08 mayo, 2006

Cine de recuerdos y añoranzas

Debo a varios blogueros la noticia de la segunda reencarnación del cine Lido. Remodelado en 1978 como cine Bella Época, ahora lo encontramos flamante en su advocación de librería Rosario Castellanos, del Fondo de Cultura Económica.

Visitarlo este fin de semana que estuve en México fue un ejercicio obligado de nostalgia. El cine Lido está asociado a gratos recuerdos de mi adolescencia y juventud. El simple hecho de estar en “mi” colonia lo convirtió en “mi” cine.

El recuerdo más antiguo que tengo del cine Lido corresponde a una fecha que no pudo situar exactamente, pero que ha de haber sido hace unos cuarenta años. Una tarde que se iba a realizar en la casa una despedida de soltera de no me acuerdo quién, mi papá, Ricardo mi hermano y yo nos fuimos al cine pues, como se sabe, esa despedida era cosa de mujeres y no podíamos estar allí. Recuerdo que vimos dos películas de piratas con Errol Flynn. La nota curiosa fue en que las dos películas, por razones de presupuesto me imagino, usaron una misma escena de abordaje. No que la hayan repetido, sino que literalmente era la misma escena. Lo que actualmente diríamos “cortar y pegar”.

Sí, en ese entonces el cine Lido era de segunda corrida; es decir, no pasaban películas de estreno y daban dos por cuatro pesos. Para contextualizar esos cuatro pesos, digamos que en ese tiempo, los cigarros Raleigh, que eran los “finos”, costaban 3.40. Y lo maravilloso era que cambiaban el programa cada semana.

Mi segundo recuerdo data de cuando yo tenía 15 años, en 1968, durante la huelga estudiantil. En una ocasión estaban dando “La cigarra no es un bicho” y “La cigarra está que arde”, películas argentinas estrictamente para adultos, ya que La Cigarra del título designaba un hotel de paso. La trama de ambas cintas era simplemente la historia de las parejas que lo frecuentaban. Pues bien, esa vez fui con Ricardo y mis primos Ernesto y Alejandro pero era obvio que no nos dejarían entrar pues, aunque de ningún modo se veían escenas más fuertes de lo que actualmente podemos ver en televisión, el simple hecho de que se desarrollara en un hotel de paso la ponía fuera del alcance de unos adolescentes como nosotros. Sin embargo, ideamos un plan para verlas. Ya que entonces yo me veía más grande de lo que realmente era, compré mi boleto y pude entrar sin problemas. Una vez adentro, me fui a la puerta de emergencia y la abrí para dejar entrar a mis otros tres conjurados. Excuso hablar del placer que sentimos, no sólo por el hecho de ver las películas prohibidas, sino también por haber pagado un solo boleto por cuatro personas.

Años después, ya por mi cuenta, de unos 17 o 18 años, di en ir cada viernes a ver lo que hubiera. Literalmente me metía al cine sin fijarme en las películas que estuvieran dando. Con este régimen, como es obvio, vi auténticas joyas junto con verdaderos bodrios. Durante una buena temporada, en esta afición cinematográfica me acompañó mi amigo Felipe Dorbecker, quien también se hizo adicto a los viernes de cine. Al principio íbamos juntos, pero ya después simplemente nos veíamos ahí, en unas butacas que designamos como “el rincón de los cuates”, pues las de enfrente estaban desvencijadas y nadie se sentaba en ellas, por lo que teníamos la comodidad de subir las piernas al respaldo sin problemas.

No podría precisar en qué fecha suspendí mis visitas semanales al Lido, pero ha de haber coincidido con mi primer trabajo, a los veintidós años, en 1975. Y años después lo cerraron, seguramente porque dejó de ser negocio.

En 1978, el cine Lido reencarnó en el Bella Época, al que en un principio quisieron habilitar como cine de arte. Entonces yo trabajaba en Aeroméxico y por esa razón conocí a un tipo que trabajaba en una distribuidora de películas. Esa historia es aparte, pero aquí la resumo diciendo que me invitó a la inauguración del Bella Época, que se hizo para una selecta comunidad con la proyección de “Las noches de Cabiria”, de Fellini. No recuerdo cuánto tiempo duró como cine de arte, pero sí que organizaban ciclos de directores a los que asistía también con cierta frecuencia.

Pero tampoco ha de haber sido buen negocio, pues tiempo después empezaron a pasar películas de estreno. La aparición de las salas múltiples, con su ambiente agringado tan del gusto de nuestra mezquina clase media resultó una competencia que, a fin de cuentas, los cines tradicionales no pudieron soportar. Y el Bella Época acabó cerrando sus puertas, quedando abandonado a un destino en el que se anticipaba con toda seguridad la demolición.

Me enteré por la prensa que un grupo de intelectuales, deseosos de preservar esa joya arquitectónica del art decó, hizo gestiones para que interviniera el gobierno de la ciudad. Y creo que fue Rosario Robles quien expropió la construcción a fin de evitar su pérdida y con ánimos de conservarla, aunque sin un propósito preciso. Así estuvo abandonado muchos años. Hasta ahora, como dije, cuando reencarnó en librería. Una librería muy necesaria en la colonia donde viví casi treinta años. Con un toque adicional: la parte superior del edificio va a ser destinada a cine. Y en un notable gesto de sensibilidad, el nombre que va a llevar será el que tenía originalmente. Espero tener pronto la oportunidad de volver al añorado cine Lido.

1 comentario:

Sofia dijo...

Hola Habibi
Aquí sigo de convaleciente pero en la víspera de regresar al trabajo. Pese a que reirme me causa unos retortijones espantosos por la operación, no pude evitar echarme muchos apuntes de tu blog que había pasado por alto.
Más allá de los políticos, lo tuyo lo tuyo son los temas íntimos, por muy cotidianos que éstos sean, como el viaje en el metro (genial!!!), las calaveritas o la nostalgia por el Lido.
Aprovecho para soltar un chisme (ya sabes, no me gusta el chisme para nada) de tan histórico cine convertido en librería: el 2 de agosto de 2006, cuando cayó la tromba más intensa que haya conocido la ciudad, la librería quedó por completo inundada. Carlos Fuentes estaba presentando un libro cuando empezó a golpear el granizo, que tras más de una hora de acumularse echó abajo un plafón de la librería y se desencadenó el diluvio.
Fuentes se aterró al ver cómo el agua fluía del techo cual fuente a la inversa y mientras los asistentes se afanaban por poner los libros a salvo del agua, el dandy-escritor se sacó de la manga una "llamada de urgencia" y se fue pese a la tormenta.
En fin, enterado estás
Besos