En español, el género de las palabras no siempre concuerda con el sexo de las cosas que designan. Por ejemplo, miembro es una palabra del género masculino, pero puede designar a una mujer. Una estrella de cine puede ser hombre, sin importar que la palabra sea femenina. Y, claro, persona pertenece al género femenino aunque designe a un hombre, una mujer o cualquier categoría intermedia (que las hay, ¡oh, sí! Claro que las hay).
Sin embargo, la buenaondez que nos invade desde el norte quiere que seamos correctos al hablar y evitemos insultar a la gente llamándola como pide la gramática. Así han surgido las engorrosas perífrasis del tipo [(substantivo masculino) + (substantivo femenino)], tan de moda durante el foxismo, en el que proliferaron los chiquillos y chiquillas.
Pero hay también hay cierto dejo de pudor. Por ejemplo, cuando un hombre se describe, puede decir: “Yo soy una persona amable, fiel y muy simpático”, sin darse cuenta de que la concordancia exige que simpático se corresponda con el género (no con el sexo) de la palabra que califica, es decir, persona. En rigor, pues, debería decir que es simpática. Claro, para nuestro macho bigotudo resulta impensable aplicarse un adjetivo en femenino. ¡No vaya a perder los huevos por andar presentándose como si fuera parte del viejerío!
Esta diferencia entre género gramatical y sexo biológico parece pasar desapercibida para los militantes de la igualdad de los sexos, que insisten en hablar de “cuestiones de género” cuando quieren referirse a las relaciones entre los dos sexos o, más en concreto, a la situación de sumisión en que se encuentra la mujer con respecto del hombre.
Claro, es parte de la buenaondez dominante desdeñar estos problemas de diccionario. A fin de cuentas, lo que importa es el fondo, no la forma, y eso de andar fijándose en las palabras que se usan parece muestra de mezquindad, de estrechez de miras y de purismo trasnochado.
Pero en lo personal, yo pienso que el problema es a la inversa. Si el lenguaje es producto de la sociedad que lo usa, insistir en cambiarlo sin modificar las realidades designadas resulta, efectivamente, un simple ejercicio de retórica. ¿De qué vale elevar en el discurso a los “ciudadanos y ciudadanas” si en la realidad éstas se encuentran tan marginadas como siempre?
3 comentarios:
Wow (¿o es güau?)...!!!
Me gustó mucho el post. La reflexión es contundente, sobre todo al final. ¿De qué sirve si prácticamente todo sigue igual?
Excepto por algunos que intentamos (subrayado) el ejercicio de la igualdad de las dignidades y que además no siempre nos sale bien, la mayoría sigue en el asunto de la discriminación y el abuso.
Voy a pasarle la dirección de tu blog a una amiga mía, no bloguera, porque ella anda haciendo investigación sobre el asunto de género. A ver qué piensa.
Mientras, salu2.
Lo peor que Fox nos pudo haber heredado es esa idiotez de los chiquillos y las chiquillas, los viejitos y las viejitas (perdón, los adultos en plenitud y las adultas en plenitud), los personos con capacidades especiales y las personas con capacidades especiales...y lo peor es que he escuchado hasta a gente supuestamente inteligente diciendo la babosada para no "discriminar" al género femenino.
No sabes cuánto estoy de acuerdo en lo que has publicado.
Aquí te dejo un par de enlaces del profesor García Meseguer donde discute el tema del sexismo lingüístico y se establecen muy claramente las relaciones entre género y sexo en la lengua española:
debates: sexismo lingüístico
¿Es sexista la lengua española? (PDF)
Espero que sean de tu agrado.
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