27 octubre, 2006

La naturaleza del caos

La naturaleza tiende al caos. No es necesario un título de física ni conocer las leyes de la termodinámica para darnos cuenta de que evitar el caos requiere un esfuerzo continuo y penoso: en forma natural, si no hacemos nada por evitarlo, la ropa de días anteriores se acumula en un rincón de la recámara, la pila de platos sucios no deja de crecer en el fregadero, el periódico se queda desparramado en la sala y el jardín se cubre de hojas muertas mientras una capa de polvo cada vez más densa va amortajando los objetos de las repisas.



Ejemplo de caos: mi cocina

La lucha por el orden es penosa y difícil y las tareas domésticas no son el único dominio en el que lo podemos constatar. Las relaciones personales, por ejemplo, necesitan de más atención que la vajilla: hay que hablarles a los amigos de vez en cuando, no olvidar el cumpleaños de la pareja, llegar con un regalito a la fiesta de aniversario... Si dejamos que la incuria domine nuestra vida social, pronto estaremos viviendo como ermitaños, olvidados del mundo y comiendo sólo atún directamente de la lata.

Vistas así las cosas, resultan paradójicos los llamados a "volver a la naturaleza" que de vez en cuando se escuchan. ¿Volver a las cavernas, al desorden, a la suciedad? Un poco de reflexión nos lleva a la idea de que, por el contrario, la historia del avance del hombre ha sido la historia de su separación de la naturaleza, de haberle dado la espalda y de ir precisamente en su contra. Nada más antinatural que nuestro andar en dos pies, nuestro lenguaje articulado y nuestra tendencia a usar instrumentos. Desde que nuestro antepasado Puk vio las ventajas que le daba un mazo sobre el brazo desnudo de sus vecinos, el hombre no ha dejado de proveerse de más instrumentos y herramientas para multiplicar sus capacidades naturales.

Nuestra esencia como seres humanos es contraria a la naturaleza. Y nuestra aspiración, por ende, ha de ser seguir en ese sentido contrario: vencer la pereza natural, la desidia natural, la incuria natural, el desorden natural. Contrariar el llamado de la naturaleza para atender al llamado del espíritu.

26 octubre, 2006

La tentación del pagüerpoin

Llegará un momento en el que la historia pueda determinar con precisión los estragos causados en la sociedad por las presentaciones de PowerPoint mandadas en cadena por correo electrónico. El fenómeno, como sabemos, es demasiado reciente para tener la perspectiva necesaria, pero sí podemos aventurar algunas hipótesis.

Por ejemplo, se calcula que un 12.9% del voto en favor de Calderón se logró a base de las intimidaciones lanzadas masivamente en forma de presentaciones de PowerPoint. Desde las más infantiles, como las que comparaban a López Obrador con el nefasto Hugo Chávez de Venezuela, hasta las más elaboradas, en las que atacaban punto por punto su plataforma y, en base a cifras inventadas o proporcionadas por el PAN, "demostraban" su inviabilidad.

Más o menos el 35% de todas las presentaciones que circulan por Internet son de tema "edificante": imágenes de la naturaleza, de gatitos o cachorritos, engalanadas con mensajes de aliento, ya sean tomados de libros de autoayuda o de Pablo Coelho, ya sean abiertamente de propaganda religiosa. Así nos inundan con mensajes acerca del amor de Dios y de Jesucristo hacia la humanidad, aunque al final esas palabras alentadoras queden más bien desmentidas por la amenaza de que, si no lo reenviamos a todos nuestros conocidos, se nos va a aparecer el mismísimo Chamuco en cualquiera de sus manifestaciones.

