28 septiembre, 2004

Los motivos del espam

El otro día quise escribir algo acerca del espam, pero me di cuenta de que no entiendo nada del tema. Es decir, más o menos puedo ver cómo se origina y se difunde, qué objetivos persigue y cosas así, pero no entiendo su raíz, es decir, lo que motiva a alguien a comprar una lista de direcciones para enviarles a todas ellas un mensaje de carácter comercial o de otro tipo.


Me han llegado ofertas, dentro del mismo espam, claro, de listas con miles o cientos de miles de direcciones, mismas que he rechazado sin considerar siquiera las posibilidades que me ofrecen. Suponiendo que yo me decidiera a ofrecer mis servicios por ese medio, ¿he de suponer que las personas registradas en esa lista estarían interesadas en lo que ofrezco. Nada, más que los argumentos de venta del vendedor original de las listas, me hace suponer que así será.


—Mire, le ofrezco una lista de un millón de direcciones. Suponga, bajita la mano, que sólo el uno por ciento de los destinatarios realmente lean el mensaje. Estamos hablando ya de diez mil personas. Y de esas diez mil personas, vamos a calcular también muy conservadoramente que sólo el uno por ciento le responde. ¡Con unos cuantos clics, usted ya se consiguió a cien clientes!


¿De dónde sacan esas cifras? Fuera de su calenturienta imaginación, esas cifras sólo pueden venir de extrapolaciones arbitrarias de los sitios Web, en cuyos anuncios se mide el clicaje efectivo (las veces que el lector efectivamente hace clic en un anuncio, sobre el número de veces que aparece dicho anuncio en las pantallas). Los servidores llevan minuciosas estadísticas de estas cifras, que luego sirven para cobrar la publicidad y pagar comisiones.


Pero en las listas no hay tal cosa. Así que si nos dicen que, por muy conservador que sea el cálculo de efectividad, los resultados son asombrosos, mejor analice las reacciones que tiene la gente ante los mensajes no deseados, vulgo espam.


¿Qué hace usted cuando recibe un mensaje no deseado? La inmensa mayoría lo borra sin mayor averiguación, así que ni se entera de las invitaciones a saquear el erario de Nigeria mediante triangulaciones fraudulentas de fortunas mal habidas, con una discreta escala en nuestra propia cuenta de banco. Tampoco nos enteramos de las posibilidades de adquirir medicinas sin receta, de ésas que después de cuatro horas de erección nos causan un paro cardiaco por andar de desgobernados sin pedir la opinión de un médico especialista.


¿Quién puede creer en un anuncio de que nos hemos sacado un premio millonario en una lotería de cuya existencia nunca nos enteramos, patrocinada por un anónimo millonario de Bahrein? ¿Quién tomará en serio a un ingeniero que ofrece los mejores servicios de asesoría en mecánica de suelos, para comunicarse con el cual hay que responder a una dirección de Hotmail? Digo, si su chamba no le da para poner un sitio Web y contar con su propia dirección, por lo que tiene que sacar una en esos sitios gratuitos, ¿cómo le van a poner en sus manos la construcción de un puente?


Entiendo que haya gente dedicada a elaborar listas de direcciones electrónicas a fin de venderlas. Lo que no concibo, pues, es que haya quien las compre. Porque no hay nada que garantice que dichas direcciones correspondan a una persona. Es de lo más fácil crear un programa que nos genere un millón de líneas con la sintaxis a@b.c y dada la declarada falta de ética en la obtención de direcciones, cualquier persona debería cuidarse de creerle a quien se dedica a vender dichas listas.


Además, aun habiendo sido obtenidas de manera más o menos regular, existe la duda de que efectivamente a cada dirección corresponda una persona. Por ejemplo, en el sitio que hago sobre el esperanto en México, he puesto varias direcciones, cada una para atender diferentes asuntos. Así hay una dirección info para pedir informes y otras correspondientes a cada colaborador. Pero todas esas me llegan a mí. Y así se produce el absurdo de que recibo la misma oferta de cartuchos de tóner desde cada una de esas direcciones, contenidas, como es evidente, en la misma lista. El incauto vendedor de cartuchos paga por cuatro direcciones, aunque en realidad esos cuatro mensajes le llegan a una sola persona. La supuesta eficiencia de su mensaje se reduce en varios tantos (cuyo monto es incalculable y no me voy a poner como estos mercachifles a hacer extrapolaciones alegres).


