación que reviste la expansión del primero y lo democrático que resulta el segundo —dada su facilidad de aprendizaje, que lo pone al alcance de literalmente todo el mundo— los vuelven diferentes por esencia, no sólo superficialmente. Si en este planeta llega a haber un Pentecostés que, mediante el don de lenguas resuelva la confusión babélica, éste llegará gracias al esfuerzo de quienes, como los esperantistas, trabajan incansablemente por presentarle a la humanidad la opción de una comunicación democrática, de igual a igual, la única que puede establecerse con dignidad entre los seres humanos.


28 diciembre, 2004

Del otro lado del espejo

Siempre es difícil verse a sí mismo, por lo que el hombre recurre a todo tipo de medios para descifrar su esencia. ¿Quién soy? es sin duda la principal de las tres preguntas básicas que nos hacemos en este planeta (las otras dos serían ¿De dónde vengo? y ¿A dónde voy?). El espejo, por supuesto, apenas nos devuelve una imagen de nosotros mismos que no sólo resulta superficial, sino invertida. Tendríamos que vernos desde el otro lado del espejo, dar el salto imposible que diera Alicia para contemplarnos de frente, como nos ven los demás.


Las fotos, como toda imagen, carecen de profundidad. ¿Quién soy, quién he sido? ¿Qué ha sido mi vida? ¿Qué he hecho de ella (o qué ha hecho ella de mí)? La introspección nos ayuda a responder a estas preguntas: con ella buscamos esos elementos permanentes con los que nos podemos identificar. Sí, todo es cambio, pero ciertamente, en medio de esa tormenta de variaciones y mudanzas, podemos detectar algo que, a lo largo de nuestra vida, ha permanecido constante: una inclinación, ciertas tendencias, aficiones y gustos, o simplemente una manera de ver la vida, de relacionarnos con el mundo y de tratar de entenderlo.


La otra forma de conocernos es a través de los demás. El mismo Jesús le hace esa pregunta a sus discípulos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? (Mateo 16:15) e, incluso, ¿Quién dicen los hombres que soy yo? (Marcos 8:27), manifestando así una inseguridad sobre sí mismo insólita en un enviado de dios, pero que se agradece porque revela su verdadera condición humana. Así, los políticos encargan sondeos y encuestas de opinión (y de vez en cuando, votaciones por teléfono) para confirmar su imagen: "Sí, soy lo que los demás quieren que sea; por eso votan por mí."


Pero para el hombre común no es tan fácil encargar una encuesta y por ello acude a psiquiatras, terapeutas, consejeros, confesores o, de plano, peluqueros y cantineros. Todos ellos nos permiten reflexionar sobre nosotros mismos, nos muestran una faceta de nosotros mismos que siempre está oculta a nuestros ojos. Los más afortunados cuentan para este proceso con amigos o cónyuges. De hecho, este reconocimiento mutuo empieza desde los primeros pasos de cualquier relación: Díme quién eres y te diré quién soy. O, al menos, díme quién crees ser y te diré quién creo ser.


Pero hay una forma más. Hace unas semanas me entrevistaron, a fin de publicar un "retrato" mío en un periódico. De una conversación de cuatro horas surgió un texto de 850 palabras con el que el lector puede saber quién soy yo. ¿Será cierto? Échele un ojo a la entrevista y dígame si yo soy ese que ahí se ve.

15 diciembre, 2004

El regreso de Solimán el Magnífico


Solimán el Magnífico está de regreso en Europa, aterrorizando a las buenas conciencias Así como en el siglo XVI, las fuerzas del imperio otomano llegaron a las puertas mismas de Viena, de las que tuvieron que retirarse sólo debido al mal tiempo, ahora Turquía toca insistente a las puertas de la Unión Europea, pidiendo cortésmente su entrada.

O quizá no muy cortésmente, si leemos las declaraciones de Recep Tayyip Erdogan, el primer ministro turco y, en cierta manera, descendiente del imperio de la Sublime Puerta, quien tajantemente ha rechazado que las negociaciones —cuya fecha de inicio habrá de decidirse en la cumbre europea de este jueves y viernes— desemboquen en algo que no sea la plena adhesión de Turquía a la Unión Europea.

En efecto, ahora en Europa el debate es sobre la definición de sus fronteras, algo que quienes estudiamos geografía en primaria jamás habríamos imaginado. Como perdedor de la primera guerra mundial, el imperio otomano firmó los tratados del Trianón, en 1920, con lo que aceptó la pérdida de los territorios europeos conquistados a lo largo de varios siglos. De este modo, sólo conservó una pequeña parcela en suelo europeo, en la que se encuentra nada menos que la ciudad de Estambul, orgullosa capital del imperio (condición que perdería en 1923 ante Ankara) que en ese tiempo todavía se le conocía por su nombre cristiano: Constantinopla.

