Me llama la atención el interés que tienen muchas personas en demostrar que “la Biblia tiene razón”, frase que, por cierto, da título a un clásico de la arqueología bíblica, en el que Werner Keller documenta la veracidad de algunos acontecimientos relatados en el Antiguo Testamento.
Mi asombro tiene dos razones. La primera es que el hecho de que hayan sido ciertos los personajes y los acontecimientos narrados en la Biblia no es de ninguna manera prueba de que ese libro sea de inspiración divina, como es su principal pretensión. En efecto, una cosa es que hayan existido Moisés y compañía y otra, muy distinta, que los redactores hayan estado inspirados por Dios.
La segunda causa de mi asombro es que quienes defienden la historicidad del Libro no ven que eso mismo socava su naturaleza de escritura revelada. Así es: si ahora nos salen con que “la ciencia explica” el contenido de la Biblia, si los fenómenos maravillosos de los que habla tienen una explicación racional, ¿dónde queda su carácter milagroso y divino? Si las aguas del mar Rojo se abrieron por algún fenómeno natural y no como acto milagroso que le permitió al pueblo elegido escapar de la servidumbre en Egipto, ¿dónde está la base de la legitimidad de Moisés como líder religioso? Si no tenía ese contacto directo con Dios que le permitiera obrar milagros, sino que simplemente aprovechó una marea inusitada con fines políticos, ¿estamos ante un documento divino o humano?
Desprovisto de su carácter inspirado, el texto no es más que un documento histórico como hay muchos otros, incluso anteriores a éste. Y por respetable y verídico que pudiera ser, nadie pretendería, por ejemplo, que el código de Hammurabi podría servir para regir la vida del hombre en el tercer milenio de nuestra era.
Si no fueron milagros, sino hechos naturales que la ignorancia de su época no pudo explicar, ¿por qué pretenden que es un texto inspirado por Dios y, por tanto, que sus enseñanzas morales deben seguirse hasta nuestros días?
...porque la vida no es un experimento, sino una experiencia.
31 octubre, 2007
30 octubre, 2007
26 octubre, 2007
Aviso promocional
Después de un breve descanso, volví a entrarle al taller de Metatextos, del cual realicé sólo el primer ejercicio, un texto sobre vampiros. Para el segundo ejercicio había que inspirarse en una imagen. Me clavé en su contemplación durante varios días sin que se me ocurriera nada. De pronto me di cuenta de que se me había pasado la fecha de entrega y ya ni modo. Para el tercero había que escribir un relato erótico desde el punto de vista del sexo opuesto. No pasé de la primera frase, aunque más o menos tenía desarrollada la idea. Para el cuarto ejercicio nos dieron una lista de 19 palabras, de las cuales había que usar nueve en un relato de tema libre. Ahí lo que me faltó fue el desarrollo y no logré llegar a un final que me convenciera. E igual, se llegó la fecha de entrega sin que hubiera podido terminarlo. El ejercicio de esta semana es sobre la lectura, tema que en realidad no me costó mucho trabajo.
Y ya encarrerado en esto de la tecleada a destajo, también le entré a un programa del Mes nacional de escritura de novelas (sic), en el que los participantes se comprometen a escupir sobre el papel 50,000 palabras en el curso del mes de noviembre. ¿Qué tal? Medio absurdo, ¿no? Muy gringo, en todo caso, volcado por entero en la cantidad. No andan tan errados los organizadores, sin embargo, pues lo que uno produzca en ese tiempo puede servir de base para algo más pulido. Sirve, en todo caso, para sacarse de la cabeza la idea de escribir una novela, esa mariposa que nos revolotea adentro del cráneo con un tema que queremos plasmar en blanco y negro. En lo personal, desde hace varios años traigo metidos dos o tres de esos gusanitos y espero que ésta sea la ocasión de librarme de uno de ellos.
Bueno, pero además de servir de anuncio, esta nota quiere ser invitación, exhortación y conminación a que visiten el sitio de Metatextos y participen en él. Por ahí nos estaremos leyendo.
Y ya encarrerado en esto de la tecleada a destajo, también le entré a un programa del Mes nacional de escritura de novelas (sic), en el que los participantes se comprometen a escupir sobre el papel 50,000 palabras en el curso del mes de noviembre. ¿Qué tal? Medio absurdo, ¿no? Muy gringo, en todo caso, volcado por entero en la cantidad. No andan tan errados los organizadores, sin embargo, pues lo que uno produzca en ese tiempo puede servir de base para algo más pulido. Sirve, en todo caso, para sacarse de la cabeza la idea de escribir una novela, esa mariposa que nos revolotea adentro del cráneo con un tema que queremos plasmar en blanco y negro. En lo personal, desde hace varios años traigo metidos dos o tres de esos gusanitos y espero que ésta sea la ocasión de librarme de uno de ellos.
Bueno, pero además de servir de anuncio, esta nota quiere ser invitación, exhortación y conminación a que visiten el sitio de Metatextos y participen en él. Por ahí nos estaremos leyendo.
25 octubre, 2007
Del doblaje y otros abusos
Espero no estar cometiendo suicidio profesional al declarar que no me gustaría ser traductor de películas. Tengo en mente la película animada escrita y producida por Jerry Seinfeld, llamada “Bee Movie”. Su traducción podría parecer sencilla: es una película de abejas y, en efecto, el personaje central, Barry B. Benson (con voz de Seinfeld), es una abeja.
