11 noviembre, 2018

Centenarios


Hoy se celebra el centenario del armisticio entre los aliados y Alemania, que puso fin a las hostilidades que en su tiempo se conocieron como la Gran Guerra, y que para nosotros simplemente es la primera guerra mundial.

Ya antes se habían celebrado los armisticios con Bulgaria, el imperio Otomano y el imperio Austro-Húngaro, conocidas como las potencias centrales. Los tratados de paz, empero, tardaron más, habiéndose firmado el último el 10 de agosto de 1920 en Sevres, Francia, concluido con el imperio Otomano.

Por cierto, Rusia, que fue el primer país en movilizarse, fue también el primero en llegar a un armisticio, el 15 de diciembre de 1917. Claro, quien empezó la guerra fue el zar Nicolás II y el que la acabó fue Lenin. Y por último, un dato curioso: el armisticio se firmó el undécimo día del undécimo mes, a las 11:11 de la mañana, hora de París.

28 junio, 2018

Reflexiones preelectorales


A riesgo de aburrir a mi paciente lector y a mi distinguida lectora, permítaseme volver a un tema a estas alturas bien trillado por plumas más destacadas y memorables que la mía: las elecciones del próximo domingo.
Allá en mi infancia y mi adolescencia vividas bajo el régimen del PRI, las elecciones provocaban una profunda indiferencia. Expresiones como el dedazo, el tapado y el carro completo eran manifestaciones de un sistema político que no se preocupaba siquiera por enmascararse bajo el cinismo y nos ofrecía resultados electorales como el 92% que se le adjudicó al nefasto López Portillo*. Y no faltaba quien, con mezcla de orgullo y descaro, presumiera de que los mexicanos supiéramos con varios meses de anticipación quién iba a ser nuestro próximo presidente.
Habría que otorgarle a Cuauhtémoc Cárdenas el mérito de haber acabado con el sistema del tapadismo, al declarar en 1987 que efectivamente tenía aspiraciones presidenciales. Y es que en un sistema tan ferozmente presidencialista como el mexicano, la simple sospecha de que algún político cobijara la ambición de ocupar la máxima silla era considerada un acto de traición a la figura intocable del presidente en funciones. Si bien en ese ciclo electoral todavía nos recetaron el destape de Carlos Salinas, para el siguiente, el PRI organizó las famosas pasarelas, en las que desfilaron varios presidenciables para ser juzgados por el respetable público. Como en concurso de belleza, esas pasarelas consistieron en varias etapas (si bien faltó la del paseíllo en traje de baño), cada una dedicada a analizar temas específicos, como economía, sociedad, etcétera.
Estos concursos, empero, resultaban bastante aburridos y no fueron capaces de sacar al votante mexicano de su apatía. Persistía la sensación de que los resultados ya estaban decididos de antemano y que las pasarelas solo eran un acto de distracción para calmar la exaltación de quienes reclamaban procedimientos democráticos en la selección de candidatos.
Fue también en el proceso electoral de 1994 cuando se celebraron los primeros debates entre los candidatos. Más acartonados que telenovelas de los años sesenta, esos debates sin embargo fueron recibidos con cierto entusiasmo por el público (que ya había dejado de ser pueblo).
Mucho han cambiado las cosas en este último cuarto de siglo. La evolución de las redes sociales sin duda alguna ha sido un factor importante en esos cambios pues ahora, cualquiera con conexión a Internet puede convertirse en opinólogo, cualquiera puede echar a andar borregos y bulos en forma de memes que se viralizan y tienen más difusión quizá que las pasarelas y los debates del siglo pasado. Cualquier caradura inventa encuestas, difunde citas falsamente atribuidas y rumores sin más fundamento que su desequilibrada imaginación.
Y así llegamos a las elecciones de este 2018, en las que el PRI ya ni siquiera se molestó en encontrar a un candidato idóneo, pues tiene bien claro que no tiene la menor posibilidad de conservar la presidencia. La verdadera decisión está entre la coalición de Ricardo Anaya, Por México al frente, y la de López Obrador, Juntos haremos historia. Según en qué burbuja viva, cada quien está convencido del inminente triunfo de su candidato. Y ya hemos visto lo inútil que resultan las encuestas a la hora de adivinar triunfos (¿verdad, Hillary?), por lo que confiar en las tendencias del voto y otros malabarismos estadísticos es más una gansada que un acto de fe. La verdad acabará por imponerse a la hora de la hora, cuando en la soledad de la casilla expresemos nuestro deseo de cambio o nuestra necia esperanza de que las cosas mejoren conservando a la misma gente que no ha dejado piedra sin remover para engordar las vacas propias a costa de la miseria ajena.


