09 julio, 2004

El horror de la página en blanco

Podría pensarse que, si escribir es jugar con las palabras, bastaría con tener un vocabulario más o menos amplio y un conocimiento pasadero de las reglas de la gramática para sentarnos a escribir un buen texto.


La verdad es que con eso no estamos ni siquiera en el comienzo. No se escribe en abstracto. Todo lo contrario: escribir es la concreción del pensamiento y, en cuanto tal, es el pensamiento el que deviene la materia prima de la escritura, más que las palabras que lo representan.


Escribir es poner en blanco y negro las ideas. Si no tenemos ideas, no escribimos nada; si las tenemos confusas, el texto resulta un galimatías. Es por ello que, más que decir, "qué bien escribes", habríamos de decir, "qué bien piensas". A lo más, "qué bien expresas tus ideas".


Ítem más: solemos equivocar la escritura con el lenguaje (que equivale a confundir la forma con el fondo). Asimismo, creemos que pensamos a través de las palabras, cuando en realidad éstas sólo sirven para manifestar y dar concreción física (en forma de ondas sonoras en el lenguaje hablado o en forma de las letras del escrito) a las ideas, verdaderas protagonistas del pensamiento.


Ya muchos han hollado el tema de la relación entre el pensamiento y el lenguaje; tanto así que de hecho constituye una rama de la filosofía, que básicamente inquiere cómo están unidas las palabras y las ideas, los significantes y los significados.


La doctrina lingüística convencional sostiene la arbitrariedad del signo, esto es, de la relación entre el significante (la palabra) y el significado (la idea u objeto que se designa). Pero hay otras corrientes convencidas de la relación natural entre uno y otro lo cual, por supuesto, abre la puerta del pensamiento mágico.


Es todo por hoy. Ha concluido este ejercicio de sentarme a escribir sin tener ni idea de lo que iba a decir. Quizá con esto haya refutado mi tesis original. Después de todo, y como lo demuestran a diario nuestros próceres de la política, sí es posible hilar palabras sin tener que echar mano de las ideas.

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