¿Novedades? Sólo que en febrero sufrí una embolia, acerca de la cual escribí una nota. Como pienso que puede ser de interés, la reproduzco a continuación.
¡Yo sobreviví a una embolia pulmonar!
Toda embolia es un aviso. Es decir, toda embolia a la que podamos sobrevivir. Si nos deja turulatos o medio inválidos, pues maldita la gracia del aviso; viene siendo como la Compañía de Luz, que nos llega con el aviso de corte de servicio y, a menos que sobornemos a sus heroicos empleados, nos cortan la luz ahí mismo.
Bueno, decíamos que después de recuperarnos de una embolia, pulmonar como fue mi caso, la vida se nos presenta hasta como de otro color. No quiero pensar en que tenemos una “segunda oportunidad”, pues eso implica un sistema de castigos y recompensas muy similar a lo que manejan las religiones.
Pero la verdad es que no es fácil sustraerse al pensamiento mágico y, así, cuando regresamos a casita después de haber estado una semana en el hospital, lo primero que pensamos es que la vida nos dio una segunda oportunidad y que debemos aprovecharla.
Lo primero que hacemos, claro, es botar las cajas de cigarros que teníamos por toda la casa. La que guardábamos en el cajón del buró para emergencias, la que teníamos en el baño para aquellos casos en que preferimos atolondrarnos con el humo del cigarro que con nuestras propias emanaciones mefíticas, la que teníamos en la alacena de la cocina para invitar a los cuates... En fin, hacemos tiradero general de cigarros, con la consciencia clara de que “nunca más” volveremos a caer en las garras del vicio.
Otro concepto que nos queda muy claro es que nuestra comida debe ser sana y debemos evitar grasas y fritangas en general. Nuestro menú se puebla de carne asada y ensaladas, mucha fruta y verdura; el te reemplaza al café y obviamente el alcohol no tiene lugar en nuestra nueva vida.
Luego nos deshacemos de todas las bolsas de comida chatarra, papitas, doritos, churritos y demás frituras de las que no podemos comer sólo una. Ya nos dijeron que, en el próximo partido de futbol, esas botanas las podremos reemplazar por tiras de zanahoria y de jícama, muy sanas, muy sanas. Sin embargo, tiempo después constataremos, quizá con cierta sorpresa, que nuestros compadres y cuates con los que solíamos ver los partidos, “ya no tienen tiempo” de venir a ver el fut a nuestra casa. Luego nos llegará el chisme de que se siguen reuniendo en casa del compadre, quien sí sabe agasajar a sus visitas con botanas de verdad. De pronto, nuestras zanahorias y jícamas pierden su encanto y empezamos a añorar no tanto las frituras, sino el ambiente en que las consumimos.
De ahí las cosas empiezan a precipitarse. Cansados de ser el blanco de burlas y chistes por no tomar con los compañeros de la oficina cuando vamos en bola a la cantina, empezamos con una cubita, “nomás para que no digan”. Al rato la cubita ya viene acompañada de un cigarro pues, francamente, sin cigarro el alcohol ni sabe. Después llegan las botanas; no las papitas y demás chatarra industrializada, sino los pesos completos de las cantinas: carnitas, chicharrón en salsa verde, frijoles, tostadas de pata, sopecitos... y a la tercera copa, la variedad de la botana aumenta, así que hay que llegarle, compañero.
Un mes después de nuestra embolia estamos de nuevo en la cantina con nuestros compañeros de la oficina, brindando por la “suerte” de habernos salvado del incidente, comentando lo cerca que estuvo el "aviso" y burlándonos un poquitín, ¿por qué no?, de los pobres diablos que no tuvieron la suerte de sobrevivir a una embolia, como nosotros. Ah, porque eso sí, nosotros somos muy machos y ningún pinche trombo nos va a venir a doblar ni, mucho menos, a decir cómo debemos de vivir. ¡Faltaba más!
1 comentario:
Me da mucho gusto que hayas vuelto a escribir y a vivir.
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