Otro importante porcentaje de las presentaciones, si bien su número exacto aún es materia de debate entre los especialistas, es parte de campañas en contra de algo (rara vez son a favor). De un tiempo acá, el dinamismo de la economía china, por ejemplo, la ha vuelto blanco del odio de estos creadores, que con diversas razones y argumentos, nos conminan a no consumir productos fabricados por los "pinches chinos". En esta misma línea se encuentran aquellas campañas en contra de los productos enlatados, los productos frescos, los productos nacionales o los importados: prácticamente cualquiera puede ser objeto de una campaña de desprestigio a cargo de estos anónimos paladines de los derechos del consumidor, muy probablemente a sueldo de la competencia del producto vilipendiado.

Otra importante categoría son los mensajes destinados a despertar y atizar los miedos. Éstos siempre vienen en forma de advertencia: nos relatan la calamitosa experiencia de un "conocido" (aunque el mensaje venga reenviado 48 veces, el sujeto del mismo siempre es un conocido de los remitentes) y nos instan a tomar medidas de seguridad: no hablar con desconocidos, no correr con tijeras, no jugar con armas de fuego, no detenernos a ayudar a nadie en la calle y, sobre todo, respetar el lazo sacrosanto del matrimonio no ligando en bares y cantinas, so pena de perder un riñón en el mejor de los casos.

Una característica que comparten todas estas presentaciones es su enorme peso. Para narrarnos la historia del fulano que se sacó lo lotería gracias a que reenvió el mensaje a las 727 direcciones de su libreta, los creadores de estos engendros no se conforman con nada que pese menos de un mega. Si bien en estos tiempos de expansión de la banda ancha recibir estos mamotretos no tiene mayor complicación, no por ello hay que dejar de pensar en quienes siguen atados a la conexión telefónica, para quienes descargar un mensaje de esta envergadura supone hasta media hora de espera.

En fin, yo por eso soy feliz con mi versión básica de Office: sólo trae Outlook (que no uso), Excel (que no necesito) y Word (que uso por necesidad). Así me evito caer en la tentación de abrir esos engendros pues no tengo PowerPoint. Toda presentación que me llega va directito al bote de basura, medida que, por salud mental, recomiendo fervorosamente al lector.

22 octubre, 2006

Vicisitudes de un traductor

Como traductor, pero sobre todo como ser humano, no pocas veces he sentido envidia del trabajo que tienen los traductores de la televisión. Verán: yo estoy sujeto a críticas y hasta reprimendas por mi trabajo. Por ejemplo, hace tiempo traduje un folleto para una empresa llantera, y después de entregarlo, el gerente de la empresa me mandó llamar para hacerme algunas "observaciones". Resultó que su esposa acababa de regresar de Disneyworld en Orlando, y con esas credenciales se sintió con derecho de señalarle a su marido los errores de mi traducción. Al son del "que paga manda", tuve que apechugar sus críticas y cambiar los "sin embargo" por los "no obstante", que eran más del gusto de la mujer.

Pero en la televisión yo veo que las cosas son más fáciles para los traductores. Para empezar, no han de pedir experiencia pues las versiones que nos asestan francamente son para llorar. No es tanto el español neutro que quieren usar, en donde no hay borrachos sino ebrios, y donde hay cocheras, pero no coches. No, me refiero a la simple congruencia en la transcripción de los nombres propios. Los fanes de Seinfeld sabrán a qué me refiero. El apellido de Elaine Benes nunca apareció dos veces escrito de la misma forma; tampoco el nombre de las editoriales donde trabajaba (Viking Press apareció alguna vez como "Prensa Vikinga" y, en otra, como "Biking Press").

Quien sea capaz de entender el audio y leer al mismo tiempo los subtítulos de una serie conoce el fenómeno: suele haber un defasamiento abismal entre lo que se oye y lo que se lee. Y quien esté atenido sólo a los subtítulos, muchas veces se queda sin entender la causa de tanta risa.

Los anuncios con que nos atosigan a cada rato se cuecen aparte. ¿Han visto el de una mesita que se vende a un "increíble bajo precio"? Les aseguro que si yo me atreviera a entregar una traducción de esa calidad a cualquier cliente, al día siguiente me quedaría sin chamba. Pero ellos, los afortunados traductores de la televisión, por muy poco que les paguen, sin duda hacen su agosto todo el año. Con esa calidad es posible sacar cuartilla tras cuartilla como si fueran enchiladas, rápido y sin esfuerzo, y seguramente el día de pago reciben un jugoso cheque a cambio de la holganza de las neuronas.