Tras la derrota en la guerra y la pérdida de su condición imperial, Turquía emprendió el camino de la reforma, bajo la férrea mano de Kemal Atatürk, padre del actual estado y creador de muchas de sus instituciones. (Una de sus reformas, por cierto, fue la substitución de la escritura árabe por la latina y la adopción de los atuendos europeos, como señala de pasada Antoine de Saint-Exupéry en El principito.)

Geográficamente, pues, Turquía se encuentra en esa encrucijada de civilizaciones cuyo choque predijo Huntington: con un pie en Europa y el resto del cuerpo en el Asia menor, en puntual interpretación de la imagen caricaturesca de los vendedores que ponen el pie en la puerta para evitar que se la cierren en las narices. Y por eso mismo, siente el derecho de considerarse un país europeo.

Ese derecho, hemos de agregar, les fue reconocido a los turcos por los dirigentes de la Unión Europea desde 1999. En principio, pues, Turquía sí pertenece a Europa y, con ese título, es legítimo aspirante a integrarse en la Unión Europea. Sólo que hay un ligero problema. Como sabemos, Turquía es un país mayoritariamente musulmán. Y aunque los propios europeos se negaron a consagrar en su proyecto de constitución que la Unión está basada en los valores cristianos —como querían algunos países, como Polonia, acicateados por el Vaticano—, siguen teniendo reticencias a aceptar en su seno a quienes no los profesen. Ciertamente no podemos obviar la hipocresía que esto implica. Primero, porque en Europa, como reveló una reciente encuesta del Instituto GFK, la profesión de fe está muy desligada de la práctica. En Europa occidental, por ejemplo, aunque el 68% se dice creyente, sólo el 24% es practicante. Y el 25% de plano se declara ateo.

En segundo lugar, porque si Ankara ya cumplió los llamados criterios de Copenhague —referidos a determinadas condiciones, como el respeto a los derechos humanos, estado de derecho, elecciones democráticas y libres, etcétera—, la única razón por la que se le puede negar el ingreso es el criterio religioso. ¿Y cómo lo puede esgrimir legítimamente una unión que no se considera un “club cristiano” y cuyos pueblos tienen la tendencia a relegar al olvido a la religión?

Asombra, además, que sea un pueblo como el francés, que siempre se ha pretendido tolerante, el que más reticencias muestre ahora ante el ingreso de Turquía. Al grado que el presidente Jacques Chirac pretende que se realice un referendo que decida la adhesión de los turcos, proceso inusitado que no se le aplicó a ninguno de los 25 países que conforman actualmente a la Unión Europea.

Asimismo, el proceso se anuncia largo: de marchar bien las cosas, Turquía puede esperar su ingreso para el año 2015, cuando seguramente ya no estarán en el escenario muchos de los que ahora agitan el fantasma del terrorismo islamista para asustar a los europeos por el ingreso de Turquía en su exclusivo club.



14 diciembre, 2004

De la confusión mental y otros horrores

Aunque tenía referencias de la Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas, nunca había tenido la oportunidad de toparme cara a cara con su sitio Web. Claro, primero tendría que confesar mis prejuicios, no sólo de fondo, sino también de forma, antes de analizar lo que ofrecen estas páginas.


De entrada, tengo que decir que estoy convencido de que la lengua es el reflejo del pensamiento. No concibo que alguien que se expresa en forma confusa pueda tener claras las ideas. Asimismo, me parece síntoma de la más evidente incultura el hecho de desdeñar las normas de ortografía, al grado de ni siquiera tomarse la molestia de pasar un documento por el corrector ortográfico que, a estas alturas, se encuentra disponible hasta en el más humilde procesador de textos. Porque, ¿cómo viene una persona a decirme que es un dedicado investigador, de fenómenos normales o paranormales, para el caso es lo mismo, si su forma de expresarse y de redactar revela que no tiene ni el más mínimo contacto con los libros y la palabra impresa? ¿Cómo cree alguien que vamos a respetar sus calificaciones académicas, si lo primero que hace es decirnos “como usar la WEB” (sic), “para acceder a unas explicaciones muy senzillas del manejo de la web” (resic) o que nos invita a “date de alta para entrar. Podras crearte una” (recontrasic)? Y, para empezar,¿qué
telaraña mental han de tener estos individuos, para no saber siquiera el género al que pertenece su sociedad? En algunas partes la llaman “la SEIP”, pero en otras vemos que nos instan a “unirnos al SEIP”. Y, de hecho, el nombre de dominio de su engendrito es, precisamente, “elseip.com”. ¿Será que por andar investigando cosas para anormales descuidan algo tan normal como el género gramatical?


