La situación no es la más propicia para regresar a estos afanes blogueros: sumidos en una crisis financiera y económica mundial, acosados por la doble plaga de la fiebre porcina y la desinformación que la acompaña, y mecidos por un temblor como si hicieran falta más sacudidas, los mexicanos no tenemos cabeza más que para tratar de mantenerla por encima de las aguas que amenazan con ahogarnos y dedicarla a pensar nos parece un lujo frívolo y egoísta.
Sin embargo, quieren los pensadores y opinólogos que sea ése precisamente el uso que le demos. Desprovista de su utilidad para llevar el sombrero por los vaivenes de la moda, ahora la cabeza podría recuperar una función que por mucho tiempo había abandonado en favor de otros menesteres más gratos o, al menos, más ligeros.
Pero para pensar, la cabeza requiere alimento, combustible si queremos decirle así, materia prima si tenemos tendencias industriales o un buen punto de partida, por llamarlo de modo más neutro y menos comprometedor.
Vamos por la calle, en el autobús, hacemos cola en un banco o vamos a abastecer la despensa en el súper y vemos gente con tapabocas. ¿Qué podemos pensar a partir de eso? Si el punto de partida de nuestros pensamientos van a ser los tapabocas que, a modo de amuleto contra el mal de ojo porcino, llevan los compatriotas colgados flojamente de las orejas, lo único que se nos puede ocurrir es que esos dispositivos de protección se venden sin instructivo.
En cualquier reunión, de amigos o familiares, el tema es inesquivable. Todos quieren tomar la palabra para expresar su opinión, dar a conocer sus teorías, detallar sus explicaciones. Si bien en todo eso hay divergencias, en cuanto se llega al papel que ha desempeñado el gobierno hay una confluencia inmediata de las mentes: el gobierno a) no ha hecho nada; b) ha exagerado la situación sanitaria para distraernos de la situación económica; c) ha minimizado la gravedad de la crisis para no quedar tan mal; d) aceptó que sus ciudadanos sirvieran de conejillos de indias para experimentos de i) las farmacéuticas, ii) la NASA, iii) la CIA, iv) todas las anteriores en colusión; e) inventó todo esto de la gripe porcina "porque yo no conozco a nadie que se haya muerto de eso".
Criticado porque haga o porque deje de hacer, el gobierno es el blanco preferido por una sencilla razón: su falta de autoridad. Repasemos la historia: ¿Quién le dio poder a Fecalín para dirigirnos en tiempos de crisis? ¿La "magia" de los votos contados con el sistema de cómputo vendido por su cuñado?
Por lo demás, tras siete décadas (como cuentan los gringos) de vivir engañados por los priistas, los mexicanos nos hemos acostumbrados a desconfiar hasta del reloj que llevamos en la muñeca y preferimos andar preguntando la hora por la calle. Con ese condicionamiento pavloviano, el mexicano promedio "corrige" mentalmente todo lo que sale de la boca de los funcionarios y lo entiende a la inversa.
Cualquiera que haya nadado en el mar reconocerá este consejo: cuando veamos que se acerca una ola fuerte que pudiera arrastrarnos, lo mejor es sumergirnos y esperar a que nos pase por encima. Creo que lo mismo vale para la situación actual.