28 octubre, 2005

La maldición de Tecumesh... y la de Google

Desde 1840 existe una maldición en Estados Unidos, por la que el presidente que asume el poder cada veinte años no termina su mandato. Su primera víctima fue William Henry Harrison, que asumió el poder el 4 de marzo de 1841, un frío día invernal en el que, por no cubrirse debidamente, pescó un resfriado que degeneró en neumonía y después en pleuresía. Murió exactamente un mes después.


El jefe indígena Tecumesh fue derrotado en la batalla de Tippecanoe, en 1811, por Harrison, que entonces era gobernador del territorio de Indiana. Fue entonces cuando el derrotado líder de la poderosa Confederación Indígena Americana pronunció su maldición, que se cumplió con rigurosa exactitud, como decimos, en la persona del propio Harrison.


Las víctimas posteriores de la maldición son las siguientes:



  • 1860 - Abraham Lincoln, asesinado en 1865
  • 1880 - James Garfield, asesinado en 1881
  • 1900 - William McKinley, asesinado en 1901
  • 1920 - Warren G. Harding, muerto de paro cardiaco en 1923
  • 1940 - Franklin D. Roosevelt, muerto de hemorragia cerebral en 1945
  • 1960 - John F. Kennedy, asesinado en 1963



Se dice que Ronald W. Reagan "burló" a la maldición, ya que sobrevivió al intento de asesinato que sufrió en 1981 y terminó su doble periodo en 1988. Sin embargo, como se reveló posteriormente, el mal de Alzheimer que padecía le impidió efectivamente ejercer el poder en los últimos tiempos de su presidencia y técnicamente puede decirse que no concluyó su mandato.


La próxima víctima, como vemos, es ni más ni menos que Jorgito Dobleú, quien está muy lejos de sentirse aliviado o de escapar de esta maldición. En efecto, cada vez son más claras las señales de que la presidencia del vengativo Junior está en dificultades de las que difícilmente podrá salir. No mencionemos su escasa legitimidad, dada la tenebrosa forma en que llegó al poder en el 2000. Tampoco tiene caso detenernos a examinar su reacción ante los atentados del 11 de septiembre de 2001, gracias a los cuales pudo implantar una serie de medidas de corte fascista, que le permitieron consolidar su beligerante proyecto.


Lo que vale la pena examinar, empero, es su actuación antes de la guerra que lanzó contra Saddam Hussein en Irak: la manipulación de los medios para convencer a su pueblo de que ese dictatorzuelo levantino representaba una amenaza mundial, gracias a que contaba con armas de destrucción masiva. Las investigaciones han determinado ahora (y lo determinaron desde entonces, sólo que Dobleú maniobró para acallarlas) que tales armas —y por consiguiente tal amenaza— nunca existieron más que en la "inteligencia" fabricada por los halcones de Washington.


Todo se paga en esta vida, pese a quienes afirman la existencia de otra en la que vamos a pagar culpas o a recibir recompensas. Y así, Dobleú ya está empezando a recibir la factura de sus acciones. La investigación llevada a cabo por el fiscal Patrick Fitzgerald sobre la revelación de la identidad de Valerie Plame como agente de la CIA, apunta hasta ahora a los asesores del vicepresidente y presidente, Lewis Libby y Karl Rove, respectivamente, como origen de esa revelación que, en Estados Unidos, constituye un delito. Agravada por el hecho de que ambos personajes hubieran afirmado anteriormente no saber nada del asunto.


Las lodosas aguas de este escándalo ya están llegando a los aparejos del vicepresidente Dick Cheney y no tardarán en alcanzar a la Oficina Oval. ¿No me lo quieren creer? Si buscan el término "failure" (fracaso) en Google, el primer resultado obtenido es la biografía oficial de Jorgito Dobleú en el sitio Web de la Casa Blanca. Google no puede estar equivocado. Tecumesh menos.