Y por último, ya que hablamos de absurdos, hay otro asunto digno de mención. Como la mayoría de esos anuncios se originan en Estados Unidos, algunos de los remitentes se sienten con la obligación "legal" de poner hasta el final del mensaje una leyenda que, haciendo caso omiso de cuanta regla gramatical y lógica exista en este mundo, asegura que si recibimos el anuncio de marras es porque nosotros así lo solicitamos, ya sea en el sitio Web del autor o de alguno de sus "asociados". Yo quisiera preguntar cuándo mi dirección info, por ejemplo, salió de compras a registrarse en tantísima página Web como infesta mi buzón. Y los muy descarados todavían nos ofrecen que, si no queremos seguir recibiendo esos mensajes, sigamos un procedimiento que puede consistir en dos cosas: a) responder a ese mismo mensaje; b) ir a la página Web que se nos indica para hacer clic y "borrarnos" de su lista. En cualquier de los dos casos, les aseguro, el único resultado que obtenemos es confirmar que esa dirección efectivamente corresponde a una persona y garantizar que seguirá pasando prostituida de lista en lista hasta el final de los tiempos.


27 septiembre, 2004

Nobel para un charlatán

Parafraseando la noción de que el que no conoce a dios, a cualquier barbón se le hinca, podríamos decir que el que no conoce el proceso de designación de los premios Nobel, con cualquier mención a éstos se apantalla. En efecto, como explicara el secretario del comité Nobel, Geir Lundestad, hay miles de personas que pueden presentar candidatos al premio de la paz: los miembros de cualquier congreso, parlamento o legislatura, de cualquier gobierno e incluso profesores de universidad tienen el derecho de hacerlo; ser candidato para el premio no es ninguna distinción en sí misma, aclaró. "Es fácil ser propuesto para el premio; pero es muy difícil ganarlo", señaló Lundestad.


Eso por supuesto no impide que algunos vivales, tras mover sus influencias universitarias, parlamentarias o gubernamentales, se presenten como candidatos al premio Nobel, integrando dicha mención en su currículum para engordarlo y producir más espumarajos de baba entre los débiles de cerebro.


Un detalle que explotan quienes anuncian con bombo y platillo su candidatura al Nobel (que por lo menos este año vergüenza debería darles compartir con Jorgito Dobleú, propuesto para el premio de la paz seguramente por alguno de sus múltiples lamebotas) es el hecho de que el comité mantiene en secreto dichas candidaturas, por lo que es imposible verificar la veracidad de quien afirma serlo. Gracias a la confidencialidad de la lista de candidatos, en la práctica cualquiera puede pasearse por el mundo como candidato al Nobel, con la confianza de que nadie, ni el mismo comité, podrá presentar una lista "oficial" para desmentirlo.


Lo anterior viene a cuento pues hemos visto con alarma que el espamero mayor ha tenido la desfachatez de agregar dicha candidatura a su ya de por sí inflado currículum, no sabemos si con la pretensión de cobrar más por la sarta de estulticias que suele desprenderse de sus labios, de aumentar la venta de los tabiques que cocina al vapor, aderezados con patrañas e interpretaciones torcidas de enseñanzas milenarias, o simplemente para provocar más producción de baba entre sus acólitos.


La actividad de un charlatán cualquiera por lo general me deja impávido: allá él, su conciencia y la de quienes estén dispuestos a abrirle su mente (y sobre todo su cartera). Pero me hierve la sangre verlo arropar sus majaderías con la bandera de la lengua internacional; me subleva que pretende hacer de ella el idioma de su orden de caballería de opereta, con títulos pomposos, un membrete rimbombante con el que deja del asco a la Academia Internacional de las Ciencias de San Marino y demás ínfulas sectarias. Mantener la ecuanimidad que suele recomendarse en estos casos es prácticamente imposible.

18 septiembre, 2004

Justicia divina

El sistema de justicia divina es uno de los mayores misterios de esta vida. En efecto, se necesita más que un doctorado en derecho para entender el mecanismo de castigos y recompensas que se aplica a nombre de dios y, de ese modo, la pregunta más frecuente que encontramos en boca de sus víctimas es ¿por qué?: ¿Por qué se murió mi novia? ¿Por qué me quedé sin trabajo? ¿Por qué mi hija se fue a casar con ese desgraciado?


Nadie entiende, pero eso sí, la iglesia nos asegura que esas calamidades que nos azotan constituyen otras tantas pruebas de nuestra fe. Y así, el creyente sale del confesionario casi casi orgulloso de que a él le hayan tocado tamañas pruebas, pues ésa es la medida de su fe y de la predilección que dios siente por él. Curiosamente, entre los más devotos encontramos también a los más lastimados por la vida, lo que nos da la medida de la eficacia del sistema: el que mayores razones tendría para quejarse y rebelarse, es el que más dócilmente acepta la voluntad divina, siempre debidamente interpretada por los gerentes de dios aquí en la Tierra.


