16 noviembre, 2005

La competencia de los mesías

Dentro de la vaga y contradictoria nebulosa de movimientos afiliados al New Age, una de las pocas nociones comunes es la idea de que ya nos encontramos en una nueva era (de ahí el nombre). Ésta es la era de Acuario, anunciada en la canción del musical Hair y que promete cambios muy positivos para la humanidad. Del hecho de que estemos en una nueva era muchos derivan un principio fundamental: hay una persona que encarna al mesías de esta época y a la que designan con un nombre que suele reflejar la orientación del movimiento que encabeza.

Así nos enteramos de la existencia de avatares, término tomado del sánscrito avâtara y que significa la encarnación de un dios. Para los miembros, y sobre todo para los beneficiarios de estos movimientos, avatares fueron Krishna, Moisés y Jesús, respectivamente de las eras de Tauro, Aries y Piscis. Ahora bien, si hay consenso en los avatares de las eras anteriores, en nuestros tiempos se libra una sorda pero encarnizada lucha por la titularidad del cargo de mesías de la era de Acuario.

Uno de los contendientes más singulares es el colombiano Víctor Manuel Gómez quien con el paso del tiempo se hizo llamar Samael Aun Weor para presentarse como el avatar de la era de Acuario, "encargado por la Logia Blanca de abrir públicamente las puertas del Templo de la Sabiduría a la humanidad que sufre".

Quien se acerque sin el menor asomo de cinismo y burla a las numerosas páginas dedicadas a la gloria de este personaje, es decir, quien sinceramente quiera informarse acerca del movimiento gnóstico establecido por Aun Weor, difícilmente podrá contener por lo menos una ligera sonrisa de burla ante las pretensiones espiritualoides de este señor, que lo mismo habla del “pranayama egipcio” que compara al hombre con el toro para justificar una moral sexual perfectamente victoriana.

El sujeto en cuestión es el sueño de todo bloguero: no hay ni que comentar sus palabras, basta con reproducirlas para arrancarle una sonrisa al respetable público que nos honra con su presencia. Por ejemplo: "Samael Aun Weor es el nombre del Arcángel, regente del planeta Marte, y que se logró encarnar en un vehículo físico con el nombre de Víctor Manuel Gómez." En una sola frase tenemos (1) ángeles, (2) astrología y (3) reencarnación en su modalidad espiritista. ¿Quién puede contener la risa ante semejante batiburrillo de ideas?

Pero por lo visto poco le parece la pretensión de ser un arcángel encarnado y después engalana su biografía con los personajes en que encarnó en sus vidas anteriores. Amable lector, distinguida lectora, lo que sigue no es recomendable para espíritus tiernos o impresionables; asimismo, si usted trae marcapasos, le aconsejamos deje de leer en este momento, pues las revelaciones que estamos a punto de hacer pueden afectarlo.

Víctor Manuel Gómez pretende haber sido en sus vidas anteriores ni más ni menos que:


  • Hierofante Instructor y asesor directo del faraón en la época en que se construyó la Pirámide de Kefrén.
  • Reencarnó varias veces en los tiempos de la antigua China, en una de esas tantas se llamó Chou-li.
  • Una vez estuvo reencarnado en el misterioso Tíbet, fue un lama tibetano y como tal, aún pertenece a la Orden Sagrada del Tíbet.
  • En otra de sus vidas fue Julio César, general, historiador y dictador romano. Vivió en Roma entre el 101-144 a.c. y fue una de las figuras más importantes de la historia.
  • En otra de sus vidas, fue un caballero en la Edad Media educado en el arte de las armas para defender a los débiles de la opresión de los señores feudales.
  • Fue amigo personal del Maestro y Conde Cagliostro, en la época en que María Antonieta era Reina de Francia.
  • Luchó como militar al lado del Emperador Alejandro Magno.
  • Reencarnado como Tomás de Kempis, escribió su inmortal obra “Imitación del Cristo”.
  • En España fue el Marqués Juan Conrado, tercer gran señor de la Provincia de Granada.
  • Formó parte de la revolución mejicana y allí fue el Mayor Daniel Coronado, uno de los treinta dorados de Pancho Villa.


