31 agosto, 2007

Mi queja de la temporada

Mi dicho favorito de todos los tiempos es “mal empieza la semana para el que ahorcan en lunes”. En esa frase intuyo una gran sabiduría oculta. Muy oculta, en realidad, pues llevo años tratando de desentrañar el dicho y no le encuentro dónde.

A veces pienso que esa frase puede aplicarse a otros ámbitos de la vida, y que quizá en eso estribe su sabiduría. Por ejemplo, en tenis podríamos decir que “mal empieza el partido al que le rompen el servicio en el primer juego”.

Y hablando de tenis, ya estamos en la temporada del Abierto de Estados Unidos, o sea que es buen momento de expresar mi eterna queja contra los locutores que tratan de comentar el partido. Aunque para empezar, mi queja sería contra ESPN, por racista y mezquino. Han de suponer los directivos del canal que en América Latina nos interesa ver el partido completo de cualquier jugador con apellido “hispano”, aunque sea tan malo que no figure en la clasificación y nos recete una actuación deplorable. En cambio, de los partidos de las estrellas extranjeras —salvo las excepciones de los primeros diez clasificados— nos dosifican sólo el juego decisivo del set o del partido, y a veces tan sólo el punto ganador.

Y ahora sí, los locutores promovidos a comentaristas y expertos en tenis. ¿Qué se puede decir de ellos? Sus esfuerzos por hacer aparecer “brillante” el juego de los compas latinos son decididamente patéticos, por no hablar de la parcialidad que caracteriza a uno de ellos cuando sube a la cancha alguno de sus compatriotas argentinos. En fin, tampoco queda abierta la posibilidad de oír la transmisión en inglés, pues la parejita que tienen chacaleando en inglés ante el micrófono tampoco se salvaría de una crítica objetiva, si yo fuera capaz de hacerla.

24 agosto, 2007

¿Me saben algo?

¿O me hablan al tiro?


Es decir, ¿por qué recibo estos mensajes?

22 agosto, 2007

El destino de Emergencia

Dada la singularidad de su nombre, mi sobrina Emergencia siempre pensó que su destino era ser enfermera. ¿Qué otra cosa podría hacer en esta vida, más que serle fiel a su nombre, seguramente impuesto por una voluntad muy superior a la suya? Sobre todo en la siempre difícil decisión de elegir carrera, uno siempre busca apoyos, señales en el cielo o en la Tierra, ejemplos en la familia o en el exterior, a falta de una verdadera orientación vocacional que nos ayude a encontrar nuestra lugar productivo en la sociedad.

Fue hasta después de haberse inscrito en la carrera cuando ella se enteró del origen de su nombre. Lo que ella pensaba que era una señal divina resultó ser una apuesta perdida por mi primo Ramiro, su padre. Él le apostó a un compadre que ganaría el Cruz Azul, equipo en el que tenía volcados todos sus fervores. Y la apuesta consistía en que el ganador elegiría el nombre que llevaría el vástago del perdedor, ya que en ese tiempo, tanto Ramiro como su compadre estaban por ser padres por primera vez. Después del fatal domingo en el que perdiera el Cruz Azul, los dos se reunieron en la cantina donde, al momento de elegir el nombre, el compadre lo primero que vio fue la salida de emergencia.

Pese a haberse enterado del poco digno origen de su nombre, Emergencia estaba empeñada en que de todos modos era cosa del destino y no podía ignorar ese mensaje.

—El destino actúa de maneras a veces caprichosas pero, de todos modos, no podemos escapar a sus designios—, me dijo en una ocasión—. ¿Qué tenemos más propio que nuestro nombre? En él se resume toda nuestra vida. Ahí tienes el caso de Rob Zombie... con ese nombre, ¿qué otra cosa podía hacer sino dirigir películas de horror y ser metalero? Entonces, si yo me llamo Emergencia, por una apuesta de cantina o por cualquier otra razón, mi llamado está por ahí, y la enfermería es mi destino.

La vi tan convencida y entusiasmada que no tuve corazón para decirle que el verdadero nombre de Rob Zombie es Robert Cummings. A fin de cuentas, ¿quién soy yo para interferir con los designios superiores?

16 agosto, 2007

Olimpiadas con plomo

Falta menos de un año para que se inauguren en Pekín los Juegos Olímpicos de 2008. Al igual que los de 1936 para la Alemania nazi, este evento será para el régimen chino la oportunidad de demostrarle al mundo sus avances en materia económica, ya que no los puede presumir en el ámbito social.

