02 julio, 2011

El caso DSK da un vuelco espectacular


El rumor empezó a circular desde el jueves en la noche y se confirmó antes del mediodía del viernes: la oficina del procurador de Nueva York, la parte acusadora en el caso de Dominique Strauss-Kahn, declaró que había serias lagunas en la credibilidad de la recamarera del Sofitel que asegura haber sido violada por el entonces director general de Fondo Monetario Internacional. Así, el juez Michael Obus decidió poner en libertad provisional al acusado, devolviéndole el millón de dólares en efectivo y el bono por otros cinco millones que había depositado como fianza. No desechó los cargos en su contra, empero –«ése es el siguiente paso», declaró optimista el abogado de la defensa, Benjamin Brafman–, y le retuvo el pasaporte, lo que significa que, si bien puede viajar dentro de Estados Unidos, todavía no puede regresar a su país natal.

Espectacular vuelco en un caso que al principio se presentó como algo seguro: las pruebas de ADN confirmaron la presencia de semen del político francés en la recamarera guineana; ésta, por lo demás, era una mujer «trabajadora, respetable y buena musulmana», repetían como letanía aprendida sus allegados; DSK era conocido por todos sus amigos como mujeriego empedernido y, siendo director general del FMI, tuvo sus queveres con una subalterna suya en la institución, cosa que él mismo reconoció en 2008.

Las «lagunas» que señala la oficina del procurador, Cyrus Vance, Jr., son específicamente dos: la acusadora mintió en su solicitud de asilo, presentada en enero de 2004, sobre el hecho de que ella y su esposo habían sido víctimas de la represión del régimen de su país; asimismo, la mujer declaró haber sido violada también en Guinea, cosa que posteriormente desmintió. Estas mentiras, presuntamente, tenían la intención de atraerse la simpatía desempeñando el papel de víctima en la búsqueda de asilo. Pero también mintió en sus declaraciones de impuestos, presentando como dependiente a la hija de una amiga para tener más deduccciones, y en sus ingresos, para conseguir el departamento barato que ocupaba en el Bronx.

Pero hay otra mentira de mayores implicaciones: según la mujer, después del incidente se escondió en un armario del corredor del hotel, donde esperó a ver que Strauss-Kahn se fuera del lugar en el elevador. Pero la verdad es que se fue a limpiar otra habitación del mismo piso y después regresó a terminar la limpieza de la suite 2806, donde presuntamente había sido violada.

Estas revelaciones provinieron no de la defensa, sino de la fiscalía. La defensa de Strauss-Kahn se ha basado en la consensualidad de la relación. Es decir, el director general del FMI y la recamarera del hotel de lujo sí tuvieron relaciones sexuales, pero fueron consentidas por los dos, cosa que no constituye ningún delito (las implicaciones morales las dejaremos para otra ocasión). El caso, pues, se reduce a una batalla de credibilidad: ¿quién dice la verdad? Más bien dicho, ¿a quién le creemos?

Pero por sorprendentes que resulten estas revelaciones, no son las únicas. Los investigadores de la defensa, por su parte, no se quedaron de brazos cruzados y le encontraron bastantes trapos sucios a la acusadora de su cliente. El más percudido: al día siguiente del presunto incidente, la mujer habló por teléfono con un hombre que se encuentra encarcelado por posesión de 200 kilos de mariguana. En la conversación, que fue grabada, ella le pregunta cómo podría aprovechar la situación. Aun más: ese hombre es uno de varios que hicieron numerosos depósitos en la cuenta bancaria de ella, por un total de 100,000 dólares en los últimos dos años.

Queda abierta la posibilidad de que efectivamente, Strauss-Kahn haya sido víctima de una maquinación, posibilidad que ya se había señalado. Por el momento no puede decirse nada más. La próxima audiencia del juicio está fijada para el 18 de julio y en ella –como teme Kenneth Thompson, el muy mediático abogado de la acusadora– la procuraduría podría pedir el desistimiento del juicio. Si así fuera, Strauss-Kahn regresaría a la escena mundial y, sobre todo, al mundo político francés, aureolado con la etiqueta de víctima de un complot o, por lo menos, del sistema judicial estadunidense. Pero por lo pronto, paciencia. Si de algo podemos estar seguros en este caso es que todavía no se han acabado las sorpresas.