10 abril, 2010

Número equivocado

Estaba una tarde muy quitado de la pena, espulgándome las verijas, cuando de pronto sonó el teléfono.
—¿El consultorio de la doctora Cárdenas?— preguntó una voz gangosa al otro lado de la línea.
—No, ésta es una casa particular.
—Disculpe, número equivocado—, repuso lacónicamente la voz y colgó.
¿«Número equivocado»? ¿Qué tiene de equivocado mi número? Que yo sepa, nunca se ha equivocado; quien quiere llamarme, lo marca y se comunica conmigo sin equivocación. Si alguien se equivocó en este episodio es sin duda el paciente de la susodicha doctora, no mi teléfono ni, mucho menos, este tecleador.

Pero así va la vida. Y a riesgo de que me llamen «semántico-materialista», he de agregar que esa forma de hablar es muy reveladora de una mentalidad que trata de eludir responsabilidades. «Yo no me equivoqué; fue el teléfono», dice alguien para justificar su error, cometido seguramente por marcar números con el mismo dedo que usa para picarse la nariz. Sería imposible que alguna vez oyéramos lo siguiente: «Disculpe, me equivoqué de número.» Imposible, pero sería lo correcto pues, repito, los números no tienen ni siquiera la posibilidad de equivocarse.

Lo mismo oímos cuando se habla de la víctima de una bala perdida: «Estaba en el lugar equivocado.» En estos casos, que implican la pérdida de una vida —o al menos un atentado grave contra su integridad—, el contrasentido es aun mayor. Un pistolero —sea policía, militar o simple bandido— dispara a ciegas y, como consecuencia, cae abatido un joven. ¡Ah! Pero en ese caso, se nos dice, no fue el agresor el causante del atropello: el lugar estaba «equivocado». ¡Maldito lugar! Clausúrenlo para que le sirva de escarmiento y no vuelva a equivocarse, causando la muerte de personas inocentes.

Y hablando de accidentes, esta mañana ocurrió uno que viene a confirmar el retorcido sentido del humor que tiene la Historia (sí, con mayúscula). Hace setenta años, en 1940, la élite del ejército polaco fue aniquilada por órdenes de Stalin. El grueso de esos asesinatos fue cometido en el bosque de Katyn, en el occidente de Rusia, cerca de la ciudad de Smolensk. Cuando el ejército alemán, en su retirada, descubrió la carnicería, los soviéticos rápidamente acusaron a los nazis de haberla perpetrado. Esa versión se mantuvo hasta que la glasnost de Mijaíl Gorbachov le permitió a éste reconocer la responsabilidad soviética. (Sí, podríamos decir que los 22,000 oficiales polacos estuvieron no sólo en el «lugar equivocado», sino también en el «momento equivocado». ¿A quién se le ocurre ser un oficial polaco en tiempos de Stalin?). Y hoy, por primera vez, se iba a realizar un homenaje a las víctimas, tan oficial que en él iba a participar el primer ministro ruso Vladimir Putin.

Pero hablábamos del retorcido sentido del humor de la Historia: al querer aterrizar en Smolensk, el avión que llevaba al presidente Lech Kacsynski, entre otros altos funcionarios, falló la maniobra, se estrelló y en el accidente perecieron todos los ocupantes. Entre éstos, además del presidente polaco, estaba el director del banco central, el jefe del estado mayor, familiares de las víctimas de la matanza de Katyn y numerosos intelectuales. «Es un lugar maldito», aseguró el ex presidente Aleksandr Kwasniewski. Menos mal que no dijo que es un «lugar equivocado».

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