Pero a decir del propio Seinfeld, la intención del título es un juego de palabras: “Bee Movie” también es una “película B”, es decir, una película de bajo presupuesto destinada a cubrir el tiempo que antaño debía durar la función. Ésta consistía por lo general en un noticiero, una caricatura y el programa doble: una película baratona y por lo general de poco más de una hora (la película B), y la presentación estelar, es decir, el “plato fuerte” de la función. Aunque ya desde hace años no hay programas dobles, se sigue usando el término para referirse a una película barata y sin grandes pretensiones.
¿Cómo van a traducir ese juego de palabras los traductores a sueldo de las distribuidoras? No me imagino y confieso que no espero nada bueno de esos esforzados trabajadores, acostumbrados a intercalar la palabra “locura” o cualquiera de sus derivados en el título de toda película con pretensiones de comedia.
Otra piedra de tropiezo en la traducción de esa película será un elemento importante en la trama: el conflicto entre abejas y avispas. Esto puede parecer nimio, pero ya que avispa en inglés es “wasp”, también da origen a un juego de palabras prácticamente intraducible. En efecto, “WASP” es también las iniciales en inglés de “blanco, anglosajón y protestante” y designa a los miembros de la clase alta de Estados Unidos que cumplen ese criterio. En la traducción al español, inevitablemente se va a perder esa connotación y, por tanto, buena parte del humor que Seinfeld tuvo tanto cuidado en inyectarle a un libreto en el que trabajó varios años.
Una advertencia final: ya que se trata de una película familiar (y de remate animada), lo más seguro es que en los cines de México nos la quieran meter doblada, para que los niños la disfruten. No es paranoia: lo mismo hicieron con Los Simpson, de la que pasaron una versión subtitulada sólo en un remoto cine de Santa Fe. De ese modo no sólo privarán a las personas que pudieran entenderla en inglés de la posibilidad de apreciarla en su versión original, sino que además obligarán a todos los espectadores a conformarse con una versión diluida, por no decir castrada y expurgada de su humor.
De plano debería haber una ley que prohibiera esos abusos.
Pero a decir del propio Seinfeld, la intención del título es un juego de palabras: “Bee Movie” también es una “película B”, es decir, una película de bajo presupuesto destinada a cubrir el tiempo que antaño debía durar la función. Ésta consistía por lo general en un noticiero, una caricatura y el programa doble: una película baratona y por lo general de poco más de una hora (la película B), y la presentación estelar, es decir, el “plato fuerte” de la función. Aunque ya desde hace años no hay programas dobles, se sigue usando el término para referirse a una película barata y sin grandes pretensiones.
¿Cómo van a traducir ese juego de palabras los traductores a sueldo de las distribuidoras? No me imagino y confieso que no espero nada bueno de esos esforzados trabajadores, acostumbrados a intercalar la palabra “locura” o cualquiera de sus derivados en el título de toda película con pretensiones de comedia.
Otra piedra de tropiezo en la traducción de esa película será un elemento importante en la trama: el conflicto entre abejas y avispas. Esto puede parecer nimio, pero ya que avispa en inglés es “wasp”, también da origen a un juego de palabras prácticamente intraducible. En efecto, “WASP” es también las iniciales en inglés de “blanco, anglosajón y protestante” y designa a los miembros de la clase alta de Estados Unidos que cumplen ese criterio. En la traducción al español, inevitablemente se va a perder esa connotación y, por tanto, buena parte del humor que Seinfeld tuvo tanto cuidado en inyectarle a un libreto en el que trabajó varios años.
Una advertencia final: ya que se trata de una película familiar (y de remate animada), lo más seguro es que en los cines de México nos la quieran meter doblada, para que los niños la disfruten. No es paranoia: lo mismo hicieron con Los Simpson, de la que pasaron una versión subtitulada sólo en un remoto cine de Santa Fe. De ese modo no sólo privarán a las personas que pudieran entenderla en inglés de la posibilidad de apreciarla en su versión original, sino que además obligarán a todos los espectadores a conformarse con una versión diluida, por no decir castrada y expurgada de su humor.
De plano debería haber una ley que prohibiera esos abusos.
Una modesta propuesta
Con un presupuesto de 500 millones de dólares, el gobierno de Estados Unidos pretende ayudar al fomento de la industria del narcotráfico en nuestro país. A primera vista parece muy loable ese interés aunque, francamente, me parece que se quedan cortos con la lana. Repartida esa cantidad entre cien millones de compas, nos tocan apenas cinco dolaritos por cabeza. ¿Cuántos gallos o pericazos podremos comprar con eso?
Como aquí no se trata de criticar sino de proponer, he aquí mi modesta propuesta: que el gobierno mexicano declare de interés nacional y estratégico a la industria del tráfico de estupefacientes. A continuación, podría crear un fondo de fomento, encargado de establecer acuerdos de cooperación con los gobiernos de los estados gringos fronterizos (con el federal no, porque ya hemos visto que se pone sus moños hasta para legalizar indocumentados), por ejemplo, para agilizar el cruce de la frontera de las mercancías. Si se aplicara un arancel a la exportación de drogas, el gobierno mexicano recabaría mucho más que los miserables 500 millones que ofrece el agarrado de Bush. Y entonces sí, con esa lana todos andaríamos bien colocados y nos valdría madre que el Fecal anduviera vendiendo la soberanía nacional.
Como aquí no se trata de criticar sino de proponer, he aquí mi modesta propuesta: que el gobierno mexicano declare de interés nacional y estratégico a la industria del tráfico de estupefacientes. A continuación, podría crear un fondo de fomento, encargado de establecer acuerdos de cooperación con los gobiernos de los estados gringos fronterizos (con el federal no, porque ya hemos visto que se pone sus moños hasta para legalizar indocumentados), por ejemplo, para agilizar el cruce de la frontera de las mercancías. Si se aplicara un arancel a la exportación de drogas, el gobierno mexicano recabaría mucho más que los miserables 500 millones que ofrece el agarrado de Bush. Y entonces sí, con esa lana todos andaríamos bien colocados y nos valdría madre que el Fecal anduviera vendiendo la soberanía nacional.
