No quiero cometer el error de ponerme a hacer propósitos de año nuevo. Si escritos en papel, acaban refundidos, arrugados, perdidos en medio de lo que, con exceso de optimismo, llamo mi archivo. Si inventariados en la computadora, el documento acabaría olvidado en medio de la balumba en que consiste la carpeta Mis documentos. Y publicado en este humilde portal sólo serviría para darle armas a mi enemigos o motivos de lástima a mis amigos. ("¿Ya viste lo que se propuso para año nuevo el güey del Yorch?", casi puedo oír que dirían, con un tono entre de conmiseración y alarma.)
El fin de año, propicio como es para hacer recuentos, no es necesariamente la mejor temporada para afinar rumbos y definir direcciones. O bien seguimos en la euforia postnavideña, impulsada por el alcohol y el consumismo, o estamos en la depre estacional, prohijada por la falta de exposición al sol y las preocupantes noticias que nos llegan por todas partes. En cualquier caso, las metas definidas en semejante estado de ánimo nos parecerán deleznables una vez llegado abril o mayo ("¿Que me propuse qué?").
Anotemos una evidencia: el calendario que rige nuestros días está muy alejado de la naturaleza. ¿Un ciclo nuevo? Sí, Chucha, cómo no: el 31 de diciembre y el 1º de enero son indistinguibles. Algunos, claro, reconocen al segundo por la cruda de los excesos del primero, pero ése dejó de ser mi caso hace mucho tiempo.
Sin embargo, aspiro a ser hombre de mi tiempo y eso supone asumir ciertas responsabilidades y tradiciones sociales. En ese espíritu, y respondiendo a un afán interno que me ha impulsado desde hace algunos años a pergeñar estas notas, me haré el propósito de no dejar morir este blog, como he hecho por varias temporadas desde que lo inicié hace cinco años. Y ya en esa vena quiero aprovechar la ocasión para desearles a mis tres lectores un feliz año nuevo.