31 diciembre, 2004

De la confusión de lenguas

Por una nota del blog de Dominique Coutourier llegué a las páginas del Diario Vasco, en las que se entrevista a la escritora Marie Darrieussecq. De buenas a primeras, el periodista le suelta la siguiente pregunta:


—¿Sigue estando a favor de la globalización del inglés?



—Bueno..., es que no entiendo a la gente que se queja del inglés cuando es una suerte que al final podamos tener un idioma, el esperanto, que funciona cuando viajas. Hay que quejarse de la muerte de las lenguas pero no de un idioma que permite que nos entendamos.



Y ahí sí que declaro que quisiera ser apóstol y estar en el Pentecostés para entender su respuesta. pues aquí siento una terrible confusión de lenguas. Le preguntan sobre el inglés... ¿y responde del esperanto? Porque efectivamente, es una suerte que podamos contar con el esperanto, que no sólo funciona cuando viajas tú, sino también yo, él, nosotros y cualquiera que lo aprenda. Y también funciona cuando ninguno de nosotros (o de ellos) viaja, pues yo lo uso en la comodidad de mi hogar (por ejemplo, ahora estoy leyendo la excelente traducción de El tambor de hojalata de Günter Grass) y en reuniones con mis amigos, sin necesidad de mucho desplazamiento.


Lo que quizá deberíamos hacer los esperantistas es registrar el nombre esperanto y tratar de impedir, como hacen las firmas comerciales, que se use como nombre común. Por ejemplo, hace algunos años, la compañía Xerox lanzó una campaña para evitar que en Estados Unidos se usara su marca como sinónimo de copia. "Hazme unas xerox de este documento", se decía alegremente, en el mismo tenor que aquí en México se le llama "pan bimbo" a cualquier pan de caja.


Y es que muchos, para adornarse, dicen esperanto para referirse a cualquier lengua que permita la comunicación internacional. Hemos visto ese uso incluso cuando se trata de lenguajes de programación, como el java, del que dicen que es un "esperanto de las computadoras", aludiendo a su capacidad multiplataforma.


Pero confundir al esperanto con el inglés, o llamar así a éste para designar la insidiosa penetración de una potencia, es el colmo de la confusión. Y sorprende encontrarla en una escritora vasca que pretende defender su herencia cultural. La expansión del inglés representa la del poderío del país que lo abandera y, en el caso concreto de este principio de siglo, apunta también a la extinción de aquellas culturas que pasarán al olvido —cuando mucho a los estantes de los estudios académicos, lo que equivale a acabar en un museo— sin haber podido expresar su voz. Aquí también se aplican las leyes de la física, que prescriben que dos objetos no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo. Así, la globalización del inglés significa el desplazamiento de todas las demás culturas. Los privilegios de que gozan los anglófonos se basan en las desventajas que padecen los demás.


No, el inglés no es "un esperanto" de nuestros tiempos. El carácter de dominación que reviste la expansión del primero y lo democrático que resulta el segundo —dada su facilidad de aprendizaje, que lo pone al alcance de literalmente todo el mundo— los vuelven diferentes por esencia, no sólo superficialmente. Si en este planeta llega a haber un Pentecostés que, mediante el don de lenguas resuelva la confusión babélica, éste llegará gracias al esfuerzo de quienes, como los esperantistas, trabajan incansablemente por presentarle a la humanidad la opción de una comunicación democrática, de igual a igual, la única que puede establecerse con dignidad entre los seres humanos.


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