Ya se había tardado la prensa en reproducir, sin ningún asomo de razonamiento, el uso demagógico del "11-S" en el caso de los atentados de Londres. Así, ahora vemos que los designan del modo impuesto por la retórica bushista: el 7-J.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington constituyeron la partida de nacimiento del régimen de George W. Bush, dándole a éste el pretexto ideal de lanzar una cacería de brujas, amedrentar a su población y justificar medidas de corte fascista, encarnadas en la llamada ley USA PATRIOT (este nombre es una sigla que significa algo así como "Para unir y reforzar a Estados Unidos, dotándolos de las herramientos apropiadas requeridas para interceptar y obstruir el terrorismo" [Uniting and Strengthening America by Providing Appropriate Tools Required to Intercept and Obstruct Terrorism], por lo que en rigor no se debe traducir como "ley patriota").
Carente de legitimidad en las urnas, Bush aprovechó los atentados (aunque los teóricos de la conspiración aseguran que no fue ajeno a ellos) para presentarse ante su pueblo como el salvador de mano dura que requería el país en esa hora de aflicción. Uno de sus recursos fue presentarle a un enemigo extraño, perteneciente a otro mundo cultural, hablante de una lengua incomprensible y adorador de un falso dios. Así, Oussama ben Laden encarna al mal puro, al odio que siente el mundo contra Estados Unidos. Este odio, claro, no se explica por los actos mismos del régimen estadounidense, sino por la envidia que sienten todos aquellos que no tuvieron la fortuna de nacer en su suelo. Pero el pueblo (el "público", como le dicen allá) necesita más que una figura odiosa, por lo que el gobierno de Bush decidió darle también una fecha memorable, representada de la forma más abstracta posible para que fuera el régimen el que la llenara de significado. Así nace el "once nueve" (o "nueve once", siguiendo la costumbre inglesa de mencionar primero el mes) o el "11-S". Unos cuantos le dicen el "once de septiembre" y muy pocos (hasta ahora sólo he visto ese uso en Le Monde) le añaden el año, en aras de la precisión.
Un atentado terrorista es un crimen horrendo. Y no deja de ser bochornoso que un régimen, aun el de Bush, quiera basar su legitimidad en él. Por eso es mejor designarlo con otro nombre, para que su mención no evoque la tragedia y el dolor. En la imaginería popular, el 11/9 es una fecha conmemorativa del resurgimiento del patriotismo estadounidense: la bandera vuelve a ondear por todas partes y se ve con recelo a todo aquel que no se alinee con la doctrina oficial. El mesianismo de Bush, criticable en otras condiciones, resulta lo más adecuado para hacer frente al fanatismo religioso de los "otros".
Después de los atentados de Madrid, el 11 de marzo de 2004, la prensa retomó la designación impuesta por los intereses de Bush y compañía y los designó como "11-M", feliz de contar con un modelo en la siempre difícil labor de cabecear sus notas. Pero no hay que dejarse engañar por las semejanzas. Los atentados de Atocha tuvieron el efecto contrario de los atentados de las Torres Gemelas. El manejo informativo que de ellos hizo el gobierno de José María Aznar prácticamente provocó su caída, pues trató de engañar a la opinión pública achacándolos a la ETA para no tener que reconocer que su implicación en la guerra de Irak había vuelto a España blanco del terrorismo de al-Qaida. Pocos días después, los españoles demostraron en las urnas lo que opinaban de la versión oficial y sacaron al Partido Popular de Aznar del palacio de la Moncloa.
Ahora se da un caso parecido en Londres donde se impulsa la teoría de los "terroristas solitarios", para ocultar la evidencia de que su apoyo a la guerra en Irak es la motivación del atentado. Bastante trabajo le va a costar al gobierno de Tony Blair convencer a su pueblo de que su alineación con la política estadounidense no tiene nada qué ver con el hecho de haber sido blanco de los ataques. Primero, porque la pista de al-Qaida está por todas partes. Desde la atribución reclamada por un grupo perteneciente a esa red, hasta el modus operandi. Tampoco es posible descartar la pista pakistaní: tres de los cuatro autores de los atentados son de familia de inmigrantes pakistaníes y estuvieron en Pakistán recientemente. Y no es posible descartar a Pakistán dado que este país se convirtió en refugio de los talibanes a la caída del régimen teocrático de Afganistán, en noviembre de 2001.
No obstante, en la premura de la hora del cierre, la prensa no se detiene a razonar ni a hacer distingos. ¿Se trata de un atentado? ¡Ea, vamos a designarlo con la fecha, tal como ya nos enseñó a hacerlo Bush! Y así, en periódicos supuestamente "progres", empezamos a ver el "7-J" empleado a diestra y siniestra. Al parecer, el afán es poblar el calendario con fechas conmemorativas que nos mantegan en las trincheras de la lucha contra el otro, designado en estos tiempos de posguerra fría como "terrorista islamista".
...porque la vida no es un experimento, sino una experiencia.
21 julio, 2005
20 abril, 2005
Habemus papam
Para dar muestras de unidad, en estos tiempos turbulentos en los que a los ojos del mundo, la Iglesia Católica parece dividida entre dos fuertes corrientes —que para efectos de simplificación podríamos llamar “conservadora” y “reformista”—, el cónclave iniciado el lunes para elegir al sucesor de Juan Pablo II anunció, apenas 26 horas después, la elección del cardenal alemán Josef Ratzinger como nuevo papa, con el nombre de Benito XVI.
Si consideramos que los ocho cónclaves precedentes, los sucedidos en el siglo XX, duraron en promedio tres días, la celeridad con la que los cardenales se pusieron de acuerdo en esta ocasión manifiesta el deseo de distanciarse de las disputas que atraviesan por las diversas corrientes de la Iglesia. Pero hay más. La elección del cardenal Ratzinger apuntala la continuidad en el rumbo de la Iglesia, refuerza el control doctrinario, favorece a las corrientes conservadoras, cancela el diálogo ecuménico —pese a las promesas de mantenerlo que hiciera el día mismo de su elección— y promete, como querían muchos, un reinado no muy largo, en virtud de la avanzada edad del ahora papa Benito XVI.
Al igual que Karol Wojtyla, Ratzinger asistió en calidad de experto al segundo concilio vaticano, en el que apareció favorable a las reformas de la Iglesia. Sin embargo, pocos años después, asustado por la “deriva materialista” de fines de los años sesenta —encarnada en los movimientos juveniles de 1968 en todo el mundo—, Ratzinger se replegó hacia un conservadurismo que habría de oponerlo a sus posiciones iniciales.
En 1978, tras haber sido obispo de Munich, Ratzinger fue nombrado cardenal, todavía por Pablo VI (recordemos que ese año hubo tres papas). Y en 1981, Juan Pablo II lo colocó en la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Para quienes el nombre de esta oficina no les diga nada, debemos señalar que es la heredera del Santo Oficio, mejor conocida como inquisición.
En su cargo de gran inquisidor, y como allegado de Juan Pablo II, Ratzinger estuvo en el origen de muchas de las tomas de postura que causaron el encono de la Iglesia con los sectores progresistas. Fue inspirador y ejecutor de los castigos aplicados a los sacerdotes de la teología de la liberación. A través de sus instrucciones, Ratzinger defendió las tesis más conservadoras, atacando en especial la ordenación femenina, el matrimonio homosexual, la planificación familiar y las investigaciones médicas con células de fetos. En su Donum vitae, de 1987, criticó la procreación humana con ayuda médica (única esperanza de tener hijos para algunas parejas) y en Dominus Iesus proclamó tajante la supremacía de la Iglesia Católica sobre todas las demás confesiones.
Aparte del deseo de mantener la unidad y la continuidad en un pontificado de transición, la elección de Ratzinger sin duda obedece a factores más humanos. Ciento quince de los cardenales asistentes al cónclave fueron nombrados por Juan Pablo II y, por tanto, no tenían ninguna experiencia en este tipo de procedimientos. Asimismo, si su fidelidad como cardenales estaba con Juan Pablo II, fue natural que se inclinaran por aquel a quien veían no sólo como su heredero espiritual, sino como el inspirador de las grandes líneas doctrinales de su pontificado.
La llegada de Ratzinger a la cabeza de la Iglesia Católica no suscita esperanzas sino miedo en los sectores progresistas. Las urgentes reformas de la Iglesia habrán de esperar tiempos mejores.
Si consideramos que los ocho cónclaves precedentes, los sucedidos en el siglo XX, duraron en promedio tres días, la celeridad con la que los cardenales se pusieron de acuerdo en esta ocasión manifiesta el deseo de distanciarse de las disputas que atraviesan por las diversas corrientes de la Iglesia. Pero hay más. La elección del cardenal Ratzinger apuntala la continuidad en el rumbo de la Iglesia, refuerza el control doctrinario, favorece a las corrientes conservadoras, cancela el diálogo ecuménico —pese a las promesas de mantenerlo que hiciera el día mismo de su elección— y promete, como querían muchos, un reinado no muy largo, en virtud de la avanzada edad del ahora papa Benito XVI.
Al igual que Karol Wojtyla, Ratzinger asistió en calidad de experto al segundo concilio vaticano, en el que apareció favorable a las reformas de la Iglesia. Sin embargo, pocos años después, asustado por la “deriva materialista” de fines de los años sesenta —encarnada en los movimientos juveniles de 1968 en todo el mundo—, Ratzinger se replegó hacia un conservadurismo que habría de oponerlo a sus posiciones iniciales.
En 1978, tras haber sido obispo de Munich, Ratzinger fue nombrado cardenal, todavía por Pablo VI (recordemos que ese año hubo tres papas). Y en 1981, Juan Pablo II lo colocó en la prefectura de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Para quienes el nombre de esta oficina no les diga nada, debemos señalar que es la heredera del Santo Oficio, mejor conocida como inquisición.