Si alguien sabe cómo conectar una chambita de ésas, agradeceré cualquier informe.

21 octubre, 2006

Corrección

La otra vez exageré al afirmar que en la actualidad todos usan Microsoft Word. En realidad sigue habiendo otros modelos de procesador de texto. Lo que sí puedo asegurar es que el formato de Word, el famoso .doc es el estándar de facto.

En efecto, todo mundo se siente con el derecho de pasarnos un documento en Word, sin siquiera preguntar si somos clientes de Microsoft Office. Da por hecho que lo tenemos y, la mayoría de la gente supongo que ni siquiera se cuestiona esa situación.

Pero aparte de Microsoft Office existen otras opciones igual de eficientes (o quizá aún más, pero por el momento evitemos las comparaciones, que ya sabemos que son odiosas).

Recientemente descargué una versión de prueba de WordPerfect Office X3, y he de confesar que me vi obligado a tragarme mis palabras. WordPerfect X3 no es ningún lastimero clon de Word, como dije basándome en una versión anterior.




Con una substancial diferencia en precio (Microsoft Office cuesta alrededor de 400 dólares; WordPerfect Office cuesta unos 250), la suite manejada ahora por Corel podría darle un buen susto a Bill Gates, si la gente fuera capaz de imaginar que hay vida después de Microsoft.

Además de su abanderado WordPerfect, la suite cuenta con la hoja de cálculo QuatroPro y el programa de presentaciones Presentations. Trae además un cliente de correo, WordPerfect Mail (con manejador de directorio y agenda) que por sí mismo justificaría comprar toda la suite, aunque tiene la ventaja de que se vende por separado (29 dólares).

Una ventaja que quizá pocos le vean a WordPerfect X3 es la increíble variedad de filtros de que dispone. Y digo pocos, pues no creo que a mucha gente le interese leer y escribir en formato de Ami Pro, DisplayWrite, OfficeWrite, Multimate, Volkswriter, WordStar, XyWrite o texto simple en MS-DOS. Pero para quienes tengan esta necesidad, WordPerfect resulta fundamental, pues los arrogantes de Microsoft, al menos en la versión básica de Office 2003 que yo tengo, no ofrecen más que unos cuantos filtros, y ninguno para algo que no sea Windows.

Claro, también está la opción del OpenOffice, sobre todo para quienes no quieran desembolsar un centavo. Esta suite, que tiene procesador de textos, hoja de cálculo, programa de presentaciones, de base de datos y de dibujo, resulta también un buen rival de la de Microsoft. Su problema es que el soporte no es muy bueno, su configuración es demasiado complicada e instalar los diccionarios en español es todo un circo. A fin de cuentas, como dicen los gringos, “what you pay is what you get” y el hecho de que OpenOffice sea producto del trabajo voluntario de mucha gente le resta estabilidad y, sobre todo confiabilidad.

Viéndolo bien, no es exagerado decir que Word ha acaparado el mercado de los procesadores de texto, al menos en lo que se refiere a su formato. Sí, todos nos pasan documentos de Word con la confianza de que los podremos leer. Y tienen razón. Todos los procesadores modernos cuentan con la posibilidad no sólo de leer documentos de Word, sino también de guardarlos en ese formato. El punto doc es el estándar y se necesitarían conocimientos más profundos que los míos para determinar si es el mejor. Lo que sí puedo asegurar, por mi experiencia, es que ese formato es excesivamente pesado. Un documento en Word de unas 35 cuartillas puede llegar a medir más de un mega, si es que trae tablas. Su equivalente en formato RTF, por ejemplo se reduce a la mitad o la tercera parte.

