17 abril, 2007

De la violencia gratuita

Cada tanto, el mundo en general, y Estados Unidos en particular, se conmueven ante una matanza de estudiantes. Desde agosto de 1966, cuando se inauguró esta modalidad en la Universidad de Austin, con un saldo de 31 heridos, pasando por la de Littleton, en abril de 1999, donde dos estudiantes mataron a doce compañeros y que fuera el centro de un documental a cargo de Michael Moore (Bowling for Columbine, 2002), ahora la serie viene a rematarse en el Politécnico de Virginia, donde 33 muertos constituyen el saldo más elevado a la fecha.

Y cada vez se ofrecen al análisis todo tipo de explicaciones, desde las teorías de los sociópatas aislados hasta la que presenta Moore en su trabajo, es decir, la de una cultura de violencia generalizada. Estos dos extremos están relacionados necesariamente. Un sociópata aislado, sin armas, simplemente se recluiría en su casa a rumiar sus odios o a buscarles otro tipo de salida. Pero en Estados Unidos, el 39% de los hogares poseen armas de algún tipo, por lo que no es difícil que, cuando a nuestro sociópata se le salten los fusibles por alguna razón, tome el arma que tenga a la mano y salga a vaciarla contra sus semejantes.

Sin embargo, a la hora de la tragedia, las explicaciones (y sobre todo, los intentos de explicación) están de más. Un plantel escolar es víctima de la violencia gratuita, hay familias que quedan devastadas, padres que tienen que enfrentarse a la muerte inexplicable de sus hijos, y una sociedad que se asombra cada vez que alguno de sus miembros se entrega a una orgía de balazos.

Sin embargo, para los observadores extranjeros, lo asombroso no es que un estudiante tome el arma automática del abuelo y descargue sus frustaciones en sus compañeros. Lo realmente pasmoso es que eso no ocurra con más frecuencia, que una sociedad armada pueda convivir más o menos sin sucumbir a la tentación de dirimir todas sus diferencias con un tiroteo, que haya grupos de presión, como la Asociación Nacional del Rifle, que defiendan el derecho a poseer armas, que su hipocresía les haga promulgar leyes para controlar la venta de armas, a sabiendas que éstas se expenden sin ningún control en las famosas ferias de armas, permitidas en la mayoría de los estados.

Cada vez que ocurre un incidente de éstos podemos tener varias certezas:


  • Que las televisoras se van a llenar de imágenes y análisis sobre lo ocurrido.
  • Que se elevarán voces para exigir, de una vez por todas, el control absoluto de las armas de fuego, mismas que serán apagadas por quienes reclaman su derecho a poseerlas.
  • Que el presidente saldrá en televisión manifestando su consternación, diciendo que sus pensamientos están con las familias de las víctimas, que rezará por el eterno descanso de las mismas y apoyará las investigaciones del caso.
  • Que las culpas se van a repartir indiscriminadamente: a las autoridades del plantel, a los juegos violentos de video, a la música que escuchaban los autores de la matanza, a sus padres, sus maestros o a sus mismos compañeros, al gobierno, a Dios o a alguna fuerza igualmente misteriosa.


Lo único que no sabremos es porqué ocurrió realmente y cuándo será el próximo episodio de la serie.

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