La única decisión posible este año es entre la continuidad y el cambio. Pensar que los candidatos “independientes” representan un abanico de posibilidades más abierto es ignorar el hecho de que su supuesta independencia no es más que una farsa para desperdigar el voto, lo cual obviamente beneficia a la camarilla en el poder. El Bronco va por el desmadre y el billete; la Zavala va por la oportunidad de pasar a la historia en un papel más digno que el de primera dama durante una presidencia trágica. Ser candidata le parece mejor que esposa de un presidente espurio. Pero ninguno de ellos tiene más propuesta que la de atacar al puntero con el afán de restarle votos.
No creo que haya que pensarle mucho. Dudo que haya necesidad de comparar propuestas, sopesar programas y analizar trayectorias. Meade y Anaya representan más de lo mismo. Y lo mismo, en este caso, es el catálogo de desventuras que nos han venido asestando los gobiernos del PRI y del PAN, cuya colusión a la hora de aprobar reformas que solo benefician a unos cuantos hace imposible distinguir unos de otros.
Mi propuesta, si algo vale, es darle el voto incondicional y a ojos cerrados a López Obrador y, en general, a su partido. Una vez llegado al poder, entonces sí, critiquemos lo que no nos guste, señalemos errores, propongamos alternativas. Pero primero démosle el mismo voto irreflexivo que se les ha dado a los gobiernos del PRI y del PAN. Porque no me vengan a decir que se la pensaron mucho para votar por Fox o Calderón. Que compararon planes y propuestas, que sopesaron discursos, que analizaron trayectorias. Nada de eso. La gente votó por el cambio –al menos en las elecciones del 2000– y eso nos permitió sacar al PRI de los Pinos después de más de setenta años de dictadura imperfecta.
No se vale medir al candidato López Obrador con una vara más estricta que la que se les ha aplicado a los anteriores gobernantes, en especial al actual que se queda muy corto en materia de cultura, liderazgo y, sobre todo, patriotismo. Basta de asustarnos con el petate del muerto que es la comparación con Venezuela, Cuba y demás desastres populistas. Si López Obrador llega al poder –o mejor dicho, cuando llegue– estará tan acotado que no podrá hacer nada de todo lo que lo acusan de querer hacer. En una economía tan globalizada como la actual, ningún país puede desprenderse de su órbita y tomar otros caminos. Seguiremos uncidos al TNLC, seguiremos endeudados, seguiremos miserables y sin duda muchos compatriotas seguirán buscando mejores oportunidades allende la frontera, pese a Trump y su inexistente muro (otro petate del muerto, por cierto).
Pero tendremos al menos un gobierno que vele por los intereses del pueblo, no por los de una mafia de corruptos que están dispuestos a todo para conservar sus privilegios. Que el gobierno de López Obrador llegue a remediar las carencias es otra cosa. Los políticos no son magos que con un ensalmo solucionen problemas ancestrales. Pero cuando hay voluntad de servir, se puede llegar muy lejos. Y eso es lo único que se le debe de exigir al candidato de Morena.
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