09 enero, 2005

Confusiones teológicas y geológicas

La enorme catástrofe que significó el maremoto ocurrido a fines del año pasado en Asia plantea una pregunta impostergable para la mente religiosa: ¿por qué? Si dios es concebido como causa absoluta y también como fuente de bondad infinita, el hombre común no entiende porqué de pronto pueda decidir azotar con una desgracia de esa magnitud a sus queridísimos hijos.

Dada la globalidad de esta tragedia, representantes de las grandes religiones han tratado de responder a esta pregunta, como reporta Jim Stewart, corresponsal de CBS. Por ejemplo, señala que en la India, un "destacado" sacerdote hinduista explicó que el desastre se debió a "la enorme maldad del hombre en la Tierra", así como a la posición de los planetas. En la misma línea del castigo se inscribe la respuesta de Shlomo Amar, rabino de Israel, quien aseguró que "el mundo está siendo castigado por sus errores".

Pero no todos comparten esta opinión, como señala el imam musulmán Yahya Hendi, quien para apoyar su postura se pregunta: "¿Por qué dios no castiga la maldad en otros lugares?" En efecto, si hubiera un dios que nos vigilara y se encargara de castigar nuestros actos para corregirlos, lo que se nos ocurre pensar es que el tsunami hubiera alcanzado las aguas del río Potomac y arrastrado con el principal inquilino de la Casa Blanca y otros torvos ocupantes del Pentágono. Al mismo tiempo, no nos explicamos qué maldad pueda haber en el tierno corazón de los niños —que constituyeron una buena proporción de las víctimas— que merezca una medida punitiva de ese tamaño.

El empeño de buscar explicaciones sobrenaturales a los actos de la naturaleza puede conducir a otro tipo de aberraciones, cuando el hombre, no contento con atribuir las calamidades a la voluntad divina, actúa por cuenta propia para ejercer lo que considera la justicia de dios. Así, en 1755, cuando un terremoto arrasó Lisboa, provocando incendios y marejadas, los sobrevivientes se hacían la misma pregunta: "¿Por qué, dios?" Y los sacerdotes salieron a las calles a colgar a quienes ellos consideraban que habían incurrido en la ira divina y provocado el castigo.

Ése es el tipo de laberintos sin salida en los que uno se mete al tratar de explicar la vida en la Tierra con razonamientos ultraterrenos. Curiosamente, el obispo de la iglesia episcopal de Washington, John Bryson Chane, interpone un argumento de corte agnóstico: "Dios no mueve los hilos ni es responsable de quién vive y quién muere. Cuando las placas se deslizan en el planeta, es un acto geológico, no teológico. Esas cosas pasan."

No queremos omitir una observación, inspirada en la alusión astrológica de la respuesta del mencionado sacerdote hinduista. No faltarán quienes quieran aprovechar esta tragedia para llevar agua a su molino y proclamar alguna de las siguientes pretensiones:

  • Que ellos ya habían pronosticado la tragedia —con base en la posición de los planetas, el vuelo de las aves, las cartas del tarot, la borra del café o alguna otra mancia—, pero que el necio mundo no les hizo caso.

  • Que este maremoto es sólo una de las catástrofes que anuncian el fin del mundo y que debemos: a) arrepentirnos de nuestros pecados para evitarlo; b) prepararnos para lo inevitable; c) esperar a que vengan a rescatarnos los extraterrestres.

  • Que vista la magnitud de esta tragedia, ahora sí debemos creer en una similar que arrasó a la Atlántida, civilización que fue destruida por su soberbia, por lo que nosotros debemos poner nuestras barbas a remojar (es decir, arrepentirnos de nuestros pecados, dejar de contaminar al planeta, afiliarnos a una creencia determinada).



La triste realidad es que no hay forma de impedir estas catástrofes. Aunque la tecnología sea capaz de advertirnos con antipación suficiente de la llegada de un tsunami, en el caso que nos ocupa vimos que las fallas humanas se interpusieron y anularon la eficacia de este aviso. Tampoco tendría caso irnos a vivir a lo alto de una montaña para evitar los efectos de los tsunamis, pues ni ahí estaríamos a salvo de otros fenómenos naturales que también podrían dar cuenta de nosotros.

Quizá lo único razonable es aceptar lo inevitable: somos mortales y debemos estar preparados para morir en cualquier momento.

1 comentario:

Alice dijo...

tristemente, no somos ni geológica ni teológicamente razonables. Cada vez más el sentido común es como una piedra preciosa y difícil de encontrar