17 diciembre, 2003

Libertades con derecho de autor


Existe la tendencia a buscar las propias raíces a la mayor profundidad posible, con miras a sentirnos estables y seguros. De hecho, esto es la base del fundamentalismo. Así, por ejemplo, en el campo de la izquierda, y en especial del comunismo, solía justificarse toda acción o decisión señalando su origen "auténticamente marxista". Entre los cristianos, cada secta o banda se dice representante del "verdadero mensaje de Cristo", sin que podamos pasar por alto a los espiritistas, que aseguran que "Cristo fue el primer espiritista". Por lo demás, muchas otras corrientes se adjudican la herencia de Cristo: masones, rosacruces y gnósticos, por no mencionar más que unas cuantas, reclaman a Cristo como "su primer miembro".


Este afán de remontarse a las fuentes no está ausente en el movimiento esperantista, y así tenemos a diversas corrientes proclamando a Zamenhof como su "verdadero fundador". La autoridad de Zamenhof se enarbola para justificar cuanta chifladura se haya ocurrido y, al mismo tiempo, descalificar a los contrarios.


Por eso mismo no quisiera decir que Zamenhof fue el "primer promotor del código abierto", para no dar la impresión de que, al nombrarlo epónimo de mi camarilla, quiero ampararme en su sombra para justificar mi postura.


Pero, ¿qué otra cosa puede pensarse de alguien que, a diferencia de las costumbres al uso, renunció definitivamente a todo derecho de autor sobre su creación, el esperanto? Véasele como se le vea, esta medida, aseguró la continuidad del idioma, por no existir nadie a quien pedirle que lo reformara (como ocurrió con muchos otros proyectos de interlengua surgidos en esa misma época, finales del siglo XIX) y permitió su evolución libre, pues cada persona que lo aprendía lo sentía propio y tenía el derecho de introducir las palabras necesarias, si bien dentro de un conjunto de reglas bien establecidas.


En el espíritu de la libertad de información, comunicación y reproducción, a las páginas de la Federación Mexicana de Esperanto las declaré de propiedad y utilidad pública, autorizando su reproducción libre, si bien dentro de las normas de decencia, que dictan el respeto por el nombre del autor y por las ideas contenidas en los textos. Así, cualquiera tiene el derecho de reproducirlos, habida cuenta de que señale la fuente y no altere el contenido.


El paciente lector podrá, entonces, imaginar mi desaliento al encontrar mis textos reproducidos en la
Biblioteca de la Asociación Esperantista de Chile con el horrible estigma del ©. Sí, la marca está a nombre de la Federación Mexicana de Esperanto, pero, ¿a título de qué se la pusieron? Misterio. Nos encontramos aquí con el proceso inverso al normal: el autor genera un documento público y el pirata lo regresa al mundo de las patentes y marcas registradas. ¡Lo que ve el que vive!


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