En su cargo de gran inquisidor, y como allegado de Juan Pablo II, Ratzinger estuvo en el origen de muchas de las tomas de postura que causaron el encono de la Iglesia con los sectores progresistas. Fue inspirador y ejecutor de los castigos aplicados a los sacerdotes de la teología de la liberación. A través de sus instrucciones, Ratzinger defendió las tesis más conservadoras, atacando en especial la ordenación femenina, el matrimonio homosexual, la planificación familiar y las investigaciones médicas con células de fetos. En su Donum vitae, de 1987, criticó la procreación humana con ayuda médica (única esperanza de tener hijos para algunas parejas) y en Dominus Iesus proclamó tajante la supremacía de la Iglesia Católica sobre todas las demás confesiones.
Aparte del deseo de mantener la unidad y la continuidad en un pontificado de transición, la elección de Ratzinger sin duda obedece a factores más humanos. Ciento quince de los cardenales asistentes al cónclave fueron nombrados por Juan Pablo II y, por tanto, no tenían ninguna experiencia en este tipo de procedimientos. Asimismo, si su fidelidad como cardenales estaba con Juan Pablo II, fue natural que se inclinaran por aquel a quien veían no sólo como su heredero espiritual, sino como el inspirador de las grandes líneas doctrinales de su pontificado.
La llegada de Ratzinger a la cabeza de la Iglesia Católica no suscita esperanzas sino miedo en los sectores progresistas. Las urgentes reformas de la Iglesia habrán de esperar tiempos mejores.
12 abril, 2005
Del matrimonio sacerdotal
La mayoría de las críticas que se le enderezan a la Iglesia Católica y en general a cualquier institución religiosa giran en torno a su actuación en el mundo, a su relación con la sociedad o con el poder. Pocas veces escuchamos discusiones doctrinales, salvo cuando los miembros de una denominación atacan a otra para justificar su existencia. Por ejemplo, los testigos de Jehová que no creen en el infierno, los católicos tridentinos que rechazan los cambios rituales decididos en el segundo concilio vaticano (y que hacen que el sacerdote celebre la misa de frente a la grey, no de espaldas) o simplemente los protestantes, que niegan la intercesión de los santos.
Fuera de estas disputas internas, quienes atacan a la Iglesia le echan en cara desde las cruzadas y la inquisición, hasta la perversión de menores a cargo de sacerdotes pedófilos, pasando por el boato y las riquezas materiales de una institución religiosa convertida en estado. Claro que esta crítica está muy justificada. Cuando se organiza la fe, que es un fenómeno privado, ésta se convierte en un objeto social que no puede escapar a las determinaciones materiales pretextando su origen metafísico.
Todo lo contrario. La delicada naturaleza de su origen confiere mayor responsabilidad a los encargados de administrar la fe. Si en su aspecto externo la religión se basa en la moral, de ahí se desprende la necesidad de que los representantes de cualquier institución religiosa la tengan intachable. Pero es en este renglón donde más abundan no sólo las críticas, sino incluso las demandas judiciales en contra de los sacerdotes que, abusando de su situación de asesores espirituales que les da un acceso privilegiado a la intimidad de quienes se les acercan en busca de consejo, no tienen escrúpulos en iniciar a los menores en prácticas sexuales condenadas por su misma religión.
Estos escándalos de pedofilia han sacudido a la Iglesia en Estados Unidos y en Austria principalmente, pero también en muchos otros países. También en México, por desgracia, se dio el caso del padre Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo, a quien las acusaciones de pedofilia que se le lanzaron no le hicieron mella por contar con la protección papal. En Estados Unidos, la Iglesia ha tenido que pagar millones de dólares por concepto de indemnización a las víctimas de tales sacerdotes corruptores. Aun más, el cardenal Bernard Law, arzobispo de Boston, se vio obligado a renunciar a su cargo al revelarse que había tratado de encubrir un escándalo, transfiriendo a otras parroquias a los acerdotes acusados de pedofilia.
La Iglesia siempre ha declarado que estos casos son excepcionales, que de ninguna manera constituyen la norma y que están fuera de su estructura. Sin embargo, su alarmante frecuencia debería obligarla a una reflexión más profunda, que fuera más allá de la mecánica petición de disculpas, el cínico pago de compensaciones millonarias que equivale a comprar el silencio de los afectados y a las leves sanciones impuestas a los culpables. Es decir, debería analizarse si este problema tan generalizado, lejos de ser una suma de casos aislados, no se origina en la estructura misma de la Iglesia, por lo que resultaría imposible erradicarlo sin pasar por una profunda reforma de la institución.
Un análisis de este tipo nos llevaría a pensar que sí se trata de una falla estructural, originada precisamente en el antinatural celibato que se le impone a los sacerdotes. Vigente en forma obligatoria apenas desde el siglo XII cuando fue decretado por el papa Inocencio II, el celibato no sólo es causa de la pérdida de vocaciones, sino también de las perversiones que tanto han dañado la imagen de la Iglesia como abanderada de la moral. No todos los sacerdotes pueden sublimar su libido y convertirla en fuerza espiritual; para ello es necesaria una disciplina de la que carece la mayoría. Lo más común es que ese impulso sexual se desvíe a causa de la represión a la que se somete. Esta desviación, como es lógico, encuentra su escape en las personas que rodean al individuo: en los compañeros del seminario en primer lugar, pero también y lamentablemente cada vez con mayor frecuencia en los menores, que se encuentran en situación de sometimiento a la autoridad del sacerdote, ya sea por ser éste un profesor o un confesor, lo que los vuelve fáciles víctimas de esas perversiones.
Si se define así la causa del problema, para el laico la solución salta a la vista: permitir el matrimonio de los sacerdotes católicos, como se permite en tantas otras iglesias el de sus respectivos ministros. El voto del celibato no encuentra apoyo escritural, más bien sucede lo contrario. Los apóstoles fueron casados y eso no les impidió seguir las huellas del Pescador. ¿Por qué no se le permite a sus descendientes?
Fuera de estas disputas internas, quienes atacan a la Iglesia le echan en cara desde las cruzadas y la inquisición, hasta la perversión de menores a cargo de sacerdotes pedófilos, pasando por el boato y las riquezas materiales de una institución religiosa convertida en estado. Claro que esta crítica está muy justificada. Cuando se organiza la fe, que es un fenómeno privado, ésta se convierte en un objeto social que no puede escapar a las determinaciones materiales pretextando su origen metafísico.
Todo lo contrario. La delicada naturaleza de su origen confiere mayor responsabilidad a los encargados de administrar la fe. Si en su aspecto externo la religión se basa en la moral, de ahí se desprende la necesidad de que los representantes de cualquier institución religiosa la tengan intachable. Pero es en este renglón donde más abundan no sólo las críticas, sino incluso las demandas judiciales en contra de los sacerdotes que, abusando de su situación de asesores espirituales que les da un acceso privilegiado a la intimidad de quienes se les acercan en busca de consejo, no tienen escrúpulos en iniciar a los menores en prácticas sexuales condenadas por su misma religión.
Estos escándalos de pedofilia han sacudido a la Iglesia en Estados Unidos y en Austria principalmente, pero también en muchos otros países. También en México, por desgracia, se dio el caso del padre Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo, a quien las acusaciones de pedofilia que se le lanzaron no le hicieron mella por contar con la protección papal. En Estados Unidos, la Iglesia ha tenido que pagar millones de dólares por concepto de indemnización a las víctimas de tales sacerdotes corruptores. Aun más, el cardenal Bernard Law, arzobispo de Boston, se vio obligado a renunciar a su cargo al revelarse que había tratado de encubrir un escándalo, transfiriendo a otras parroquias a los acerdotes acusados de pedofilia.
La Iglesia siempre ha declarado que estos casos son excepcionales, que de ninguna manera constituyen la norma y que están fuera de su estructura. Sin embargo, su alarmante frecuencia debería obligarla a una reflexión más profunda, que fuera más allá de la mecánica petición de disculpas, el cínico pago de compensaciones millonarias que equivale a comprar el silencio de los afectados y a las leves sanciones impuestas a los culpables. Es decir, debería analizarse si este problema tan generalizado, lejos de ser una suma de casos aislados, no se origina en la estructura misma de la Iglesia, por lo que resultaría imposible erradicarlo sin pasar por una profunda reforma de la institución.
Un análisis de este tipo nos llevaría a pensar que sí se trata de una falla estructural, originada precisamente en el antinatural celibato que se le impone a los sacerdotes. Vigente en forma obligatoria apenas desde el siglo XII cuando fue decretado por el papa Inocencio II, el celibato no sólo es causa de la pérdida de vocaciones, sino también de las perversiones que tanto han dañado la imagen de la Iglesia como abanderada de la moral. No todos los sacerdotes pueden sublimar su libido y convertirla en fuerza espiritual; para ello es necesaria una disciplina de la que carece la mayoría. Lo más común es que ese impulso sexual se desvíe a causa de la represión a la que se somete. Esta desviación, como es lógico, encuentra su escape en las personas que rodean al individuo: en los compañeros del seminario en primer lugar, pero también y lamentablemente cada vez con mayor frecuencia en los menores, que se encuentran en situación de sometimiento a la autoridad del sacerdote, ya sea por ser éste un profesor o un confesor, lo que los vuelve fáciles víctimas de esas perversiones.
