03 octubre, 2005

Turquía a las puertas de Europa, otra vez

A último minuto se levantó el bloqueo interpuesto por Austria a las negociaciones de adhesión de Turquía con la Unión Europea, y éstas pudieron iniciarse el día de hoy en Luxemburgo. Viena insistía en que en el texto del marco de las negociaciones se contemplara la posibilidad de que éstas no desembocaran en el ingreso de Ankara. La maniobra apuntaba sencillamente a impedir que se consagrara en el documento que el objetivo de las negociaciones de adhesión con Turquía era, precisamente, la adhesión de Turquía a la Unión Europea.


Quien considere inexplicable la postura austriaca —que se enfrentó a los otros 24 miembros de la Unión en ese tema— deberá considerar que desde hace siglos Austria no sólo ha visto con desconfianza a los turcos, a quienes repelió en la batalla de Viena de 1683, sino que además se ha considerado la defensora del catolicismo ante los embates del islam y las veleidades de la reforma protestante.


No es de extrañar, pues, que en esta ocasión haya sido Austria la que se haya opuesto soterradamente al ingreso de Turquía en la Unión Europea, lo que equivale a abrirle las puertas de Europa a su enemigo histórico. El gobierno de Viena interpretaba así el deseo de sus ciudadanos, 90 por ciento de los cuales se opone abiertamente a la adhesión turca. Y puso casi como condición que, en todo caso, se examinara también la candidatura de Croacia, en suspenso debido a la poca colaboración de Zagreb para enjuiciar a los croatas que cometieron crímenes de guerra durante la guerra provocada por el desmembramiento de Yugoslavia (1991-1995).


Así, la ministra austriaca de relaciones exteriores, Ursula Plassnik, defendió la negativa a aceptar el inicio de las negociaciones con Turquía con una intransigencia que sólo cedió a última hora. Casi simultáneamente al anuncio de la apertura de los debates, la presidenta del Tribunal Penal Internacional de La Haya, Carla del Ponte, declaró que Croacia “estaba colaborando plenamente” con dicha institución en la búsqueda de los criminales de guerra. De inmediato, la Comisión Europea anunció que se empezaría a considerar la candidatura de Croacia. En pocas palabras, Austria aceptó negociar con su enemigo si también se admitían las negociaciones con el país que por tanto tiempo fuera parte de su imperio, desde 1526 hasta 1918.


Estas referencias históricas, lejos de ser banales o simples adornos de erudición, permiten entender las alianzas y animosidades que existen entre las naciones, aun después de siglos. No fue gratuito que Austria fuera el primer país en reconocer la independencia de Croacia en 1991 (hecho que algunos observadores suman a la lista de factores que desencadenaron la guerra), deleitada en volver a acoger en el seno del mundo occidental a su discípulo, descarriado durante más de 71 años por los caminos del socialismo titoísta. Por lo demás, por la misma razón, Croacia es una república mayoritariamente católica. Junto con Eslovenia, contrastaba así con el cristianismo ortodoxo de los serbios, montenegrinos y macedonios y el islam de los bosnios.


La Unión Europea rechazó en su proyecto de constitución toda alusión a los valores cristianos como base de la cultura europea. No tanto por respeto a las minorías que profesan otras confesiones, sino más que nada en reconocimiento del laicismo que reina incluso entre quienes se dicen seguidores del mensaje de Cristo. Hizo bien, por supuesto. Pero si quiere ser congruente consigo misma deberá encontrar la forma de aceptar en su seno a un país mayoritariamente musulmán como Turquía. Sólo así creeremos que la Unión no se trata, como acusara el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan cuando estaban empantanadas las negociaciones, de un “club cristiano”.

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