28 diciembre, 2004

Del otro lado del espejo

Siempre es difícil verse a sí mismo, por lo que el hombre recurre a todo tipo de medios para descifrar su esencia. ¿Quién soy? es sin duda la principal de las tres preguntas básicas que nos hacemos en este planeta (las otras dos serían ¿De dónde vengo? y ¿A dónde voy?). El espejo, por supuesto, apenas nos devuelve una imagen de nosotros mismos que no sólo resulta superficial, sino invertida. Tendríamos que vernos desde el otro lado del espejo, dar el salto imposible que diera Alicia para contemplarnos de frente, como nos ven los demás.


Las fotos, como toda imagen, carecen de profundidad. ¿Quién soy, quién he sido? ¿Qué ha sido mi vida? ¿Qué he hecho de ella (o qué ha hecho ella de mí)? La introspección nos ayuda a responder a estas preguntas: con ella buscamos esos elementos permanentes con los que nos podemos identificar. Sí, todo es cambio, pero ciertamente, en medio de esa tormenta de variaciones y mudanzas, podemos detectar algo que, a lo largo de nuestra vida, ha permanecido constante: una inclinación, ciertas tendencias, aficiones y gustos, o simplemente una manera de ver la vida, de relacionarnos con el mundo y de tratar de entenderlo.


La otra forma de conocernos es a través de los demás. El mismo Jesús le hace esa pregunta a sus discípulos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? (Mateo 16:15) e, incluso, ¿Quién dicen los hombres que soy yo? (Marcos 8:27), manifestando así una inseguridad sobre sí mismo insólita en un enviado de dios, pero que se agradece porque revela su verdadera condición humana. Así, los políticos encargan sondeos y encuestas de opinión (y de vez en cuando, votaciones por teléfono) para confirmar su imagen: "Sí, soy lo que los demás quieren que sea; por eso votan por mí."


Pero para el hombre común no es tan fácil encargar una encuesta y por ello acude a psiquiatras, terapeutas, consejeros, confesores o, de plano, peluqueros y cantineros. Todos ellos nos permiten reflexionar sobre nosotros mismos, nos muestran una faceta de nosotros mismos que siempre está oculta a nuestros ojos. Los más afortunados cuentan para este proceso con amigos o cónyuges. De hecho, este reconocimiento mutuo empieza desde los primeros pasos de cualquier relación: Díme quién eres y te diré quién soy. O, al menos, díme quién crees ser y te diré quién creo ser.


Pero hay una forma más. Hace unas semanas me entrevistaron, a fin de publicar un "retrato" mío en un periódico. De una conversación de cuatro horas surgió un texto de 850 palabras con el que el lector puede saber quién soy yo. ¿Será cierto? Échele un ojo a la entrevista y dígame si yo soy ese que ahí se ve.

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