En fin, a diferencia de otros blogueros que dedican sus esfuerzos y tiempo a refutar punto por punto las pretensiones de estos charlatanes con disfraz de investigador, a mí me parece una pérdida de tiempo la pretensión de ganar almas para la causa racionalista. En primer lugar, porque siento que se le predica a los convencidos. Los clientes de sitios como el de la citada SEIP, de Jaime Mausán y demás vivales que se dedican a exprimir bolsillos ajenos a base de explotar miedos, jamás frecuentan aquellas páginas en las que el afán es fomentar el pensamiento crítico, combatir patrañas y supercherías y desenmascarar charlatanes. Aun en el improbable caso de que cayeron en tales páginas, los seguidores convencidos simplemente no las leerían; y aun si las leyeran, lo harían convencidos de que están frente a un calumniador. Por una razón muy simple: el que se mete a Internet en busca de ovnis y técnicas de levitación, lo que quiere es encontrar a quien lo conforte en la idea de que sus afanes son correctos, no a quien lo contradiga (algo que también podemos ver en el mundo real).


Queda la posibilidad, improbable, eso sí, de que nos lea alguien realmente inocente, que busque información imparcial y que esté tratando de formarse su propio juicio. Ésta sería la única justificación del empeño no de exponer la neta del planeta, sino de invitar a la gente a que piense por sí misma, a que razone y a que se documente antes de aceptar en forma acrítica cuanto embuste le sea lanzado con el fin de abrirle los bolsillos.

08 diciembre, 2004

Los absurdos del bloqueo

Si resulta absurdo el hecho de que Estados Unidos se empeñe en mantener el criminal bloqueo económico contra Cuba —que en la práctica sólo sirve para justificar el fracaso del gobierno castrista—, me parece aun más absurdo que Washington imponga sanciones a empresas de otros países que lo violen.


Pero ya metidos en la lógica del absurdo, ¿qué puede pensarse de las empresas europeas que pagan tales multas a la hacienda estadunidense?

01 diciembre, 2004

Justicia por propia mano

La sociedad mexicana sigue sacudida por los violentos hechos ocurridos el martes pasado en Tláhuac, donde una turba enardecida agredió a tres policías, dos de los cuales fueron quemados vivos y el tercero se encuentra aún en estado de gravedad.


Se investiga si alguna de las corporaciones, o mejor dicho, de los responsables de las corporaciones, incurrió en omisión del deber al no acudir oportunamente al rescate de los agentes de la ley. Y desde ahora podemos anticipar que rodarán algunas cabezas menores, que serán consignados algunos de los perpetradores materiales del linchamiento, y que después se olvidará ese trágico asomar del México bronco.


Según los noticieros de la televisión, la agresión se debió a que los habitantes de San Juan Ixtayopan temieron que los policías fueran secuestradores de menores, pues se encontraban a bordo de un auto, grabando a los niños que salían de una escuela. Uno de los policías alcanzó a explicar, ya bastante golpeado, que se encontraban realizando labores de inteligencia.


Vamos a obviar la confusión mental que padece una persona que equivoca a la inteligencia con el espionaje. Parece que ser espía estos días está mal visto, mientras que no deja de tener cierta aureola de respetabilidad llamarse agente de inteligencia.


Lo que asombra es que el hecho de ser agentes de la ley no haya protegido a estos tres policías. Y peor: que la multitud se haya encarnizado aun más al saber que no tenía en sus manos a delincuentes, sino a quienes supuestamente tienen el deber de combatirlos. No podemos llegar al grado de decir que la turba se hubiera mostrado más compasiva de haberse corroborado la sospecha de que eran secuestradores, pero el hecho es que, por lo menos, les dio el mismo trato.


Lo que aquí está a la vista es el odio —por lo menos la desconfianza— que siente el pueblo hacia los representantes de la autoridad. El número de cabezas que rueden, de personas que sean enjuiciadas y de responsabilidades fincadas no logrará zanjar el profundo abismo que separa a esas dos esferas. Y el espectro de esa ruptura seguirá planeando en nuestro país mientras la gente no le tema tanto a la policía como a los delincuentes.