En el mundo real, un sistema de justicia de ese tipo sería calificado de autoritario, parcial y totalmente injusto. Viola el principio jurídico universal de igualdad ante la ley, pues es evidente que quien pueda pagar más misas y responsorios asegura su parcela en el paraíso, a diferencia de los desposeídos que sólo cuentan con el poder de sus oraciones. Sólo a los dictadores más odiosos se les ha ocurrido establecer un sistema de justicia en el que se beneficia ipso facto a los más aduladores y serviles.


Un país que aplicara ese singular código no tardaría en ser proscrito de la comunidad internacional, en ser señalado como opresor. Las víctimas de ese sistema serían consideradas, si no presos políticos, sí prisioneros de conciencia y Amnistía Internacional lanzaría campañas para lograr su liberación. Lo más que llega a hacerse en favor de esas víctimas es mandar decir misas por su eterno descanso. Pero vistos los magros efectos del tal recurso aplicado a efectos más visibles —la curación de una enfermedad, por ejemplo, que se resiste al poder demiúrgico de los ritos—, bien podemos dudar de la eficacia de estas campañas de liberación.


Imaginemos un código de derecho que aplicara la pena de muerte o la cadena perpetua a ladrones, asesinos y adúlteros por igual. ¿Qué diría el cuerpo diplomático acreditado en un país así? Por lo menos, que el castigo es desproporcionado respecto de la falta. Y, ¿no es ése el castigo con el que se nos amenaza en caso de desobedecer a las mandamientos de Moisés?


El problema, como en muchos otros casos, es la confusión de las cosas del cielo con las mundanas, la injerencia en la vida cotidiana de conceptos que se refieren a la eternidad, y que por tanto nos son ajenos, y el descuido de nuestra condición humana por andar imaginando inexistentes esencias divinas.


15 septiembre, 2004

De la greña como faro de luz

Bien dicen que el no conoce a dios a cualquier barbón se le hinca y en los medios del new age, ¡ay! lo que abundan son barbones. Quién sabe porqué sea así, pero es barbón el espamero mayor, barbón Jaimito Mausán, como también son barbones los sedicentes guruses de la Gran Fraternidad Universal.


Quizá este afán de no rasurarse sea en obediencia a Levíticos 19:27, que recomienda no cortarse la barba ni el pelo, pero también hemos oído otras explicaciones.


Por ejemplo, hay quien asegura que el pelo humano tiene la función de captar la energía cósmica (si bien no explican qué rayos sea eso... ¡un momento! por ahí he oído hablar de los rayos cósmicos, ¿se referirán a lo mismo?) y, por lo tanto, mientras más largo sea el cabello, más energía recibe el individuo. De este modo, muchos andan como con una parabólica en la cabeza, supuestamente recibiendo rayos, señales o energía cósmica, lo que quizá explique también la mirada perdida que suelen tener estos sujetos.


Pero no todos son barbones ni greñudos: Gurdjieff era calvo como bola de billar y siempre se le ve bien rasurado en las fotos, con excepción de un mostachón de puntas afiladas que, quizá en su caso, le bastara para recibir las tales señales cósmicas. Krishnamurti también se rasuraba debidamente, como aconsejaban los anuncios de Gillette, y ahora que lo pienso, en la tradición budista la onda más bien es andar con toda la cabeza rasurada, tanto los hombres como las mujeres. Y no creo que un sanyasín hinduista sea más iluminado por andar barbón y greñudo que un bikku budista, que anda con la cabeza al rape.


Entonces, si el pelo y la barba no tienen nada que ver con el grado de iluminación, ¿será que en efecto quienes se los dejan crecer lo hacen con la esperanza de que algún despistado se les hinque?


14 septiembre, 2004

El velo laico de Francia

Los periodistas franceses Christian Chesnot y Georges Malbrunot siguen cautivos en Irak, a manos del Ejército Islámico, y aunque a medida que pasan los días se aleja la posibilidad de que los ejecuten (dentro de la lógica del terror, la inmediatez del asesinato resulta más eficaz que su aplazamiento), flaco consuelo ha de ser esta noción para estos dos especialistas en el mundo árabe.


Los captores no han anunciado ninguna modificación de la demanda original: la derogación de la llamada "ley sobre el laicismo" en Francia que, entre otras cosas, prohíbe la asistencia a las escuelas públicas con símbolos religiosos "ostentosos". Esto afecta, claro, a la kippa judía y a los grandes crucifijos católicos, pero también —y para los musulmanes, sobre todo— al velo islámico que llevan las muchachas.


