En este 2024, la mitad de la población mundial va a acudir a las urnas para elegir a su nuevo gobernante y los mexicanos, por supuesto, entramos en ese número. Y a menos que ocurra un cataclismo cósmico y universal, los nombres que aparecerán en las papeletas serán de dos mujeres. Podría parecer que esa bipolaridad ayudaría a decidir nuestra intención de voto, que al reducirse las posibilidades a dos opciones muy diferentes entre sí no sería difícil inclinarnos por una o por otra, pero no es así. Al parecer todavía hay mucha gente que se declara indecisa, que preferiría otra opción, que cae en la fácil tentación de echar a todos los políticos en el mismo saco de la corrupción y la impericia para evitarse el trabajo de analizar sus verdaderas diferencias, gente que se siente tan por encima de las mezquindades de este mundo que exige una opción angelical, una candidata impoluta, no manchada por las experiencias de la vida política.
Y esa gente que exige pureza total va a preferir abstenerse que votar por una opción que no es la suya, por alguien con quien no está de acuerdo al cien por ciento, aun cuando esa abstención lejos de ser una toma de postura neutra sea un voto a favor de la continuidad, de más de lo mismo, del “segundo piso” de este régimen tan descarado que ya ni las apariencias le interesa guardar. La abstención en estas circunstancias es un voto en favor de que continúen los abrazos para los delincuentes y los balazos para los ciudadanos, de que se le siga echando dinero bueno al malo en megaproyectos inútiles, en aeropuertos que no dan servicio, en refinerías que no refinan, en trenes que no van a ningún lado (y que cuando van se descomponen).
¿Echarle un segundo piso al desmantelamiento de las instituciones que han permitido el surgimiento de la democracia por primera vez en nuestra historia? Sí, claro, no es perfecta pero, si bien no está plenamente desarrollada, podemos tener la esperanza en que el obscuro pasado autoritario de nuestro país efectivamente quede en el pasado. Ese pasado que los traidores de Morena quieren transformar en presente: nada de organismos autónomos, nada de sociedad civil, nada de libertad de expresión. Los que estamos viejos ya lo vivimos y créanme, los que no conocieron esa obscura etapa no querrían que se levantara de su tumba.
¿Vamos a darle continuidad a las mentiras propagadas desde la presidencia? ¿A los ataques a los periodistas que no están en la nómina del régimen? ¿A las embestidas contra las ramas del gobierno que no se pliegan a la voluntad del supremo? Todas estas preguntas, por desgracia, están asentadas en la pavorosa experiencia del que ha sido el sexenio más sangriento del que se tenga memoria. Se calcula que en cualquiera de sus mañaneras, aquél suelta alrededor de cien mentiras. Desde que la Suprema Corte de Justicia de la Nación le empezó a echar para atrás sus proyectos legislativos por anti- o inconstitucionales, él no ha dejado de arremeter contra la corte y sus ministros, a excepción de aquellas dos que tiene en el bolsillo. Y eso por no hablar de los diarios denuestos contra aquellos periodistas que se atreven a criticarlo. A él o a sus familiares y allegados, en especial a sus hijos que, después de no haber dado golpe en toda su vida, resultaron todos unos expertos en materia de tráfico de influencias y negocios al cobijo del poder.
¿Queremos más militarización del país? El mito de que los militares son eficientes y honestos por su disciplina y por estar al servicio de la nación sólo subsiste en las telarañas que recubren la materia gris de aquél. No han demostrado la menor eficiencia en la única tarea que querríamos encomendarles, además de la defensa de la soberanía nacional y etcétera: combatir a la delincuencia organizada. Y de la honestidad mejor no hablamos para no meternos en un berenjenal del que no saldríamos indemnes. Pero baste decir que la política de abrazos, no balazos, parece diseñada más para cobijar contubernios que para detener criminales.
Insistamos: ninguna candidata va a ser del agrado de la totalidad del electorado. Pero eso no significa que las dos sean iguales. Y por supuesto que tampoco quiere decir que votar será un ejercicio inútil. Si el voto significa algo, en las elecciones de este año significará algo aun más importante: la diferencia entre seguir por el camino del autoritarismo, de la violencia desbordada, del desprecio por los ciudadanos y sus derechos, de las mentiras descaradas y del cinismo o tratar de revertir el pavoroso curso que ha seguido el país en los últimos años y buscar en la senda de la democracia la esperanza de un mejor futuro para todos.
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