Y vuelvo a lo mismo: el monopolio de Word en este mercado, si bien ha facilitado las cosas al establecer una norma, ha impedido que esta norma sea la más eficiente.

20 octubre, 2006

Tercer aniversario

Hace tres años empecé con este librillo de memorias, como quieren los enterados que llamemos a esta colección de reflexiones, divagaciones y dislates que, de algún modo, permitirían conocer al autor, si alguien se tomara la molestia de leerlo por completo, tratando de entender lo que pasa por la mente de un desconocido al que se pretende definir mediante listas de preferencias.

No han sido tres años continuos: por unos meses, a principios de este año, abandoné estos afanes, un poco por desidia, otro poco por convencimiento de que no tenía nada qué decir, y un mucho por el desaliento que me provocaba ver, según el servicio de estadísticas, que la mayoría de los lectores llegaban en búsqueda de determinado charlatán. En efecto, hace ya más de dos años cometí el error de citar por nombre a quien se hace pasar por experto en lo paranormal, en visitas de extraterrestres y demás mafufadas. Eso bastó para que aquí cayeran los incautos que, no contentos con verlo en la televisión, querían leerlo en la red. Acabé eliminando esa entrada para evitar esas indeseables visitas.

Si me detuviera a examinar mis notas, vería que éstas giran mayormente en torno de unos cuantos temas, los cuales constituirían mi "mapa mental": el esperanto, las relaciones internacionales, la política mexicana, la religión y el pensamiento mágico. Cada uno de ellos está fincado en experiencias bien concretas de mi vida. Aprendí esperanto a los quince años y lo sigo practicando treinta y ocho años después; mi vida profesional como periodista se ha centrado en la información internacional: fui subjefe de esa sección en Excélsior y las poquísimas veces que ejercí como reportero lo hice en el extranjero. La situación de mi país me afecta naturalmente por vivir en él.

La religión y el pensamiento mágico son dos temas que cada vez estoy más tentado a considerar como uno solo. Entre la teología y la astrología no percibo diferencias más que de forma. En el fondo, ambas construcciones apuntan a lo mismo: apaciguar los miedos del individuo ante los misterios de lo desconocido. La diferencia entre ir a misa e ir a que nos lean las cartas sólo es aparente.

El título de estas memorias quiere resumir lo anterior. Ya lo he dicho, pero ahora es pertinente repetirlo: hoy no es un buen día para ir al cielo. Vivamos aquí en la Tierra sin pensar en que hay un cielo que sabrá recompensar los sufrimientos padecidos. Si sabemos realizar todoas las promesas contenidas en nuestra humanidad, veremos que el cielo que nos tienen prometido está aquí mismo, en la Tierra. Pues, como dice el hermetista, lo que está arriba es como lo que está abajo, para que se cumpla el milagro de los mundos.

19 octubre, 2006

La basura

Hace tiempo, alguien me comentó que una amiga era tan escrupulosa en materia ambiental, que incluso lavaba la basura antes de tirarla. Luego la aludida se encargó de matizar y explicar el dicho: en el pueblo donde vive, Tepoztlán, le cobran por recogerle cada bolsa, así que a fin de ahorrar, procura racionalizar al máximo su producción de basura. Y aseguró que sacaba apenas una bolsa a la semana. "Y una bolsa chica", precisó. "No creas que de esas tamaño jumbo."

Debo de confesar que me dio un poco de envidia. Sin poder decir porqué, yo producía casi una bolsa de basura al día. Y aunque nunca he tenido conciencia ecológica, sí me parecía, desde antes de oír el comentario de mi amiga, que no era normal que una casa de dos personas produjera tanta basura.

Pero, como digo, mi falta de conciencia ecológica me impidió ahondar más en el tema y, sobre todo, tomar alguna medida correctiva.

Desde hace varias semanas, Cuernavaca padece del problema de la basura: ésta se acumula en las calles lo que naturalmente ha agravado esta temporada de gripe y problemas respiratorios. Así, los habitantes de la sufrida capital morelense nos hemos visto obligados, volis nolis, a racionalizar nuestra producción de basura.

