10 noviembre, 2008

Otra vez a la talacha

Se aleja uno temporalmente de estos ejercicios de redacción que algunos desmesurados llaman posts y cuando quiere retomar el hilo, se da cuenta de que no hay por donde. En estos meses las cosas se han puesto color de hormiga (no quiero decir que el futuro es negro, para que no se piense que estoy haciendo un chiste facilón a costillas del próximo inquilino de la Casa Blanca): una crisis financiera que, nos anuncian los medios de comunicación gozosos de encontrar tal paralelismo, es la peor desde la de 1929 que abrió la puerta a la gran depresión; un país que se está desmoronando en las manos ineptas de dirigentes espurios; una delincuencia mejor organizada que las fuerzas del estado destinadas a combatirla; un accidente de avión del que, dada la calidad de sus víctimas, se dice que tiene más visos de atentado. Y claro, la nota, no del día ni de la semana, sino de más de medio siglo (si fechamos el nacimiento del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos con el incidente de Rosa Parks, el 1° de diciembre de 1955): un negro llega a la presidencia de Estados Unidos.

Claro, como ya habíamos señalado en alguna nota anterior, Obama más bien es mestizo y su identidad negra es algo que él mismo se propuso adquirir, pues fue hasta sus años de universidad cuando estuvo en contacto con “negros de a verdad”. Como sea, que el pueblo estadounidense lo haya llevado al máximo cargo del país representa un notable adelanto en la mentalidad de una nación fundada en el esclavismo y la segregación.

Su victoria, empero, no sólo se debe a su carisma y a su mensaje de esperanza. En gran medida estuvo basada en los graves desaciertos de Dobleú, en sus mentiras para llevar al país a la guerra en Irak, en los abusos de poder amparados bajo la bandera de la “guerra al terrorismo”, en su olímpico desdén por las clases medias, olvidadas en favor de la gran burguesía, ese 5% de la población que detenta 40% de las riquezas del país. Pero aclaremos: si los yerros de Bush no lo hubieran afectado más que “de lejitos”, el estadounidense promedio hubiera podido seguir apoyándolo a nombre del patriotismo y la seguridad del país. Ah, pero cuando esa misma torpeza le golpea el bolsillo, cuando el hombre de la calle ve reducidas sus perspectivas de sobrevivencia financiera en 30% o 40%, cuando se queda sin casa, cuando su pensión de retiro se le vuelve humo entre los dedos, ahí es cuando empieza a preguntarse si no será más prudente apostarle a la esperanza del cambio que a la continuidad de la crisis.

Un momento, ¿no vivimos en Mexiquito un cambio semejante hace ocho años, cuando sacamos al PRI de los Pinos? Bueno, ese análisis habría que emprenderlo más adelante, con más calma.