La ley surgió debido a los problemas a los que se enfrentaban los directores de escuela a causa no de las kippas y los crucifijos, sino del velo. A los padres de familia católicos les parecía una afrenta a su religión que sus hijos tuvieran que convivir con tales símbolos religiosos, por lo que en Francia se entabló un animado debate sobre el laicismo que, como república, debe reinar en las escuelas públicas. De hecho, el primer borrador del proyecto de ley contemplaba la propuesta de declarar fiestas públicas también las correspondientes al judaísmo y al islam, de modo que los adherentes de estas confesiones no se sintieran vulnerados en su sensibilidad religiosa. Asimismo, excluía el uso de cualquier tipo de símbolo religioso.


Pero el presidente Jacques Chirac descartó esas propuestas, con lo que la ley quedó limitada a la prohibición de los símbolos ostentosos, dándole a los directores de los planteles la facultad de determinar el grado de ostentación en cada caso particular. En la práctica, pues, la ley se redujo a prohibir que las muchachas musulmanas acudieran a la escuela con el velo islámico.



Francia se jacta de su laicismo, como cuna del republicanismo, pero en este caso ha confundido el concepto de lo laico, provocando la irritación de la comunidad musulmana (aunque, como actor político, ante el secuestro de los periodistas franceses naturalmente se haya alineado con la postura oficial del gobierno). En efecto, si lo laico se refiere a la independencia del individuo y en especial del estado con respecto de la religión, ¿por qué habrá de legislarse en materia religiosa? La separación estado-iglesia no es una vía de un solo sentido, en la que sólos los religiosos tienen prohibido inmiscuirse en la cosa pública, sino de doble sentido y, así, el estado no debería interferir en la vida devocional, que representa un aspecto estrictamente personal y privado.


Además, el hecho de que la ley de marras acabara afectando en la práctica más a la comunidad musulmana que al resto de la sociedad la convierte en una ley con dedicatoria, totalmente inadmisible en un país que se quiere plural y diverso, al menos en su discurso.


No es de esperarse que se derogue la ley y seguramente los rehenes franceses capturados con ese fin serán liberados discretamente, tras negociaciones de las que no se sabrán detalles, como ha ocurrido en otros casos.


09 septiembre, 2004

Un congreso para la lengua

Con el tema Identidad lingüística y globalización se realizará el tercer congreso de la lengua española en Rosario, Argentina, del 17 al 20 de noviembre de este año. La primera duda que surge ante esta noticia es quiénes se van a reunir a nombre de nuestra lengua. ¿Quiénes la representan? Porque el hecho de que Jorgito Dobleú haya sido invitado y, sin embargo, el Gabo García Márquez haya quedado afuera, realmente suscita serias dudas acerca de la legitimidad de quienes dicen representar a nuestro milenario idioma.


Y por si lo anterior fuera poco, nos enteramos que el congreso de marras está convocado por las academias de la lengua. Entonces la alarma pasa de naranja a roja: si bien en la Academia Mexicana encontramos figuras de la talla de Alfonso Reyes, Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla, también nos topamos con un Miguel Alemán Valdés, cuyo conocimiento del idioma se limitó a conjugar el verbo robar. Esto quizá explica porqué el autor de Cien años de soledad fue excluido de ese cónclave, mientras que el ex alcohólico y actual profeta de las cruzadas, el ya mentado Dobleú, podrá asistir muy campechanamente (esperemos que ya para entonces como presidente saliente, y no reelecto, de uno de los países con mayor cantidad de hispanohablantes del hemisferio).


En fin, estábamos con la representatividad del tercer congreso... no, no, eso es otra cosa. Está bien, por acá me preguntan qué onda con los anteriores. Bueno, el primero se realizó en Zacatecas, en 1997, y los maliciosos quieren ver en la participación en él del Gabo la causa de que esta vez no se le haya invitado. En efecto, en esa ocasión, García Márquez propuso que se prescindiera de las reglas de ortografía, con el consecuente horror de las buenas consciencias que adornaban el recinto, entre éstas la del rey Juan Carlos de España y la del doctor Zeta, que en esos años regenteaba la residencia de Los Pinos.


En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. (...) Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Como puede verse, nada que no pudiera verse como humorada del escritor colombiano o, incluso, como toma de postura política. La gramática normativa, como dictado de lo que es correcto, como conjunto de reglas del buen hablar, se vuelve un concepto de clase. Como señalaba George Bernard Shaw a través de su personaje de Pygmalion (recreado en el musical Mi bella dama), la forma de hablar clasifica y caracteriza al hablante como miembro de determinada clase social. Hablar bien, es decir, conforme a las normas gramaticales, constituye un distintivo social. Sería impensable para nuestros acolchonados académicos renunciar a esa distinción en favor del subjuntivo esdrújulo (váyamos, en lugar de vayamos) y otras atrocidades que cometen las clases bajas con la lengua.