Ahora puedo decir con satisfacción que esta semana, cuando empecé con la famosa separación de basura orgánica e inorgánica, no ha sacado más que tras cuartas partes de una bolsa. La orgánica, por lo demás, la estoy juntando en una bolsa aparte, con la idea de hacer composta para el jardín (cosa de cuya efectividad no estoy muy seguro, pues tengo entendido que la composta no sólo está formada por restos de comida y posos de café), y no llevo ni la cuarta parte de una bolsa pequeña.

Me volvió a la mente el comentario de que mi amiga lavaba la basura cuando ayer me descubrí lavando un cartón de leche, antes de aplanarlo cuidadosamente, para evitar que la leche descompuesta fuera a invadir mi bolsa de basura inorgánica.

No se vislumbra la solución al problema de la basura en Cuernavaca. Al menos desde mi molino, la situación parece tan paralizada como cuando empezó y las declaraciones escuchadas no permiten cobijar esperanzas. Quizá sea una característica distintiva de estos gobiernos panistas. Supongo que nadie ha olvidado los quince minutos en que Fox resolvería el problema de Chiapas. Ahora dice que la crisis de Oaxaca se resolverá "antes de que termine el sexenio". Espero que se refiera al suyo y no al del espurio Fecal, que llegará a la silla aun más atado de manos que Chente.

17 octubre, 2006

Del día de Muertos al Halloween

Es frecuente escuchar la queja de que la celebración del Halloween está desplazando a nuestro mexicanísimo día de los Muertos, y de que se trata de una costumbre reciente, producto de la influencia gringa.

No sé se qué entienda por “reciente”, pero al menos en mi caso, ya hace más de cuarenta años que salía con un grupo de amigos a “pedir mi Halloween” por las calles de la colonia Clavería. Y no es que nos disfrazáramos de "mostros", sino simplemente íbamos vestidos de fachas, cosa muy disfrutable para mí, deleitado en poder celebrar una fiesta sin tener que peinarme con fijapelo ni ponerme mi traje dominguero.

Sin embargo, estábamos conscientes de que se trataba de una fiesta gringa, cosa que en ese tiempo no nos producía ningún escozor. Tampoco sentía el remordimiento de estar desplazando la tradición del día de Muertos, ya que ni en mi familia, ni en ninguna otra que conociera, existía la costumbre de celebrarlo.

Veintitantos años después, me tocaría ver a mis hijos salir disfrazados a pedir su Halloween. Aunque en la primaria en que estaban, el colegio Luis Vives, hacían mucho hincapié en el día de Muertos, levantando altares y poniendo ofrendas, mis hijos no se dejaban lavar el cerebro con propaganda nacionalista: simplemente querían sus dulces.

Y si vuelvo a avanzar otros veinte años en la historia, me encuentro ahora, viviendo en un medio rural, donde la noche del 31 de octubre y todavía las dos siguientes, los chiquillos (y las chiquillas también, claro, para decirlo al modo de los tiempos) llegan a mi puerta a pedir "su calaverita". Hace ya varios años, interpelado en la calle por un niño para que "le diera su calaverita", recuerdo haberle respondido que él ya la traía adentro de la cabeza. La pobre criatura se me quedó viendo sin entender a qué me refería yo. Me causó tanta gracia que acabé poniéndole algunas monedas en la calabaza de plástico que llevaba en la mano.

Supongo que la difusión de la celebración del Halloween en nuestro país es sintomática de muchas cosas, la más evidente, la penetración de la cultura anglosajona en las costumbres de nuestra sociedad. No podría decir que eso es malo en sí mismo: es apenas la rama de un árbol muy frondoso y esforzarnos por cortarla haría que perdiéramos de vista aspectos más centrales, los cuales requieren más análisis que el que yo pudiera hacer.

