Critican los correctores de Le Monde a la AFP por haber calificado de disidente al flamante difunto Aleksandr I. Solzhenitsyn, precisando que el término que debería aplicársele es el de opositor. Y explican que, si bien de significado emparentado, entre ambas palabras hay una diferencia que conviene hacer notar: el disidente es «el crítico en el marco de un sistema o de un movimiento de ideas».
Sin embargo, Solzhenitsyn sí fue un disidente, en la medida en que, al menos antes de ser preso político, él compartía los ideales y valores comunistas; lo que le valió la cárcel y el destierro fueron sus opiniones sobre Stalin, a quien consideraba «mal ideólogo y peor estratega». Ahí sí se reveló como disidente y, por andar expresando sus opiniones en una carta personal que le envió a un amigo desde el frente de Prusia Oriental, fue considerado traidor y sentenciado a ocho años de prisión. No deja de maravillar que, en medio de la guerra (bueno, casi a fines, pues esto fue en febrero de 1945), Stalin y sus esbirros tuvieran tiempo de andar espulgando correspondencia ajena en busca de opiniones contrarias al canon oficial. En todo caso, si la muerte es la derrota máxima que puede sufrir la vida, Solzhenitsyn se ha de haber regocijado al salir de la cárcel el mismo día que murió Stalin, el 5 de marzo de 1953.
Salió de la cárcel, pero no salió libre: de los campos de trabajo «correctivo» (administrados por una dependencia cuyo acrónimo dio el título a una de sus obras más conocidas, El archipiélago Gulag) lo enviaron al exilio interior en Kazajastán. Estando ahí le diagnosticaron un cáncer que casi le cuesta la vida. Además, el año anterior a su salida de los campos de trabajo, su esposa, tan solidaria ella, le pidió el divorcio. Con tantos golpes se explica que Solzhenitsyn haya abandonado sus devaneos políticos y se volviera profundamente religioso.
Después, en 1962 vino la publicación de Un día en la vida de Iván Denísovich, inscrita en las maniobras políticas de Nikita Jrushchov para acelerar el proceso de desestalinización. Pero para su siguiente libro, El pabellón del cáncer, en 1965, Nikita ya era historia y la Unión de Escritores Soviéticas se lo censuró groseramente.
La historia de la publicación del Archipiélago Gulag es una verdadera radiografía de los métodos de control soviéticos. Escrita desde 1958 hasta 1968, hacia el final la obra fue secuestrada por el KGB. Bueno, una de las tres copias que existían fue secuestrada; antes de eso ya había sido sacada de contrabando y llevada a Suiza, donde fue publicada en 1973. Su impacto fue enorme en Occidente, si bien la izquierda la desdeñó como propaganda antisoviética.
La caída de la Unión Soviética y la apertura de sus archivos secretos confirmaría no sólo la veracidad del relato de Solzhenitsyn, sino que además demostraría que en muchos casos se quedó corto; por ejemplo, cuando afirma que de 1930 a 1939, la cuarta parte de la población de Leningrado (hoy San Petersburgo) desapareció en el gulag.
En fin, disidente u opositor, como quiera que se le llame, Alexandr Solzhenitsyn fue ante todo un crítico que, si puso en su mira al sistema soviético, no fue para congraciarse con Occidente, sino con el ánimo de ver mejor a su país. Una de las razones de que no se le pueda etiquetar fácilmente es que también criticó duramente a las llamadas democracias occidentales, a las que acusaba de haber perdido el alma en su proceso de modernización.
¿Qué era pues Solzhenitsyn? Quizá un místico que se sentía profeta, un visionario amargado por la ceguera de sus contemporáneos, un hombre desengañado del siglo, un alma atribulada por su orfandad de nacimiento, por la muerte precoz de su madre, por el hambre de su juventud y la guerra de su edad adulta, por la persecución política de toda su vida, por la nunca satisfecha aspiración de ver a su país libre de tiranos.
...porque la vida no es un experimento, sino una experiencia.
06 agosto, 2008
05 agosto, 2008
La crisis que nos tienen prometida
De plano, Calderoncito está perdiendo el combate contra la delincuencia, ya sea la organizada en los poderosos carteles de la droga, la que se dedica a la jugosa industria del secuestro o incluso la simple delincuencia amateur, la formada por raterillos y asaltantes free lance, muchos de los cuales, como los antiguos mercenarios, ponen sus habilidades al servicio de los mismos policías que deberían estar combatiéndolos, a cambio de protección.