Curiosamente, y para regresar a la pregunta inicial, la lingüística asegura que la norma de un idioma está en el conjunto de sus hablantes. Así, la gramática moderna aspira más a describir que a regular el uso de la lengua. La lengua no está ni en los diccionarios ni en los libros de gramática. (Ignorar esta realidad es la causa de que muchos proyectos de lengua internacional no pasen de meros proyectos y no lleguen a adquirir el carácter de lengua: se han quedado en un folleto con reglas gramaticales y un vocabulario que nadie llega a usar.) La representación de un idioma, pues, radica en la masa de hablantes. Que algunos vivales formen pomposas instituciones para apropiársela no significa que tengan el derecho de hacerlo.


Claro, los asuntos a debatir en este congreso no se referirán a cuestiones propiamente gramaticales. No esperemos que decidan reformas ortográficas, como la emprendida en 1928 por Alberto M. Brambila, con su "ortografía fonética revolucionaria ispanoamericana, OFRI". Tampoco imaginemos que extenderán carta de ciudadanía a cuanto término extranjero ha invadido últimamente nuestro idioma. El tema del debate, Identidad lingüística y globalización, es tan amplio que en él cabe cualquier cosa, desde el papel de los tamales y las memelas en la idiosincracia mexicana, hasta una explicación —que esa sí esperamos ansiosos— de porqué ponen formularios incompletos para solicitar los "cupos" en el congreso a través de Internet. Yo he llenado, rellenado y respondido a formularios, pero no entiendo porqué estos señores académicos argentinos (no que tenga nada de malo ser argentino, claro) quieren que lo complete. ¿No les basta con los datos que me piden? ¿Con qué otros habré de completarlo? ¿Quieren que les diga mi raza, mi orientación sexual, mi filiación política, el monto de mi cuenta de cheques?


Los interesados en asistir a este sarao pueden consultar el sitio que al efecto estableció la comisión ejecutiva del congreso, debidamente integrada por burócratas y otras lacras del género que aprovecharán estos cuatro días de fiesta.


06 septiembre, 2004

Los despropósitos del terrorismo

No puedo imaginar ninguna causa, ni la independencia de un país, ni la supremacía de una visión religiosa o política, que justifique la muerte. Mucho menos el asesinato de niños que acudían al inicio del año escolar. La conservación de la vida es el valor supremo de la vida misma y es el parámetro con que ha de medirse cualquier acción. De ese modo, quitar la vida, sea la propia o la ajena, se convierte en el antivalor supremo y constituye un acto que, desde la óptica de los vivos, no admite justificación alguna.



¿A nombre de qué estos padres están enterrando a sus hijos?


La matanza de Beslán —ciudad que de ese modo llega al mapa del siglo XXI, después de haber dormitado olvidada en la también desconocida república de Osetia del Norte— no encuentra explicación ni siquiera a modo de represalia por las abominaciones cometidas por el ejército ruso en Chechenia, donde los civiles han muerto en más de mil tantos que en Beslán. Del mismo modo, el arrasamiento de la escuela tampoco corresponde con la destrucción de Grozny, la capital chechena.


Primero, porque hacer víctimas entre los osetios, pueblo cercano al de los chechenos, para desquitarse de los rusos es estrictamente un despropósito, un golpe dado al primo igualmente débil y desvalido cuando es el vecino el que abusa. Aquí no puede invocarse siquiera el principio del ojo por ojo.


En segundo lugar, porque querer construir la vida de una nación sobre la muerte de civiles inocentes y desprevenidos pertenecientes a otra —sea la osetia como en Beslán, o sea la rusa como en el caso de los atentados anteriores, el de los dos aviones y el de la estación del metro de Moscú, perpetrados pocos días antes— significa olvidar que la violencia sólo engendra más violencia, trocar la fuerza de los argumentos por el argumento de la fuerza y quedar empantanados para siempre en un círculo vicioso de destrucción y muerte.


Muchas razones tienen los chechenos para albergar resentimientos contra los rusos y en ese rosario de quejas es donde podrían despertar simpatía para su causa entre la comunidad internacional. Y aun cuando ésta ha preferido siempre apaciguar al Kremlin y nunca ha cuestionado los métodos empleados por Vladimir Putin en el Cáucaso, mal podría ahora pronunciarse en favor de los chechenos cuando éstos optan por el callejón sin salida de una toma de rehenes en una escuela primaria.


