20 junio, 2024

Cifras postelectorales

 Inmediatamente después de que se dieron a conocer los resultados de las elecciones del 2 de junio, los acólitos de la Cuatrote echaron las campanas al vuelo y proclamaron que su candidata había recibido el número de votos más alto de la historia. Sí, claro; es como si los padres celebraran que en su último cumpleaños, su hijo hubiera cumplido el mayor número de años de su vida.

Hay un fenómeno curioso que supongo que a los turiferarios de Morena les pasa desapercibido: el crecimiento demográfico. ¿Mayor número de votos de la historia? Sí, claro, como también el mayor número de votantes de la historia. La población crece y con ella el número de ciudadanos. Lo admirable sería que no fuera así.

Veamos algunas cifras para darnos una idea. A partir de 1964, los resultados en las elecciones presidenciales han sido los siguientes:


Año

Candidato ganador

Número de votantes (en millones)

Número de votos recibidos (en millones)

Porcentaje

1964

Gustavo Díaz Ordaz

14.72

8.368

88.81

1970

Luis Echeverría

14.11

11.904

84.32

1976

José López Portillo

17.606

16.462

100

1982

Miguel de la Madrid

23.592

16.721

70.96

1988

Carlos Salinas

19.80

9.687

50.36

1994

Ernesto Zedillo

35.285

17.181

48.69

2000

Vicente Fox

37.601

15.98

45.52

2006

Felipe Calderón

41.791

15.0

35.89

2012

Enrique Peña Nieto

50.143

18.158

38.21

2018

Andrés Manuel López Obrador

56.611

30.113

53.19

2024

Claudia Sheinbaum

60.04

35.92

59.75


Fuera de la anomalía que representó la elección de López Portillo, que no contendió contra ningún otro candidato por lo que se llevó el 100% de los votos válidos, hay algunas cifras que merecen análisis. Para empezar, la cifra que realmente nos da la medida del éxito electoral de un candidato es el porcentaje de votos. Si López Obrador andaba ardido por haber perdido ante Calderón, haber logrado 53.19%, muy por encima del menguado 35.89% del chaparrito, podría servirle de desquite. En efecto, Calderón llegó a la presidencia con el más bajo porcentaje de votos de la historia reciente. Ése es un dato que aquél sí podría enrostrarle en sus misas mañaneras pero, que sin embargo, no lo ha hecho, que sepamos.

Puestos en esta perspectiva, los 35 millones de Claudia no se ven tan lucidores: con 59.75% del voto, es poco lo que pueden presumir sus acólitos. Pero hay otros aspectos que debemos considerar. Por ejemplo, es impresionante la cantidad de votos que recibió López Obrador, de más de 12 millones por encima de Peña Nieto, con un aumento de votantes de sólo 5.5 millones. Quiere decir que 6.5 millones de ciudadanos que no votaron por López Obrador en 2012, se inclinaron por él en 2018.


Y siguiendo esa línea de análisis, también son de admirar los votos de Claudia: no solo retuvo los 30 millones de López Obrador, no sólo captó los 3.4 millones de nuevos votantes, sino que también ganó 1.6 millones de votos que en elecciones anteriores se habían ido para otras coaliciones. Véase lo que esto significa: de los 30 millones que votaron por López Obrador ninguno, ni uno solo, se arrepintió y decidió apoyar el segundo piso de la 4T. Y los nuevos votantes, aquellos que se registraron entre 2018 y 2024, todos, absolutamente todos y cada uno de ellos le fueron fieles al proyecto de reelegir a López Obrador en la persona de su delfina Claudia. Ésas sí que son cifras dignas de celebrarse, de no ser por la persistente y molesta sensación de que hay algo que no cuadra.


Pero, en fin, no vamos a caer en la trampa de las conspiraciones ni a sugerir sin pruebas que hubo fraude. Aquél tuvo más de cinco años para preparar esta elección de estado y hay que reconocer que lo logró.


