03 septiembre, 2004

La religión en la nueva era

Los novaeristas se complacen en reiterar la etimología de la palabra religión, haciendo énfasis en que viene del latín re ligare, o sea, volver a unir. De ahí sacan toda una serie de conclusiones, tan variadas que pueden caer en la contradicción, como contradictorios resultan los movimientos que se inscriben en el nebuloso concepto de nueva era.


El significado más promovido es el de volver a unirse con dios, es decir, la religión es aquello que le permite al individuo alcanzar la unidad con la divinidad. Sin embargo, en esta definición al parecer tan simple encontramos dos grandes incógnitas.


La primera es el concepto de unidad. En efecto, ¿a qué se refieren los novaeristas con "unidad"? Ciertamente, el católico avezado podrá reconocer en ese concepto el mismo de comunión, ritual que cumple durante la misa al recibir el sacramento de la eucaristía. Pero para eso, el individuo bien haría en no abandonar el seno de la iglesia para aventurarse en las inciertas aguas de la Nueva Era. Si ésta le ofrece lo mismo que aquélla, si en ese sentimiento de comunión o unidad agota su oferta, ¿dónde esta la novedosa atracción de los novaeristas?


Por lo demás, en todas las religiones encontramos todo tipo de devociones que le permiten al creyente lograr la unidad o comunión con la divinidad. ¿En qué se diferencia un católico que le prende su veladora a San Juditas de un novaerista que enciende una vela que lleva estampado su signo del zodiaco? Tan sólo en el hecho de que el católico lo hace siguiendo una tradición bien estructurada (los días 28 de cada mes y, en especial, el 28 de octubre), mientras que el novaerista lo hace cuando se le pega la gana.


En efecto, aunque no viene en la definición de religión, los novaeristas consideran que tienen toda la libertad de elegir la forma de lograr esa unidad. De ahí surgen las contradicciones que mencionamos. Algunos no tienen ninguna objeción en prender un cigarro después de su clase de yoga, mientras que otros ven el tabaquismo una dependencia de la cual es preciso liberarse (al igual que cualquier otra, como la del alcohol y las drogas). Unos condicionan su desarrollo espiritual (y, por tanto, sus oportunidades de unirse con la divinidad) al hecho de seguir una estricta disciplina física, mientras que otros encuentran su camino en el jardín de Epicuro.


Aunque un análisis cuidadoso permitiera llegar a un consenso sobre el concepto de unidad, el de divinidad, la segunda incógnita de nuestra ecuación, se resiste a cualquier acuerdo (pregúntenles a árabes, cristianos y judíos, todos adoradores del mismo dios). Ni crean que me voy a lanzar aquí con una definición de divinidad o dios. Pretenderlo es repetir el esfuerzo de aquel ciego que, en un cuarto obscuro, busca a un gato negro que no existe.


Pero para los novaeristas, el concepto de dios es muy sencillo e incluso cercano. El principio de libertad en la búsqueda se aplica también a la libertad en lo buscado y así surge el concepto de dios personal: cada quien concibe a dios como se le antoje y, de ese feliz modo, todos lo encuentran. El problema, claro, se presenta cuando alguno de esos iluminados nos quiere convencer de que su dios personal tiene validez universal. Así encontramos a maestros y gurúes que predican su camino como si fuera el único. Y no falta quien descalifique, ridiculice o ataque abiertamente a los demás.


Todo lo anterior vale en el caso de que efectivamente la religión sea el camino hacia la unidad con la divinidad, concepto que como vimos se deriva de su etimología. Sin embargo, Corominas asegura que la palabra viene del latín religio, que significa "escrúpulo o delicadeza", si bien agrega que de éstas se deriva su significado como "sentimiento religioso". Pero curiosamente no hace alusión a esa etimología popular de "volver a ligar". ¿Será que es falsa? No se vaya, seguiremos investigando.


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