17 junio, 2004

Disquisiciones sobre la inquisición

Circulan ya las memorias de un simposio sobre la inquisición, organizado por el Vaticano, en el que historiadores y teólogos trataron de establecer la verdad histórica de esta infame institución. La novedad es que, aunque estos especialistas se reunieron en 1998, el papa Juan Pablo II autorizó apenas esta semana su publicación, con miras quizá a hacer un acto de contrición. Éste sería similar al que realizó en el año jubilar del 2000, cuando pidió perdón por el antijudaísmo de la iglesia, tres años después de que se reuniera un panel que analizó el origen de este sentimiento.



La inquisición no empezó en forma institucional, sino como atribución de las sedes episcopales para juzgar y castigar las herejías. En 1231, el papa Gregorio IX empezó a asignar dicha comisión a varias sedes de Alemania, Francia e Italia. En 1478, el papa Sixto IV facultó a Fernando e Isabel, los reyes católicos, a establecer la inquisición en España, la cual sería la filial más representativa y aborrecida de la institución. Así, en 1480, sus católicas majestades nombraron a los dominicanos Miguel de Morillo y Juan de San Martín inquisidores de Sevilla. Estos dos personajes, en tan sólo dos años, se granjearon una reputación tal que fueron destituidos de sus cargos: abusos de poder, incriminaciones falsas, apropiación de bienes de las víctimas fueron algunas de las acusaciones presentadas ante el papa en contra suya.


Por querer saltar de la sartén, cayeron al fuego: en 1487, fray Tomás de Torquemada* fue nombrado inquisidor general de los reinos de Castilla, Aragón, León y Valencia por el papa Inocente VIII. Torquemada fue el verdadero organizador de la inquisición española y bajo su dura mano, en un periodo de 15 años, acabaron en la hoguera unas dos mil personas.


En 1542, el papa Pablo III instituyó estos tribunales episcopales para crear la Santa Congregación de la Romana y Universal Inquisición. Fue en esta forma ya organizada como llegó a América, donde abrió oficinas en las ciudades de México, Lima y Cartagena. La inquisición cobró su primera víctima en México en la persona de Carlos, nieto de Nezahualcóyotl, quemado vivo en la plaza pública por órdenes del obispo Juan de Zumárraga en 1539. Sin embargo, Zumárraga fue regañado por haberse metido con tan ilustre personaje y la verdadera inauguración de los servicios inquisitoriales en México tuvo que esperar hasta 1571, cuando el doctor Moya de Contreras estableció formalmente el llamado tribunal de la fe.


La inquisición, si bien abolida en diversos países (en España, en 1812 y en México, en 1820), siguió funcionando hasta 1908. Bueno, en realidad lo que ocurrió ese año fue un cambio de nombre: el papa Pío X lo substituyó por el de Santo Oficio (con el que de todos modos ya se le conocía desde Pablo III). Y en 1965, durante el pontificado de Pablo VI, recibió su nombre actual, el de Congregación para la doctrina de la Fe. En 1988, el papa Juan Pablo II definió que su tarea es "promover y tutelar la doctrina de la fe y la moral en todo el mundo católico".


No carece de audacia el hecho de que la iglesia examine este turbio pasaje de su historia y, sobre todo, que ahora decida sacarlo a la luz. Al hacerlo, el papa hace caso omiso de las advertencias de los sectores más conservadores de la iglesia, que quisieran simplemente cerrar los ojos ante toda atrocidad cometida en el pasado. No se dan cuenta de que lo único que logra esta actitud es nutrir las imágenes aborrecibles de una institución, convertida casi en un estado dentro de otro estado, que recurría sistemáticamente a las torturas más atroces para obtener la información que deseaba, para amedrentar a los demás con el ejemplo de las víctimas y reprimir en ellos cualquier tentación de pensar por sí mismos. No, no hay pruebas documentales de que a las víctimas de la inquisición se les amenazara con perros, se les desnudara y se les obligara a formar pirámides humanas.




* Tomás de Torquemada (1420-1498) fue sobrino del cardenal y teólogo Juan de Torquemada (1388-1468), a quien no debe confundirse con fray Juan de Torquemada (1557?-1624), cronista de Indias.



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