20 mayo, 2024

Partidos y ciudadanos

Uno de los (pocos) logros de López Obrador ha sido amalgamar bajo el mismo marbete de PRIAN a toda su oposición. Nótese que las siglas del que fuera su partido no figuran en esa designación, aunque hubiera sido fácil integrarlas en PRIRDAN, sigla bastante pronunciable. Pero los políticos son como los amantes despechados: de la endina no quieren ni siquiera volver a escuchar el nombre.

Lo paradójico (paradoja que quizá ellos no noten, pues lo sutil no es exactamente su terreno) es que al denostar al PRIAN, los morenos están literalmente escupiendo para arriba. En efecto, Morena (como el PRD antes) es refugio de aquellos priistas, panistas y perredistas que vieron en el campamento morado mejores posibilidades de avanzar, de agarrar hueso, de hacer negocio, o, como vienen diciendo ahora que estamos en campaña electoral, de servir mejor al pueblo de México.

No para en eso lo repudiable de designar a todos los opositores con la misma etiqueta. No sólo los tres partidos son muy diferentes, con una historia propia y con miras muy diversas, sino que ahora resulta que todo aquel que no marche al paso de ganso marcado por aquél viene siendo “de derecha”, “reaccionario” y otros adjetivos cuya enumeración por pudor prefiero ahorrársela a los distinguidos lectores.

No cuestione usted la prudencia de invertir miles de millones de pesos en una refinería cuando la historia nos señala el rumbo de las energías limpias porque automáticamente quedará clasificado como reaccionario de derecha, resentido por haber perdido sus privilegios. Ni se atreva a señalar el desastre ecológico que significa construir un tren escénico encima de cenotes porque le caen encima los bots a enderezarle el título de traidor a la patria. Y ni hablar del negocio del fentanilo en el AIFA, las vastas regiones del territorio nacional en manos del crimen organizado, la tragedia que viven a diario quienes requieren servicio médico, las mujeres asesinadas y desaparecidas por decenas cada día, la desenfrenada corrupción de la que se benefician los allegados del poder y un largo etcétera que, también por pudor, me voy a permitir omitir.

Así que todos aquellos que hasta ahora se habían abstenido de militar en algún partido, quienes no se identificaban con ninguna de sus visiones, los que no se sentían representados por sus propuestas y proyectos, ahora resulta que son echados en el mismo saco.

Y aquí se da otra paradoja que, insisto, aquellos son incapaces de notar: el presidente que no quiere que se le cuestione nada, que pretende imponer su palabra como ley por encima de todas las demás, el que quisiera que el “pueblo bueno” aceptara agachado y en silencio todos sus dictados ha hecho que el ciudadano común, lejos de quedarse en su casa a la espera de las dádivas del supremo, salga a la calle a manifestar su repudio ante la deriva autoritaria del estado.

Ésa fue la gente que salió ayer a integrarse en la marea rosa. Gente que en otras circunstancias miraría con desdén la marcha de los acontecimientos, gente que nunca se interesó en la política pero que ahora se siente amenazada, no es sus privilegios, déjenme aclarar, sino es sus derechos más elementales. Esa fue la gente que también se inclinó en favor de Xóchitl al momento de elegir candidata a la presidencia. No fueron los partidos los que la eligieron; ella no es la candidata de ningún partido; es la abanderada de los ciudadanos hartos de la corrupción e ineptitud de un gobierno que sólo sabe destruir. Claudia ha insistido en llamarla la candidata del PRIAN, lo que no sólo demuestra su ignorancia, sino también su rigidez intelectual, su dogmatismo, su incapacidad de comprender una candidatura ciudadana, ajena a los partidos. Junto con su titiritero, afortunadamente, ella quedará relegada al basurero de la historia.