Los otros frentes de FeCalHin no son más halagüeños: su campaña para convencernos de que más nos vale vender nuestro tesorito antes de que nos lo roben sigue en punto muerto. En otro país de nuestro continente, el vertiginoso precio del petróleo permite que el batracio mussoliniano de Hugo Chávez se afiance en el poder, reparta gajes y prebendas entre sus acólitos y, gracias a la subvención de la gasolina, se granjee el favor popular. En otras latitudes, con un barril a 120 dólares la pieza, los gobiernos están viendo la rentabilidad del negocio y le están entrando a la exploración, extracción y producción del crudo. Ah, pero aquí en Mexiquito somos muy machos y ningún indicador económico va a venir a decirnos qué hacer. Así, la gran batalla del chaparrito es por deshacerse de la industria petrolera precisamente cuando la situación mundial de encarecimiento del crudo recomendaría aferrarse a ella.
Y si en el frente interno las cosas están color de hormiga, en el externo no van mejor. Su gobierno ya tiró la toalla en el problema más grave que tiene México con su vecino del norte: el de la emigración (bueno, emigración para nosotros e inmigración para ellos). Sin una política definida, sin metas qué alcanzar, Los Pinos está a merced de los caprichos de la Casa Blanca, quizá en espera de la mudanza en enero próximo; pero los indicios apuntan a que hasta ahora, la política migratoria mexicana consiste en prenderle sus veladoras a San Juditas para que proteja a los compas en su búsqueda de mejores condiciones de vida.
Desde mi mirador, es decir, viendo la vida a través de la pantalla de la tele, creo percibir la razón de tanto fracaso: México es un país de estreñidos. Cien millones de paisanos sin poder satisfacer sus necesidades intestinales no pueden más que producir un país de mierda. Bueno, eso a juzgar por el bombardeo constante de anuncios de yogures milagrientos que hacen trabajar las tripas a toda máquina y como relojito suizo. Y encima de estreñidos, gordos, pues según esto, los dichosos yogures («adicionados» con fibra) además tienen la propiedad de quemar grasas y reducir tallas. Esos publicistas han de pensar que el cuerpo está hecho de cebo y que puede derretirse como vela mediante el sencillo recurso de someterlo al calor externo, en baños de vapor o similares, o interno, con píldoras «quemagrasas» y demás menjurjes.
Y por último, la propuesta, claro, para que no digan que no hago crítica constructiva: con toda esa grasa que se pierde inútilmente mediante aparatos, dietas y ejercicios, ¿no convendría hacer un cirio gigantesco, plantarlo 'ora sí que en el mero Zócalo y dedicárselo a algún santo que tuviera los elementos necesarios para sacarnos del hoyo? Digo, porque apostar a que los políticos, los partidos, las fuerzas del orden y demás componentes del aparato estatal solucionen estas crisis sería de plano mucha ingenuidad. A estas alturas ya no podemos pedir milagros.
Los otros frentes de FeCalHin no son más halagüeños: su campaña para convencernos de que más nos vale vender nuestro tesorito antes de que nos lo roben sigue en punto muerto. En otro país de nuestro continente, el vertiginoso precio del petróleo permite que el batracio mussoliniano de Hugo Chávez se afiance en el poder, reparta gajes y prebendas entre sus acólitos y, gracias a la subvención de la gasolina, se granjee el favor popular. En otras latitudes, con un barril a 120 dólares la pieza, los gobiernos están viendo la rentabilidad del negocio y le están entrando a la exploración, extracción y producción del crudo. Ah, pero aquí en Mexiquito somos muy machos y ningún indicador económico va a venir a decirnos qué hacer. Así, la gran batalla del chaparrito es por deshacerse de la industria petrolera precisamente cuando la situación mundial de encarecimiento del crudo recomendaría aferrarse a ella.
Y si en el frente interno las cosas están color de hormiga, en el externo no van mejor. Su gobierno ya tiró la toalla en el problema más grave que tiene México con su vecino del norte: el de la emigración (bueno, emigración para nosotros e inmigración para ellos). Sin una política definida, sin metas qué alcanzar, Los Pinos está a merced de los caprichos de la Casa Blanca, quizá en espera de la mudanza en enero próximo; pero los indicios apuntan a que hasta ahora, la política migratoria mexicana consiste en prenderle sus veladoras a San Juditas para que proteja a los compas en su búsqueda de mejores condiciones de vida.
Desde mi mirador, es decir, viendo la vida a través de la pantalla de la tele, creo percibir la razón de tanto fracaso: México es un país de estreñidos. Cien millones de paisanos sin poder satisfacer sus necesidades intestinales no pueden más que producir un país de mierda. Bueno, eso a juzgar por el bombardeo constante de anuncios de yogures milagrientos que hacen trabajar las tripas a toda máquina y como relojito suizo. Y encima de estreñidos, gordos, pues según esto, los dichosos yogures («adicionados» con fibra) además tienen la propiedad de quemar grasas y reducir tallas. Esos publicistas han de pensar que el cuerpo está hecho de cebo y que puede derretirse como vela mediante el sencillo recurso de someterlo al calor externo, en baños de vapor o similares, o interno, con píldoras «quemagrasas» y demás menjurjes.