09 octubre, 2005

Las leyendas de El código da Vinci

A partir de la novela El código da Vinci, en la que el escritor Dan Brown explora la descendencia de Jesucristo a través de María Magdalena, ha surgido un insólito fenómeno de culto al que no han sido ajenas instituciones que uno podría considerar “serias”, desde universidades que le consagran seminarios hasta el History Channel que le dedicó un programa a su análisis.


Antes de meterse en Honduras, hay que tomar en cuenta el simple hecho de que se trata de una novela. De una ficción, pues y por mucho que se diga que se non è vero, è ben trovato, no podemos tomar lo que se dice en el libro como si fuera verdad. Por lo tanto, toda búsqueda de conexiones entre las claves de la obra y la realidad, al partir de una ficción, está condenada al fracaso de antemano.


Uno de los puntos fuertes de la novela es el juego de palabras que se ha querido hacer con el santo grial y la sangre real, la línea sucesora de Cristo que supuestamente fue a establecerse a Francia y subsiste a la fecha. Trazar la etimología de grial al francés es una inconsecuencia, ya que esta palabra tiene un origen totalmente distinto.


El autor de la leyenda del grial es Christian de Troyes, quien en su Romance de Percival alude a este objeto como graal. La tradición quiere que sea la copa usada en la última cena de Jesús y sus discípulos, así como la utilizada por José de Arimatea para recoger la sangre de Cristo cuando éste se encontraba en la cruz. A este objeto se le atribuyen, claro está, poderes mágicos.


Pero grial (o graal) se deriva del latín gradale, que significa charola honda o escudilla, y también se identifica con el plato usado para servir el cordero pascual en la última cena. Y para complicar las cosas, Christian de Troyes describe a ese objeto tan tachonado de piedras preciosas, que “las candelas perdieron su brillo, como ocurre con las estrellas al salir el sol”. Sea copa o sea charola, no vemos cómo unos simples pescadores pudieran estar en posesión de tan preciado objeto y usarlo en una cena, por muy pascual que fuera o por muy la última que habrían de tener con su maestro.


Siempre ha causado polémica la relación de Cristo con María Magdalena. Nikos Kazantzakis, en La última tentación (1951), pone a esta mujer pública como el amor imposible de un Jesús desgarrado entre su vocación de mesías y la tentación de llevar una vida humana (que, de hecho, es la tentación a la que alude el título de su libro). Pero la identidad de María Magdalena no está bien definida. Se dice que se le llama Magdalena por ser originaria de Magdala, poblado cercano al lago Tiberiades. Pero el origen de su nombre también podría ser una expresión talmúdica que significa “mujer de pelo rizado”, rasgo que identificaba a las mujeres adúlteras. Si así fuera, la Magdalena podría ser María hermana de Marta y de Lázaro, originarios de Betania.









La Magdalena atribuida a da Vinci

La leyenda señala que, tras la muerte de Cristo, María, Marta y Lázaro se embarcaron y llegaron a las costas meridionales de Francia, propiamente a Marsella, de donde Lázaro fue el primer obispo. Sin embargo, la investigación arequeológica ha demostrado que el Lázaro obispo de Marsella no es el mismo resucitado por Jesús. De hecho, dicha leyenda data del siglo XII; antes de esa fecha no hay ninguna alusión a esa improbable travesía emprendida, siempre según la leyenda, en un barco sin remos, velas ni timón. Por lo demás, tradiciones anteriores sitúan en Éfeso el destino de la Magdalena, donde se dice que murió y de donde, en el año de 886, sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla.


En fin, ¿qué nos queda de El código da Vinci tras asumir como leyendas la del santo grial y la descendencia de María Magdalena? Un buen relato, sin duda. Un cuento, una ficción, una novela, como por lo demás se nos advierte desde la portada del libro. ¿Quién que esté en sus cabales la va a tomar por verdad? El reguero de falacias y conjeturas que se ha tejido en su torno, lejos de explicar “las claves” del supuesto código, sólo ha servido para que hagan su agosto algunos vivales que uncen su carro de buhonero de mentiras a un fenómeno de librería.