Parto de la hipótesis de que no es imposible la coexistencia de tradiciones opuestas. En efecto, la celebración de la víspera de Todos los Santos tiene connotaciones lúgubres y está basada en el miedo a la muerte. Es una fiesta tétrica y horripilante, de ahí los disfraces que se llevan esa noche. La del día de Muertos, paradójicamente, es un homenaje a la vida, aunque esté basado en el rechazo de la noción de la muerte: nuestros seres queridos no nos abandonan del todo, pues por lo menos esa noche regresan a compartir con nosotros las ofrendas.




Regreso a mi tema: es posible la diversidad, no como signo de colonización, sino de apertura a otras culturas, de saludable fusión de ideas, de comprensión de otros modos de percibir el mundo. A fin de cuentas, la identidad mexicana es más que una fiesta. Y podemos tener la seguridad de que nuestros muertos no se van a volver a morir porque nosotros celebremos una fiesta que, después de todo, es más para los niños que otra cosa.

14 octubre, 2006

La guerra de los procesadores

Para quien no haya vivido le guerra de los procesadores de texto de fines de los ochenta a principios de los noventa (fue una guerra breve, como se ve), quizá resulte difícil entender la pasión y el fanatismo con que cada usuario defendía su decisión personal.

Como ya he dicho, yo militaba en las huestes del XyWrite, primero por necesidad, después por gusto. Pero entre mis conocidos había usuarios de la gama más variada de procesadores de texto. Word y WordPerfect eran de los más usados entre gente "seria"; el WordStar era el caballito de batalla de los estudiantes. El XyWrite era poco conocido en el medio en que yo me movía, pero había otros más obscuros, como el VolksWriter y el ProPalabras, los cuales nunca tuve ocasión de ver en funcionamiento.


WordPerfect 5


XyWrite IV


Después de varios años de estar trabajando para Kodak prácticamente sin interrupción, de pronto resultó que "ya no había trabajo". Nunca supe exactamente la razón de que se agotara, pero se dijo que había habido un cambio en el departamento de publicaciones, y el nuevo jefe había traído a su propia gente. Lamenté la pérdida, pues el tema de la fotografía siempre me había interesado, la paga era buena y puntual y yo ya me había acostumbrado en cierto modo a ese ritmo de trabajo.

Poco después pude conectar otro trabajo en Selecciones, no para la revista, sino para la sección de libros. Era buena chamba pero tenía un pero: ahí había que entregar el trabajo en Word.

La transición de XyWrite a Word fue traumática. Como había que entregar el trabajo a la vez impreso y en disquete, la impresión en Word se me hacía de lo más difícil: de pronto las hojas continuas empezaban a defasarse de la impresión y tres o cuatro páginas después, la página ya empezaba a media hoja. Desesperado por no encontrar la forma de imprimir en Word, descubrí un truco: podía trabajar e imprimir en XyWrite y con tan sólo ponerle extensión .doc al documento, entregarlo como si fuera Word.

Así trabajé varios meses, hasta que una vez un amigo que vendía computadoras me preguntó que si podía dar un curso de Word. Acababa de hacer una venta importante de equipo al Banco Ejidal, pero el contrato lo obligaba a dar capacitación en varios programas, uno de ellos, Word. La paga era muy buena, así que dije que sí. Tuve tres semanas para conseguir libros y manuales de Word para aprender a usarlo y armar el curso. Impartí dos cursos, uno en Puebla y otro en Mazatlán, éste con más éxito que aquél, gracias a la experiencia. Aunque la versión de Word era para Unix, su funcionamiento era exactamento igual que en MS-DOS, así que en realidad sólo tuve que aprender algunos comandos básicos de Unix para dar el curso.

Después de esos cursos, claro, mi relación con Word (en su versión 5.1 para MS-DOS) cambió por completo. Haberlo aprendido al grado de poder enseñarlo me permitió hacer cosas que ni me imaginaba que se podían hacer, en especial las macros, tema que en XyWrite conocería mucho después. Así me declaré ferviente partidario de Word y, en cierto modo, contribuí a su posterior hegemonía.