Si se define así la causa del problema, para el laico la solución salta a la vista: permitir el matrimonio de los sacerdotes católicos, como se permite en tantas otras iglesias el de sus respectivos ministros. El voto del celibato no encuentra apoyo escritural, más bien sucede lo contrario. Los apóstoles fueron casados y eso no les impidió seguir las huellas del Pescador. ¿Por qué no se le permite a sus descendientes?
08 abril, 2005
Las asignaturas pendientes de la Iglesia
En medio del mar de alabanzas surgidas en torno de la figura del papa
Juan Pablo II, con motivo de su muerte, han sido pocas las voces que se
han atrevido a cuestionar el legado que le deja a su Iglesia. Es
comprensible que así sea. En esta hora de luto mundial, cuando en los
funerales de Karol Wojtyla estuvieron representados más países que en la
misma Organización de las Naciones Unidas, parecería de mal tono
establecer un inventario crítico de su pontificado. Pero es necesario
hacerlo, pues en la elección del futuro papa habrán de pesar
consideraciones basadas en las fallas —o al menos ambigüedades— de Juan
Pablo II, ya sea para remediarlas o para seguirlas cubriendo. En todo
caso, la solución a los temas que deja pendiente Karol el Grande habrá
de decidir el rumbo que tome la Iglesia en este siglo XXI.
Uno de los problemas más grandes a los que habrá de enfrentarse el
sucesor de Juan Pablo II es el creciente divorcio entre la Iglesia y la
sociedad contemporánea. Miles de fieles se han alejado de la Iglesia por
no poder compartir su postura en temas que están en la orden del día del
mundo cotidiano: desde el control natal y el aborto, hasta el papel de
la mujer en la Iglesia y el matrimonio homosexual. Así vemos a toda una
generación de jóvenes llamarse católicos pero sin someterse
estrictamente a las normas eclesiásticas. Parejas que se casan por la
Iglesia, pero que desdeñan sus admoniciones contra la píldora y otras
formas artificiales de control natal. Personas que viven en unión libre
o divorciados vueltos a casar que asisten a la misa semanal, aun a
sabiendas de que para la Iglesia viven en pecado.
Sí, el tímido aggiornamento que vivió la Iglesia después del segundo
concilio Vaticano (1962-1965) —en el que, por cierto Karol Wojtyla
participó activamente— sufrió un feroz retroceso durante el papado de
Juan Pablo II, quizá preocupado por el rumbo que tomara la Iglesia
posconciliar durante Paulo VI.
Dos de los teólogos más críticos de la institución eclesiástica, el
suizo Hans Küng y el brasileño Leonardo Boff, coincideron recientemente
en criticar la desviación de rumbo que significó el pontificado
wojtyliano, a la que Boff no vaciló en calificar tajantemente de
contrarreforma.
Sin haber perdido su carácter de sacerdote, pero con la prohibición de
enseñar dentro de la Iglesia, Küng impartió la cátedra de teología
ecuménica en la Universidad de Tubingen, Alemania, hasta su retiro, en
1995. Es presidente de la Fundación de Ética Global y, a ese título, ha
sido asesor de las Naciones Unidas. En un artículo publicado en la
revista alemana Der Spiegel, Küng señala las grandes contradicciones que
caracterizaron a Juan Pablo II.
Si bien el papa defendió los derechos humanos en los países
autoritarios, se los negó a los obispos, recortando la autoridad de los
sínodos diocesianos —prevista precisamente en el concilio Vaticano— para
concentrarla en la Curia Romana. Asimismo, silenció a los teólogos
disidentes como al propio Küng, por ejemplo, así como a Boff, a quien se
le prohibió predicar, hasta que se vio obligado a renunciar al
sacerdocio. Y a las mujeres les siguió negando toda participación en la
Iglesia.
Toda su intensa actividad pastoral, sus incansables viajes pastorales
por todo el mundo, se vieron contrarrestados por la alarmante pérdida de
las vocaciones sacerdotales. En Estados Unidos, por ejemplo, durante el
reinado de Juan Pablo II se perdió el 40 por ciento de los sacerdotes
católicos. Se menciona, sí, el gozoso aumento de católicos en ese mismo
periodo, de 750 a mil millones. Pero no se contextualiza esa cifra con
el aumento demográfico: en 1978, año de la ascensión de Juan Pablo II,
el planeta tenía 4,301 millones de habitantes, por lo que los católicos
representaban el 17.4 por ciento; en 2005 tiene 6,372 millones y los
católicos constituyen el 15.6 por ciento. El número proporcional más o
menos se mantuvo en el mismo orden (no digamos que se redujo para no ser
tachados de estrictos), lo cual es tanto más alarmante cuanto que la
población católica suele tener tasas de crecimiento más altas que las de
otras religiones. En todo caso, ese aumento de fieles de la Iglesia no
puede atribuirse más que a la explosión demográfica.
A pesar de su celebrado ecumenismo, Juan Pablo II siempre se opuso a la
comunidad de celebración entre protestantes y católicos. Y aunque
reconociera los valores morales de otras religiones, no dejaba de
presentarlas como formas deficitarias de la fe, reservando el camino de
salvación exclusivamente a la Iglesia Católica.
De los temas que Karol Wojtyla dejó pendientes para su sucesor, éstos
sin duda son los más apremiantes. La Iglesia Católica ha llegado al
tercer milenio con un enorme adeudo, con una insostenible separación de
las realidades del mundo moderno, en franca desavenencia con el mundo de
la ciencia y con una estructura jerárquica que podría derrumbarse debido
al autoritarismo que la aqueja. Si el próximo cónclave se decidiera,
como es muy probable, por un papa de transición —un cardenal de edad que
simplemente se dedicara a la administración y a las tareas
tradicionales, alejado de los medios políticos y de comunicación a los
que fuera tan afecto Juan Pablo II—, solamente estaría posponiendo una
crisis que como solución pide a gritos el regreso al espíritu
posconciliar, una teología verdaderamente liberadora para la enorme masa
de pobres y oprimidos (no sólo una opción preferencial), un diálogo
abierto con la modernidad y con la ciencia y un abrazo sincero con las
demás religiones.
Juan Pablo II, con motivo de su muerte, han sido pocas las voces que se
han atrevido a cuestionar el legado que le deja a su Iglesia. Es
comprensible que así sea. En esta hora de luto mundial, cuando en los
funerales de Karol Wojtyla estuvieron representados más países que en la
misma Organización de las Naciones Unidas, parecería de mal tono
establecer un inventario crítico de su pontificado. Pero es necesario
hacerlo, pues en la elección del futuro papa habrán de pesar
consideraciones basadas en las fallas —o al menos ambigüedades— de Juan
Pablo II, ya sea para remediarlas o para seguirlas cubriendo. En todo
caso, la solución a los temas que deja pendiente Karol el Grande habrá
de decidir el rumbo que tome la Iglesia en este siglo XXI.
Uno de los problemas más grandes a los que habrá de enfrentarse el
sucesor de Juan Pablo II es el creciente divorcio entre la Iglesia y la
sociedad contemporánea. Miles de fieles se han alejado de la Iglesia por
no poder compartir su postura en temas que están en la orden del día del
mundo cotidiano: desde el control natal y el aborto, hasta el papel de
la mujer en la Iglesia y el matrimonio homosexual. Así vemos a toda una
generación de jóvenes llamarse católicos pero sin someterse
estrictamente a las normas eclesiásticas. Parejas que se casan por la
Iglesia, pero que desdeñan sus admoniciones contra la píldora y otras
formas artificiales de control natal. Personas que viven en unión libre
o divorciados vueltos a casar que asisten a la misa semanal, aun a
sabiendas de que para la Iglesia viven en pecado.
Sí, el tímido aggiornamento que vivió la Iglesia después del segundo
concilio Vaticano (1962-1965) —en el que, por cierto Karol Wojtyla
participó activamente— sufrió un feroz retroceso durante el papado de
Juan Pablo II, quizá preocupado por el rumbo que tomara la Iglesia
posconciliar durante Paulo VI.
Dos de los teólogos más críticos de la institución eclesiástica, el
suizo Hans Küng y el brasileño Leonardo Boff, coincideron recientemente
en criticar la desviación de rumbo que significó el pontificado
wojtyliano, a la que Boff no vaciló en calificar tajantemente de
contrarreforma.
Sin haber perdido su carácter de sacerdote, pero con la prohibición de
enseñar dentro de la Iglesia, Küng impartió la cátedra de teología
ecuménica en la Universidad de Tubingen, Alemania, hasta su retiro, en
1995. Es presidente de la Fundación de Ética Global y, a ese título, ha
sido asesor de las Naciones Unidas. En un artículo publicado en la
revista alemana Der Spiegel, Küng señala las grandes contradicciones que
caracterizaron a Juan Pablo II.
Si bien el papa defendió los derechos humanos en los países
autoritarios, se los negó a los obispos, recortando la autoridad de los
sínodos diocesianos —prevista precisamente en el concilio Vaticano— para
concentrarla en la Curia Romana. Asimismo, silenció a los teólogos
disidentes como al propio Küng, por ejemplo, así como a Boff, a quien se
le prohibió predicar, hasta que se vio obligado a renunciar al
sacerdocio. Y a las mujeres les siguió negando toda participación en la
Iglesia.
Toda su intensa actividad pastoral, sus incansables viajes pastorales
por todo el mundo, se vieron contrarrestados por la alarmante pérdida de
las vocaciones sacerdotales. En Estados Unidos, por ejemplo, durante el
reinado de Juan Pablo II se perdió el 40 por ciento de los sacerdotes
católicos. Se menciona, sí, el gozoso aumento de católicos en ese mismo
periodo, de 750 a mil millones. Pero no se contextualiza esa cifra con
el aumento demográfico: en 1978, año de la ascensión de Juan Pablo II,
el planeta tenía 4,301 millones de habitantes, por lo que los católicos
representaban el 17.4 por ciento; en 2005 tiene 6,372 millones y los
católicos constituyen el 15.6 por ciento. El número proporcional más o
menos se mantuvo en el mismo orden (no digamos que se redujo para no ser
tachados de estrictos), lo cual es tanto más alarmante cuanto que la
población católica suele tener tasas de crecimiento más altas que las de
otras religiones. En todo caso, ese aumento de fieles de la Iglesia no
puede atribuirse más que a la explosión demográfica.
