27 febrero, 2007

¿Una tumba para la Iglesia?

Con exámenes de ADN y cálculo de probabilidades, el cineasta James Cameron echa por tierra varios de los pilares del cristianismo, cosa que seguramente no le caerá nada en gracia a la Iglesia, ya bastante irritada por el éxito de El código da Vinci y la continua merma de su clientela, especialmente en Europa.

El documental realizado por el director de Titanic asegura que en el barrio Talpiot de Jerusalén se encontró una cueva con diez osarios pertenecientes a Jesucristo, su madre, su mujer, supuestamente María Magdalena —lo que le daría la razón a Dan Brown, después de todo—, e incluso su hijo, de nombre Judas, además de otras personas presuntamente familiares.

Si quedaron en la Tierra los restos mortales de Jesucristo y de la Virgen María se viene abajo la idea de ambos ascendieron al Cielo en cuerpo y alma. Si María Magdalena fue mujer de Jesús, también se descartaría la noción del celibato del Mesías (y por ende su obligado reflejo en los sacerdotes). Y si Jesús llamó Judas a su hijo, podríamos deducir que no le guardó rencor al apóstol que supuestamente lo traicionó y lo entregó a las autoridades romanas.

¿Será el fin de la Iglesia Católica y otras instituciones cristianas? Los enemigos de la Iglesia no deben regocijarse ante esta embestida, que está lejos de ser la final. Recordemos que hace meses, la publicación del evangelio de Judas —en el que el apóstol traidor desempeña un papel primordial en el drama crístico— no hizo ni siquiera pestañear a la augusta institución, atrincherada en el reconocimiento exclusivo de los textos canónicos y desdeñosa de los apócrifos.

Y las tumbas de Cameron no aportan mejores argumentos para cuestionar el dogma eclesiástico. Los nombres que llevan los osarios son de los más comunes (Jesús, José, María) y aunque los realizadores de El sepulcro olvidado de Jesús aseguren que hay una posibilidad en 600 que esos nombres se encuentren reunidos en una sola familia, esa suposición no deja de ser un malabarismo numérico que no conmoverá a los fieles.

Aceptémoslo: la fe religiosa no tiene nada que ver con la razón, los argumentos científicos ni con nada que eche a andar a las neuronas. Quien está empeñado en creer en un Dios que envió a su hijo a ser sacrficado para salvación de la humanidad, no se conmoverá en sus creencias por simples datos de una ciencia de la que, por lo demás, ha aprendido a desconfiar.

La fe religiosa se basa en cuestiones más emocionales: el miedo a lo desconocido después de la muerte, la necesidad de consuelo en momentos de aflicción o incluso el mezquino deseo de ser recompensado por toda la eternidad a cambio de unos años de sufrimiento.

10 febrero, 2007

La libertad a juicio

Resulta paradójico que haya sido la laica y republicana Francia —¡la tierra de Voltaire y su manidísima frase "Puedo estar en contra de lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo"!— el primer país donde prosperó una demanda en contra de las infames caricaturas de Mahoma publicadas en octubre de 2005 por un periódico danés y reproducidas posteriormente en muchos diarios de todo el mundo.




Uno de ellos fue el semanario satírico Charlie Hebdo que, no conforme con reproducirlas simplemente, les dedicó un número especial, con una portada realizada ex profeso por su dibujante Cabu. En ella, el Profeta se quejaba de tener a "idiotas" por seguidores.

Pues bien, la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia y la Gran Mezquita de París presentaron una demanda en el tribunal correccional de París, no por todas las caricaturas, sino sólo por dos de las originales y la de la portada.

Obviamente, como dijera el mismo Cabu, éste es un juicio "obscurantista", basado netamente en una confesión religiosa que anatemiza la representación del rostro humano. Pero Dalil Boubakeur, rector de la Gran Mezquita de París, explicó que no se trataba de motivos religiosos, pues la demanda es por racismo, ya que se identifica a toda una población, la musulmana, con el terrorismo. En efecto, una de las caricaturas más controvertidas presenta al Profeta con un turbante en forma de bomba.

Pero la procuradora Anne de Fontette, en todo caso, decidió que ese insulto no se dirigía a todos los musulmanes, sino sólo a los integristas. Y esto, más que problema religioso, es social, como hizo bien en precisar. En efecto, hay que señalar una diferencia importante entre el islam y el islamismo: el primero se refiere a una religión de obediencia y sumisión a Dios (por cierto, "paz" es otra de las posibles interpretaciones de la palabra islam). Y se habla de islamismo cuando esa religión se toma de bandera política y se enarbola en contra de todo aquel que no la profese.

En todo caso, el tribunal determinó que la publicación no era culpable de atizar odios y fomentar discriminaciones. La libertad de expresión le ganó la batalla a la libertad de sentirse injuriado.

05 febrero, 2007

El infinito a nuestro alcance

Solemos mirar hacia arriba cuando queremos apreciar la grandeza del Universo. En algún rincón de nuestra memoria reptiliana se encuentra la instrucción de que lo grande, lo superior, está allá arriba. Pensamos que las estrellas y los planetas constituyen la mejor expresión de la grandeza de la creación.

No estamos tan errados. Hay algo allá arriba que puede satisfacer nuestra necesidad de trascendencia. Gran paradoja: ver la inmensidad del Universo (o tan sólo pensar en ella, ya que está difícil verla) nos convence de nuestra diminutez, del pequeño tamaño que tenemos en comparación con tan inmensurables objetos que vagan en el espacio exterior. Pero al mismo tiempo nos hace sentir grandes, así sea sólo por ser parte del infinito.

No habría que alzar la vista para ver el Universo. Como parte que somos de él, nuestro planeta y todos sus ocupantes —por recurrir a la gastada metáfora de la Tierra como una nave espacial— efectivamente lo reflejamos. Admirar las nervaduras de una hoja es contemplar parte de la gloria cósmica o, como dijera el poeta, el infinito está al alcance de la mano.

Algo semejante ocurre con nuestro concepto de Naturaleza. ¿Qué pensó, amable lector, al ver esta palabra? ¿En bosques, cumbres nevadas, ríos y arroyos cristalinos, playas vírgenes de la presencia humana? Claro: la Naturaleza está allá, lejos como lo está el Universo. No imaginamos a la Naturaleza en medio de la calle, entre los conjuntos habitacionales, en medio del estruendo de coches y camiones.

La ciudad es artificial, el campo es natural. Ésa es la dicotomía que hacemos y que llevamos cargando como un fardo: no falta quien se queje de "tener" que vivir en la ciudad y suspire por "volver" a la Naturaleza (¡Como si alguna vez hubiera estado en lo que cree que es natural!).

Esa separación es artificial, por supuesto. Un condominio es tan natural como un panal: los dos están fabricados por seres de la Naturaleza, con materiales encontrados en ésta. La Naturaleza nos da la materia prima y la inteligencia para utilizarla. ¿En qué momento empieza a ser "artificial"?