21 julio, 2005

Terrorismo y mesianismo

Ya se había tardado la prensa en reproducir, sin ningún asomo de razonamiento, el uso demagógico del "11-S" en el caso de los atentados de Londres. Así, ahora vemos que los designan del modo impuesto por la retórica bushista: el 7-J.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington constituyeron la partida de nacimiento del régimen de George W. Bush, dándole a éste el pretexto ideal de lanzar una cacería de brujas, amedrentar a su población y justificar medidas de corte fascista, encarnadas en la llamada ley USA PATRIOT (este nombre es una sigla que significa algo así como "Para unir y reforzar a Estados Unidos, dotándolos de las herramientos apropiadas requeridas para interceptar y obstruir el terrorismo" [Uniting and Strengthening America by Providing Appropriate Tools Required to Intercept and Obstruct Terrorism], por lo que en rigor no se debe traducir como "ley patriota").

Carente de legitimidad en las urnas, Bush aprovechó los atentados (aunque los teóricos de la conspiración aseguran que no fue ajeno a ellos) para presentarse ante su pueblo como el salvador de mano dura que requería el país en esa hora de aflicción. Uno de sus recursos fue presentarle a un enemigo extraño, perteneciente a otro mundo cultural, hablante de una lengua incomprensible y adorador de un falso dios. Así, Oussama ben Laden encarna al mal puro, al odio que siente el mundo contra Estados Unidos. Este odio, claro, no se explica por los actos mismos del régimen estadounidense, sino por la envidia que sienten todos aquellos que no tuvieron la fortuna de nacer en su suelo. Pero el pueblo (el "público", como le dicen allá) necesita más que una figura odiosa, por lo que el gobierno de Bush decidió darle también una fecha memorable, representada de la forma más abstracta posible para que fuera el régimen el que la llenara de significado. Así nace el "once nueve" (o "nueve once", siguiendo la costumbre inglesa de mencionar primero el mes) o el "11-S". Unos cuantos le dicen el "once de septiembre" y muy pocos (hasta ahora sólo he visto ese uso en Le Monde) le añaden el año, en aras de la precisión.

Un atentado terrorista es un crimen horrendo. Y no deja de ser bochornoso que un régimen, aun el de Bush, quiera basar su legitimidad en él. Por eso es mejor designarlo con otro nombre, para que su mención no evoque la tragedia y el dolor. En la imaginería popular, el 11/9 es una fecha conmemorativa del resurgimiento del patriotismo estadounidense: la bandera vuelve a ondear por todas partes y se ve con recelo a todo aquel que no se alinee con la doctrina oficial. El mesianismo de Bush, criticable en otras condiciones, resulta lo más adecuado para hacer frente al fanatismo religioso de los "otros".

Después de los atentados de Madrid, el 11 de marzo de 2004, la prensa retomó la designación impuesta por los intereses de Bush y compañía y los designó como "11-M", feliz de contar con un modelo en la siempre difícil labor de cabecear sus notas. Pero no hay que dejarse engañar por las semejanzas. Los atentados de Atocha tuvieron el efecto contrario de los atentados de las Torres Gemelas. El manejo informativo que de ellos hizo el gobierno de José María Aznar prácticamente provocó su caída, pues trató de engañar a la opinión pública achacándolos a la ETA para no tener que reconocer que su implicación en la guerra de Irak había vuelto a España blanco del terrorismo de al-Qaida. Pocos días después, los españoles demostraron en las urnas lo que opinaban de la versión oficial y sacaron al Partido Popular de Aznar del palacio de la Moncloa.

Ahora se da un caso parecido en Londres donde se impulsa la teoría de los "terroristas solitarios", para ocultar la evidencia de que su apoyo a la guerra en Irak es la motivación del atentado. Bastante trabajo le va a costar al gobierno de Tony Blair convencer a su pueblo de que su alineación con la política estadounidense no tiene nada qué ver con el hecho de haber sido blanco de los ataques. Primero, porque la pista de al-Qaida está por todas partes. Desde la atribución reclamada por un grupo perteneciente a esa red, hasta el modus operandi. Tampoco es posible descartar la pista pakistaní: tres de los cuatro autores de los atentados son de familia de inmigrantes pakistaníes y estuvieron en Pakistán recientemente. Y no es posible descartar a Pakistán dado que este país se convirtió en refugio de los talibanes a la caída del régimen teocrático de Afganistán, en noviembre de 2001.

No obstante, en la premura de la hora del cierre, la prensa no se detiene a razonar ni a hacer distingos. ¿Se trata de un atentado? ¡Ea, vamos a designarlo con la fecha, tal como ya nos enseñó a hacerlo Bush! Y así, en periódicos supuestamente "progres", empezamos a ver el "7-J" empleado a diestra y siniestra. Al parecer, el afán es poblar el calendario con fechas conmemorativas que nos mantegan en las trincheras de la lucha contra el otro, designado en estos tiempos de posguerra fría como "terrorista islamista".