¿Será necesario repetirlo? En un conflicto como éste, cuyas raíces se hunden en la historia de hace siglos —como es el caso de muchos otros conflictos que plagan al planeta, por lo demás—, la única vía es el diálogo. Pero el diálogo no entre amos y esclavos, que finalmente se convierte en monólogo de órdenes a ser obedecidas, sino entre hombres de igual a igual, fincado en el respeto y nutrido por la comprensión y el conocimiento.


Ninguno de los actores en estos enfrentamientos es totalmente inocente. Pero tampoco ninguno carece de razones para, al menos ante sí mismo, justificar sus acciones (que sean injustificables para los demás es otra cosa). Pero concentrarse en la búsqueda de culpas y responsabilidades, criticar a unos o a otros por los recursos empleados, exponer con erudición el catálogo de razones históricas que puedan tener unos en contra de los otros es desviar la mirada de la búsqueda de soluciones. Nunca veremos a rusos y a chechenos sentados ante la mesa de negociaciones mientras insistiamos en satanizar a unos u otros. Tampoco los veremos en tanto la lucha independentista chechena sea para los rusos un caso policiaco y, para los chechenos, un asunto religioso.


Pero, claro, tampoco se sentarán a negociar si ellos mismos no se deciden a restañar las heridas del pasado y a volver los ojos hacia el futuro.


04 septiembre, 2004

Putin en el Cáucaso

Como debieron haberlo anticipado los mismos captores, la crisis de los rehenes en Beslán, en Osetia del Norte, terminó en un baño de sangre: de mil cautivos, 250 murieron y 700 resultaron lesionados.


Después de la toma de rehenes en un teatro de Moscú, en octubre de 2002, el parlamento ruso aprobó una ley que le impide al gobierno negociar con "terroristas". De este modo, cualquier grupo, sea cual fuera su bandera, sabe de antemano que, al meterse en una situación como ésta, la única salida que habrá pasará por la fuerza de las armas. Y, dado el historial del ejército ruso en el Cáucaso, es fácil calcular que las autoridades del Kremlin no se tocarán el corazón para ordenar un asalto, sin tomar en cuenta el número de víctimas posibles. O colaterales, como seguramente oiremos decir ahora cuando se refieran a los niños masacrados en su escuela por órdenes de Vladimir el Siniestro.


Para Vladimir Putin, el conflicto checheno reviste un carácter sentimental. En efecto, cuando el general Alexandr Lébed logró terminar con la primera guerra chechena mediante negociaciones, allá por 1996, adquirió tal prestigio que su fuerza política hizo temblar al debilitado Borís Yeltsin. Y así, poco después, Yeltsin destituyó a Lébed de su cargo como responsable del Consejo de Seguridad.


Los compromisos contraídos en esas tratativas pospusieron en varios años el tema de la autonomía de Chechenia y, al acercarse el plazo, Yeltsin recurrió no a Lébed (quien para entonces era gobernador de Krasnoyarsk), sino a Vladimir Putin, un tipo del ala dura que había realizado su carrera en los servicios secretos, primero como agente del KGB soviético y después en el FSB ruso.


Putin asumió el cargo de primer ministro a fines de 1999, y en las elecciones del 2000 contendió en las urnas aureolado de su fama de mano dura y un discurso revanchista que prometía revivir las glorias artificiales del pasado soviético. El pueblo ruso, cansado de la humillación de haber perdido su sitial de gran potencia, no necesitaba más para volcarse en favor del siniestro personaje. Y, todavía en espera de la recuperación que le tiene prometida, volvió a apoyarlo en 2004.


Fue el tema de Chechenia, pues, lo que le valió el poder al ahora señor del Kremlin, el cual abordó con la misma arrogancia y despotismo de que se han valido los amos de Rusia, desde Catalina la Grande, cuando a principios del siglo XIX consolidó su dominio de las tierras del Cáucaso con la anexión de Georgia, hasta Stalin, quien en plena segunda guerra mundial encontró la forma de descansar del esfuerzo bélico contra los nazis para ordenar la deportación de los pueblos caucasianos hacia el Asia central, acusándolos de "colaboración con el enemigo".



Y si Vladimir Putin en un principio se vio aislado de la comunidad internacional por su forma de reprimir todo movimiento autonomista, independentista o separatista, ahora, gracias a Al Qaida y a los atentados que ha cometido, en especial en Estados Unidos, cuenta con la bendición de los "líderes mundiales" para aplastar a sangre y fuego hasta al más tímido movimiento de defensa de los derechos humanos en el Cáucaso. Con la sencilla ecuación separatista = terrorista, Putin tiene carta blanca para actuar a nombre de la lucha contra el terrorismo. Sobre todo si tales separatistas son chechenos, pueblo levantisco que nunca ha aceptado la dominación rusa y que tiene más razones para albergar resentimientos hacia Moscú que para sentirse cobijado en el manto de la "Gran Patria Rusa", aquella que a fuerza de deportaciones y ejecuciones masivas tratara de crear Stalin.