29 enero, 2024

Reflexiones electorales

 

En este 2024, la mitad de la población mundial va a acudir a las urnas para elegir a su nuevo gobernante y los mexicanos, por supuesto, entramos en ese número. Y a menos que ocurra un cataclismo cósmico y universal, los nombres que aparecerán en las papeletas serán de dos mujeres. Podría parecer que esa bipolaridad ayudaría a decidir nuestra intención de voto, que al reducirse las posibilidades a dos opciones muy diferentes entre sí no sería difícil inclinarnos por una o por otra, pero no es así. Al parecer todavía hay mucha gente que se declara indecisa, que preferiría otra opción, que cae en la fácil tentación de echar a todos los políticos en el mismo saco de la corrupción y la impericia para evitarse el trabajo de analizar sus verdaderas diferencias, gente que se siente tan por encima de las mezquindades de este mundo que exige una opción angelical, una candidata impoluta, no manchada por las experiencias de la vida política.

Y esa gente que exige pureza total va a preferir abstenerse que votar por una opción que no es la suya, por alguien con quien no está de acuerdo al cien por ciento, aun cuando esa abstención lejos de ser una toma de postura neutra sea un voto a favor de la continuidad, de más de lo mismo, del “segundo piso” de este régimen tan descarado que ya ni las apariencias le interesa guardar. La abstención en estas circunstancias es un voto en favor de que continúen los abrazos para los delincuentes y los balazos para los ciudadanos, de que se le siga echando dinero bueno al malo en megaproyectos inútiles, en aeropuertos que no dan servicio, en refinerías que no refinan, en trenes que no van a ningún lado (y que cuando van se descomponen).

¿Echarle un segundo piso al desmantelamiento de las instituciones que han permitido el surgimiento de la democracia por primera vez en nuestra historia? Sí, claro, no es perfecta pero, si bien no está plenamente desarrollada, podemos tener la esperanza en que el obscuro pasado autoritario de nuestro país efectivamente quede en el pasado. Ese pasado que los traidores de Morena quieren transformar en presente: nada de organismos autónomos, nada de sociedad civil, nada de libertad de expresión. Los que estamos viejos ya lo vivimos y créanme, los que no conocieron esa obscura etapa no querrían que se levantara de su tumba.

¿Vamos a darle continuidad a las mentiras propagadas desde la presidencia? ¿A los ataques a los periodistas que no están en la nómina del régimen? ¿A las embestidas contra las ramas del gobierno que no se pliegan a la voluntad del supremo? Todas estas preguntas, por desgracia, están asentadas en la pavorosa experiencia del que ha sido el sexenio más sangriento del que se tenga memoria. Se calcula que en cualquiera de sus mañaneras, aquél suelta alrededor de cien mentiras. Desde que la Suprema Corte de Justicia de la Nación le empezó a echar para atrás sus proyectos legislativos por anti- o inconstitucionales, él no ha dejado de arremeter contra la corte y sus ministros, a excepción de aquellas dos que tiene en el bolsillo. Y eso por no hablar de los diarios denuestos contra aquellos periodistas que se atreven a criticarlo. A él o a sus familiares y allegados, en especial a sus hijos que, después de no haber dado golpe en toda su vida, resultaron todos unos expertos en materia de tráfico de influencias y negocios al cobijo del poder.

¿Queremos más militarización del país? El mito de que los militares son eficientes y honestos por su disciplina y por estar al servicio de la nación sólo subsiste en las telarañas que recubren la materia gris de aquél. No han demostrado la menor eficiencia en la única tarea que querríamos encomendarles, además de la defensa de la soberanía nacional y etcétera: combatir a la delincuencia organizada. Y de la honestidad mejor no hablamos para no meternos en un berenjenal del que no saldríamos indemnes. Pero baste decir que la política de abrazos, no balazos, parece diseñada más para cobijar contubernios que para detener criminales.

Insistamos: ninguna candidata va a ser del agrado de la totalidad del electorado. Pero eso no significa que las dos sean iguales. Y por supuesto que tampoco quiere decir que votar será un ejercicio inútil. Si el voto significa algo, en las elecciones de este año significará algo aun más importante: la diferencia entre seguir por el camino del autoritarismo, de la violencia desbordada, del desprecio por los ciudadanos y sus derechos, de las mentiras descaradas y del cinismo o tratar de revertir el pavoroso curso que ha seguido el país en los últimos años y buscar en la senda de la democracia la esperanza de un mejor futuro para todos.