23 octubre, 2007
Yo vencí la bipolaridad
Ya no fluctúo entre la euforia y la depresión. Tras mucho esfuerzo y dedicación, ahora también paso por etapas de extremo encabronamiento. Señoras y señores, ya alcancé la tripolaridad.
20 octubre, 2007
Cuarto aniversario
Lo único constante de este blog son estas notas de aniversario, con las que quiero señalar el transcurso de un año más desde que emprendí esta aventura. Así, con esta nota celebro el cuarto aniversario, después de un año bastante irregular en el que lo abandoné por varios meses, abrumado por tareas más prosaicas.
Quiere la tradición que esta nota sea un resumen compendioso de las experiencias de los doce meses transcurridos. Pero mi ánimo no va por ahí. Tampoco estaría de más evocar las razones que tuve para incursionar en la blogósfera, analizar las influencias que he tenido y formular mis votos por hacer cada día mejores notas, dar mi mejor esfuerzo y lograr la diferencia. Pero soy bastante seco para las efervescencias sentimentales y prefiero limitarme a agradecer a los pacientes lectores que me han favorecido con su atención y comentarios. ¡Nos vemos dentro de un año!
Quiere la tradición que esta nota sea un resumen compendioso de las experiencias de los doce meses transcurridos. Pero mi ánimo no va por ahí. Tampoco estaría de más evocar las razones que tuve para incursionar en la blogósfera, analizar las influencias que he tenido y formular mis votos por hacer cada día mejores notas, dar mi mejor esfuerzo y lograr la diferencia. Pero soy bastante seco para las efervescencias sentimentales y prefiero limitarme a agradecer a los pacientes lectores que me han favorecido con su atención y comentarios. ¡Nos vemos dentro de un año!
19 octubre, 2007
Nuestro poeta caníbal
Como suele sucederme en mi molino, me enteré del caso del poeta caníbal sólo cuando el interfecto ya estaba detectado, perseguido, detenido y convaleciendo en un hospital, no sé si por la megatranquiza que le han de haber arrimado los agentes de la ley, por la indigestión causada por andar comiendo carne humana cocinada con limón, o por algún padecimiento que ya trajera el angelito.
Como consumidor frecuente de programas policíacos en televisión, sobre todo los que tratan de asesinos seriales (Dexter*, Criminal Minds, Messiah), tenía la errada convicción de que ese fenómeno constituía una exclusiva de las sociedades desarrolladas: nuestros criminales región 4 apenas tienen los recursos de matar a una persona, especialmente para robar; asesinar en serie, es decir, siguiendo el mismo modus operandi y con una motivación obsesiva y enfermiza, es un lujo, creía yo, reservado para aquellos desquiciados que, con la vida material resuelta, no tienen más quehacer que andar asesinando al prójimo.
Pero no, por lo visto. En plena colonia Guerrero fueron a encontrar a nuestro caníbal, con todas las ínfulas del asesino en serie, foto de Hannibal Lecter incluida. Hasta donde llegan mis informantes, se le atribuyen dos muertes y se le sospechan varias más, hasta en número de seis o siete. ¿Será éste un indicio de que la sociedad mexicana está avanzando?
* No me refiero, por supuesto, al Laboratorio de Dexter, sino a la serie protagonizada por Michael C. Hall.
Como consumidor frecuente de programas policíacos en televisión, sobre todo los que tratan de asesinos seriales (Dexter*, Criminal Minds, Messiah), tenía la errada convicción de que ese fenómeno constituía una exclusiva de las sociedades desarrolladas: nuestros criminales región 4 apenas tienen los recursos de matar a una persona, especialmente para robar; asesinar en serie, es decir, siguiendo el mismo modus operandi y con una motivación obsesiva y enfermiza, es un lujo, creía yo, reservado para aquellos desquiciados que, con la vida material resuelta, no tienen más quehacer que andar asesinando al prójimo.
Pero no, por lo visto. En plena colonia Guerrero fueron a encontrar a nuestro caníbal, con todas las ínfulas del asesino en serie, foto de Hannibal Lecter incluida. Hasta donde llegan mis informantes, se le atribuyen dos muertes y se le sospechan varias más, hasta en número de seis o siete. ¿Será éste un indicio de que la sociedad mexicana está avanzando?
* No me refiero, por supuesto, al Laboratorio de Dexter, sino a la serie protagonizada por Michael C. Hall.
18 octubre, 2007
Divorcio presidencial
Allá en 1975, cuando el dedazo priista favoreció al secretario de Hacienda José López Portillo para suceder a su amigo Luis Echeverría en la presidencia, el todavía desconocido Jolopo se encontraba separado de su esposa, Carmen Romano. Las buenas conciencias del régimen, empero, maniobraron para que la pareja se reconciliara, al menos mientras duraba el sexenio en el que el más frívolo de los presidentes iría a hundir aun más al país. Para la tartufa moralidad “revolucionaria”, era impensable que un divorciado llegara a instalarse en Los Pinos. En cuanto salió de ahí, seis años después, José y Carmen se divorciaron. No cabe aquí comentar la vida privada de nuestros prohombres públicos, pero el escándalo de su relación con la ex fichera Sasha Montenegro rebasó los límites de las columnas de chismes y llegó a las de policía, sobre todo cuando los hijos del ex presidente refutaron el testamento.