03 septiembre, 2004

De los espameros y otras desgracias

Hace unos siete años recibí un mensaje por correo electrónico, en el que me invitaban a participar en un evento, del que lo único que recuerdo es que estaba relacionado con la psicología. Después del primer mensaje seguí recibiendo muchos más de ese mismo fulano, ya fueran para anunciarme sus actividades o promover sus libros.


En ese tiempo, para leer mi correo yo usaba una de las primeras versiones de Eudora y no sé si haya tenido filtros para evitar los mensajes indeseables. En todo caso, simplemente los borraba, ya sin leerlos, en cuanto veía el nombre del remitente. Hasta que una vez, harto de recibir un mensaje tras otro, me tomé la molestia de escribirle, para pedirle que me borrara de su lista.


Nunca lo hubiera hecho. No tuve el cuidado de guardar su respuesta, ni la recuerdo ya, después de tantos años. De lo único que me acuerdo es que el tipo me llamó bestia fascista por oponerme a recibir sus mensajes que, según él, eran benéficos para toda la humanidad.



¿Ya dije de quien se trata? ¿No? Bien, dejémoslo así. Cubramos su nombre con un velo de piadoso anonimato y, sólo a título de orientación, digamos que es alguien que dice ser un iluminado y que, en esa misma línea, promueve un sistema que consiste en una versión edulcorada de enseñanzas de Krishnamurti, budismo y teosofía, adobado todo con palabrería tecnológica al uso y empacado con un pomposo título.


Pasó el tiempo y, años después, como usuario de Outlook, no me costó trabajo configurar el programa y bloquear su dirección. Así vivía feliz varios meses, hasta que el sedicente iluminado cambiaba de dirección de correo y mi casilla volvía a infestarse con sus mensajes. Nueva configuración de los filtros y la vida continuaba su plácido transcurrir.


A este maestro de luz después le surgió un acólito que, por azares del destino, dio con mi nueva dirección y empezó a bombardearme con los mensajes del mesías. Así que volví a configurar el Outlook para bloquear de nuevo estas invitaciones a iluminarme por la vía rápida.


Pero como arrieros que somos, me lo seguí encontrando en diversos caminos, sobre todo en los grupos de Yahoo y en otras listas que aprovechaba para llenar el ciberespacio con sus mensajes. Así fue como me enteré que está considerado uno de los espameros más peligrosos del medio y, al mismo tiempo, que está bloqueado de la mayoría de las listas. Pero también tuve ocasión de ver su reacción a estos nuevos bloqueos: la misma que tuvo conmigo, es decir, llamar fascista a todo aquel que pretende coartar su libertad de inundar inocentes casillas postales con los anuncios de sus actividades y de sus obras.


El fenómeno de los mensajes indeseables no es privativo de Internet, por supuesto, y no sé si podríamos atribuir justamente a Selecciones haber inventado este recurso como arma de mercadotecnia. Pero ya sea en papel o en forma electrónica, los mensajes indeseables no sólo constituyen una violación de la intimidad, sino sobre todo un desperdicio de recursos. Y eso por no hablar de los innumerables mensajes que llegan con virus.


La pregunta que se hace el usuario es obvia: ¿Cómo fue a parar mi dirección a manos de tales malvivientes? La respuesta es doble. Una manera de obtener direcciones de correo es mandar arañas a revisar la red, en busca de cualquier cadena de caracteres que cumpla con la sintaxis básica x@y. De este modo, cada vez que alguien registra su dirección en alguna página Web, corre el riesgo de ir a parar a esas listas que, posteriormente, algunas empresas se encargan de vender tanto a mercadores como a los malandrines que envían virus.


¿Significa esto que no debemos dar nuestra dirección en ningún caso? ¿Qué pasa si quiero leer el New York Times, para lo cual me piden mi dirección? En estas circunstancias vale la pena tener una dirección alterna, por ejemplo en Hotmail o Yahoo (no conviene inventar una dirección, pues en muchos casos el sitio envía la contraseña a la dirección indicada), que sólo usemos para este tipo de situaciones.


Pero el problema es más complejo. Otra forma de recabar direcciones es mediante las odiosas cartas en cadena. Sí, esos mensajes con palabras de aliento, con recomendaciones para la seguridad, con historias del niño que se está muriendo, de la bebita secuestrada, de empresas que donan un centavo por cada mensaje que se envíe, de campañas caceroleras en contra de los gobernantes (de cualquier cuño), de presentaciones en PowerPoint con paisajes espectaculares o fotos "chistosas". En fin, la variedad de estas cadenas es tan amplia como la misma estupidez humana.