06 octubre, 2005

Segundo aniversario, segundo

Vengo a caer en la cuenta de que este blog acaba de cumplir dos años. Muy con las justas, pues en realidad estos últimos meses lo había abandonado a su suerte y estuvo a punto de no llegar a su segundo cumpleaños. Otras empresas me habían robado no el tiempo sino la voluntad de seguir exponiendo por escrito más pensamientos que sentimientos, más reflexiones que vivencias. No es éste un diario de mi vida, sino un bloc de notas (como propondría que dijéramos en lugar de blog), muchas de ellas apresuradas e incompletas. Alguna vez, al exponer no recuerdo qué faceta de la estupidez humana, recibí el comentario de una admirada bloguera, en el que me deseaba suerte en mi empeño de educar a la gente. En realidad mi propósito no es tan altruista. Este rincón de la red quiere ser un lugar de ejercicio mental, de práctica de redacción, de desahogos personales, de consignación de cosas admirables o execrables, pero nunca tendrá una aspiración didáctica. El lector puede respirar aliviado: no intento enseñar nada, ni señalar caminos ni imponer criterios.


No obstante, la humanísima tendencia a no estar de acuerdo con los demás hace que algunas personas se sientan obligadas a aprovechar el cuadro de comentarios para manifestar su disidencia con mis opiniones o, de plano, dejar por escrito insultos personales dirigidos contra una persona de la que sólo saben que tuvo la paciencia de expresar una opinión. Esos comentarios los he dejado no por respetar la libre expresión de las ideas, sino porque considero que le dan un poco de sazón al tono por lo general serio que yo suelo emplear. Así, el lector podrá disfrutar esos monumentos levantados a la mala ortografía y la pésima sintaxis. Y en contraste, mi prosa parecerá límpida y esplendente. Sólo recuerdo haber borrado un comentario, el de una persona que abusaba de los adjetivos peyorativos para referirse a todo un pueblo. Lo eliminé por respeto al pueblo judío, del que han salido tantas personas admirables (sin que esto signifique que no hayan salido personas admirables de otras partes), pero también porque no quiero que este bloc quede rayoneado con palabras de tan bajo nivel.


Y hablando de los comentarios, quiero expresar mi asombro por haber recibido en los últimos días variados insultos por una nota publicada hace más de un año. No quiero mencionar el tema, pues eso fue precisamente lo que causó una lluvia de comentarios, tan tupida que hizo que mi servicio de estadísticas se saliera de madre. Y aunque ya no tengo activado ese servicio (que en realidad sólo servía para reconfortar o deprimir mi ego, al ritmo del número de lectores), pienso que el sujeto en cuestión no merece más consideración que la que ya le di en su momento.


En fin, inicié este bloc motivado por la lectura de muchos otros. Supongo que ése ha de ser el proceso seguido por la mayoría de los ciudadanos de la blogosfera. Y lo he mantenido por estar satisfecho con sus resultados. Espero llegar con el mismo ánimo a su tercer aniversario.

03 octubre, 2005

Turquía a las puertas de Europa, otra vez

A último minuto se levantó el bloqueo interpuesto por Austria a las negociaciones de adhesión de Turquía con la Unión Europea, y éstas pudieron iniciarse el día de hoy en Luxemburgo. Viena insistía en que en el texto del marco de las negociaciones se contemplara la posibilidad de que éstas no desembocaran en el ingreso de Ankara. La maniobra apuntaba sencillamente a impedir que se consagrara en el documento que el objetivo de las negociaciones de adhesión con Turquía era, precisamente, la adhesión de Turquía a la Unión Europea.


