15 agosto, 2004

La lengua de la Olimpiada

Se queja un reportero de La Crónica de que el sitio oficial de los Juegos Olímpicos haya discriminado al español y sólo se encuentre información en griego, francés e inglés. Agrega que, dada la importancia del español como lengua internacional, sería de esperarse que los organizadores de los juegos lo hubieran tomado en cuenta. Y se pregunta qué pasaría si, por ejemplo, el sitio de Naciones Unidas no estuviera también en español.


Dada la enorme cantidad de lenguas que hay en el mundo (que algunos calculan en seis mil), sería imposible que se hiciera una publicación en todas ellas. Menos la de los Juegos Olímpicos, en los que participan más naciones que en la propia ONU (202 contra 191). En Naciones Unidas sólo existen seis lenguas oficiales (árabe, chino, español, francés, inglés y ruso); en la Unión Europea, donde se pretende más igualdad y democracia, hay 21 lenguas oficiales, las mismas de sus 25 miembros. Es fácil calcular que hay cuatro lenguas compartidas por dos miembros: el alemán, el francés, el griego y el inglés, si bien esta situación podría complicarse por las exigencias de las lenguas no oficiales en sus respectivos países que, como el catalán, el bretón y el galés, entre otras, quieren ser reconocidas dentro de la Unión.


Suele confundirse el problema lingüístico con esta diversidad. De ningún modo. La diversidad lingüística es parte de la riqueza cultural de nuestro planeta y merece todos los esfuerzos por conservarla. El problema lingüístico es causado por la hegemonía de unas cuantas lenguas sobre todas las demás. Esta hegemonía tiene numerosas consecuencias. Aquí apuntaremos algunas.


La primera y más obvia es la ventaja que supone dicha hegemonia para los hablantes nativos. Éstos se ven relevados de la necesidad de estudiar otra lengua para satisfacer sus necesidades de comunicación. Dada la dificultad de aprender un idioma extranjero al grado de dominarlo, de poder expresarnos en él como si fuera nuestra lengua materna,, no es difícil calcular lo que representa dicho estudio en términos de tiempo y de recursos. Quienes no son hablantes nativos dedican varios años al aprendizaje de la lengua hegemónica, tiempo que los hablantes nativos pueden dedicar tranquilamente a otros empeños.


Otra consecuencia es la noción de que existen lenguas grandes y pequeñas; es decir, que las lenguas hegemónicas merecen más estudio que las demás y que éstas, a fin de cuentas, están condenadas a la extinción por causas naturales. Esto no es sólo una extrapolación trivial del darwinismo biológico al campo de la lingüística: constituye una condena de muerte para todas las culturas minoritarias. Esta extinción empieza, claro, con los pueblos más débiles, de cuya existencia seguramente ni enterados estamos, por lo que la mayoría puede permanecer tranquila, apartando de su conciencia esta terrible realidad y dedicándose a sus clases en el Harmon Hall. Lo que no vemos —porque nos lo impide el sistema mismo— es que después de las lenguas minoritarias seguirán todas aquellas que no tengan el respaldo de la potencia política, económica y militar (¿quién dijo aquello de que la diferencia entre lengua y dialecto es que la primera tiene un ejército a su servicio?). En otras palabras: una vez que hayan desaparecido las lenguas indígenas, seguirán el camino de la extinción las lenguas nacionales del tercer mundo. A final de cuentas, dentro de algunos siglos, quizá sólo queden las seis lenguas que actualmente son las oficiales de Naciones Unidas (habrá que admirarnos de su visión).


Sería muy largo analizar todas las consecuencias implicadas en la hegemonía lingüística y ya se me está haciendo tarde para irme a ver las olimpiadas en la tele. Otro día le sigo.


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