Estos mensajes, que suelen contener la apocalíptica advertencia de que los reenviemos a todos nuestros conocidos, a la tercera o cuarta pasada han acumulado tal cantidad de direcciones, que en ocasiones es imposible llegar al meollo del contenido. Y esas direcciones, convenientemente procesadas, se vuelven la materia prima de los vendedores de listas. La próxima vez que reenvíe un mensaje chistoso, tierno, francamente cursi o de plano alarmista, tenga en cuenta que está poniendo a todos sus cuates en la mira de los francotiradores de virus y otros fraudes cibernéticos.


Y, cuando reciba uno de éstos, no se queje ni se pregunte de dónde tomaron su dirección.


Ah, y si quiere ahondar más en el tema, échele un ojo a este bien construido sitio.

La religión en la nueva era

Los novaeristas se complacen en reiterar la etimología de la palabra religión, haciendo énfasis en que viene del latín re ligare, o sea, volver a unir. De ahí sacan toda una serie de conclusiones, tan variadas que pueden caer en la contradicción, como contradictorios resultan los movimientos que se inscriben en el nebuloso concepto de nueva era.


El significado más promovido es el de volver a unirse con dios, es decir, la religión es aquello que le permite al individuo alcanzar la unidad con la divinidad. Sin embargo, en esta definición al parecer tan simple encontramos dos grandes incógnitas.


La primera es el concepto de unidad. En efecto, ¿a qué se refieren los novaeristas con "unidad"? Ciertamente, el católico avezado podrá reconocer en ese concepto el mismo de comunión, ritual que cumple durante la misa al recibir el sacramento de la eucaristía. Pero para eso, el individuo bien haría en no abandonar el seno de la iglesia para aventurarse en las inciertas aguas de la Nueva Era. Si ésta le ofrece lo mismo que aquélla, si en ese sentimiento de comunión o unidad agota su oferta, ¿dónde esta la novedosa atracción de los novaeristas?


Por lo demás, en todas las religiones encontramos todo tipo de devociones que le permiten al creyente lograr la unidad o comunión con la divinidad. ¿En qué se diferencia un católico que le prende su veladora a San Juditas de un novaerista que enciende una vela que lleva estampado su signo del zodiaco? Tan sólo en el hecho de que el católico lo hace siguiendo una tradición bien estructurada (los días 28 de cada mes y, en especial, el 28 de octubre), mientras que el novaerista lo hace cuando se le pega la gana.


En efecto, aunque no viene en la definición de religión, los novaeristas consideran que tienen toda la libertad de elegir la forma de lograr esa unidad. De ahí surgen las contradicciones que mencionamos. Algunos no tienen ninguna objeción en prender un cigarro después de su clase de yoga, mientras que otros ven el tabaquismo una dependencia de la cual es preciso liberarse (al igual que cualquier otra, como la del alcohol y las drogas). Unos condicionan su desarrollo espiritual (y, por tanto, sus oportunidades de unirse con la divinidad) al hecho de seguir una estricta disciplina física, mientras que otros encuentran su camino en el jardín de Epicuro.


Aunque un análisis cuidadoso permitiera llegar a un consenso sobre el concepto de unidad, el de divinidad, la segunda incógnita de nuestra ecuación, se resiste a cualquier acuerdo (pregúntenles a árabes, cristianos y judíos, todos adoradores del mismo dios). Ni crean que me voy a lanzar aquí con una definición de divinidad o dios. Pretenderlo es repetir el esfuerzo de aquel ciego que, en un cuarto obscuro, busca a un gato negro que no existe.


Pero para los novaeristas, el concepto de dios es muy sencillo e incluso cercano. El principio de libertad en la búsqueda se aplica también a la libertad en lo buscado y así surge el concepto de dios personal: cada quien concibe a dios como se le antoje y, de ese feliz modo, todos lo encuentran. El problema, claro, se presenta cuando alguno de esos iluminados nos quiere convencer de que su dios personal tiene validez universal. Así encontramos a maestros y gurúes que predican su camino como si fuera el único. Y no falta quien descalifique, ridiculice o ataque abiertamente a los demás.


Todo lo anterior vale en el caso de que efectivamente la religión sea el camino hacia la unidad con la divinidad, concepto que como vimos se deriva de su etimología. Sin embargo, Corominas asegura que la palabra viene del latín religio, que significa "escrúpulo o delicadeza", si bien agrega que de éstas se deriva su significado como "sentimiento religioso". Pero curiosamente no hace alusión a esa etimología popular de "volver a ligar". ¿Será que es falsa? No se vaya, seguiremos investigando.