Quien considere inexplicable la postura austriaca —que se enfrentó a los otros 24 miembros de la Unión en ese tema— deberá considerar que desde hace siglos Austria no sólo ha visto con desconfianza a los turcos, a quienes repelió en la batalla de Viena de 1683, sino que además se ha considerado la defensora del catolicismo ante los embates del islam y las veleidades de la reforma protestante.


No es de extrañar, pues, que en esta ocasión haya sido Austria la que se haya opuesto soterradamente al ingreso de Turquía en la Unión Europea, lo que equivale a abrirle las puertas de Europa a su enemigo histórico. El gobierno de Viena interpretaba así el deseo de sus ciudadanos, 90 por ciento de los cuales se opone abiertamente a la adhesión turca. Y puso casi como condición que, en todo caso, se examinara también la candidatura de Croacia, en suspenso debido a la poca colaboración de Zagreb para enjuiciar a los croatas que cometieron crímenes de guerra durante la guerra provocada por el desmembramiento de Yugoslavia (1991-1995).


Así, la ministra austriaca de relaciones exteriores, Ursula Plassnik, defendió la negativa a aceptar el inicio de las negociaciones con Turquía con una intransigencia que sólo cedió a última hora. Casi simultáneamente al anuncio de la apertura de los debates, la presidenta del Tribunal Penal Internacional de La Haya, Carla del Ponte, declaró que Croacia “estaba colaborando plenamente” con dicha institución en la búsqueda de los criminales de guerra. De inmediato, la Comisión Europea anunció que se empezaría a considerar la candidatura de Croacia. En pocas palabras, Austria aceptó negociar con su enemigo si también se admitían las negociaciones con el país que por tanto tiempo fuera parte de su imperio, desde 1526 hasta 1918.


Estas referencias históricas, lejos de ser banales o simples adornos de erudición, permiten entender las alianzas y animosidades que existen entre las naciones, aun después de siglos. No fue gratuito que Austria fuera el primer país en reconocer la independencia de Croacia en 1991 (hecho que algunos observadores suman a la lista de factores que desencadenaron la guerra), deleitada en volver a acoger en el seno del mundo occidental a su discípulo, descarriado durante más de 71 años por los caminos del socialismo titoísta. Por lo demás, por la misma razón, Croacia es una república mayoritariamente católica. Junto con Eslovenia, contrastaba así con el cristianismo ortodoxo de los serbios, montenegrinos y macedonios y el islam de los bosnios.


La Unión Europea rechazó en su proyecto de constitución toda alusión a los valores cristianos como base de la cultura europea. No tanto por respeto a las minorías que profesan otras confesiones, sino más que nada en reconocimiento del laicismo que reina incluso entre quienes se dicen seguidores del mensaje de Cristo. Hizo bien, por supuesto. Pero si quiere ser congruente consigo misma deberá encontrar la forma de aceptar en su seno a un país mayoritariamente musulmán como Turquía. Sólo así creeremos que la Unión no se trata, como acusara el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan cuando estaban empantanadas las negociaciones, de un “club cristiano”.

01 octubre, 2005

2 de octubre no se olvida



El 2 de octubre de 1968 murió mi tío. No en Tlaltelolco, no: murió de alguna afección cardiaca o pulmonar en la madrugada. En la tarde de ese día, pues, estábamos en la agencia Sullivan de Gayosso, en el velorio. El entierro sería hasta el día siguiente, pues mi tía quiso esperar a la llegada de sus hermanos desde Monterrey.


No recuerdo muchos detalles del velorio. Sólo que ya caída la noche empezó a correrse la voz de que algo terrible había pasado en Tlaltelolco. Ese nombre no me decía nada, en realidad. Como integrante de la primera generación que creció con la televisión, sólo sabía que era un lugar donde se llevaba "un nivel de vida superior", según decía la publicidad que vendía los departamentos de esa unidad habitacional.


