15 diciembre, 2004

El regreso de Solimán el Magnífico


Solimán el Magnífico está de regreso en Europa, aterrorizando a las buenas conciencias Así como en el siglo XVI, las fuerzas del imperio otomano llegaron a las puertas mismas de Viena, de las que tuvieron que retirarse sólo debido al mal tiempo, ahora Turquía toca insistente a las puertas de la Unión Europea, pidiendo cortésmente su entrada.

O quizá no muy cortésmente, si leemos las declaraciones de Recep Tayyip Erdogan, el primer ministro turco y, en cierta manera, descendiente del imperio de la Sublime Puerta, quien tajantemente ha rechazado que las negociaciones —cuya fecha de inicio habrá de decidirse en la cumbre europea de este jueves y viernes— desemboquen en algo que no sea la plena adhesión de Turquía a la Unión Europea.

En efecto, ahora en Europa el debate es sobre la definición de sus fronteras, algo que quienes estudiamos geografía en primaria jamás habríamos imaginado. Como perdedor de la primera guerra mundial, el imperio otomano firmó los tratados del Trianón, en 1920, con lo que aceptó la pérdida de los territorios europeos conquistados a lo largo de varios siglos. De este modo, sólo conservó una pequeña parcela en suelo europeo, en la que se encuentra nada menos que la ciudad de Estambul, orgullosa capital del imperio (condición que perdería en 1923 ante Ankara) que en ese tiempo todavía se le conocía por su nombre cristiano: Constantinopla.

Tras la derrota en la guerra y la pérdida de su condición imperial, Turquía emprendió el camino de la reforma, bajo la férrea mano de Kemal Atatürk, padre del actual estado y creador de muchas de sus instituciones. (Una de sus reformas, por cierto, fue la substitución de la escritura árabe por la latina y la adopción de los atuendos europeos, como señala de pasada Antoine de Saint-Exupéry en El principito.)

Geográficamente, pues, Turquía se encuentra en esa encrucijada de civilizaciones cuyo choque predijo Huntington: con un pie en Europa y el resto del cuerpo en el Asia menor, en puntual interpretación de la imagen caricaturesca de los vendedores que ponen el pie en la puerta para evitar que se la cierren en las narices. Y por eso mismo, siente el derecho de considerarse un país europeo.

Ese derecho, hemos de agregar, les fue reconocido a los turcos por los dirigentes de la Unión Europea desde 1999. En principio, pues, Turquía sí pertenece a Europa y, con ese título, es legítimo aspirante a integrarse en la Unión Europea. Sólo que hay un ligero problema. Como sabemos, Turquía es un país mayoritariamente musulmán. Y aunque los propios europeos se negaron a consagrar en su proyecto de constitución que la Unión está basada en los valores cristianos —como querían algunos países, como Polonia, acicateados por el Vaticano—, siguen teniendo reticencias a aceptar en su seno a quienes no los profesen. Ciertamente no podemos obviar la hipocresía que esto implica. Primero, porque en Europa, como reveló una reciente encuesta del Instituto GFK, la profesión de fe está muy desligada de la práctica. En Europa occidental, por ejemplo, aunque el 68% se dice creyente, sólo el 24% es practicante. Y el 25% de plano se declara ateo.

En segundo lugar, porque si Ankara ya cumplió los llamados criterios de Copenhague —referidos a determinadas condiciones, como el respeto a los derechos humanos, estado de derecho, elecciones democráticas y libres, etcétera—, la única razón por la que se le puede negar el ingreso es el criterio religioso. ¿Y cómo lo puede esgrimir legítimamente una unión que no se considera un “club cristiano” y cuyos pueblos tienen la tendencia a relegar al olvido a la religión?

Asombra, además, que sea un pueblo como el francés, que siempre se ha pretendido tolerante, el que más reticencias muestre ahora ante el ingreso de Turquía. Al grado que el presidente Jacques Chirac pretende que se realice un referendo que decida la adhesión de los turcos, proceso inusitado que no se le aplicó a ninguno de los 25 países que conforman actualmente a la Unión Europea.

Asimismo, el proceso se anuncia largo: de marchar bien las cosas, Turquía puede esperar su ingreso para el año 2015, cuando seguramente ya no estarán en el escenario muchos de los que ahora agitan el fantasma del terrorismo islamista para asustar a los europeos por el ingreso de Turquía en su exclusivo club.



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