No vamos a discutir la errata en la fecha de muerte de Julio César (que fue en 44 a.C.) ni la jota con la que escriben “mexicana” (mucho menos las mayúsculas arrojadas sin ton ni son). No son nada en medio de ese inventario de personalidades que se labró el señor Gómez para adornar su currículum prenatal. He de confesar que en mi ya dilatado contacto con las ideas reencarnacionistas, nunca me había topado con nadie que dijera haber encarnado en tantas y tan variadas personalidades de la historia. En una ocasión, una persona que pretendía “adivinar” las vidas pasadas, me aseguró que yo había sido camellero árabe, escriba chino y esclavo en una plantación de caña del Caribe: pura gente común cuyo nombre no llegó a quedar en los anales. En efecto, si hacemos cuentas veremos que es imposible que los cinco mil millones de terrícolas que pueblan el globo hayan sido grandes personajes de la historia.

Claro, ya puestos a hacer cuentas --y volviendo a nuestro tema del principio, el de la nueva era en la que estamos-- veríamos que muchas cosas no “cuadran”. Aun dentro del marco teórico de la astrología, es imposible definir el momento en que se inician las eras (cuya pertinencia, por lo demás, también estaría a juicio).

Uno de los mayores peligros del pensamiento mágico en el que se basan estos movimientos es precisamente ése: el discípulo acepta una idea (por ejemplo, la de las eras) y acaba reverenciando a un fulano que se dice la reencarnación de Julio César y Tomás de Kempis. A falta de razonamiento crítico, en ocasiones simplemente por falta de información, la persona va comulgando con ruedas de molino cada vez más grandes.

Al encontrarnos con estos grupos, pues, lo más conveniente es analizar su piedra angular, su pretensión básica. ¿Los gnósticos de Samael dicen que éste es el mesías de la nueva era? ¿Ése es el punto de partida de sus enseñanzas? Pues, con la pena, pero por muy bonito que predique el señor, su punto de partida es una vacilada en la que no puede creer ninguna persona sensata. ¿Mesías a mí?

15 noviembre, 2005

Darwin en el banquillo

Estados Unidos es un país tan democrático, en el que se respeta tanto la opinión de la mayoría, que ahí hasta el concepto de ciencia se somete a votación y es el consenso general lo que decide qué se enseña en las aulas. Claro, en estos tenebrosos tiempos de avance incontenible de la derecha cristiana era de esperarse que los fundamentalistas, con el único apoyo de su fuerza numérica, trataran de anular siglos de avance científico y de imponer su visión mágico-religiosa del mundo.

Sólo así entendemos que haya vuelto a abrirse un debate iniciado hace casi siglo y medio con la publicación, en 1859, de El origen de las especies, obra en la que Charles Darwin avanza la teoría de la evolución. Todos tenemos por lo menos una idea de lo que trata esta teoría, aunque la versión popular la reduce a la idea de que el hombre desciende del mono.

Su obra, por supuesto, contradice la cosmogonía cristiana (y de muchas otras religiones) basada en la existencia de un dios creador del Universo tal como lo conocemos hoy en día. Aún más, la cronología bíblica sitúa la edad de la Tierra en 6,000 años: sí, seis mil escasos años desde el imperioso Fiat lux hasta nuestros días. Este periodo no sólo es insuficiente para la evolución, sino que tampoco les deja lugar a los dinosaurios que, coincidemente, empezaron a ser descubiertos en forma de fósiles algunos años antes (el primero fue un iguanodonte descubierto en 1822).

La teoría de la evolución, pues, se las tuvo que ver con el pensamiento dominante de su época, basado en la imposición dogmática de la cosmovisión teológica: Dios es el creador del Universo y no se discuta más. Con todo, se vivía el siglo XIX, el siglo del positivismo, el tiempo de avances asombrosos de la tecnología. Ya la revolución industrial había rendido los primeros frutos que habrían de ir apartando al hombre del pensamiento mágico. Se necesitaba, pues, una versión más presentable que la de la historia bíblica de la creación en seis días. Así surgió la noción del diseño inteligente, conocida en su momento como argumento teleológico.

Basado en la teología de santo Tomás de Aquino, y más precisamente en su quinta prueba de la existencia de Dios (en su Summa teologica), este argumento se reduce a que la complejidad de la vida precisa de un creador inteligente. Santo Tomás refuerza su opinión con el concepto del objetivo (el telos): los cuerpos naturales actúan siempre para obtener el mejor resultado; aquellos que carecen de inteligencia requieren de otro ser que los mueva, "como la flecha es dirigida por el arquero". Y de ahí concluye que "existe un ser inteligente que dirige todas las cosas naturales hacia su objetivo; a este ser lo llamamos Dios".