No sabemos cómo estuvo el caso de Carlos Salinas, pero el hecho fue que, no bien dejó la presidencia en manos de su amigo Ernesto Zedillo, también se separó y divorció de su esposa Cecilia. Lo demás es historia: acosado por los fantasmas de Colosio y Ruiz Massieu (no sabemos si también por el narcoprelado Posadas), el aborrecido ex presidente buscó refugio en Dublín y consuelo en Ana Paula Gerard, su segunda esposa.
Con Fox, México vivió una doble primicia en la presidencia: no sólo llegaba alguien ajeno al PRI sino, además, ¡un divorciado! Y panista además. Y mocho de remate. ¿Cómo es eso? Sólo se explica por la naturaleza paradójica de la idiosincracia mexicana: un partido laico y “revolucionario” como el PRI evita a toda costa el divorcio en la cúpula del poder, mientras que los chupacirios del PAN no tienen empacho en colocar en ella a alguien que violó la doctrina de la Iglesia.
Todo esto viene a cuento por lo que constituye la nota del día: el divorcio de los Sarkozy, la pareja presidencial de Francia que hoy anunció el inicio de su proceso de divorcio. Cécilia conoció a Nicolas en 1984, cuando éste era alcalde de Neuilly-sur-Seine y celebró su matrimonio con el animador de televisión Jacques Martin. Con éste, Cécilia tendría dos hijas en los breves cinco años que duró la pareja. Se casaría con Nicolas en 1996, también tras el divorcio de éste.
Al parecer por una infidelidad del marido (con una reportera), la pareja se separó en 2005, pero se reconcilió al año siguiente, justo a tiempo para que Nicolas iniciara la campaña que lo llevaría a la presidencia francesa. ¿Una reconciliación estilo priista? Hasta ahí no llegan nuestros informantes. Lo que sí es sabido es que Cécilia le cobró la infidelidad a su esposo: durante la separación, ella anduvo saliendo con Richard Attias, publicista a quien conoció pues fue el que organizó el acto con que Nicolas celebró haber sido designado presidente de su partido, la Unión por un Movimiento Popular.
Pero también hubo otros indicios de que Cécilia no estaba muy conforme: en la segunda vuelta electoral, de la que su esposo salió triunfador ante la socialista Ségolène Royal, ella simplemente se abstuvo de votar. En la reunión del grupo de los Ocho en Alemania, ella abrevió su estancia, pretextando el cumpleaños de su hija. Y también con el pretexto de una gripe, Cécilia estuvo ausente de Kennebunkport, Estados Unidos, donde su marido pasó unos días de vacaciones con el matrimonio Bush.
Los rumores de su separación corrían desde hace varias semanas, pero apenas este jueves fueron confirmados de manera oficial (y en extremo escueta: en un comunicado de quince palabras) por el Elíseo. Ésta es buena ocasión de recordar las palabras del filósofo Marcel Gauchet: “En las democracias igualitarias, el poder es de una pareja, aunque sólo se elija a una persona.” ¿Verdad que sí, Martita?
No sabemos cómo estuvo el caso de Carlos Salinas, pero el hecho fue que, no bien dejó la presidencia en manos de su amigo Ernesto Zedillo, también se separó y divorció de su esposa Cecilia. Lo demás es historia: acosado por los fantasmas de Colosio y Ruiz Massieu (no sabemos si también por el narcoprelado Posadas), el aborrecido ex presidente buscó refugio en Dublín y consuelo en Ana Paula Gerard, su segunda esposa.
Con Fox, México vivió una doble primicia en la presidencia: no sólo llegaba alguien ajeno al PRI sino, además, ¡un divorciado! Y panista además. Y mocho de remate. ¿Cómo es eso? Sólo se explica por la naturaleza paradójica de la idiosincracia mexicana: un partido laico y “revolucionario” como el PRI evita a toda costa el divorcio en la cúpula del poder, mientras que los chupacirios del PAN no tienen empacho en colocar en ella a alguien que violó la doctrina de la Iglesia.
Todo esto viene a cuento por lo que constituye la nota del día: el divorcio de los Sarkozy, la pareja presidencial de Francia que hoy anunció el inicio de su proceso de divorcio. Cécilia conoció a Nicolas en 1984, cuando éste era alcalde de Neuilly-sur-Seine y celebró su matrimonio con el animador de televisión Jacques Martin. Con éste, Cécilia tendría dos hijas en los breves cinco años que duró la pareja. Se casaría con Nicolas en 1996, también tras el divorcio de éste.
Al parecer por una infidelidad del marido (con una reportera), la pareja se separó en 2005, pero se reconcilió al año siguiente, justo a tiempo para que Nicolas iniciara la campaña que lo llevaría a la presidencia francesa. ¿Una reconciliación estilo priista? Hasta ahí no llegan nuestros informantes. Lo que sí es sabido es que Cécilia le cobró la infidelidad a su esposo: durante la separación, ella anduvo saliendo con Richard Attias, publicista a quien conoció pues fue el que organizó el acto con que Nicolas celebró haber sido designado presidente de su partido, la Unión por un Movimiento Popular.
Pero también hubo otros indicios de que Cécilia no estaba muy conforme: en la segunda vuelta electoral, de la que su esposo salió triunfador ante la socialista Ségolène Royal, ella simplemente se abstuvo de votar. En la reunión del grupo de los Ocho en Alemania, ella abrevió su estancia, pretextando el cumpleaños de su hija. Y también con el pretexto de una gripe, Cécilia estuvo ausente de Kennebunkport, Estados Unidos, donde su marido pasó unos días de vacaciones con el matrimonio Bush.