Esperemos que los estadios y demás instalaciones olímpicas no hayan sido construidos con los ladrillos producidos en las fábricas que empleaban esclavos en las provincias de Shanxi y Henan. Y también sería deseable que la inevitable mercadotecnia olímpica (juguetes, llaveros, estatuillas y demás souvenirs) no haya sido fabricada por los proveedores chinos de Mattel, empresa que tuvo que retirar del mercado 18 millones de juguetes por ser peligrosos para los niños. La medida le salió en 28.8 millones de dólares; es decir, en promedio 1.6 dólares por juguetito. ¿Cuánto pagó usted, paciente lector, por el cochecito de Cars que le compró a su hijo y que está pintado con pintura de plomo chino?




Otra pregunta: ¿pagarán los chinos regalías al Comité Olímpico Internacional por usar el célebre emblema de los aros multicolores? Es probable, pues además de gerenciar los Juegos Olímpicos, la otra actividad prioritaria del COI es demandar a cuanto despistado se le ocurra usar de cualquier manera cinco aros de colores. Siendo así, les será difícil a los chinos dedicarse a su deporte nacional: la piratería. De todos modos, si alguien va a asistir, por ahí le encargo un llaverito. Como quiera, no creo que me dé saturnismo, la enfermedad que ataca a los niños por jugar con objetos decorados con pintura de plomo (¡baratísimos en China, por cierto!) y a las personas que manejan ese metal.

La pregunta clave, claro, es la siguiente: ¿dónde tenía la cabeza el COI cuando decidió asignar la celebración de los Juegos Olímpicos a China? Porque sabemos que se trata de un evento-escaparate, una oportunidad política para el régimen correspondiente y porque actualmente ni siquiera el deporte puede considerarse ajeno a los designios estratégicos de la política. ¿Por qué le dieron esta oportunidad de lucirse a un régimen que no respeta ni los derechos humanos de su pueblo ni las normas comerciales del extranjero?

07 agosto, 2007

Discusiones de cantina

Mi primo Ramiro terminó de leer El código Da Vinci, tarea que le llevó siete meses porque, dijo, “tenía que detenerme a investigar muchas de las cosas que vienen ahí”. El ahora autoproclamado experto en Leonardo, sin embargo, no supo explicarme si el genio renacentista hablaba inglés, idioma en el que está la dichosa palabra en la que se resume el misterio de la novela.

Ese detalle, como sabemos, es pecata minuta al lado de las tergiversaciones y desinformaciones con las que está plagada la obra de Dan Brown.

—Es que no sabemos si todo lo que dice es ficción— me dijo bajando la voz y mirando desconfiado a los lados para asegurarse de que nadie lo oía. Era muy improbable que alguien nos oyera, pues en la cantina donde estábamos comiendo reinaban el ruido de la televisión y los gritos de los demás parroquianos. Tengo que agregar, para redondear la imagen, que Ramiro es fan del canal Infinito y no es seguidor de Mausán sólo porque, para él, “tiene cara de que le apesta la boca”, rasgo imperdonable para mi primo, que es dentista.

—¿Como qué cosa crees que podría ser verdad de todo lo que dice en la novela?— le pregunté a mi vez, nomás para picarlo, pues desde hace varios meses Ramiro no tiene más tema de conversación que las conspiraciones de las sociedades secretas, los misterios de los templarios y demás materias relacionadas que busca con avidez en Internet entre muela y muela.

No tengo paciencia para repetir aquí toda su disertación sobre el Priorato de Sion, pues la mera verdad, perdí el interés cuando iba a media lista de los personajes famosos que supuestamente pertenecieron a dicho grupo. ¿Por qué será que todas las personalidades destacadas de la historia necesariamente tienen que ser miembros de alguna sociedad secreta? No niego que éstas existan, claro: su existencia y sus acciones están bien documentadas y, además, no faltarían chiflados que las crearan en caso de que no las hubiera.

En fin, Ramiro alegaba en su defensa que de ningún modo estaba obsesionado con la idea de las conspiraciones y las sociedades secretas, pero que, al menos, tenía “la flexibilidad mental para no rechazarlas como posibilidad”. Entendí que no sólo me estaba llamando dogmático, sino que además se acababa de adornar como persona de mente abierta.

—Por andar con la mente tan abierta,— le advertí— se te va a vaciar el celebro por el colodrillo.