Los informes que recibimos esa noche en Gayosso eran vagos y confusos. Sólo se hablaba de un violento enfrentamiento entre soldados y estudiantes, con el consecuente saldo de víctimas fatales. Así eran las cosas o, al menos, así se les decía en esos tiempos. El movimiento estudiantil se reducía a un enfrentamiento entre soldados y estudiantes, entre las fuerzas del orden y los "revoltosos" y "agitadores" o entre el aparato represivo del estado y el movimiento democrático popular, como decíamos en las asambleas y reuniones del Comité de Huelga.


A fines de julio de ese año, yo había llegado como siempre a mi escuela por la mañana (entraba a las 7:00 am) para encontrármela cerrada y tomada por un grupo de compañeros. Yo estaba en tercer año de secundaria, en la Prevocacional número 3 del IPN, situada en la calle de Mar Mediterráneo. Desde antes de llegar a la puerta me llamó la atención el alboroto y los grupos que estaban en la calle, cosa rara dada la disciplina que se nos imponía aun antes de entrar en el plantel. Alguien me dijo que los compañeros del turno vespertino, en el que funcionaba una escuela de nivel técnico, habían tomado la escuela y declarado huelga.


Los "de la tarde" eran mucho mayores que nosotros, los "de la mañana", y con ellos no teníamos ningún contacto, dada la diferencia de horarios. Pero recientemente había habido votaciones para renovar la sociedad de alumnos y yo había participado en la campaña dibujando carteles. Así, ese día de fines de julio, al llegar a la puerta (aunque ya me habían dicho que no iba a poder entrar, quise comprobarlo por mí mismo) me encontré con uno de los compañeros con los que había trabajado en la campaña y él me franqueó el paso.


Una vez adentro, él me pidió que ayudara haciendo carteles "para explicarle al pueblo lo que realmente está pasando". Yo no sabía lo que estaba pasando; creo que nunca supe lo que realmente sucedió esos meses. Y dudo de que alguien sepa "toda la verdad". Pero en esos momentos eso no importaba, qué caray. Yo tenía 15 años y se me estaba pidiendo que hiciera caricaturas de Díaz Ordaz, uno de mis pasatiempos favoritos. ¿Cómo iba a negarme? Además, la opción era regresarme a mi casa. ¿Qué iba yo a hacer ahí una mañana entre semana? Así fue como me integré en el Comité de Huelga de la Prevo 3.



Recuerdo el encabezado del Excélsior el 3 de octubre: "Recios combates al dispersar el ejército un mitin de huelguistas". Fue hasta entonces cuando me di cuenta de que algo muy parecido al destino me había librado de estar en la plaza la tarde anterior. Muy a pesar de los deseos de mi madre, yo había participado en varias manifestaciones en los meses anteriores. Incluso me había quedado algunas noches en la escuela, haciendo guardia. Y aunque no recuerdo haber tenido la intención de ir a la marcha del 2 de octubre (originalmente estaba convocada como marcha que saldría de la plaza de las Tres Culturas, aunque después los organizadores decidieron cancelarla y convertirla en mitín) es muy probable que hubiera ido, de no haber ocurrido el fallecimiento de mi tío.


Después de su entierro, mis tíos se regresron a Monterrey. Mi madre, legítimamente preocupada por lo que nos pudiera pasar a mí y a mi hermano, que también llegó a ir a algunas marchas (él estaba ya en la vocacional), les pidió que nos llevaran con ellos, para alejarnos de los peligros. Lo mismo decidieron otros tíos y, de ese modo, el 5 o 6 de octubre, cinco primos nos fuimos a bordo de la camioneta pick-up de mi tío rumbo a Monterrey. De ese viaje regresamos a principios de diciembre, cuando ya empezaba a amainar la fuerza de la huelga y algunas escuelas habían sido devueltas a las autoridades. Ese regreso fue muy triste, pues lo cubría una sensación de derrota. Pero de eso hablaré en otra ocasión.