03 septiembre, 2004

De los espameros y otras desgracias

Hace unos siete años recibí un mensaje por correo electrónico, en el que me invitaban a participar en un evento, del que lo único que recuerdo es que estaba relacionado con la psicología. Después del primer mensaje seguí recibiendo muchos más de ese mismo fulano, ya fueran para anunciarme sus actividades o promover sus libros.


En ese tiempo, para leer mi correo yo usaba una de las primeras versiones de Eudora y no sé si haya tenido filtros para evitar los mensajes indeseables. En todo caso, simplemente los borraba, ya sin leerlos, en cuanto veía el nombre del remitente. Hasta que una vez, harto de recibir un mensaje tras otro, me tomé la molestia de escribirle, para pedirle que me borrara de su lista.


Nunca lo hubiera hecho. No tuve el cuidado de guardar su respuesta, ni la recuerdo ya, después de tantos años. De lo único que me acuerdo es que el tipo me llamó bestia fascista por oponerme a recibir sus mensajes que, según él, eran benéficos para toda la humanidad.



¿Ya dije de quien se trata? ¿No? Bien, dejémoslo así. Cubramos su nombre con un velo de piadoso anonimato y, sólo a título de orientación, digamos que es alguien que dice ser un iluminado y que, en esa misma línea, promueve un sistema que consiste en una versión edulcorada de enseñanzas de Krishnamurti, budismo y teosofía, adobado todo con palabrería tecnológica al uso y empacado con un pomposo título.


Pasó el tiempo y, años después, como usuario de Outlook, no me costó trabajo configurar el programa y bloquear su dirección. Así vivía feliz varios meses, hasta que el sedicente iluminado cambiaba de dirección de correo y mi casilla volvía a infestarse con sus mensajes. Nueva configuración de los filtros y la vida continuaba su plácido transcurrir.


A este maestro de luz después le surgió un acólito que, por azares del destino, dio con mi nueva dirección y empezó a bombardearme con los mensajes del mesías. Así que volví a configurar el Outlook para bloquear de nuevo estas invitaciones a iluminarme por la vía rápida.


Pero como arrieros que somos, me lo seguí encontrando en diversos caminos, sobre todo en los grupos de Yahoo y en otras listas que aprovechaba para llenar el ciberespacio con sus mensajes. Así fue como me enteré que está considerado uno de los espameros más peligrosos del medio y, al mismo tiempo, que está bloqueado de la mayoría de las listas. Pero también tuve ocasión de ver su reacción a estos nuevos bloqueos: la misma que tuvo conmigo, es decir, llamar fascista a todo aquel que pretende coartar su libertad de inundar inocentes casillas postales con los anuncios de sus actividades y de sus obras.


El fenómeno de los mensajes indeseables no es privativo de Internet, por supuesto, y no sé si podríamos atribuir justamente a Selecciones haber inventado este recurso como arma de mercadotecnia. Pero ya sea en papel o en forma electrónica, los mensajes indeseables no sólo constituyen una violación de la intimidad, sino sobre todo un desperdicio de recursos. Y eso por no hablar de los innumerables mensajes que llegan con virus.


La pregunta que se hace el usuario es obvia: ¿Cómo fue a parar mi dirección a manos de tales malvivientes? La respuesta es doble. Una manera de obtener direcciones de correo es mandar arañas a revisar la red, en busca de cualquier cadena de caracteres que cumpla con la sintaxis básica x@y. De este modo, cada vez que alguien registra su dirección en alguna página Web, corre el riesgo de ir a parar a esas listas que, posteriormente, algunas empresas se encargan de vender tanto a mercadores como a los malandrines que envían virus.


¿Significa esto que no debemos dar nuestra dirección en ningún caso? ¿Qué pasa si quiero leer el New York Times, para lo cual me piden mi dirección? En estas circunstancias vale la pena tener una dirección alterna, por ejemplo en Hotmail o Yahoo (no conviene inventar una dirección, pues en muchos casos el sitio envía la contraseña a la dirección indicada), que sólo usemos para este tipo de situaciones.


Pero el problema es más complejo. Otra forma de recabar direcciones es mediante las odiosas cartas en cadena. Sí, esos mensajes con palabras de aliento, con recomendaciones para la seguridad, con historias del niño que se está muriendo, de la bebita secuestrada, de empresas que donan un centavo por cada mensaje que se envíe, de campañas caceroleras en contra de los gobernantes (de cualquier cuño), de presentaciones en PowerPoint con paisajes espectaculares o fotos "chistosas". En fin, la variedad de estas cadenas es tan amplia como la misma estupidez humana.


Estos mensajes, que suelen contener la apocalíptica advertencia de que los reenviemos a todos nuestros conocidos, a la tercera o cuarta pasada han acumulado tal cantidad de direcciones, que en ocasiones es imposible llegar al meollo del contenido. Y esas direcciones, convenientemente procesadas, se vuelven la materia prima de los vendedores de listas. La próxima vez que reenvíe un mensaje chistoso, tierno, francamente cursi o de plano alarmista, tenga en cuenta que está poniendo a todos sus cuates en la mira de los francotiradores de virus y otros fraudes cibernéticos.


Y, cuando reciba uno de éstos, no se queje ni se pregunte de dónde tomaron su dirección.


Ah, y si quiere ahondar más en el tema, échele un ojo a este bien construido sitio.

1 comentario:

Lola dijo...

Amén.

Ojalá tengas más éxito que yo tratando de educar en las costumbres saludables de uso del correo. Por mi parte, no voy a dejar de insistir.