Word 5.5

En una ocasión me llamaron de Editorial Interamericana para que les impartiera un curso de Word a sus colaboradores. Tenían una plantilla de diez a quince traductores y revisores, cada uno de los cuales entregaba el trabajo en el procesador de su preferencia. Aunque los editores pedían que les entregaran el trabajo en formato ASCII, éste no permitían definir formatos tan elementales como negritas y cursivas, por lo que el trabajo se les complicaba. Por ello, decidieron uniformar a todos con Word, de lo cual yo me encargué en un curso relámpago impartido en dos o tres fines de semana.

Ese curso fue un heraldo de lo que ocurriría después. La abigarrada variedad de procesadores de texto, cada uno con sus ventajas y desventajas particulares, satisfacía las necesidades de una variedad también muy amplia de usuarios. Los que se dedicaban a tareas tipográficas, por ejemplo, tenían el TeX (del cual sólo oí maravillas por parte de sus usuarios); periodistas y escritores contaban con el XyWrite, el Word y el WordPerfect; para aplicaciones más sencillas estaba el WordStar.

Pero el advenimiento de Windows habría de cambiar ese panorama. No todos los procesadores pudieron dar el salto de MS-DOS al nuevo ambiente gráfico. Y los pocos que pudieron, no lograron hacer frente a la monopólica situación en la que se vio Word, como príncipe heredero en su condición de hijo directo de Microsoft, emperador de las PC.

XyWrite llegó a ofrecer una versión para Windows, pero muy poco después, la empresa que lo producía, XyQuest, fue víctima de una obscura maniobra de IBM y desapareció de la escena. WordPerfect en su versión para Windows era un lastimero clon de Word para Windows (cosa que, por lo demás, puede decirse de cualquiera, ya que la interfaz windowsiana uniformiza y aplana todo) y después de presentar un combate desigual, se retiró a tristear en un rincón, absorbido por Corel. Tuve ocasión de verlo hace unos años, en un disco que venía de regalo en la compra de una computadora. Me dio tanta lástima que no quise instalarlo ni por curiosidad.

A Word para Windows lo conocí desde su versión 1.0. Se me hizo tan insoportablemente lento y estorboso, lleno de adornos innecesarios, que acabé desinstalándolo para regresarme a la versión 5.1 para MS-DOS. La versión 2 sólo me ofreció la sorpresa de que ya podía acentuar las mayúsculas, pero no se me hizo suficiente para adoptarla. De ahí, Microsoft se saltó hasta la versión 6, la cual tengo que reconocer que fue la primera de Windows que me convenció para dejar de usar la de MS-DOS. Ya tenía la función de autocorrección (que, por cierto, XyWrite tenía desde hacía más de diez años) y creo que eso fue lo que hizo que me decidiera a usarlo.

Poco después Word se incorporó a la suite Office y dejó de ser un programa independiente. Su interfaz, sin embargo, se mantuvo más o menos constante a lo largo de las sucesivas versiones. Para principios del próximo año está programada la salida de Office 2007, de la cual ya circula su versión beta. En lo personal, esta versión se me hace desesperadamente lenta, no sé si porque sea beta o porque así vaya a ser en su versión definitiva. Además, su interfaz sufrió una transformación tan radical, que el usuario se las ve negras para encontrar las funciones que necesita. No entraré en su descripción; baste decir que desapareció la barra de menús, la cual fue reemplazada por una enorme área que, en diversas pestañas, contiene los comandos directos. Dirán que la ventaja es que no hay que abrir los menús, pero de todos modos hay que estar cambiándose de pestaña para encontrar la función que queremos. Además, esas pestañas ocupan demasiado espacio y no hay manera de quitarlas de la vista.