A pesar de su celebrado ecumenismo, Juan Pablo II siempre se opuso a la
comunidad de celebración entre protestantes y católicos. Y aunque
reconociera los valores morales de otras religiones, no dejaba de
presentarlas como formas deficitarias de la fe, reservando el camino de
salvación exclusivamente a la Iglesia Católica.
De los temas que Karol Wojtyla dejó pendientes para su sucesor, éstos
sin duda son los más apremiantes. La Iglesia Católica ha llegado al
tercer milenio con un enorme adeudo, con una insostenible separación de
las realidades del mundo moderno, en franca desavenencia con el mundo de
la ciencia y con una estructura jerárquica que podría derrumbarse debido
al autoritarismo que la aqueja. Si el próximo cónclave se decidiera,
como es muy probable, por un papa de transición —un cardenal de edad que
simplemente se dedicara a la administración y a las tareas
tradicionales, alejado de los medios políticos y de comunicación a los
que fuera tan afecto Juan Pablo II—, solamente estaría posponiendo una
crisis que como solución pide a gritos el regreso al espíritu
posconciliar, una teología verdaderamente liberadora para la enorme masa
de pobres y oprimidos (no sólo una opción preferencial), un diálogo
abierto con la modernidad y con la ciencia y un abrazo sincero con las
demás religiones.
05 abril, 2005
Hacia un diálogo realmente ecuménico
El cadenal Angelo Sodano, secretario de Estado saliente y mombrado entre
los papabili, aseguró que "Juan Pablo II, el Grande", había muerto en
"la serenidad de los santos". No hay nada de banal en esta afirmación,
pues la Iglesia sólo llama grandes a los papas canonizados. Por esto
mismo, estas palabras se han tomado como indicio de que Juan Pablo II
entrará al santoral católico al que, por cierto, nutrió más que todos
sus predecesores juntos.
Es imposible poner en duda la grandeza de este papa, sobre todo por su
dilatada actividad fuera de la Iglesia. Se le atribuye con toda justicia
un decisivo papel en la caída del bloque soviético, recordando su
intervención ante su compatriota Wojciek Jaruzelski, en ese tiempo
presidente de Polonia, para que permitiera elecciones libres en su país.
De ese escrutinio histórico saldría vencedor el movimiento sindical
Solidaridad, lo cual tuvo un efecto de dominó que se extendió por todas
las repúblicas que integraban el Pacto de Varsovia.
No menos importante fue su apasionada defensa de los derechos humanos
en su calidad de sustento teórico de la doctrina cristiana donde
quiera que Juan Pablo II considerara que estuvieran siendo pisoteados.
Y, aunque no tuvieron efecto, tampoco podemos olvidar su decidida
oposición a la intervención estadounidense en Irak, así como sus
repetidas condenas a toda forma de violencia como vía de solución de
problemas, o a lo que podríamos llamar orwellianamente la guerra como
camino a la paz, basada en la fórmula latina si vis pacem, para bellum.
Con todo lo progresista que nos puedan parecer estas posturas de una
Iglesia que, al menos en el siglo XX, pasó por el bochorno de aliarse
con los regímenes fascistas y de cerrar los ojos antes los crímenes
nazis, tampoco debemos olvidar que el papado de Juan Pablo II se
caracterizó por un férreo apego a la tradición y por una marcha atrás en
algunos aspectos de los avances logrados en el segundo concilio vaticano.
En efecto, la Iglesia wojtyliana desdeñó olímpicamente temas que la
modernidad ha puesto en el centro del foro: la posición de la mujer, el
control natal, el aborto, el matrimonio homosexual siguieron rigiéndose
por las mismas normas de hace siglos, sin que la jerarquía católica
acusara recibo de los cambios sociales que hacen urgente su reforma.
Se alaba a Juan Pablo II se espíritu de apertura hacia las otras
confesiones. Y al hablarse de este tema invariablemente se mencionan sus
viajes a países de predominancia no católica, su histórica visita a la
sinagoga de Roma (13 de abril de 1986), el establecimiento de relaciones
diplomáticas con Israel (30 de diciembre de 1993) y su visita en el 2000
a Yad Vashem, el monumento a las víctimas del genocidio nazi, en
Jerusalén. Asimismo, no sólo visitó países musulmanes, sino también
algunos, como Nigeria y el Sudán, donde rige la sharia. El 6 de mayo de
2001 visitó asimismo la mezquita de los omeyas, en Damasco, una de las
más prestigiosas del islam. En 1985, incluso llegó a reconocer, ante los
musulmanes de Marruecos, que "nosotros adoramos al mismo Dios". Y en su
afán de tender puentes verdadera función de un pontífice tampoco
dejó de visitar a la India. El esfuerzo ecuménico de Juan Pablo II fue
tal que el sector conservador de la Iglesia lo calificaba de
sincretismo y, por cierto, la oficina encargada de llevarlo a cabo, el
secretariado para los no creyentes, estuvo presidida por el cardenal
nigeriano Francis Arinze, otro de los papabili.
A este espíritu ecuménico de la Iglesia le llaman el espíritu de Asís,
por la ciudad italiana donde, el 27 de octubre de 1986, tuvo lugar una
jornada de oraciones con más de doscientos representantes de todas las
confesiones. Ahí oraron por la paz mundial hindúes, budistas, sijes,
musulmanes, judíos, católicos y cristianos de todas las denominaciones.
Sin embargo, el diálogo ecuménico de la Iglesia se caracteriza por estar
centrado en el catolicismo. Esa apertura no significa que salga a
reunirse con otras religiones, sino tan sólo que abre sus puertas para
que otros creyentes se le acerquen. Su postura, pues, es de un diálogo
condicionado bajo sus términos, rasgo que no permite esperar resultados
muy positivos en ese dominio.
Además de esta característica, la mencionada resistencia a la apertura
ha producido resultados por lo menos contradictorios. Así tuvimos, en el
año 2000, la declaración Dominus Iesus, emitida por el poderoso
cardenal Josef Ratzinger (otro papabile), en la que tajantemente
advierte, con alarmantes ecos medievales, que fuera de la Iglesia no hay
salvación posible. En su empeño por combatir el relativismo reinante,
que quiere que todas las religiones, practicadas en forma sincera,
llevan a fin de cuentas a la salvación del alma, el prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe (es decir, heredero del gran
inquisidor) declara llanamente que la moral de las demás confesiones
puede ser buena, pero que no conduce a la salvación, reservando ésta al
camino señalado por Cristo.
No es atribuible esta cerrazón sólo al cardenal Ratzinger. El propio
Juan Pablo II, en su obra Cruzando el umbral de la esperanza (1994)
advierte que el budismo es una "soterología negativa" y un sistema ateo.
No tiene nada de extraordinario caracterizar al budismo como sistema
ateo. De hecho, así es: una moral atea, que devuelve al hombre toda la
responsabilidad de su salvación. Tampoco se equivoca el papa al decir
que la soterología budista (la doctrina de salvación) es negativa,
siempre y cuando lo haga en términos filosóficos, no comunes.
Es decir, el hecho de que sea negativa no significa que sea mala.
Significa que la salvación del budismo se basa en la disolución del ser
en un concepto incomprensible para el hombre, llamado nirvana (o
nibbana, conforme a la lengua de los textos canónicos budistas, el
pali), muy a diferencia de la unión con Dios, activa y positiva, a la
que se aspira en las religiones teístas. Sí, el budismo carece de dioses
por lo que es ateo. Pero este adjetivo, que en sí mismo sólo define una
característica, se vuelve peyorativo en labios de quien dice representar
a Dios en la Tierra, con sus ecos de guerra fría, cuando se condenaba al
comunismo precisamente por ser ateo.
Y, valga como anécdota, algo bueno ha de haber tenido el Buda, cuando la
misma Iglesia Católica lo consideró digno de ser incorporado a su
santoral con el nombre de Josafat, corrupción de Bodhisatva, uno de
los títulos de Buda.
En fin, si las palabras de Juan Pablo II fueron algo más que gestos
diplomáticos, cuando llamó a los judíos "hermanos mayores" y cuando
afirmó que cristianos y musulmanes adoran al mismo Dios (que, por
cierto, resulta ser el mismo Dios de los judíos), si sus tentativas de
acercarse a las iglesias orientales fueron sinceras y no sólo motivadas
por el deseo de proteger a las minorías católicas de esos países, el
legado de este papa en términos de diálogo ecuménico habrá de ser
enorme. Los obstáculos habrán de venir por parte de las corrientes
conservadoras, deseosas de preservar para sí sus cuotas de poder. Un
Ratzinger convertido en papa daría marcha a todos los avances en ese
terreno. Pero aun Francis Arinze, con su experiencia en el acercamiento
con otras confesiones, poco podría hacer para oponerse a las batallas
que habrán de librar los conservadores para seguir detentando el
monopolio del camino salvífico, con el ánimo, claro, de regentear las
casetas de peaje.
los papabili, aseguró que "Juan Pablo II, el Grande", había muerto en
"la serenidad de los santos". No hay nada de banal en esta afirmación,
pues la Iglesia sólo llama grandes a los papas canonizados. Por esto
mismo, estas palabras se han tomado como indicio de que Juan Pablo II
entrará al santoral católico al que, por cierto, nutrió más que todos
sus predecesores juntos.