A principios del siglo XIX, William Paley elaboró el célebre ejemplo del reloj de David Hume y de ahí concluyó que, si encontramos un reloj en un campo, es obvio que alguien tuvo que haberlo dejado allí, que no es producto de fenómenos naturales. El reloj de Paley es, pues, la prueba de la existencia de Dios, en la medida en que no puede haber sido fruto del azar.

Creo que aquí nos encontramos con una clave importante del debate. Quienes defienden la existencia de un Dios creador se basan siempre en la imposibilidad de que el Universo sea obra del azar y ven en la complejidad de los seres vivos una intención. Esta intención es la que ahora designan como “diseño” (significado válido en inglés, discutible en español, pero dejémoslo así por lo pronto). Y como el dueño de tal intención es inteligente, de ahí sacan el término de “diseño inteligente” con el que ahora quieren reemplazar al impresentable concepto de creacionismo.

Propongo que hagamos un alto en este punto, no para recapitular sino para plantear una pregunta que debimos haber hecho desde antes: ¿Por qué una visión mágica del mundo encarnada en una religión ha de explicar cosas fuera de su competencia? ¿No pueden limitarse las iglesias a recabar fondos y repartir consuelo? Mis siete lectores ya han de haber visto a dónde apunta esto: los problemas empiezan con la irrupción de lo divino en la esfera humana, ¿no es así? Cuando queremos basarnos en una serie de leyendas con moraleja para explicar el origen del Universo, cuando abdicamos de nuestro propio juicio para guiar nuestra conducta mediante normas ajenas. Cuando permitimos que otras personas nos arrebaten el derecho de vivir conforme a nuestra consciencia. El llamado debate entre creacionistas y evolucionistas, fuera de sus implicaciones políticas en países de mentalidad atrasada, y sus nocivos efectos en sus respectivas sociedades, carece de sentido.

No se trata de una confrontación entre científicos ni entre teólogos: es la proverbialmente imposible suma de manzanas y naranjas, por mucho que el bando teísta disfrace sus prejuicios religiosos de argumentos científicos. Es pues, el imposible diálogo entre lo humano y lo divino, comunicación que la misma religión ha reservado sólo a unos cuantos profetas a lo largo de los siglos. ¿Cómo osaremos decir esta boca es mía?

09 noviembre, 2005

El mal paso de Fox

Hace bien el presidente Fox en evadir la disputa que abrió con Kirchner al criticar al presidente argentino por no apoyar el proyecto de acuerdo panamericano de libre comercio. Su limitada capacidad argumentativa lo llevaría a enredarse aun más en un tema que desconoce a la perfección. Lo único que sabe Fox en todo esto es que debe seguir la línea dictada por Bush: el objetivo de la reunión de Mar del Plata era promover un acuerdo que abra el comercio “desde Alaska hasta Tierra del Fuego”, como insisten en repetir sus promotores. No haberlo conseguido, pues, es señal de que la reunión fracasó.

Por lo visto, ya está enterrada la célebre doctrina Estrada, aquel principio impulsado desde 1930 por Genaro Estrada, secretario de relaciones exteriores de Pascual Ortiz Rubio, y que le permitió a México seguir una política exterior digna y congruente. Lejos de ser una doctrina negativa por estar basada en el principio de no intervención, constituyó un principio activo que permitió en su momento que México protestara por la invasión italiana en el norte de Africa y, muy especialmente, ayudara a la república española, atacada en ese tiempo por las fuerzas fascistas.

También permitió reconocer al gobierno revolucionario cubano y mantener una postura independiente en la Organización de Estados Americanos, cuando este casi apéndice de Washington dictó la expulsión sumaria de la isla caribeña. La deriva autoritaria de Castro y su perpetuación en el poder no desdicen la validez de la postura mexicana en ese momento. Por el contrario, confirman la rectitud del principio de no intervención: Fidel se ha mantenido en su sitio gracias especialmente al apoyo que le han dado los estadounidenses en forma de intervenciones armadas y bloqueos económicos. Sin un enemigo tan poderoso que lo atacara continuamente, Castro carecería de sustentación y justificación para aferrarse al poder.

En su ceguera de administrador apolítico, Fox reduce todos los problemas a cuestiones de mercado y comercio. Y en su docilidad como marioneta de Bush, no tiene empacho en hacerle el trabajo sucio y regañar a Kirchner por adoptar una postura de compromiso con su pueblo, no con el patrón extranjero. Y en este caso, la castaña que Fox quiere sacar del fuego para Dobleú es el compromiso de los débiles de abrirse ante el poderoso. Nunca la orgullosa política exterior mexicana se había sentido tan traicionada.