Estaré desinformado o seré muy desconfiado,
no sé, pero ahí les voy: Cuando Trump anunció que no impondría aranceles a
las mercancías mexicanas de importación, pues había llegado a un acuerdo con el
gobierno de México, simplemente no le pude creer. El acuerdo, según él,
consistiría en que la “guardia nacional” de México se encargaría de detener a
los solicitantes de asilo antes de que estos se internaran en los Estados
Unidos. Y que los trámites del asilo se llevarían a cabo mientras los solicitantes
se encontraran todavía en suelo mexicano.
No lo pude creer por dos razones. La primera es que resultaba
absurdo pensar que México fuera a actuar de oficial de trámites de asilo a nombre
de Estados Unidos. El derecho internacional es muy claro al respecto: el asilo
se solicita en el país de destino, no en puntos intermedios por muy
bienintencionados que estos sean.
Y la segunda razón es que en México no existía nada que pudiera
llamarse “guardia nacional”. Cuerpos policiacos y militares los hay por
montones, pero ninguno lleva ese nombre.
Me quedaba claro, por tanto, que se trataba de una de las más de
diez mil mentiras que ha dicho Trump a lo largo de su mandato (según cifras de
The Washington Post). Viendo las catastróficas consecuencias que tendría
perturbar el delicado equilibrio económico de México, por no hablar de la
airada reacción que surgiría entre los consumidores estadounidenses privados de
sus tostadas de aguacate y sus Coronas, Trump quiso zafarse inventando un
imposible acuerdo con las autoridades mexicanas.
Pero no. Ahora me vengo a enterar de que ya se creo la dichosa guardia
nacional y que México, efectivamente, se va a encargar de tramitar las solicitudes
de asilo de los compas centroamericanos que vienen huyendo de la violencia y la
miseria de sus respectivos países.
Me duele decirlo, pero yo no voté por esto. Yo no voté por un gobierno
que le haga los mandados a Washington. Yo no voté por la creación de un cuerpo
policiaco más, cuando los que existen son resumideros de corrupción y podredumbre.
Yo no voté por unas autoridades que responden a intereses extranjeros antes que
a los nacionales. Yo no voté por un gobierno que traicionara el orgulloso
legado en materia de política exterior que hizo de México un ejemplo de
dignidad en los aciagos días de la guerra civil española y en los que
siguieron, durante la segunda guerra mundial.
Me van a perdonar pero yo no voté por esto.