Es imposible poner en duda la grandeza de este papa, sobre todo por su
dilatada actividad fuera de la Iglesia. Se le atribuye con toda justicia
un decisivo papel en la caída del bloque soviético, recordando su
intervención ante su compatriota Wojciek Jaruzelski, en ese tiempo
presidente de Polonia, para que permitiera elecciones libres en su país.
De ese escrutinio histórico saldría vencedor el movimiento sindical
Solidaridad, lo cual tuvo un efecto de dominó que se extendió por todas
las repúblicas que integraban el Pacto de Varsovia.
No menos importante fue su apasionada defensa de los derechos humanos
en su calidad de sustento teórico de la doctrina cristiana donde
quiera que Juan Pablo II considerara que estuvieran siendo pisoteados.
Y, aunque no tuvieron efecto, tampoco podemos olvidar su decidida
oposición a la intervención estadounidense en Irak, así como sus
repetidas condenas a toda forma de violencia como vía de solución de
problemas, o a lo que podríamos llamar orwellianamente la guerra como
camino a la paz, basada en la fórmula latina si vis pacem, para bellum.
Con todo lo progresista que nos puedan parecer estas posturas de una
Iglesia que, al menos en el siglo XX, pasó por el bochorno de aliarse
con los regímenes fascistas y de cerrar los ojos antes los crímenes
nazis, tampoco debemos olvidar que el papado de Juan Pablo II se
caracterizó por un férreo apego a la tradición y por una marcha atrás en
algunos aspectos de los avances logrados en el segundo concilio vaticano.
En efecto, la Iglesia wojtyliana desdeñó olímpicamente temas que la
modernidad ha puesto en el centro del foro: la posición de la mujer, el
control natal, el aborto, el matrimonio homosexual siguieron rigiéndose
por las mismas normas de hace siglos, sin que la jerarquía católica
acusara recibo de los cambios sociales que hacen urgente su reforma.
Se alaba a Juan Pablo II se espíritu de apertura hacia las otras
confesiones. Y al hablarse de este tema invariablemente se mencionan sus
viajes a países de predominancia no católica, su histórica visita a la
sinagoga de Roma (13 de abril de 1986), el establecimiento de relaciones
diplomáticas con Israel (30 de diciembre de 1993) y su visita en el 2000
a Yad Vashem, el monumento a las víctimas del genocidio nazi, en
Jerusalén. Asimismo, no sólo visitó países musulmanes, sino también
algunos, como Nigeria y el Sudán, donde rige la sharia. El 6 de mayo de
2001 visitó asimismo la mezquita de los omeyas, en Damasco, una de las
más prestigiosas del islam. En 1985, incluso llegó a reconocer, ante los
musulmanes de Marruecos, que "nosotros adoramos al mismo Dios". Y en su
afán de tender puentes verdadera función de un pontífice tampoco
dejó de visitar a la India. El esfuerzo ecuménico de Juan Pablo II fue
tal que el sector conservador de la Iglesia lo calificaba de
sincretismo y, por cierto, la oficina encargada de llevarlo a cabo, el
secretariado para los no creyentes, estuvo presidida por el cardenal
nigeriano Francis Arinze, otro de los papabili.
A este espíritu ecuménico de la Iglesia le llaman el espíritu de Asís,
por la ciudad italiana donde, el 27 de octubre de 1986, tuvo lugar una
jornada de oraciones con más de doscientos representantes de todas las
confesiones. Ahí oraron por la paz mundial hindúes, budistas, sijes,
musulmanes, judíos, católicos y cristianos de todas las denominaciones.
Sin embargo, el diálogo ecuménico de la Iglesia se caracteriza por estar
centrado en el catolicismo. Esa apertura no significa que salga a
reunirse con otras religiones, sino tan sólo que abre sus puertas para
que otros creyentes se le acerquen. Su postura, pues, es de un diálogo
condicionado bajo sus términos, rasgo que no permite esperar resultados
muy positivos en ese dominio.
Además de esta característica, la mencionada resistencia a la apertura
ha producido resultados por lo menos contradictorios. Así tuvimos, en el
año 2000, la declaración Dominus Iesus, emitida por el poderoso
cardenal Josef Ratzinger (otro papabile), en la que tajantemente
advierte, con alarmantes ecos medievales, que fuera de la Iglesia no hay
salvación posible. En su empeño por combatir el relativismo reinante,
que quiere que todas las religiones, practicadas en forma sincera,
llevan a fin de cuentas a la salvación del alma, el prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe (es decir, heredero del gran
inquisidor) declara llanamente que la moral de las demás confesiones
puede ser buena, pero que no conduce a la salvación, reservando ésta al
camino señalado por Cristo.
No es atribuible esta cerrazón sólo al cardenal Ratzinger. El propio
Juan Pablo II, en su obra Cruzando el umbral de la esperanza (1994)
advierte que el budismo es una "soterología negativa" y un sistema ateo.
No tiene nada de extraordinario caracterizar al budismo como sistema
ateo. De hecho, así es: una moral atea, que devuelve al hombre toda la
responsabilidad de su salvación. Tampoco se equivoca el papa al decir
que la soterología budista (la doctrina de salvación) es negativa,
siempre y cuando lo haga en términos filosóficos, no comunes.
Es decir, el hecho de que sea negativa no significa que sea mala.
Significa que la salvación del budismo se basa en la disolución del ser
en un concepto incomprensible para el hombre, llamado nirvana (o
nibbana, conforme a la lengua de los textos canónicos budistas, el
pali), muy a diferencia de la unión con Dios, activa y positiva, a la
que se aspira en las religiones teístas. Sí, el budismo carece de dioses
por lo que es ateo. Pero este adjetivo, que en sí mismo sólo define una
característica, se vuelve peyorativo en labios de quien dice representar
a Dios en la Tierra, con sus ecos de guerra fría, cuando se condenaba al
comunismo precisamente por ser ateo.
Y, valga como anécdota, algo bueno ha de haber tenido el Buda, cuando la
misma Iglesia Católica lo consideró digno de ser incorporado a su
santoral con el nombre de Josafat, corrupción de Bodhisatva, uno de
los títulos de Buda.
En fin, si las palabras de Juan Pablo II fueron algo más que gestos
diplomáticos, cuando llamó a los judíos "hermanos mayores" y cuando
afirmó que cristianos y musulmanes adoran al mismo Dios (que, por
cierto, resulta ser el mismo Dios de los judíos), si sus tentativas de
acercarse a las iglesias orientales fueron sinceras y no sólo motivadas
por el deseo de proteger a las minorías católicas de esos países, el
legado de este papa en términos de diálogo ecuménico habrá de ser
enorme. Los obstáculos habrán de venir por parte de las corrientes
conservadoras, deseosas de preservar para sí sus cuotas de poder. Un
Ratzinger convertido en papa daría marcha a todos los avances en ese
terreno. Pero aun Francis Arinze, con su experiencia en el acercamiento
con otras confesiones, poco podría hacer para oponerse a las batallas
que habrán de librar los conservadores para seguir detentando el
monopolio del camino salvífico, con el ánimo, claro, de regentear las
casetas de peaje.
03 abril, 2005
Non habemus papam
Sin ser católico y sobre todo sin compartir las posturas reaccionarias y
conservadoras que caracterizaron a la Iglesia de Juan Pablo II, la
muerte del papa no dejó de conmoverme, quizá por la tremenda figura que
fue, la importancia histórica de su personaje o por el dramatismo de su
enfermedad, convertida en calvario precisamente en Semana Santa.
Mil millones de católicos lloran la muerte de Karol Wojtyla, sin
interesarse realmente en quién será su sucesor. De éste se manejan unos
cinco nombres, en cábalas y análisis que en mucho recuerdan el no tan
viejo sistema de tapadismo priísta, en el que todos querían pasar por
enterados, mencionando incidentes, recordando historias y trayendo
ejemplos para sustentar sus previsiones. Pero así como en México se
decía que el que se mueve no sale en la foto, en el cónclave de
cardenales se advierte que el que entra papa, sale cardenal,
advertencia que sirve para que cada quien al menos oculte su ambición de
ocupar el solio de san Pedro.
¿Y que hay del papa negro? Las supuestas profecías de san Malaquías lo
consideran el último jefe de la Iglesia Católica y ahora la gente está
preocupada por la posibilidad de que sea elegido el cardenal Francis
Arinze, de Nigeria. Conservador, amigo de Juan Pablo II y con una
dilatada trayectoria en la política vaticana, un Arinze vuelto papa
representaría lo que muchos desean: un papado "de transición", tranquilo
y recogido en sí mismo, después del brillo y esplendor que le imprimiera
Juan Pablo II a su función. Asimismo, sus 71 años de edad permitirían
esperar un reinado no tan prolongado como el de Wojtyla, lo que
reforzaría su naturaleza transicional.
Las especulaciones están a la orden del día y en los medios tendremos
muchas oportunidades de ver a los sesudos vaticanólogos escudriñar
desde afuera lo que ocurrirá desde que se cierren las puertas de la
Sixtina hasta que el humo blanco le indique al mundo que habemus papam.
conservadoras que caracterizaron a la Iglesia de Juan Pablo II, la
muerte del papa no dejó de conmoverme, quizá por la tremenda figura que
fue, la importancia histórica de su personaje o por el dramatismo de su
enfermedad, convertida en calvario precisamente en Semana Santa.