Los rumores de su separación corrían desde hace varias semanas, pero apenas este jueves fueron confirmados de manera oficial (y en extremo escueta: en un comunicado de quince palabras) por el Elíseo. Ésta es buena ocasión de recordar las palabras del filósofo Marcel Gauchet: “En las democracias igualitarias, el poder es de una pareja, aunque sólo se elija a una persona.” ¿Verdad que sí, Martita?
17 octubre, 2007
Tópicos del día
- Salir adelante
- Echarle ganas
- Lograr los sueños
- Hacer su mejor esfuerzo
- Echarle ganas
- Vivir al máximo
- Vivir el momento
- Vivir cada instante como si fuera el último
- Vivir el momento
- Dios sabe lo que hace
- Las cosas pasan por algo
- No hay mal que por bien no venga
- Las cosas pasan por algo
- Ser uno mismo
- Mirar al futuro
- Saber perdonar
- Amarse a sí mismo
- Hacer la diferencia
16 octubre, 2007
Introducción a la ecología política
Siempre he desconfiado del ecologismo como bandera política. No de los esfuerzos por conservar el ambiente ni por usar con responsabilidad los recursos del planeta. Me refiero más bien a la prostitución de la inquietud natural por nuestra casa en favor de intereses políticos que no se atreven a decir su nombre.
Y no es que tenga en mente sólo al partido “ecologista” de México cuya actuación bastaría para dejar escaldado al más convencido militante, sino en general a cuanta organización “verde” que esconde intereses inconfesables detrás de una supuesta defensa del ambiente.
Creo que, a fin de cuentas, la conservación del ambiente es más una decisión personal que un programa político. Ya que los partidos verdes suelen alinearse más bien a la izquierda, el sector de la derecha representa un terreno perdido para la ecología. Pero el deterioro del ambiente no se fija en afiliaciones políticas o ideológicas. El cambio climático, el deshielo de los cascos polares, el agujero de la capa de ozono, la contaminación de tierras, mares y aire son fenómenos que afectan a todos los terrícolas por igual. ¿Es que los conservadores no quieren conservar el planeta que les sirve de morada?
Ahora bien, aunque el ecologismo es una postura individual, la verdad es que la solución a muchos de los problemas ambientales que vivimos pasa necesariamente por una acción colectiva, lo que nos lleva de vuelta a la política, a ese pantanoso campo donde se toman las decisiones que nos afectan a todos. Pero las medidas para reducir las emisiones de gases con efecto de invernadero no deben confinarse en el ideario de un partido, pues éste necesariamente tendrá otros puntos en su programa. El primero de éstos será llegar al poder, para lo cual deberá hacer si no componendas, sí compromisos que evidentemente pueden impedir que ponga en práctica las medidas ecológicas prometidas.
Es decir, un partido ecologista empieza prometiendo defender el ambiente y acaba vendiendo las reservas naturales a las multinacionales a cambio de los favores que éstas le concedieron para llegar al poder. ¿Cómo podemos confiar en una organización que habla de la conservación del ambiente cuando en realidad tiene otra idea en mente?
Podemos ser ecologistas sin necesidad de afiliarnos con el Niño Verde. La pregunta más bien es si ser ecologistas nos obliga a alinearnos en algún lugar de la gama política. Y en lo personal pienso que la respuesta necesariamente es que no. Aunque veo difícil ser ecologista y defender los intereses de las empresas que saquean los recursos naturales del país a nombre del desarrollo económico, creo que la tarea es encontrar el equilibrio entre la conservación del ambiente y el desarrollo económico. Se menciona el “desarrollo sustentable” para referirse a ese equilibrio, pero ese concepto es más un ideal que un programa y su vaguedad no permite esperar soluciones prácticas a los problemas urgentes.
Pero en todo caso, toda solución política o colectiva estará llamada al fracaso de no contar con el apoyo de los individuos. En el plano personal, ¿cuántos separan la basura? ¿Cuántos acatan el “no circula” sin comprar un coche de repuesto? ¿Cuántos no barren su banqueta a manguerazos? ¿Cuántos apagan la luz de la habitación que queda vacía? ¿Cuántos caminan dos cuadras para ir a la tienda por cigarros en lugar de ir en coche? La respuesta es que pocos y la justificación es que el individuo no puede hacer nada en este ámbito. ¿De qué sirve separar la basura si se mezcla desde que llega al camión? ¿Cómo prescindir del coche en una ciudad que ha olvidado a sus peatones?
Creo que aquí encontramos otra razón para desconfiar de la politización de la defensa del ambiente: más que una bandera, es un atolladero, del que no saldremos si su solución la dejamos en las manos de los políticos.
Y no es que tenga en mente sólo al partido “ecologista” de México cuya actuación bastaría para dejar escaldado al más convencido militante, sino en general a cuanta organización “verde” que esconde intereses inconfesables detrás de una supuesta defensa del ambiente.
Creo que, a fin de cuentas, la conservación del ambiente es más una decisión personal que un programa político. Ya que los partidos verdes suelen alinearse más bien a la izquierda, el sector de la derecha representa un terreno perdido para la ecología. Pero el deterioro del ambiente no se fija en afiliaciones políticas o ideológicas. El cambio climático, el deshielo de los cascos polares, el agujero de la capa de ozono, la contaminación de tierras, mares y aire son fenómenos que afectan a todos los terrícolas por igual. ¿Es que los conservadores no quieren conservar el planeta que les sirve de morada?
Ahora bien, aunque el ecologismo es una postura individual, la verdad es que la solución a muchos de los problemas ambientales que vivimos pasa necesariamente por una acción colectiva, lo que nos lleva de vuelta a la política, a ese pantanoso campo donde se toman las decisiones que nos afectan a todos. Pero las medidas para reducir las emisiones de gases con efecto de invernadero no deben confinarse en el ideario de un partido, pues éste necesariamente tendrá otros puntos en su programa. El primero de éstos será llegar al poder, para lo cual deberá hacer si no componendas, sí compromisos que evidentemente pueden impedir que ponga en práctica las medidas ecológicas prometidas.