Ramiro ya no quiso seguir discutiendo. Se arropó en el manto de la trascendencia y decretó que, a fin de cuentas, no importaba que El código Da Vinci estuviera plagado de patrañas.

—Lo verdaderamente importante es estar abierto a cualquier posibilidad—, sentenció.

Pero ésa era precisamente la base de todo mi alegato: si creemos que la historia mundial ha estado regida desde tiempos inmemoriales por sociedades secretas, bien podemos aceptar que, a nuestra escala, nuestra vida está dominada por fuerzas misteriosas. Y eso no sólo es abdicar de la responsabilidad de regir nuestro destino, sino que nos inclina a tomar por ciertas (o al menos posibles) las declaraciones más infundamentadas: que la Tierra es el centro del Universo, que los viajes a la Luna han sido una farsa, que el asesino de Colosio fue un loco solitario o que Calderón ganó por las buenas la presidencia de México.

04 agosto, 2007

Negociaciones terroristas

Mientras en Corea del Sur la opinión pública y algunos sectores del gobierno aumentan sus presiones para que Estados Unidos y la misma ONU flexibilicen su postura y permitan negociar la liberación de los 21 surcoreanos secuestrado en Afganistán, en Bulgaria, las cinco enfermeras y el médico –literalmente secuestrados en Libia durante cerca de ocho años– ya se encuentran disfrutando de su libertad.

Las diferencias entre ambos casos son patentes. La suerte de los surcoreanos está atada a la estricta política de “no negociar con los terroristas” que ha normado la actitud de Estados Unidos desde hace más de veinte años. Pero para fortuna de los búlgaros, su país es miembro de la Unión Europea desde el 1° de enero de este año, lo que les permitió contar con sus buenos oficios para lograr su liberación.

Acusados de contagiar con el virus del sida a cientos de niños que resultaron infectados en un hospital de Benghazi, los profesionales de la salud fueron detenidos, encarcelados, torturados, vejados, sometidos a una farsa de juicio y finalmente condenados a muerte por la justicia libia. Fue entonces cuando intervino la Unión Europea, en la persona de su comisaria de relaciones exteriores, Benita Ferrero-Waldner quien, acompañada de la esposa del flamante presidente francés, Cécilia Sarkozy, negoció con las autoridades libias para que les fuera conmutada la sentencia de muerte por la de prisión perpetua. Para esto se llegó a un acuerdo de compensar económicamehte a las familias de los niños afectados. El dinero para realizar ese pago tuvo un origen obscuro (se dice que el emirato de Qatar le entró a la cooperacha para reunirlo), como fueron obscuras también las negociaciones posteriores para lograr que los seis ciudadanos de la Unión Europea pudieran regresar a su país.

Pero ahora están saliendo a la luz: además de la compensación pagada a las familias, que se manejará a través de la Fundación Kadhafi, organismo presidido por el hijo del dirigente libio, Bulgaria le condonó la deuda a Libia, Francia aceptó venderle armas y Gran Bretaña, por su parte, aceptará la apelación para que un libio detenido en su territorio sea transferido a su país de origen. Hasta ahora, sólo Londres ha desmentido su participación en esas tratativas.

Es de suponerse que los surcoreanos rehenes de los talibanes afganos están verdes de envidia ante la suerte de sus hermanos en desgracia búlgaros. En efecto, ya que su destino no depende de la Unión Europea sino de Washington (en rigor deberíamos decir que del gobierno afgano, pero éste ya sabemos que está sometido a los dictados de Estados Unidos), es muy improbable que hubiera alguna negociación con las talibanes con miras a su liberación. Los talibanes, por su parte, piden la libertad de ocho de sus compañeros detenidos en las mazmorras de Hamid Karzai. Sin embargo, hace unos meses, cuando éste negoció la liberación de un periodista italiano a cambio de la de unos talibanes presos, el presidente afgano fue objeto de todo tipo de críticas por parte de Washington, que lo amonestó para que dejara de andar negociando con terroristas. Con ese precedente, los pobres surcoreanitos (que al parecer son miembros de un grupo religioso que váyase a saber qué cuernos andaban haciendo en Afganistán, aunque eso no justifique que los hayan secuestrado) bien pueden ir perdiendo toda esperanza de ser rescatados. Mi propuesta de solución: que Corea del Sur pida su ingreso en la Unión Europea, lo que, viéndolo bien, no está tan jalado de los pelos, ahora que otro país asiático, Turquía, también está haciendo cola a sus puertas.