Mil millones de católicos lloran la muerte de Karol Wojtyla, sin
interesarse realmente en quién será su sucesor. De éste se manejan unos
cinco nombres, en cábalas y análisis que en mucho recuerdan el no tan
viejo sistema de tapadismo priísta, en el que todos querían pasar por
enterados, mencionando incidentes, recordando historias y trayendo
ejemplos para sustentar sus previsiones. Pero así como en México se
decía que el que se mueve no sale en la foto, en el cónclave de
cardenales se advierte que el que entra papa, sale cardenal,
advertencia que sirve para que cada quien al menos oculte su ambición de
ocupar el solio de san Pedro.
¿Y que hay del papa negro? Las supuestas profecías de san Malaquías lo
consideran el último jefe de la Iglesia Católica y ahora la gente está
preocupada por la posibilidad de que sea elegido el cardenal Francis
Arinze, de Nigeria. Conservador, amigo de Juan Pablo II y con una
dilatada trayectoria en la política vaticana, un Arinze vuelto papa
representaría lo que muchos desean: un papado "de transición", tranquilo
y recogido en sí mismo, después del brillo y esplendor que le imprimiera
Juan Pablo II a su función. Asimismo, sus 71 años de edad permitirían
esperar un reinado no tan prolongado como el de Wojtyla, lo que
reforzaría su naturaleza transicional.
Las especulaciones están a la orden del día y en los medios tendremos
muchas oportunidades de ver a los sesudos vaticanólogos escudriñar
desde afuera lo que ocurrirá desde que se cierren las puertas de la
Sixtina hasta que el humo blanco le indique al mundo que habemus papam.
22 marzo, 2005
17 febrero, 2005
Las desventajas de vivir como rey
No es difícil ver que el hombre actual vive mucho mejor que cualquier rey de tiempos pasados. Por ejemplo, una persona de clase media que trabaje y cuente con seguro médico puede tener la tranquilidad de que, en caso de enfermedad, recibirá una atención muy superior a la que hubiera podido tener el más poderoso monarca en tiempos remotos. Sabe que no morirá de una infección, ya que puede atendérsela con productos comprados en cualquier farmacia, muchas veces sin necesidad siquiera de consultar a un médico.
En cuanto a comodidades materiales, el hombre contemporáneo vive en casas bien iluminadas con electricidad, dispone de agua fría y caliente, combate las temperaturas extremas mediante la calefacción y el aire acondicionado. Guarda sus alimentos en el refrigerador, lo cual no sólo le permite disponer de ellos fácilmente, sino que los conserva en buen estado evitando así más problemas de salud. Sus necesidades fisiológicas las satisface en cuartitos ad hoc, con higiene y sin las molestias de los olores ofensivos que emanaban de las bacinicas que solían tener los potentados de otrora bajo la cama.
El hombre actual está comunicado con sus congéneres de manera continua e inmediata: la radio, la televisión y la prensa lo mantienen al tanto de los acontecimientos que ocurren en los rincones más alejados del planeta, ya sea porque lo afecten directamente o simplemente por satisfacer la necesidad de sentirse parte de la humanidad. A diferencia del hombre de la antigüedad, el contemporáneo no tiene que esperar meses o años a que lleguen mensajeros o enviados a dar cuenta de los sucesos en las comarcas remotas. La calidad de la comunicación, por lo demás, es infinitamente superior. El teléfono, el correo (en sus dos modalidades) y los recursos audiovisuales no dejan duda en cuanto al contenido de los mensajes y evitan toda ambigüedad.
¿Qué podemos decir del ámbito del entretenimiento? El hombre contemporáneo pulsa un botón y tiene a su alcance horas y horas de los más variados espectáculos por televisión en su propia casa. O bien, puede salir y asistir al cine, al teatro y a muchas más formas de diversión: eventos deportivos, musicales y culturales en general. El hombre actual puede tener una colección de discos con las grandes obras de la música de todos los tiempos, las cuales puede escuchar en cualquier momento. Y con el video digital, esta posibilidad trasciende el sonido y se extiende también a la imagen. ¿Con qué se entretenían los reyes y la nobleza de antaño?
El hombre contemporáneo tiene acceso a la cultura. Nuestro trabajador de clase media sabe leer y escribir, privilegio otrora reservado a un estrecho círculo. Asiste a la escuela, a la universidad, a los centros de estudio y adquiere conocimientos que en tiempos antiguos lo habrían hecho pasar por mago, pero que ahora sabemos que se trata de simples explicaciones de los fenómenos de la naturaleza. Dispone de bibliotecas públicas (sin contar con los libros que pueda poseer a título personal) que harían palidecer de envidia a las exiguas colecciones que en otros tiempos estaban en posesión de algunas cuantas instituciones, casi siempre religiosas, como iglesias y monasterios.
La ingeniería automotriz hace que el más modesto vochito de cualquier burócrata actual sea definitivamente superior al más engalanado carruaje de los monarcas de siglos pasados. El mundo entero está a nuestro alcance gracias a los avances de la aviación.
Este progreso no se limita a las cosas materiales. A despecho de la inseguridad que priva en las grandes ciudades, el hombre contemporáneo vive mucho más seguro y tranquilo que sus antepasados. La difusión de conceptos como garantías individuales y derechos humanos le permite tener las herramientas jurídicas incluso para oponerse a los poderosos y defender sus derechos. Pese a las lamentables excepciones, es de fuerza observar que en la actualidad no vivimos conforme a los caprichos de los señores feudales, sino que todos estamos sometidos a las mismas leyes. Han desaparecido la inquisición y sus torturas, han sido suprimidas las penas corporales por delitos administrativos y ya nadie puede castigar a los hijos por los crímenes cometidos por los padres.
Todas estas ventajas del hombre actual con respecto de sus antepasados han sido posibles gracias a los avances de la ciencia, tanto de las ciencias exactas como de las sociales. Entonces, ¿a título de qué viene esta gente como los de la Sociedad Teosófica, la Gran Fraternidad Universal y la Nueva Acrópolis a querer enmarañarnos la mente con sus conocimientos de la antigüedad, con la supuesta superioridad de una ciencia perdida en el pasado remoto (y que de alguna manera mística ellos encontraron), con las fábulas de la sabiduría de las civilizaciones desaparecidas hace miles de años?
Nota. Debo hacer una lamentable aclaración. Sé que no todas las ventajas aquí expuestas se aplican a todas las personas por igual. Sobre todo en materia de acceso a la cultura y respeto a los derechos humanos, no todos están en igualdad de condiciones. Subsisten lamentabilísimas condiciones de atraso en muchas regiones del mundo, que hacen que sus habitantes se vean privados de estos beneficios y vivan literalmente como vivieron sus antepasados muchos siglos antes. Esto, lejos de restarle vigencia y veracidad al progreso científico, plantea la urgencia de acelerar su difusión combatiendo, entre otras cosas, las supersticiones del pasado.
En cuanto a comodidades materiales, el hombre contemporáneo vive en casas bien iluminadas con electricidad, dispone de agua fría y caliente, combate las temperaturas extremas mediante la calefacción y el aire acondicionado. Guarda sus alimentos en el refrigerador, lo cual no sólo le permite disponer de ellos fácilmente, sino que los conserva en buen estado evitando así más problemas de salud. Sus necesidades fisiológicas las satisface en cuartitos ad hoc, con higiene y sin las molestias de los olores ofensivos que emanaban de las bacinicas que solían tener los potentados de otrora bajo la cama.
El hombre actual está comunicado con sus congéneres de manera continua e inmediata: la radio, la televisión y la prensa lo mantienen al tanto de los acontecimientos que ocurren en los rincones más alejados del planeta, ya sea porque lo afecten directamente o simplemente por satisfacer la necesidad de sentirse parte de la humanidad. A diferencia del hombre de la antigüedad, el contemporáneo no tiene que esperar meses o años a que lleguen mensajeros o enviados a dar cuenta de los sucesos en las comarcas remotas. La calidad de la comunicación, por lo demás, es infinitamente superior. El teléfono, el correo (en sus dos modalidades) y los recursos audiovisuales no dejan duda en cuanto al contenido de los mensajes y evitan toda ambigüedad.
¿Qué podemos decir del ámbito del entretenimiento? El hombre contemporáneo pulsa un botón y tiene a su alcance horas y horas de los más variados espectáculos por televisión en su propia casa. O bien, puede salir y asistir al cine, al teatro y a muchas más formas de diversión: eventos deportivos, musicales y culturales en general. El hombre actual puede tener una colección de discos con las grandes obras de la música de todos los tiempos, las cuales puede escuchar en cualquier momento. Y con el video digital, esta posibilidad trasciende el sonido y se extiende también a la imagen. ¿Con qué se entretenían los reyes y la nobleza de antaño?
El hombre contemporáneo tiene acceso a la cultura. Nuestro trabajador de clase media sabe leer y escribir, privilegio otrora reservado a un estrecho círculo. Asiste a la escuela, a la universidad, a los centros de estudio y adquiere conocimientos que en tiempos antiguos lo habrían hecho pasar por mago, pero que ahora sabemos que se trata de simples explicaciones de los fenómenos de la naturaleza. Dispone de bibliotecas públicas (sin contar con los libros que pueda poseer a título personal) que harían palidecer de envidia a las exiguas colecciones que en otros tiempos estaban en posesión de algunas cuantas instituciones, casi siempre religiosas, como iglesias y monasterios.
La ingeniería automotriz hace que el más modesto vochito de cualquier burócrata actual sea definitivamente superior al más engalanado carruaje de los monarcas de siglos pasados. El mundo entero está a nuestro alcance gracias a los avances de la aviación.