Es decir, un partido ecologista empieza prometiendo defender el ambiente y acaba vendiendo las reservas naturales a las multinacionales a cambio de los favores que éstas le concedieron para llegar al poder. ¿Cómo podemos confiar en una organización que habla de la conservación del ambiente cuando en realidad tiene otra idea en mente?
Podemos ser ecologistas sin necesidad de afiliarnos con el Niño Verde. La pregunta más bien es si ser ecologistas nos obliga a alinearnos en algún lugar de la gama política. Y en lo personal pienso que la respuesta necesariamente es que no. Aunque veo difícil ser ecologista y defender los intereses de las empresas que saquean los recursos naturales del país a nombre del desarrollo económico, creo que la tarea es encontrar el equilibrio entre la conservación del ambiente y el desarrollo económico. Se menciona el “desarrollo sustentable” para referirse a ese equilibrio, pero ese concepto es más un ideal que un programa y su vaguedad no permite esperar soluciones prácticas a los problemas urgentes.
Pero en todo caso, toda solución política o colectiva estará llamada al fracaso de no contar con el apoyo de los individuos. En el plano personal, ¿cuántos separan la basura? ¿Cuántos acatan el “no circula” sin comprar un coche de repuesto? ¿Cuántos no barren su banqueta a manguerazos? ¿Cuántos apagan la luz de la habitación que queda vacía? ¿Cuántos caminan dos cuadras para ir a la tienda por cigarros en lugar de ir en coche? La respuesta es que pocos y la justificación es que el individuo no puede hacer nada en este ámbito. ¿De qué sirve separar la basura si se mezcla desde que llega al camión? ¿Cómo prescindir del coche en una ciudad que ha olvidado a sus peatones?
Creo que aquí encontramos otra razón para desconfiar de la politización de la defensa del ambiente: más que una bandera, es un atolladero, del que no saldremos si su solución la dejamos en las manos de los políticos.
14 octubre, 2007
Mis Cien años de soledad
Leí Cien años de soledad hace cuarenta años, a fines de 1967, pocos meses después de su publicación (mayo de 1967). El libro llegó a la casa por mi hermano mayor con quien, lamento decirlo, nunca me llevé muy bien. La situación era que simplemente me tenía prohibido tomar “sus” cosas. Así, tuve que leer la novela a escondidas, aprovechando sus numerosas y prolongadas salidas. Meses después, cuando él ya se había ido a vivir a Alemania, mi madre compró el libro y así, pude volverlo a leer “públicamente”.
Muchos años más tarde, ya casado, volví a comprar el libro para leerlo de nuevo. No sé qué maldición tuviera, pero el caso es que, una vez leído, el ejemplar todavía de la Editorial Sudamericana, con la ya clásica portada de Vicente Rojo se me desapareció. Para entonces tenía casi toda la obra de García Márquez, una recopilación de sus primeros textos periodísticos, sus cuentos y sus novelas, excepto Cien años de soledad que, terca, insistía en desaparecer de mis libreros.
Hace algún tiempo empezó a desvanecerse en mí el espíritu de coleccionista de libros, por lo que dejé de lamentar no haber conservado una novela que ya había leído varias veces. Pero no perdí, por fortuna, el gusanito de leer, así que hace unas semanas, en una ida al DF y la imprescindible visita a la librería del Fondo que reemplazó al Cine Lido, volví a comprarlo, esta vez en una “edición conmemorativa” a cargo de las academias de la lengua, con prólogos y estudios a cargo de célebres plumas (Álvaro Mutis, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, entre otros) y el texto revisado nada menos que por el mismo García Márquez. En fin, se trata de una edición que podríamos llamar “definitiva”, extirpada de toda errata y que trata de estar a la altura del genio literario de Gabo quien, por cierto, cumplió ochenta años el 6 de marzo de 2007, mismo día en que se acabó de imprimir esta cuidadísima edición, según informa el colofón.
Tenía en mis manos, pues, una edición de primera de una novela maravillosa. Confieso que no leí todos los prólogos, sólo el de Mutis, que tuvo la cortesía de hacerlo brevísimo, y ya encarrerado, el también corto de Fuentes, que me convenció de la idea que ya tenía de él: el señor no sabe conjugar verbos más que en primera persona y no desperdicia ocasión para soltar el nombre de las celebridades con que se ha codeado. Después de leerlo, me quedó la impresión de que Cien años de soledad no hubiera existido de no ser por él.
En fin, decidí dejar demás prólogos y demás estudios para después de leer la obra en sí. En los seis cursos de redacción periodística que llevé en la carrera siempre se nos insistió en la importancia de la “entrada”. Ésta, se nos decía, es lo que “jala” al lector a leer la nota completa. Y ya en la práctica del oficio pude comprobar la pertinencia de esa recomendación. A la hora de redactar una nota, lo más importante era por dónde la íbamos a tomar, es decir, qué entrada le íbamos a poner. Creo que lo mismo vale para las novelas o, al menos, para la obra de García Márquez, curtido en la práctica periodística. Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Esa frase, al igual que En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme..., siempre ha merecido un lugar especial en el batiburrillo que tengo por memoria.
Así pues, me sumergí en el mundo de Macondo. Volví a vivir el entusiasmo de José Arcadio Buendía por los secretos de la ciencia de Melquíades, a sufrir los desengaños amorosos de Amaranta y a emborucarme con la complicada genealogía de los Buendía.
