03 abril, 2010

Sábado de devociones

Este año había pensado en iniciar mis devociones pascuales recetándome por televisión Los diez mandamientos. Sin embargo, pese a todo el respeto que me inspira ese bodrio pionero de los efectos especiales, no pude aguantarlo más de veinte minutos. Definitivamente no puede comulgar con semejantes ruedas de molino. Si el texto bíblico es dudoso como fuente histórica, como libreto cinematográfico viene quedando 'ora sí que muy por debajo de los engendros perpetrados por el recién desaparecido Mauricio Kleiff, zar del guionismo en la telera mexicana por muchos años.

En todo caso, para no perder la costumbre, el viernes santo me desayuné con Jesucristo Superestrella, visión un tanto más humana de la tragedia del Gólgota. Bueno, en realidad me desayuné unas gorditas de chales; la película me sirvió de acompañamiento en el proceso de deglutirlas.

Y es que las cosas no están para andar de devotos, muchos menos para un ateo como el suscrito. Ahora que se ha revelado que los padrecitos entendían muy a su manera el precepto evangélico de «dejad que los niños se acerquen a mí» (acercándose más bien los curas a los chamacos que se mostraban un poco rejegos), la fe de los creyentes anda por los suelos. Y entretanto, el Vaticano se anda por las ramas. El escándalo ha salpicado al mismísimo Trono de San Pedro, pero su ocupante, acusado de haberse hecho de la vista gorda ante las denuncias de pedofilia en el clero, adopta la misma actitud de los políticos mexicanos señalados por corruptos y por sus vínculos con el narcotráfico: toda duda lanzada sobre la honorabilidad del susodicho es un complot contra la patria, un ataque a la religión, una ofensa gravísima contra Dios. Así, no se ocupa en desmentir los reportajes de The New York Times que documentan debidamente el delito de encubrimiento, sino que acusa a la prensa de montar una campaña contra la fe. Y en el fondo ha de lamentar no tener a la mano a la Unión Soviética para achacar al comunismo ateo ser el origen de todos esos infundios.

Lejos están la vigilia, los ayunos y la visita a las siete casas, el rezo del rosario y el ambiente de contrición que reinaba esta temporada de Semana Santa cuando este tecleador estaba en su infancia. ¡Afortunadamente! En fin, es Sábado de Gloria y ya que me toca baño, me paso a retirar con su venia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Definitivamente y sin duda alguna, me gusta tu estilo Jorge!