Al igual que Carlos Salinas, otro presidente notoriamente espurio, Felipe Calderón está pidiendo la oportunidad de convencer con sus actos a quienes no votaron por él. En cierta forma, además de ser un llamado a la distensión, este exhorto constituye un reconocimiento implícito de que llegó en forma irregular a la condición de presidente electo. Pues aunque suena bonita, esta fórmula en realidad es la que se aplica durante la campaña electoral, no después. Es antes de las elecciones cuando los candidatos nos piden esa oportunidad, no después de haberse montado en la silla presidencial descendiendo desde un helicóptero para escapar de las protestas del pueblo que supuestamente quieren gobernar.
¿Por qué sonríe Felipillo?
No las tiene todas consigo el chaparrito. Si la frase "sacarse la rifa del tigre" tiene algún sentido, éste es precisamente la situación a la que va a enfrentarse el presidente de la derecha. Tendrá que escarbarse algo más que las narices para encontrar la solución a las profundas divisiones causadas por su imposición. No hay sólo una división geográfica (supuestamente un norte de derecha y un sur de izquierda, configuración que nos remite a los referentes de la guerra fría, cuando los países se partían entre esos dos extremos, Alemania, Vietnam, Corea, por recordar los más representativos); ahora las divisiones recorren todo el tejido social y amenazan con enfrentar a las familias mismas, unidad básica de la sociedad.
En efecto, la división ya no es geográfica. Ahora, tras la campaña de odio y azuzamiento de miedos que impulsó el candidato de la derecha, el país está dividido entre la gente bien y los nacos. Así, la gente bien votó por Calderón y observa agradecida el apoyo que le expresara ayer George W. Bush a la democracia mexicana. Los nacos votaron por López Obrador y se encuentran acampando en Reforma y el Zócalo.
En fin, López Obrador tampoco está en un lecho de rosas. Acorralado en su propio discurso ultrancista, no le queda más remedio que mantener su postura radical e incluso radicalizarla aun más para no perder su base de apoyo. Para quienes asisten a las asambleas informativas y acampan en Reforma, el resultado de sus esfuerzos no puede ser otro que el acceso de López Obrador a la presidencia.
¿Están engañados? Al parecer sí: el proceso electoral termina formalmente con la proclamación del presidente electo, cosa que recayó en la personita de Calderón. Pretender su renuncia o cualquier otra subversión de las instituciones es regresar a la proclama de las montañas del 1° de enero de 1994, en la que el subcomandante Marcos exigía la dimisión del gobierno federal.
A López Obrador no le ha quedado más remedio que inventar nuevas formas de movilización, conforme se van agotando las tradicionales. Después del plantón, ya tenemos su convocatoria a una convención nacional democrática, a la que quiere heredera de la convención de Aguascalientes con la que, durante la revolución, se trató de reconciliar a los diferentes bandos en pugna. La situación actual, ¡ay!, es mucho más compleja que la de entonces. No estamos viviendo un movimiento armado y hasta ahora nadie ha hablado de eso, afortunadamente que pudiera resolverse mediante un acuerdo político, por mucha espíritu de concordia que lo anime.
La situación actual es de crisis política provocada no sólo por el desgarramiento de la sociedad, sino por su enfrentamiento. López Obrador ha quemado sus cartuchos en movilizaciones estériles, en lugar de dirigirlos a consolidar la fuerza de su partido y a imponer sus temas en el programa de gobierno del próximo sexenio. La fuerza de su medio punto de diferencia con el candidato ganador se lo habría permitido. Pero en estos dos meses de protestas aspaventosas, ha despilfarrado buena parte de su apoyo y ahora sólo cuenta con el ala dura. Basta ver los deslindes que se han producido, por ejemplo, entre los diputados perredistas y el mismo gobernador electo de Chiapas, que han pintado su raya con respecto de la postura radical del Peje.
Quizá el destino que le espere a AMLO sea la triste condición a la que se ha visto reducido el subcomediante Marcos: un molesto moscardón que de tanto en tanto lanza proclamas incendiarias, sin encontrar mayor eco en una sociedad entre desencantada y harta, deseosa de encarrilarse en la normalidad institucional, por muy viciada que éste pueda estar.
2 comentarios:
creo ke asi sucedera... al rato el peje va a ser un X en la historia y calderon sera uno mas de los presidentes que pasan sin pena ni gloria... a veces mas pena...
pero pues ya que... espero que los que votaron por el peje agarren la onda de que ya no pueden hacer nada y se pongan a trabajar... y tambien que los que votaron por el pan no esten creyendo que por nice ya tienen todo resuelto...
el caso es ke la gente trabaje y deje de echarle la culpa de todo al gobierno...
Jorge Luis:
Me podrías explicar, por favor, que es "el peje"?
Lo he visto mil veces escrito por allí, pero aún no logro dilucidar de qué se trata.
Gracias, y saludos.
Sil
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