02 agosto, 2007

Tres jinetes del apocalipsis

Hay tres flagelos que azotan inclementes al género humano: la obesidad, la calvicie y la impotencia. Gordos, pelones y frustrados andan por la vida con el casi único objetivo de liberarse de su triste condición. La ciencia, por supuesto, tiene enfiladas sus baterías a la búsqueda de soluciones a estos problemas. Y cuando se han logrados verdaderos resultados, la noticia recorre el mundo como el tradicional reguero de pólvora, haciendo correr los también proverbiales ríos de tinta.

Eso ocurrió, por ejemplo, en 1998 con el lanzamiento del Viagra, primer medicamento que demostradamente remediaba la disfunción eréctil, conocida hasta entonces simplemente como impotencia. Las agencias informativas y los periódicos no dejaron de comentar este sonoro triunfo. ¿Sí funcionaba en realidad? Hasta entonces, los remedios conocidos eran una mezcla de consejas populares, desesperación de los afectados y afán de lucro de charlatanes que proponían todo tipo de remedios “naturales”, en forma de pastillas, ungüentos, hierbas y bebedizos. El sentido común recomendaba prudencia. ¡Y cómo no! Ya en junio de 1998 corrió el rumor de que Sani Abacha, presidente de facto de Nigeria, había muerto en compañía de dos prostitutas a causa de una sobredosis de la novedosa pastillita azul. Pero, fuera de las contraindicaciones de rigor, el Viagra efectivamente funcionaba. Por esas mismas fechas, un psiquiatra me comentaba que él resolvía el 90% de sus casos con Viagra y Prozac, el famoso antidepresivo y personaje central de Prozac Nation, la escalofriante novela autobiográfica de Elizabeth Wurtzel.

Después del Viagra aparecería otro producto, el Cialis, de efectividad igualmente comprobada. Pero cuando éste salió ya no era noticia y su llegada a las boticas pasó desapercibida para la mayoría de la gente: el Viagra ya había penetrado en la cultura popular y su nombre difícilmente será desplazado como sinónimo de potencia sexual.

Ahora bien, ¿ha visto usted, amable lector, publicidad de Viagra o Cialis en la televisión? Es probable, pero el nombre del producto ni siquiera se menciona en los anuncios donde se presenta una pareja de edad madura sonriendo por las mañanas. El anuncio no promueve el producto. Lo que trata de hacer es que el quejoso venza la resistencia a consultar a un especialista. Ya éste se encargará de recomendar la pastilla correspondiente que, por lo demás, no se vende sin receta médica. Y podemos tener la seguridad de que jamás los veremos en los anuncios de telemarketing, en los que, si somos de los primeros cien en llamar, nos dan la oferta del dos por uno. Gracias a eso, tenemos la certeza de que se trata de productos efectivos, seguros, elaborados por empresas respetables (aunque las farmacéuticas tengan su cola que le pisen) y de que no caeremos en manos de charlatanes que quieren exprimir económicamente nuestras angustias.

Así, uno de los tres flagelos ha sido derrotado. ¿Qué hay de los otros dos? ¡Ay! Por desgracia, en ese campo, donde la ciencia no puede ofrecernos remedios efectivos, son los charlatanes los que prevalecen. La televisión está poblada de los remedios más dispares para combatir el peso de más y el pelo de menos. Todos ellos, claro está, cuentan por único aval con el afán de lucro de sus respectivos mercaderes. Pese a que todos hablan de “estudios clínicos independientes”, ninguno menciona uno solo en concreto. La mayoría de esos productos proceden de Estados Unidos, pero ni por eso escuchamos mención alguna a la necesaria autorización de la FDA para comercializar la marranilla que nos quieren enjaretar, casi siempre por varios cientos de pesos. Ni una sola mención a universidades o publicaciones que sustenten las extravagantes afirmaciones de los anunciantes: pérdida de peso en tres semanas sin dieta ni ejercicios, ganancia de cabello en un mes con una sola aplicación. La prensa, por su parte, también guarda silencio sobre estos extraordinarios productos, lo que resulta inexplicable si recordamos el revuelo armado en torno del Viagra.

Pero según los mercachifles de la televisión, los gordos y los calvos ya no tienen razón de ser, al menos los que puedan desemboslar las estratosféricas cantidades que piden por sus embustes. Y toda esa publicidad engañosa, claro, se trasmite las 24 horas a ciencia y paciencia de las autoridades, que no mueven un solo dedo para impedir que se siga estafando a gordos y pelones desesperados.