Cada vez que abro un paquete y veo un folleto o una simple hoja doblada con el título “Manual del usuario”, me emociono pensando que por fin descubriré los misterios de mi vida. En efecto, como usuario, nada me gustaría más que tener un manual que, por lo menos, me revelara detalles tan nimios sobre mi vida como qué alimentos evitar, cuántos minutos al mes hay que hacer ejercicio, cómo doblar la ropa para que no se arrugue, si conviene bañarme empezando por la cabeza o por los pies y así sucesivamente.
Pero no; nada de eso encuentro en los dichosos manuales del usuario, que más bien vienen siendo instructivos del aparato que acompañan. El usuario se queda en babia, sin saber cuántas horas dormir al día, si es conveniente echar siesta o si, como dicen, no hay mal que no alivie un buen caldo.
Yo por eso no creo en la Biblia. Es decir, no es que no crea en su existencia; lo que quiero decir es que no creo que sea la palabra de Dios, como pretenden sus seguidores. Porque si un fabricante común y corriente de cafeteras se toma la molestia de poner por lo menos una hojita con instrucciones y recomendaciones para cuidar el aparato, ¿no sería lógico que la “creación suprema” de Dios trajera su manual? Esa es la función que se le reservaría a la Biblia si realmente hubiera sido dictada por nuestro Creador Eterno.
Pero no; nada de eso encontramos en los dichosos libros de la Biblia, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. Uno esperaría que nos pasara la onda de la electricidad en lugar de contarnos que Esaú vendió su primogenitura por un plato de lentejas. O que vinieran los planos del motor de combustión interna o para fabricar paneles solares. Vaya, por lo menos que les hubiera pasado a los acosados hebreos algunos consejos de higiene, el secreto de la penicilina o la fórmula de la aspirina.
Pero sus defensores nos vienen con que la Biblia enseña moral, no técnica. Pero, pues ahí tampoco hay mucho que aprenderle. El Antiguo Testamento rebosa de violencia, asesinatos, traiciones, esclavitud. Y del Nuevo, lo único rescatable es la recomendación de amar al prójimo, porque fuera de eso, simplemente reitera los valores machistas y autoritarios del Antiguo.
¿Moral, dijeron? Cuando los hombres de Sodoma llegaron a Lot a exigirle que les entregara a sus visitantes para tener sexo con ellos, lo único que se le ocurrió a Lot fue ofrecerles a sus hijas para que dejaran en paz a sus visitas. En serio. Vayan al capítulo 19 del Génesis si no me creen. Los visitantes eran ángeles, por vida de Dios. Ya viéndose muy apurados, los angelitos podrían emprender el vuelo, desaparecer o desafanarse de la situación de cualquier otro modo. Son ángeles, caray, criaturas celestiales por así decirlo. Algún poder han de tener para evitar que una turba se los viole. Pero no. Lot que, por cierto, era el único hombre decente de la ciudad y al que precisamente los ángeles habían ido a avisarle que se fuera porque Dios iba a destruirla por inicua, sí, ese Lot prefiere que violen a sus hijas. ¿Esa es la moral que enseña el librito?
Pero no; nada de eso encuentro en los dichosos manuales del usuario, que más bien vienen siendo instructivos del aparato que acompañan. El usuario se queda en babia, sin saber cuántas horas dormir al día, si es conveniente echar siesta o si, como dicen, no hay mal que no alivie un buen caldo.
Yo por eso no creo en la Biblia. Es decir, no es que no crea en su existencia; lo que quiero decir es que no creo que sea la palabra de Dios, como pretenden sus seguidores. Porque si un fabricante común y corriente de cafeteras se toma la molestia de poner por lo menos una hojita con instrucciones y recomendaciones para cuidar el aparato, ¿no sería lógico que la “creación suprema” de Dios trajera su manual? Esa es la función que se le reservaría a la Biblia si realmente hubiera sido dictada por nuestro Creador Eterno.
Pero no; nada de eso encontramos en los dichosos libros de la Biblia, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. Uno esperaría que nos pasara la onda de la electricidad en lugar de contarnos que Esaú vendió su primogenitura por un plato de lentejas. O que vinieran los planos del motor de combustión interna o para fabricar paneles solares. Vaya, por lo menos que les hubiera pasado a los acosados hebreos algunos consejos de higiene, el secreto de la penicilina o la fórmula de la aspirina.
Pero sus defensores nos vienen con que la Biblia enseña moral, no técnica. Pero, pues ahí tampoco hay mucho que aprenderle. El Antiguo Testamento rebosa de violencia, asesinatos, traiciones, esclavitud. Y del Nuevo, lo único rescatable es la recomendación de amar al prójimo, porque fuera de eso, simplemente reitera los valores machistas y autoritarios del Antiguo.
¿Moral, dijeron? Cuando los hombres de Sodoma llegaron a Lot a exigirle que les entregara a sus visitantes para tener sexo con ellos, lo único que se le ocurrió a Lot fue ofrecerles a sus hijas para que dejaran en paz a sus visitas. En serio. Vayan al capítulo 19 del Génesis si no me creen. Los visitantes eran ángeles, por vida de Dios. Ya viéndose muy apurados, los angelitos podrían emprender el vuelo, desaparecer o desafanarse de la situación de cualquier otro modo. Son ángeles, caray, criaturas celestiales por así decirlo. Algún poder han de tener para evitar que una turba se los viole. Pero no. Lot que, por cierto, era el único hombre decente de la ciudad y al que precisamente los ángeles habían ido a avisarle que se fuera porque Dios iba a destruirla por inicua, sí, ese Lot prefiere que violen a sus hijas. ¿Esa es la moral que enseña el librito?