Creo que no hay necesidad de justificar el tiempo dedicado a los clásicos. Cada lectura de un buen libro nos ofrece algo nuevo. Si es cierto que el lector colabora en la creación de la obra, es fácil entender que no hacemos la misma lectura a los 14 años que a los 54. Y Cien años de soledad ciertamente merece más que una sola lectura.
Muchos años más tarde, ya casado, volví a comprar el libro para leerlo de nuevo. No sé qué maldición tuviera, pero el caso es que, una vez leído, el ejemplar todavía de la Editorial Sudamericana, con la ya clásica portada de Vicente Rojo se me desapareció. Para entonces tenía casi toda la obra de García Márquez, una recopilación de sus primeros textos periodísticos, sus cuentos y sus novelas, excepto Cien años de soledad que, terca, insistía en desaparecer de mis libreros.
Hace algún tiempo empezó a desvanecerse en mí el espíritu de coleccionista de libros, por lo que dejé de lamentar no haber conservado una novela que ya había leído varias veces. Pero no perdí, por fortuna, el gusanito de leer, así que hace unas semanas, en una ida al DF y la imprescindible visita a la librería del Fondo que reemplazó al Cine Lido, volví a comprarlo, esta vez en una “edición conmemorativa” a cargo de las academias de la lengua, con prólogos y estudios a cargo de célebres plumas (Álvaro Mutis, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, entre otros) y el texto revisado nada menos que por el mismo García Márquez. En fin, se trata de una edición que podríamos llamar “definitiva”, extirpada de toda errata y que trata de estar a la altura del genio literario de Gabo quien, por cierto, cumplió ochenta años el 6 de marzo de 2007, mismo día en que se acabó de imprimir esta cuidadísima edición, según informa el colofón.
Tenía en mis manos, pues, una edición de primera de una novela maravillosa. Confieso que no leí todos los prólogos, sólo el de Mutis, que tuvo la cortesía de hacerlo brevísimo, y ya encarrerado, el también corto de Fuentes, que me convenció de la idea que ya tenía de él: el señor no sabe conjugar verbos más que en primera persona y no desperdicia ocasión para soltar el nombre de las celebridades con que se ha codeado. Después de leerlo, me quedó la impresión de que Cien años de soledad no hubiera existido de no ser por él.
En fin, decidí dejar demás prólogos y demás estudios para después de leer la obra en sí. En los seis cursos de redacción periodística que llevé en la carrera siempre se nos insistió en la importancia de la “entrada”. Ésta, se nos decía, es lo que “jala” al lector a leer la nota completa. Y ya en la práctica del oficio pude comprobar la pertinencia de esa recomendación. A la hora de redactar una nota, lo más importante era por dónde la íbamos a tomar, es decir, qué entrada le íbamos a poner. Creo que lo mismo vale para las novelas o, al menos, para la obra de García Márquez, curtido en la práctica periodística. Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Esa frase, al igual que En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme..., siempre ha merecido un lugar especial en el batiburrillo que tengo por memoria.
Así pues, me sumergí en el mundo de Macondo. Volví a vivir el entusiasmo de José Arcadio Buendía por los secretos de la ciencia de Melquíades, a sufrir los desengaños amorosos de Amaranta y a emborucarme con la complicada genealogía de los Buendía.
Creo que no hay necesidad de justificar el tiempo dedicado a los clásicos. Cada lectura de un buen libro nos ofrece algo nuevo. Si es cierto que el lector colabora en la creación de la obra, es fácil entender que no hacemos la misma lectura a los 14 años que a los 54. Y Cien años de soledad ciertamente merece más que una sola lectura.
10 octubre, 2007
Diálogos con los muertos
Tenía tiempo de no ver a mi primo Ramiro y el otro día me topé con él en la calle. Traía aire de conspirador que quiere soltar la sopa, así que nos fuimos a una cantina para que pudiera desahogarse a gusto.
Ni te imaginas en lo que ando me dijo después de darle el primer trago a su cuba. Estamos a punto de hacer contacto con los espíritus.
No quiero presumir de psíquico, pero ya la había visto venir. Si alguno de mis conocidos era capaz de meterse en un grupo espiritista (“espiritualista”, según insistía Ramiro), era él precisamente. Su carácter melancólico y su mirada gacha son presa fácil de charlatanes de cualquier calaña. Él ya había militado en las filas de toda clase de grupos, desde cabalistas hasta cristianos fundamentalistas, si bien había evitado cuidadosamente los de corte orientalista, aduciendo que la disciplina “iba contra su naturaleza”. Con todo, no le duraba mucho el entusiasmo: tres o cuatro meses bastaban para que abandonara la secta en cuestión, acusando a maestros, guías iluminados y a uno que otro “hermano” sectario de querer manipularlo para sacarle dinero.
¿Y cuánto te cobran por hablar con los muertos?, le pregunté, recordando el inevitable aspecto pecunario de esos grupos.
Todo es por cooperación voluntaria, respondió en seguida, aunque por el movimiento de sus labios y su cara de preocupación me pude dar cuenta de que estaba haciendo sumas mentales. Mira, lo que pasa es que mi sueño siempre ha sido hablar con los espíritus.
Ya había oído esa misma frase, aplicada a diversos complementos: realizar la gran obra, cuando se metió a un grupo de alquimia, descifrar las estrellas cuando estudiaba astrología o simplemente serenar la mente y encontrarse a sí mismo cuando le dio por practicar una exótica variante de la meditación.
No pude dejar de preguntarme si a mí me interesaría hablar con algún muerto. Claro, a primera vista, puede parecer tentador comunicarnos con nuestros difuntos, en busca de respuestas a las cuestiones que nos angustian en la vida. Pero viéndolo bien, ¿es que las personas, por el simple hecho de morirse adquieren una sabiduría extraordinaria que les permita responder a todo tipo de preguntas?