Word 2007 beta


Cuando la guerra de procesadores estaba en su apogeo, recuerdo que yo tenía una frase para evitar la tan infantil discusión de que "mi procesador es mejor que el tuyo". Yo pensaba, y a la fecha sigo pensándolo, que el mejor procesador es el que conocemos mejor. Eso vale para cualquier programa, claro, pero como pueden ver, mi tema han sido los procesadores de palabras. Sin embargo, por muy sabias que puedan parecer esas palabras, he de reconocer que ya no tienen vigencia. Ahora todo mundo usa Word para Windows (e incluso resulta ocioso precisar que es para Windows, cuanto que ya nadie usa MS-DOS). Ya no es posible decir que es el mejor o el peor: sencillamente es el único. Y esa pérdida de diversidad, en ese campo como en cualquier otro, resulta verdaderamente lamentable.

13 octubre, 2006

Un premio con zape

Caro le están cobrando a Turquía su pretensión de ser europea. Además de las reformas estrucuturales internas —cuyos resultados aún no están siquiera en el horizonte—, los turcos se han visto obligados a aceptar una serie de valores que para muchos de ellos no tienen nada que ver con su idiosincracia.

El tema de la masacre de armenios de 1915 es un buen ejemplo. Más de un millón de armenios perecieron de 1915 a 1917, con toda evidencia como parte de un plan deliberado del gobierno otomano. Turquía, como heredera del imperio otomano, niega que esas muertes hayan sido planeadas y las atribuye a rivalidades internas y a calamidades inherentes de la guerra que en esa época devastaba a Europa.

Pero no sólo niega que se haya tratado de un genocidio, como señalan algunos países, sino que ha convertido el tema en parte de su identidad nacional. Así, hablar del genocidio armenio en Turquía equivale, en virtud de una ley aprobada en junio de 2005, a alta traición. Fue por eso que al recién laureado Orhan Pamuk se le abrió un juicio en diciembre de ese año. El escritor declaró a un periódico suizo que en Turquía casi nadie se atrevía a hablar del genocidio armenio. La presión internacional logró que Pamuk fuera absuelto en enero de este año. Para documentar esta aberración, debemos agregar que las declaraciones las hizo en febrero de 2005; es decir, que la ley de junio se le aplicó en forma retroactiva.




Pamuk también se pronunció en contra de la fatwa lanzada contra su colega Salman Rushdie y colaboró con Arthur Miller y Harold Pinter en un reporte sobre la situación de los derechos humanos en su país. Aunque él se define como "nabokoviano" y "proustiano" —es decir, que aborrece la politización de la literatura— su obra ha girado en torno de las tensiones entre Oriente y Occidente, tan bien representadas en Turquía debido a su situación geográfica.

El apolitismo es una forma de hacer política, como lo demostraron los abstencionistas en las elecciones de julio en México, y el mensaje de Pamuk en ese sentido es claro: apartarse de la política equivale a condenarla por no estar de acuerdo con ella. Por lo demás, el escritor participa activamente en la campaña para convencer a sus compatriotas de las bondades de integrarse a la Unión Europea, causa de la que sí está convencido.

Otro revés sufrido por Ankara en sus aspiraciones europeas fue la decisión de Francia de tipificar como delito la negación del genocidio armenio, tal como ya se había hecho con el de los judíos, en Francia y en otros países. Esto significa que no podrán publicarse en Francia libros que promuevan la postura oficial turca. En esta decisión, claro, no sólo entra el deseo de revindicar la memoria del millón de víctimas armenias. Pese a lo que diga Jacques Chirac de dientes para afuera, Francia es hostil al ingreso de Turquía en la Unión Europea. Tener en la frontera oriental a un aliado tan incondicional de Washington como es Ankara no puede más que inquietar a París, celoso guardián de la identidad europea, amenazada por la hegemonía estadounidense.

En fin, si alguien dudaba que el premio Nobel de literatura tuviera connotaciones políticas, ahora ya tiene la prueba. Sin desdeñar por un momento la calidad y el valor de su obra, el premio adjudicado este jueves a Orhan Pamuk es también un zape al gobierno turco para que, de una vez por todas, ponga en orden su pasado y pueda hacer planes para el futuro.