Siempre he desconfiado del ecologismo como bandera política. No de los esfuerzos por conservar el ambiente ni por usar con responsabilidad los recursos del planeta. Me refiero más bien a la prostitución de la inquietud natural por nuestra casa en favor de intereses políticos que no se atreven a decir su nombre.
Y no es que tenga en mente sólo al partido “ecologista” de México cuya actuación bastaría para dejar escaldado al más convencido militante, sino en general a cuanta organización “verde” que esconde intereses inconfesables detrás de una supuesta defensa del ambiente.
Creo que, a fin de cuentas, la conservación del ambiente es más una decisión personal que un programa político. Ya que los partidos verdes suelen alinearse más bien a la izquierda, el sector de la derecha representa un terreno perdido para la ecología. Pero el deterioro del ambiente no se fija en afiliaciones políticas o ideológicas. El cambio climático, el deshielo de los cascos polares, el agujero de la capa de ozono, la contaminación de tierras, mares y aire son fenómenos que afectan a todos los terrícolas por igual. ¿Es que los conservadores no quieren conservar el planeta que les sirve de morada?
Ahora bien, aunque el ecologismo es una postura individual, la verdad es que la solución a muchos de los problemas ambientales que vivimos pasa necesariamente por una acción colectiva, lo que nos lleva de vuelta a la política, a ese pantanoso campo donde se toman las decisiones que nos afectan a todos. Pero las medidas para reducir las emisiones de gases con efecto de invernadero no deben confinarse en el ideario de un partido, pues éste necesariamente tendrá otros puntos en su programa. El primero de éstos será llegar al poder, para lo cual deberá hacer si no componendas, sí compromisos que evidentemente pueden impedir que ponga en práctica las medidas ecológicas prometidas.
Es decir, un partido ecologista empieza prometiendo defender el ambiente y acaba vendiendo las reservas naturales a las multinacionales a cambio de los favores que éstas le concedieron para llegar al poder. ¿Cómo podemos confiar en una organización que habla de la conservación del ambiente cuando en realidad tiene otra idea en mente?
Podemos ser ecologistas sin necesidad de afiliarnos con el Niño Verde. La pregunta más bien es si ser ecologistas nos obliga a alinearnos en algún lugar de la gama política. Y en lo personal pienso que la respuesta necesariamente es que no. Aunque veo difícil ser ecologista y defender los intereses de las empresas que saquean los recursos naturales del país a nombre del desarrollo económico, creo que la tarea es encontrar el equilibrio entre la conservación del ambiente y el desarrollo económico. Se menciona el “desarrollo sustentable” para referirse a ese equilibrio, pero ese concepto es más un ideal que un programa y su vaguedad no permite esperar soluciones prácticas a los problemas urgentes.
Pero en todo caso, toda solución política o colectiva estará llamada al fracaso de no contar con el apoyo de los individuos. En el plano personal, ¿cuántos separan la basura? ¿Cuántos acatan el “no circula” sin comprar un coche de repuesto? ¿Cuántos no barren su banqueta a manguerazos? ¿Cuántos apagan la luz de la habitación que queda vacía? ¿Cuántos caminan dos cuadras para ir a la tienda por cigarros en lugar de ir en coche? La respuesta es que pocos y la justificación es que el individuo no puede hacer nada en este ámbito. ¿De qué sirve separar la basura si se mezcla desde que llega al camión? ¿Cómo prescindir del coche en una ciudad que ha olvidado a sus peatones?
Creo que aquí encontramos otra razón para desconfiar de la politización de la defensa del ambiente: más que una bandera, es un atolladero, del que no saldremos si su solución la dejamos en las manos de los políticos.
1 comentario:
y a nivel internacional, que piensas de greenpeace? realmente son tan "buenos y desinteresados"?
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