Este progreso no se limita a las cosas materiales. A despecho de la inseguridad que priva en las grandes ciudades, el hombre contemporáneo vive mucho más seguro y tranquilo que sus antepasados. La difusión de conceptos como garantías individuales y derechos humanos le permite tener las herramientas jurídicas incluso para oponerse a los poderosos y defender sus derechos. Pese a las lamentables excepciones, es de fuerza observar que en la actualidad no vivimos conforme a los caprichos de los señores feudales, sino que todos estamos sometidos a las mismas leyes. Han desaparecido la inquisición y sus torturas, han sido suprimidas las penas corporales por delitos administrativos y ya nadie puede castigar a los hijos por los crímenes cometidos por los padres.
Todas estas ventajas del hombre actual con respecto de sus antepasados han sido posibles gracias a los avances de la ciencia, tanto de las ciencias exactas como de las sociales. Entonces, ¿a título de qué viene esta gente como los de la Sociedad Teosófica, la Gran Fraternidad Universal y la Nueva Acrópolis a querer enmarañarnos la mente con sus conocimientos de la antigüedad, con la supuesta superioridad de una ciencia perdida en el pasado remoto (y que de alguna manera mística ellos encontraron), con las fábulas de la sabiduría de las civilizaciones desaparecidas hace miles de años?
Nota. Debo hacer una lamentable aclaración. Sé que no todas las ventajas aquí expuestas se aplican a todas las personas por igual. Sobre todo en materia de acceso a la cultura y respeto a los derechos humanos, no todos están en igualdad de condiciones. Subsisten lamentabilísimas condiciones de atraso en muchas regiones del mundo, que hacen que sus habitantes se vean privados de estos beneficios y vivan literalmente como vivieron sus antepasados muchos siglos antes. Esto, lejos de restarle vigencia y veracidad al progreso científico, plantea la urgencia de acelerar su difusión combatiendo, entre otras cosas, las supersticiones del pasado.
15 febrero, 2005
Los americanos son de Venus
Atribuir a los extraterrestres el progreso del género humano es una aberración que de tiempo en tiempo nos encontramos reproducida de varias maneras. Desde las tesis racistas de von Daniken y sus pares, que sostienen que, sin ayuda externa, un pueblo indígena como el maya no hubiera tenido la capacidad de alcanzar los conocimientos astronómicos que tenía, hasta quienes de plano aseguran el origen extraterrestre de la vida en la Tierra.
Pero ahora quisiera comentar un artículo publicado en un sitio llamada Hermanos mayores. Sus perpetradores afirman que estos hermanos mayores son visitantes del espacio, llegados seguramente a ayudar al hombre, quizá por considerarlo su hermano menor.
Aunque de entrada señalan que “cada día son mayores” los indicios de la presencia de estos seres en nuestro planeta, en realidad se limitan a repetir los gastadísimos argumentos de siempre: citas de los textos sagrados, construcciones portentosas de la antigüedad y, no podían faltar, declaraciones de reputadísimos científicos.
Por ejemplo, está la mención al profesor Agreste, científico matemático de la Universidad de Moscú, quien acepta la hipótesis de un antigua migración extraterrestre. ¿Quién es el profesor Agreste? Sepa la bola; su nombre no me parece muy ruso que digamos y pese a su fantástica declaración no vuelve a ser mencionado en todo el artículo. Tampoco dicen qué autoridad, aparte de la de ser matemático, tiene este personaje de tan singular apellido para aceptar tal hipótesis que involucra a la astrofísica, la antropología, la paleontología y otras muchas ciencias. Y a pesar de sus conocimientos de matemáticas, el profe Agreste no sabe explicar la siguiente discrepancia numérica.
Entre los “indicios” encontrados mencionan las inscripciones halladas en las cavernas de Bohistán, que están “acompañadas de mapas con intención astronómica que representan las estrellas en la posición que ocupaban hace más de 5,000 años y se ven unas líneas que unen Venus con la Tierra...” ¿Sabe el curioso lector dónde queda Bohistán? No, pues ni yo tampoco, así que lo busqué en Internet y entre las varias referencias encontradas, hallé ésta: “En las cavernas de Bohistán se encontraron mapas astronómicos que representan a las estrellas en la posición que ocupaban hace 13,000 años...” Y en otro sitio se dice de que esa posición es de hace 14,900 años. ¿Por fin? Ocho o casi diez mil años de diferencia son bastantes para no tomarlos en cuenta. ¿Esa contradicción es uno de los “indicios” de los viajeros espaciales? (Por cierto, también descubrí que Bohistán también llamado Kohistán es un región en la frontera entre la India y Pakistán.)
No podemos dejar de comentar lo que dicen acerca de los orígenes del hombre americano. A riesgo de fatigar al paciente lector, citaremos in extenso:
¡Eso! Todos los experimentos hasta hoy realizados, ni más ni menos, desde los de madame Curie hasta los de Edison, los experimentos de clonación y de salud reproductiva, los experimentos para sondear la atmósfera, los que se llevan a cabo en los vuelos del transbordador espacial de Estados Unidos, los destinados a encontrar la cura del cáncer, del sida y de otros males, todos, todos los experimentos realizados hasta hoy, repito, le dan la razón a ese calendario y fortalecen la hipótesis del origen venusino del hombre americano. (Y de paso representan un mentís a John Gray, autor del libro Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus.)
¿Quiénes son los que pusieron este sitio en Internet? Digo, porque desde registrar el dominio hasta pagar el servidor e instalar el software que maneja la base de datos, implica un esfuerzo que ciertamente poca gente realiza como broma. De seguro que los autores están convencidos de cada palabra que publican. Movido por la curiosidad, me fui a ver la página de créditos. Ahí me entero que los mensajes y las experiencias fueron proporcionados por las “antenas” SAS y ODLIAT (las “antenas” son esos felices humanos que pueden captar el mensaje de los hermanos mayores).
Pero lo que alarma es la bibliografía que señalan: Las dramáticas profecías de la gran pirámide, de Rodolfo Benavides, de dónde extrajeron “algunos textos y cuotas”. ¿Cuotas? Esto sí que es un milagro. ¿Cómo le hicieron para cobrarle cuotas al tabique de Benavides, plagado de falacias, verdades a medias y mentiras completas? ¿Será que estos embaucadores están pensando en inglés y maltradujeron “quotes”, que significa citas? Vaya usted a saber.
Después se consigna que la recopilación y edición de textos, conceptos, foros, temas e ideas están a cargo de una tal Rita, quien además de colaborar con las antenas de los hermanos mayores, explota los miedos y las angustias ajenas con la lectura de las cartas. Presentándose como “consejera espiritual virtual”, ofrece sus servicios por el módico pago de 19.95 euros durante una semana. Con esto, el “socio” de su sitio (esta gente nunca busca clientes), tiene derecho a lecturas de cartas ilimitadas en vivo y directo, lecturas de cartas ilimitadas por correo electrónico, recetas mágicas personalizadas, oraciones milagrosas personalizadas, cadenas de curaciones metafísicas, orientación para el amor, dinero, salud y más, consultas en vivo y directo y en privado, pensamientos espirituales, horóscopos diarios y mucho más.
Bueno, creo que ya me salí del tema. Ahí les dejo el vínculo por si les interesa “abrir su mente”, como recomienda el canal Infinito, y su bolsillo, como anhelan todos estos timadores.
Pero ahora quisiera comentar un artículo publicado en un sitio llamada Hermanos mayores. Sus perpetradores afirman que estos hermanos mayores son visitantes del espacio, llegados seguramente a ayudar al hombre, quizá por considerarlo su hermano menor.
Aunque de entrada señalan que “cada día son mayores” los indicios de la presencia de estos seres en nuestro planeta, en realidad se limitan a repetir los gastadísimos argumentos de siempre: citas de los textos sagrados, construcciones portentosas de la antigüedad y, no podían faltar, declaraciones de reputadísimos científicos.
Por ejemplo, está la mención al profesor Agreste, científico matemático de la Universidad de Moscú, quien acepta la hipótesis de un antigua migración extraterrestre. ¿Quién es el profesor Agreste? Sepa la bola; su nombre no me parece muy ruso que digamos y pese a su fantástica declaración no vuelve a ser mencionado en todo el artículo. Tampoco dicen qué autoridad, aparte de la de ser matemático, tiene este personaje de tan singular apellido para aceptar tal hipótesis que involucra a la astrofísica, la antropología, la paleontología y otras muchas ciencias. Y a pesar de sus conocimientos de matemáticas, el profe Agreste no sabe explicar la siguiente discrepancia numérica.
Entre los “indicios” encontrados mencionan las inscripciones halladas en las cavernas de Bohistán, que están “acompañadas de mapas con intención astronómica que representan las estrellas en la posición que ocupaban hace más de 5,000 años y se ven unas líneas que unen Venus con la Tierra...” ¿Sabe el curioso lector dónde queda Bohistán? No, pues ni yo tampoco, así que lo busqué en Internet y entre las varias referencias encontradas, hallé ésta: “En las cavernas de Bohistán se encontraron mapas astronómicos que representan a las estrellas en la posición que ocupaban hace 13,000 años...” Y en otro sitio se dice de que esa posición es de hace 14,900 años. ¿Por fin? Ocho o casi diez mil años de diferencia son bastantes para no tomarlos en cuenta. ¿Esa contradicción es uno de los “indicios” de los viajeros espaciales? (Por cierto, también descubrí que Bohistán también llamado Kohistán es un región en la frontera entre la India y Pakistán.)
No podemos dejar de comentar lo que dicen acerca de los orígenes del hombre americano. A riesgo de fatigar al paciente lector, citaremos in extenso:
Como otra curiosidad podemos citar “las puertas del Sol” a orillas del Titicaca en el Perú, que demuestran tratarse de huellas de una cultura anterior a todo lo conocido. Allí labrado en la piedra, aparece el calendario más antiguo que se conoce, al que se le ha calculado una antiguedad de 12 a 15,000 años. Pero este calendario tiene una característica sorprendente. Representa el año venusiano con sus 225 días terrestres exactos y con sus meses de 24 días.
