14 febrero, 2004

... y de sabios corregir.


Ciertamente me precipité en mi juicio sobre Lindows. Más bien, lo precipitado fue mi juicio sobre mi capacidad de manejarlo. Después de varios días de infructuosos esfuerzos, seguía sin poder usar el módem ni escribir caracteres en Unicode. ¿Qué caso tenía el empeño? Así que el jueves pasado decidí reformatear el disco en el que lo tenía instalado para usarlo con Windows.


Las cosas no fueron tan sencillas. Por alguna razón que no me explico, Lindows se había apoderado de toda la máquina y, a la hora de eliminarlo, la dejó sin posibilidad de iniciarla desde Windows. De hecho, si me metía desde DOS, no veía el disco donde estaba instalado Windows. Lo único que se me ocurrió fue reformatear todo, con lo que perdí lo que ya tenía en Windows.


En realidad la pérdida no fue grave, fuera de las direcciones de correo de algunas personas (que espero me escriban para reportarse). Días antes había hecho un respaldo de los documentos de trabajo que, por lo demás, una vez enviados al cliente en realidad no necesito conservar. Sirvió además de depuración: tengo la consigna de instalar estrictamente lo necesario: Windows, Office, Thunderbird para el correo y Firefox para la navegación. Además, claro, del Trados para traducir, el WinZip para enviar y recibir los trabajos compactados, el Norton por aquello de los virus y alguna otra utilería que se me vaya ocurriendo. Viéndolo bien, haber reformateado el disco resultó muy provechoso.


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