15 agosto, 2004

Renuncia de privilegios

Supe de la existencia de CORIAC desde hace algunos años, y en ese tiempo me llamó la atención que hubiera hombres dispuestos a renunciar a su privilegio de género. En efecto, si el privilegio (esa ley privada que nos facilita la vida) es producto del sistema, si podemos obviar el reproche diciéndonos que nosotros no lo establecimos, la tentación de disfrutarlo es enorme y renunciar a él parece imposible. Además, esa renuncia nos expone a la burla de quienes lo aprovechan plenamente, cuando no a sus recriminaciones ("Me estás haciendo quedar mal con la vieja.") o a que nos condenen al ostracismo ("Mis cuates ya no me invitan porque dicen que soy un mandilón.").


Es fácil ver el privilegio de género. Por ejemplo, en mi casa, de chico, como hombre no me tocaba realizar ninguna tarea doméstica (tender camas, lavar baños, etcétera), las cuales estaban reservadas a mis hermanas. Nunca se me ocurrió reclamar mi derecho a arreglar mi propio cuarto o a prepararme mis propios alimentos. Éstos los tuve cuando empecé a vivir solo. Pero para entonces me costaba trabajo asumirlos como derechos, pues se habían convertido en aburridas obligaciones.


Los privilegios, sin embargo, son armas de doble filo y la estructura misma de la sociedad nos impide ver el alto costo que pagamos por ellos. La imposibilidad de relacionarnos afectivamente, de expresar nuestros sentimientos (ni siquiera de reconocer su existencia), ya no sólo hacia otros hombres, sino incluso con las mujeres (lo cual es una queja recurrente entre éstas), nos cercena un aspecto clave de la personalidad. Al son de que "los hombres no lloran", nos pasamos la vida reprimiendo la manifestación de nuestras emociones, cosa que a la larga tiene el efecto de suprimirlas por completo.


Y, claro, las mujeres, como víctimas de este privilegio, son las que pagan las consecuencias más onerosas. La más cruda es la violencia doméstica, de la cual son objeto millones de mujeres a manos de los varones de su familia: padres, hermanos y cónyuges (aunque, según el célebre titular del Alarma!, "Mató a su mamacita sin causa justificada", también por parte de los hijos). Es sabido que la mayoría de los casos de violación suceden en el seno del hogar y la vergüenza de denunciar a un familiar o conocido (novio o vecino) hace que gran parte de éstos queden ocultos.


Pero la sociedad insiste en que éste es el "orden natural de las cosas"; que los hombres son racionales y las mujeres sentimentales, que hay determinantes biológicos y otras razones, entre las que podríamos mencionar la estupidez difundida desde el título de un libro que asegura que "los hombres son de Marte y las mujeres de Venus". No podría pensarse en mayor trivialización de un problema que afecta a hombres y mujeres por igual.


El único determinismo biológico demostrable lo encontramos en las funciones reproductivas. Todas las demás capacidades son producto de la sociedad y su cultura. Negar el aspecto racional, emprendedor y dinámico de las mujeres es cerrar los ojos a los millones de mujeres que se hacen cargo de sus hijos, una vez que las abandona el desobligado del marido. Negar el lado emocional y creativo del hombre es olvidar que son esos componentes precisamente los características de los artistas (que, por cierto, al estar en contacto con esa parte, suelen comprender a las mujeres, lo que los vuelve muy atractivos para éstas).


Todo lo anterior, por supuesto, son generalizaciones. Y como tales, en ellas encontramos las tradicionalmente honrosas excepciones.


La llamada "guerra de los sexos" (otra trivialización) cobra víctimas en ambos bandos. Quizá sería el momento de llegar a una tregua que nos permitiera firmar la paz. Que nos permitiera vivir en un mundo de colaboración, no de competencia, de compañeros, no de rivales, de parejas parejas, no disparejas.

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