Leí Cien años de soledad hace cuarenta años, a fines de 1967, pocos meses después de su publicación (mayo de 1967). El libro llegó a la casa por mi hermano mayor con quien, lamento decirlo, nunca me llevé muy bien. La situación era que simplemente me tenía prohibido tomar “sus” cosas. Así, tuve que leer la novela a escondidas, aprovechando sus numerosas y prolongadas salidas. Meses después, cuando él ya se había ido a vivir a Alemania, mi madre compró el libro y así, pude volverlo a leer “públicamente”.
Muchos años más tarde, ya casado, volví a comprar el libro para leerlo de nuevo. No sé qué maldición tuviera, pero el caso es que, una vez leído, el ejemplar todavía de la Editorial Sudamericana, con la ya clásica portada de Vicente Rojo se me desapareció. Para entonces tenía casi toda la obra de García Márquez, una recopilación de sus primeros textos periodísticos, sus cuentos y sus novelas, excepto Cien años de soledad que, terca, insistía en desaparecer de mis libreros.
Hace algún tiempo empezó a desvanecerse en mí el espíritu de coleccionista de libros, por lo que dejé de lamentar no haber conservado una novela que ya había leído varias veces. Pero no perdí, por fortuna, el gusanito de leer, así que hace unas semanas, en una ida al DF y la imprescindible visita a la librería del Fondo que reemplazó al Cine Lido, volví a comprarlo, esta vez en una “edición conmemorativa” a cargo de las academias de la lengua, con prólogos y estudios a cargo de célebres plumas (Álvaro Mutis, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, entre otros) y el texto revisado nada menos que por el mismo García Márquez. En fin, se trata de una edición que podríamos llamar “definitiva”, extirpada de toda errata y que trata de estar a la altura del genio literario de Gabo quien, por cierto, cumplió ochenta años el 6 de marzo de 2007, mismo día en que se acabó de imprimir esta cuidadísima edición, según informa el colofón.
Tenía en mis manos, pues, una edición de primera de una novela maravillosa. Confieso que no leí todos los prólogos, sólo el de Mutis, que tuvo la cortesía de hacerlo brevísimo, y ya encarrerado, el también corto de Fuentes, que me convenció de la idea que ya tenía de él: el señor no sabe conjugar verbos más que en primera persona y no desperdicia ocasión para soltar el nombre de las celebridades con que se ha codeado. Después de leerlo, me quedó la impresión de que Cien años de soledad no hubiera existido de no ser por él.
En fin, decidí dejar demás prólogos y demás estudios para después de leer la obra en sí. En los seis cursos de redacción periodística que llevé en la carrera siempre se nos insistió en la importancia de la “entrada”. Ésta, se nos decía, es lo que “jala” al lector a leer la nota completa. Y ya en la práctica del oficio pude comprobar la pertinencia de esa recomendación. A la hora de redactar una nota, lo más importante era por dónde la íbamos a tomar, es decir, qué entrada le íbamos a poner. Creo que lo mismo vale para las novelas o, al menos, para la obra de García Márquez, curtido en la práctica periodística. Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Esa frase, al igual que En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme..., siempre ha merecido un lugar especial en el batiburrillo que tengo por memoria.
Así pues, me sumergí en el mundo de Macondo. Volví a vivir el entusiasmo de José Arcadio Buendía por los secretos de la ciencia de Melquíades, a sufrir los desengaños amorosos de Amaranta y a emborucarme con la complicada genealogía de los Buendía.
Creo que no hay necesidad de justificar el tiempo dedicado a los clásicos. Cada lectura de un buen libro nos ofrece algo nuevo. Si es cierto que el lector colabora en la creación de la obra, es fácil entender que no hacemos la misma lectura a los 14 años que a los 54. Y Cien años de soledad ciertamente merece más que una sola lectura.
3 comentarios:
A riesgo de dar la impresión de que estoy a sueldo de las academias, he de agregar otra ventaja de esta edición: el árbol genealógico de los Buendía, indispensable para no perderse entre tanto Aureliano, Arcadio y demás personajes.
Chale, yo lo leí en mi adolescencia, luego en mi juventud, luego durante una larga estancia en Japón en la cual leí cualquier cantidad de textos mugre en español que caían en mis manos, pero... la edición conmemorativa ¡no la he leído! Por supuesto que la compré, pero tuvo la mala suerte de caer en mis manos al mismo tiempo que el 7o libro del huérfano más famoso del mundo... y ahí se quedó, esperando que terminara el-tan-de-moda-ahora del Che de PIT II... (suspiro)... después de leer este post, creo que el Che tendrá que esperar... ¡gracias por recordármelo!
awebo. leí Cien Años.. hace como 5 años y en estos días me ha rondado la idea de re-leerla, me has dado un empujoncito para hacerlo :)
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