Los nuevos ensayos para llegar a Venus y todos los experimentos hasta hoy realizados han venido dando la razón a este calendario antiquísimo. Así se ha fortalecido la idea de que en América fueron venusinos los que llegaron como viajeros del espacio.
¡Eso! Todos los experimentos hasta hoy realizados, ni más ni menos, desde los de madame Curie hasta los de Edison, los experimentos de clonación y de salud reproductiva, los experimentos para sondear la atmósfera, los que se llevan a cabo en los vuelos del transbordador espacial de Estados Unidos, los destinados a encontrar la cura del cáncer, del sida y de otros males, todos, todos los experimentos realizados hasta hoy, repito, le dan la razón a ese calendario y fortalecen la hipótesis del origen venusino del hombre americano. (Y de paso representan un mentís a John Gray, autor del libro Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus.)
¿Quiénes son los que pusieron este sitio en Internet? Digo, porque desde registrar el dominio hasta pagar el servidor e instalar el software que maneja la base de datos, implica un esfuerzo que ciertamente poca gente realiza como broma. De seguro que los autores están convencidos de cada palabra que publican. Movido por la curiosidad, me fui a ver la página de créditos. Ahí me entero que los mensajes y las experiencias fueron proporcionados por las “antenas” SAS y ODLIAT (las “antenas” son esos felices humanos que pueden captar el mensaje de los hermanos mayores).
Pero lo que alarma es la bibliografía que señalan: Las dramáticas profecías de la gran pirámide, de Rodolfo Benavides, de dónde extrajeron “algunos textos y cuotas”. ¿Cuotas? Esto sí que es un milagro. ¿Cómo le hicieron para cobrarle cuotas al tabique de Benavides, plagado de falacias, verdades a medias y mentiras completas? ¿Será que estos embaucadores están pensando en inglés y maltradujeron “quotes”, que significa citas? Vaya usted a saber.
Después se consigna que la recopilación y edición de textos, conceptos, foros, temas e ideas están a cargo de una tal Rita, quien además de colaborar con las antenas de los hermanos mayores, explota los miedos y las angustias ajenas con la lectura de las cartas. Presentándose como “consejera espiritual virtual”, ofrece sus servicios por el módico pago de 19.95 euros durante una semana. Con esto, el “socio” de su sitio (esta gente nunca busca clientes), tiene derecho a lecturas de cartas ilimitadas en vivo y directo, lecturas de cartas ilimitadas por correo electrónico, recetas mágicas personalizadas, oraciones milagrosas personalizadas, cadenas de curaciones metafísicas, orientación para el amor, dinero, salud y más, consultas en vivo y directo y en privado, pensamientos espirituales, horóscopos diarios y mucho más.
Bueno, creo que ya me salí del tema. Ahí les dejo el vínculo por si les interesa “abrir su mente”, como recomienda el canal Infinito, y su bolsillo, como anhelan todos estos timadores.
14 febrero, 2005
Va de nuevo: la mujer en el islam
Encontré, con gran alarma, un artículo sobre el islam en el apartado "sectas" de un sitio católico. Si tantos conflictos ha generado la ignorancia de Occidente respecto del islam, flaco favor le hacen estos señores a la causa de la convivencia pacífica lanzándole el devaluado epíteto de secta a una religión en toda forma.
Me tranquilizó, sin embargo, que en el artículo de referencia sí se le llama religión a la fe de más de 1,200 millones de musulmanes. Pero los comentarios que vierte el autor sobre la yijad (guerra santa) no sé si son para reír o llorar. Empieza diciendo acertadamente que "debe ser entendida como la batalla en contra del mal que anida en el interior del hombre", pero después se olvida de su propia definición y lanza mentiras tan enormes que es difícil ponerlas en duda (conforme al viejo apotegma goebbeliano de que mientras más absurda, más fácil se cree una mentira). Por ejemplo, habla de las matanzas de cristianos que se llevan a cabo "actualmente" en países musulmanes como Turquía, Egipto, Arabia Saudita, Pakistán y Sudán, por supuesto, sin indicar ni mucho menos precisar fechas o circunstancias.
Cita a un periodista de nombre Xavier Maier, católico y "experto" en países musulmanes, quien asegura que cuando el islam "llega a una ciudad, remueve todo lo demás: progreso, cambio, desarrollo social, justicia, libertad, etcétera. La moneda árabe compra a los mayores y todo se congela en su lugar". El autor seguramente olvida el caso de la ocupación árabe de la península Ibérica, cuando florecieron las artes y las ciencias gracias a la influencia mora. Y cuando los árabes convivieron pacíficamente con cristianos y judíos. Fueron precisamente sus catoliquísimas majestades, Isabel y Fernando, los que no soportaron la presencia de los "otros" en sus tierras y expulsaron primero a los árabes y después a los judíos.
Por supuesto, el autor no deja de mencionar el tema de la mujer en el islam, aunque primero se siente obligado a curarse en salud: "El porqué Jesús no concedió el sacerdocio a las mujeres, ni a su propia Madre, es cosa que no nos toca juzgar a nosotros, pero sus razones habrá tenido y la Iglesia no tiene derecho, lo ha dicho el Santo Padre Juan Pablo II, a modificar las intenciones del Señor."
Y después sí, se lanza a atacar la poligamia y el vejatorio trato que reciben las mujeres en las sociedades musulmanas. Quizá al autor le convendría repasar sus escrituras y remitirse, por ejemplo, a la primera epístola a Timoteo, segundo capítulo, donde Pablo prescribe que "la mujer debe aprender en calma y sumisión total. Yo no permito que ninguna mujer enseñe ni tenga autoridad sobre el hombre; ella debe guardar silencio. Pues primero se creó a Adán y después a Eva. Y Adán no fue el engañado, sino fue la mujer la engañada y la que se convirtió en pecadora".
Claro, como ya nos dijeron que quién es uno para andar juzgando las intenciones del "Señor", pues ya mejor ni pregunto en dónde tienen la cara estos católicos señores para criticar la situación de la mujer en el islam. Pues si no ven el machismo que ha prohijado la religión católica, con dificultades podrán ver con objetividad los efectos de otra religión. O, ¿qué diferencia hay entre las mujeres obligadas a usar la burka para cubrirse todo el cuerpo y las muertas de Juárez? En los dos casos se trata de víctimas del machismo, que las considera objetos de uso, prescindibles y reemplazables.
Me tranquilizó, sin embargo, que en el artículo de referencia sí se le llama religión a la fe de más de 1,200 millones de musulmanes. Pero los comentarios que vierte el autor sobre la yijad (guerra santa) no sé si son para reír o llorar. Empieza diciendo acertadamente que "debe ser entendida como la batalla en contra del mal que anida en el interior del hombre", pero después se olvida de su propia definición y lanza mentiras tan enormes que es difícil ponerlas en duda (conforme al viejo apotegma goebbeliano de que mientras más absurda, más fácil se cree una mentira). Por ejemplo, habla de las matanzas de cristianos que se llevan a cabo "actualmente" en países musulmanes como Turquía, Egipto, Arabia Saudita, Pakistán y Sudán, por supuesto, sin indicar ni mucho menos precisar fechas o circunstancias.
Cita a un periodista de nombre Xavier Maier, católico y "experto" en países musulmanes, quien asegura que cuando el islam "llega a una ciudad, remueve todo lo demás: progreso, cambio, desarrollo social, justicia, libertad, etcétera. La moneda árabe compra a los mayores y todo se congela en su lugar". El autor seguramente olvida el caso de la ocupación árabe de la península Ibérica, cuando florecieron las artes y las ciencias gracias a la influencia mora. Y cuando los árabes convivieron pacíficamente con cristianos y judíos. Fueron precisamente sus catoliquísimas majestades, Isabel y Fernando, los que no soportaron la presencia de los "otros" en sus tierras y expulsaron primero a los árabes y después a los judíos.
Por supuesto, el autor no deja de mencionar el tema de la mujer en el islam, aunque primero se siente obligado a curarse en salud: "El porqué Jesús no concedió el sacerdocio a las mujeres, ni a su propia Madre, es cosa que no nos toca juzgar a nosotros, pero sus razones habrá tenido y la Iglesia no tiene derecho, lo ha dicho el Santo Padre Juan Pablo II, a modificar las intenciones del Señor."
Y después sí, se lanza a atacar la poligamia y el vejatorio trato que reciben las mujeres en las sociedades musulmanas. Quizá al autor le convendría repasar sus escrituras y remitirse, por ejemplo, a la primera epístola a Timoteo, segundo capítulo, donde Pablo prescribe que "la mujer debe aprender en calma y sumisión total. Yo no permito que ninguna mujer enseñe ni tenga autoridad sobre el hombre; ella debe guardar silencio. Pues primero se creó a Adán y después a Eva. Y Adán no fue el engañado, sino fue la mujer la engañada y la que se convirtió en pecadora".
Claro, como ya nos dijeron que quién es uno para andar juzgando las intenciones del "Señor", pues ya mejor ni pregunto en dónde tienen la cara estos católicos señores para criticar la situación de la mujer en el islam. Pues si no ven el machismo que ha prohijado la religión católica, con dificultades podrán ver con objetividad los efectos de otra religión. O, ¿qué diferencia hay entre las mujeres obligadas a usar la burka para cubrirse todo el cuerpo y las muertas de Juárez? En los dos casos se trata de víctimas del machismo, que las considera objetos de uso, prescindibles y reemplazables.
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