Después de varios años de abandono, este Viernes Santo
retomé mi devoción pascual de mirar Jesus Christ Superstar,
en la versión dirigida por Norman Jewison en 1973. Esta precisión viene a cuento
porque a estas alturas ya hay varias versiones de esta ópera rock (que no
musical). Pero cuando se habla de la película, se piensa en esta, no en la
filmación de la puesta en escena.
En fin, a más de cuarenta años de distancia, ya son visibles
las lagunas en la trama que, inexplicablemente, se le notan más que antes. Un botón
de muestra: después de que Pedro niega a su maestro por tercera ocasión, María Magdalena
le señala que acaba de hacer lo que Jesús le había advertido que haría. “Me
pregunto cómo lo supo”, comenta la Magdalena. ¿Cómo supo Jesús que Pedro lo
negaría? ¿Eso le da curiosidad? Lo ha visto literalmente resucitar muertos por no
hablar de los ciegos, cojos y leprosos que ha curado por cientos, ¿y lo que la maravilla es que haya adivinado la cobardía de Pedro?.
Claro, pedirle coherencia dramática a una película basada en
los evangelios (técnicamente, basada en una ópera, pero el libreto de esa ópera
está basado en los evangelios) es pedirle peras al olmo. En efecto, abundan las
incoherencias y contradicciones en los cuatro textos evangélicos, por lo que
querer basarse en ellos para cualquier argumentación siempre es un ejercicio de
cuerda floja.
Hay un detalle que ha sido muy comentado por las claras
discrepancias entre los cuatro evangelistas: quiénes fueron a ver el sepulcro
de Jesús el domingo y a quiénes encontraron ahí. Para ser escribas inspirados
por la Divinidad, los evangelistas son bastante torpes. Ningún relato
concuerda. Que si fueron las dos Marías y Salomé, que si fue solo María
Magdalena, que si encontraron a un ángel; no, que a dos; no, que a nadie.
Bueno, sí, a dos hombres pero no se sabe si eran ángeles o qué demonios.
Con todo, la película me sigue emocionando y para explicarlo
tendría que referirme no solo a las condiciones en que la vi, sino también la situación
en que vivía en ese tiempo (fines de 1973).
Entonces yo formaba parte de una secta mesiánica que pretendía
haber sido fundada por el avatar de la nueva era. Así, sin más rodeos. Y
explicaban que así como Jesucristo había sido el de Piscis, este era el “nuevo”
mesías, el de la era de Acuario. Cuando yo entré en contacto con esa secta, el
fundador ya había muerto y el que la seguía regenteando era su “primer
discípulo”, el equivalente de Pedro en nuestros días.
Recuerdo la sensación de estar viviendo episodios de historia
sagrada –como llamaban en el colegio marista al que asistí en primaria a las
clases de adoctrinamiento religioso– al estar en presencia del “Pedro de la
Nueva Era”, escuchando y absorbiendo sus palabras como esponja. Y aunque yo
estaba en el escalón más bajo de la jerarquía dentro de la secta, me sentía con
el derecho a aspirar si no a ser apóstol, por lo menos sí discípulo. Y es ahí
donde me identificaba profundamente con el relato de Jesus Christ Superstar:
yo era uno de sus personajes, yo seguía los pasos del Maestro y podría cantar,
como los apóstoles de la película;
Always hoped that I'd be an apostle
Knew that I would make it if I tried
Then when we retire we can write the gospels
So they'll still talk about us when we've died
(Siempre tuve la
esperanza de ser apóstol
Y sabía que lo
lograría si me esforzaba.
Luego, cuando nos
jubilemos podremos escribir los evangelios
Para que sigan
hablando de nosotros después de muertos.)
Claro, acá vuelven a saltar las incoherencias. Solo uno de
los apóstoles, Juan, escribió uno de los evangelios; lo que escribieron algunos
apóstoles, no todos, fueron las epístolas. Sí, claro, pasaron a la historia y
es fecha que se sigue hablando de ellos así que, al menos en ese rubro, pueden
estar satisfechos con su logro.
Pues por todo eso yo me identifiqué fuertemente con la película
y la adopté como favorita. Pero verla como la vi también fue importante. Verán
ustedes: en la obra original, los judíos no salen muy bien parados y
efectivamente se reitera la idea del “pueblo deicida” por haber ordenado la
muerte de Jesús en la cruz. Eso levantó mucha controversia en ciertos círculos
por lo que en algunos países se prohibió la exhibición de la película. Cuando se hablaba de la película se tenía la convicción de que jamás se exhibiría en México. Los más afortunados podían escuchar la ópera en disco. Y yo pude contarme entre ellos gracias a que los papás de una amiga habían visto la producción en Londres y compraron el disco: una caja con tres LP y el libreto. Una maravilla de edición. Sin embargo, quizá porque ese día se le durmió el gallo al censor, Gobernación sí autorizó su exhibición en México
y así se estrenó el 13 de diciembre de
1973. Verla, pues, constituyó también un acto de rebeldía contra las
altas autoridades religiosas, pues tampoco los católicos quedaron muy contentos
con la figura de un Cristo demasiado humanizado.
En fin, descansar frente a la tele las casi dos horas que
dura la película es una buena práctica para un viernes caluroso como este, que
amenaza con acabar en lluvia por la noche.