* Claro, en esas elecciones en particular, el candidato del PRI no tuvo oponentes de ningún otro partido, por lo que más bien la pregunta es qué fue de ese 8% que no se le otorgó.

04 mayo, 2018

Manual del usuario


Cada vez que abro un paquete y veo un folleto o una simple hoja doblada con el título “Manual del usuario”, me emociono pensando que por fin descubriré los misterios de mi vida. En efecto, como usuario, nada me gustaría más que tener un manual que, por lo menos, me revelara detalles tan nimios sobre mi vida como qué alimentos evitar, cuántos minutos al mes hay que hacer ejercicio, cómo doblar la ropa para que no se arrugue, si conviene bañarme empezando por la cabeza o por los pies y así sucesivamente.

Pero no; nada de eso encuentro en los dichosos manuales del usuario, que más bien vienen siendo instructivos del aparato que acompañan. El usuario se queda en babia, sin saber cuántas horas dormir al día, si es conveniente echar siesta o si, como dicen, no hay mal que no alivie un buen caldo.

Yo por eso no creo en la Biblia. Es decir, no es que no crea en su existencia; lo que quiero decir es que no creo que sea la palabra de Dios, como pretenden sus seguidores. Porque si un fabricante común y corriente de cafeteras se toma la molestia de poner por lo menos una hojita con instrucciones y recomendaciones para cuidar el aparato, ¿no sería lógico que la “creación suprema” de Dios trajera su manual? Esa es la función que se le reservaría a la Biblia si realmente hubiera sido dictada por nuestro Creador Eterno.

Pero no; nada de eso encontramos en los dichosos libros de la Biblia, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. Uno esperaría que nos pasara la onda de la electricidad en lugar de contarnos que Esaú vendió su primogenitura por un plato de lentejas. O que vinieran los planos del motor de combustión interna o para fabricar paneles solares. Vaya, por lo menos que les hubiera pasado a los acosados hebreos algunos consejos de higiene, el secreto de la penicilina o la fórmula de la aspirina.

Pero sus defensores nos vienen con que la Biblia enseña moral, no técnica. Pero, pues ahí tampoco hay mucho que aprenderle. El Antiguo Testamento rebosa de violencia, asesinatos, traiciones, esclavitud. Y del Nuevo, lo único rescatable es la recomendación de amar al prójimo, porque fuera de eso, simplemente reitera los valores machistas y autoritarios del Antiguo.

¿Moral, dijeron? Cuando los hombres de Sodoma llegaron a Lot a exigirle que les entregara a sus visitantes para tener sexo con ellos, lo único que se le ocurrió a Lot fue ofrecerles a sus hijas para que dejaran en paz a sus visitas. En serio. Vayan al capítulo 19 del Génesis si no me creen. Los visitantes eran ángeles, por vida de Dios. Ya viéndose muy apurados, los angelitos podrían emprender el vuelo, desaparecer o desafanarse de la situación de cualquier otro modo. Son ángeles, caray, criaturas celestiales por así decirlo. Algún poder han de tener para evitar que una turba se los viole. Pero no. Lot que, por cierto, era el único hombre decente de la ciudad y al que precisamente los ángeles habían ido a avisarle que se fuera porque Dios iba a destruirla por inicua, sí, ese Lot prefiere que violen a sus hijas. ¿Esa es la moral que enseña el librito?