Pienso, por ejemplo, en mi padre. Él tiene cuarenta años de haber muerto y, de poder hablar con él, supongo que estaría bastante desconcertado al ver todos los cambios que se han operado durante su ausencia de este mundo. Más bien yo tendría que explicarle a él muchas cosas para ponerlo al corriente de todo lo que ha pasado en este tiempo.
¿Qué podríamos preguntarle a un muerto para que nos diera una respuesta de valor? ¿Dónde estás? Vaya, ésa sería una pregunta ociosa, pues si estamos hablando con él, es obvio que sigue por aquí, penando en el inframundo, esperando que algún ocioso lo convoque para platicar con él. Y ahí está el meollo: la mayoría de la gente tiene la creencia de que al morir, la persona se va a otro lugar, el cielo, el paraíso, el infierno, qué se yo. O que reencarna en un recién nacido, que se va a otra dimensión o plano de existencia. ¿Con quién hablan los espiritistas?
Llámenme desconfiado, pero me imagino que esa comunicación con los difuntos es muy similar a los chats de Internet. Está uno todo conmovido, platicando con quien dice ser la novia que se nos murió dos semanas antes de la boda, pero resulta que en verdad es un espíritu chocarrero que está muerto de risa engañándonos.
En fin, cuando me di cuenta de que por estar sumido en mis reflexiones no había escuchado nada de lo que me había estado diciendo Ramiro, le propuse que cambiáramos el tema y pidiéramos un cubilete para dejar a los muertos en paz. A la hora de hacer cuentas y ver lo que había perdido, mi primo me prometió que luego me pagaría todo, consumo incluido, pues no quería quedarse sin el dinero de su cooperación “voluntaria” en la sesión de esa noche.
Ni te imaginas en lo que ando me dijo después de darle el primer trago a su cuba. Estamos a punto de hacer contacto con los espíritus.
No quiero presumir de psíquico, pero ya la había visto venir. Si alguno de mis conocidos era capaz de meterse en un grupo espiritista (“espiritualista”, según insistía Ramiro), era él precisamente. Su carácter melancólico y su mirada gacha son presa fácil de charlatanes de cualquier calaña. Él ya había militado en las filas de toda clase de grupos, desde cabalistas hasta cristianos fundamentalistas, si bien había evitado cuidadosamente los de corte orientalista, aduciendo que la disciplina “iba contra su naturaleza”. Con todo, no le duraba mucho el entusiasmo: tres o cuatro meses bastaban para que abandonara la secta en cuestión, acusando a maestros, guías iluminados y a uno que otro “hermano” sectario de querer manipularlo para sacarle dinero.
¿Y cuánto te cobran por hablar con los muertos?, le pregunté, recordando el inevitable aspecto pecunario de esos grupos.
Todo es por cooperación voluntaria, respondió en seguida, aunque por el movimiento de sus labios y su cara de preocupación me pude dar cuenta de que estaba haciendo sumas mentales. Mira, lo que pasa es que mi sueño siempre ha sido hablar con los espíritus.
Ya había oído esa misma frase, aplicada a diversos complementos: realizar la gran obra, cuando se metió a un grupo de alquimia, descifrar las estrellas cuando estudiaba astrología o simplemente serenar la mente y encontrarse a sí mismo cuando le dio por practicar una exótica variante de la meditación.
No pude dejar de preguntarme si a mí me interesaría hablar con algún muerto. Claro, a primera vista, puede parecer tentador comunicarnos con nuestros difuntos, en busca de respuestas a las cuestiones que nos angustian en la vida. Pero viéndolo bien, ¿es que las personas, por el simple hecho de morirse adquieren una sabiduría extraordinaria que les permita responder a todo tipo de preguntas?
Pienso, por ejemplo, en mi padre. Él tiene cuarenta años de haber muerto y, de poder hablar con él, supongo que estaría bastante desconcertado al ver todos los cambios que se han operado durante su ausencia de este mundo. Más bien yo tendría que explicarle a él muchas cosas para ponerlo al corriente de todo lo que ha pasado en este tiempo.
¿Qué podríamos preguntarle a un muerto para que nos diera una respuesta de valor? ¿Dónde estás? Vaya, ésa sería una pregunta ociosa, pues si estamos hablando con él, es obvio que sigue por aquí, penando en el inframundo, esperando que algún ocioso lo convoque para platicar con él. Y ahí está el meollo: la mayoría de la gente tiene la creencia de que al morir, la persona se va a otro lugar, el cielo, el paraíso, el infierno, qué se yo. O que reencarna en un recién nacido, que se va a otra dimensión o plano de existencia. ¿Con quién hablan los espiritistas?
Llámenme desconfiado, pero me imagino que esa comunicación con los difuntos es muy similar a los chats de Internet. Está uno todo conmovido, platicando con quien dice ser la novia que se nos murió dos semanas antes de la boda, pero resulta que en verdad es un espíritu chocarrero que está muerto de risa engañándonos.
En fin, cuando me di cuenta de que por estar sumido en mis reflexiones no había escuchado nada de lo que me había estado diciendo Ramiro, le propuse que cambiáramos el tema y pidiéramos un cubilete para dejar a los muertos en paz. A la hora de hacer cuentas y ver lo que había perdido, mi primo me prometió que luego me pagaría todo, consumo incluido, pues no quería quedarse sin el dinero de su cooperación “voluntaria” en la sesión de esa noche.
02 octubre, 2007
No se olvida
Dos de octubre no se olvida... (lo que parece que se ha olvidado es lo que representa).
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