En 1942, el régimen nazi puso en
marcha la “solución final” para lograr una patria racialmente pura. Esta
básicamente consistió en ejecutar a todos los judíos en los territorios ocupados
por Alemania, pero afectó también a gitanos, testigos de Jehová, esperantistas
y otras minorías indeseables, entre ellas la de los homosexuales.
No es difícil imaginar el razonamiento que siguieron los
jerarcas nazis para eliminar a la población judía. Si hubieran matado a todos
los judíos, estos hubieran sido exterminados efectivamente y ya no habría más.
Lo mismo puede decirse de los gitanos. Y si alguien ve que están matando
esperantistas y testigos de Jehová, ni de chiste va a ponerse a estudiar ese
peligroso idioma o a abrazar esa confesión mortífera. Pero matar homosexuales no
es garantía de acabar con ellos. No son como los judíos que se reproducen y
tienen hijos judíos. Ni como los gitanos, que tienen gitanitos. Como
sabemos, todos los homosexuales, hombres y mujeres, vienen de parejas
heterosexuales, las únicas que pueden reproducirse. Y la verdad es que nadie
sabe por qué algunas personas se sienten atraídas por su mismo sexo.
Cuando se habla de esta “solución final” se habla del
Holocausto y se le ponen mayúsculas para diferenciarlo del holocausto común y
corriente, el sacrificio generalmente de un animal para congraciarse con la
divinidad. Por qué una divinidad se va a complacer viendo chamuscarse a un
animal es parte de los misterios con los que, se dice, actúan los dioses. A la
luz de la lógica más bien parece un contrasentido. ¿No sería más razonable
pensar que Dios, en su infinito amor por sus criaturas, se complacería viendo a
estas disfrutar de una buena barbacoa, en lugar de desperdiciar al cabrito
volviéndolo carbón en la pira?
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