Y por último, la propuesta, claro, para que no digan que no hago crítica constructiva: con toda esa grasa que se pierde inútilmente mediante aparatos, dietas y ejercicios, ¿no convendría hacer un cirio gigantesco, plantarlo 'ora sí que en el mero Zócalo y dedicárselo a algún santo que tuviera los elementos necesarios para sacarnos del hoyo? Digo, porque apostar a que los políticos, los partidos, las fuerzas del orden y demás componentes del aparato estatal solucionen estas crisis sería de plano mucha ingenuidad. A estas alturas ya no podemos pedir milagros.
03 agosto, 2008
Las minorías al poder
Gane quien gane las elecciones de noviembre en Estados Unidos, el próximo presidente será miembro de una minoría desdeñada: si Obama, por ser negro (okey, mulato, pero de todos modos él se considera negro); si McCain, por viejo pues, a los 72 años que cumplirá el 29 de agosto, sería uno de los presidentes más ancianos que haya tenido ese país.
¿Minorías desdeñadas? ¿Y el movimiento por los derechos civiles de los años sesenta y la correspondiente ley que se promulgó ese año? ¿Y desde cuándo los venerables miembros de la tercera edad (en Estados Unidos los llaman senior citizens, es decir, ciudadanos más viejos, si nos atenemos a la etimología de senior, comparativo de senex, viejo) forman una minoría desdeñada?
Reconozcámoslo: al menos en los medios de comunicación, los viejos no existen. Y si aparecen, es sólo para anunciar remedios contra la disfunción eréctil y otros achaques de la edad. El sector que rifa en nuestros tiempos es el juvenil, pues de alguna manera éste ha acaparado el poder de compra y, por tanto, constituye el blanco más apetecible de la mercadotecnia.
La edad pesa en un mundo diseñado para ser joven. John McCain, consciente de ese fenómeno, se autodefinió como “neandertal” en materia de computación, pues confesó que no es capaz siquiera de usar el correo electrónico. Sí, al parecer la tecnología está dirigida a los jóvenes (y también monopolizada por éstos: Bill Gates fundó Microsoft a los 19 años) y, haciendo a un lado el hecho de que se ha vuelto la marca de nuestra civilización, sería de dudarse que un analfabeta informático confeso como McCain pudiera ser considerado el abanderado de un país que se jacta de señalar los nuevos rumbos de la tecnología.
Barack Obama, por su parte, es cliente de la Blackberry y, a los 47 años que cumple este 4 de agosto, sería uno de los presidentes más jóvenes de Estados Unidos, en caso de que el color serio de su piel no le impida llegar a la Casa Blanca. ¿Realmente sería un impedimento? Eso es lo que se va a jugar en estas elecciones: la demostración de que la sociedad estadounidense realmente considera que su origen africano no afecta su capacidad de dirigir a un país que se está viniendo abajo debido a las desastrosas políticas del actual titular de la presidencia (de nombre George W. Bush, otro analfabeta informático de 62 años de edad, que se la quiso sacar diciendo que él sí sabía usar “las Internets”).
Los simpatizantes de McCain, claro, afirman que no es necesario que el veterano senador de Arizona atienda personalmente su página de Facebook para dirigir al país; para eso, señalan, están los asistentes. Por lo demás, observan también que, por razones de seguridad, no es conveniente que él mismo se ocupe de su correo, electrónico o en papel. Pero por lo menos podría pedírsele mayor sensibilidad hacia la gente que se la pasa en línea 16 horas al día y que evitara comentarios como el que tuvo hace dos años en Carolina del Sur, cuando dijo que era importante comunicarse con los blogueros, “por doloroso que fuera”. Claro, eso no le impide tener su propio blog, pues seguramente algún asesor se lo ha de haber sugerido (y algún asistente se lo mantiene, of course).
¿Qué tan comprensivo es Obama con los blogueros? Él no se ha pronunciado específicamente al respecto, pero también tiene su blog y su página en cuanta comunidad en línea pueda imaginarse (ésta es la de Facebook).
En fin, las cosas se resumen en negros contra viejos, en geeks contra neandertales, en una minoría contra otra. No es poco lo que está en juego, pues el resultado de esta confrontación habrá de afectar a todo el mundo. Quizá mi primo Ramiro tenga razón y nos debería de dar chance a todos de votar en esas elecciones.
¿Minorías desdeñadas? ¿Y el movimiento por los derechos civiles de los años sesenta y la correspondiente ley que se promulgó ese año? ¿Y desde cuándo los venerables miembros de la tercera edad (en Estados Unidos los llaman senior citizens, es decir, ciudadanos más viejos, si nos atenemos a la etimología de senior, comparativo de senex, viejo) forman una minoría desdeñada?
Reconozcámoslo: al menos en los medios de comunicación, los viejos no existen. Y si aparecen, es sólo para anunciar remedios contra la disfunción eréctil y otros achaques de la edad. El sector que rifa en nuestros tiempos es el juvenil, pues de alguna manera éste ha acaparado el poder de compra y, por tanto, constituye el blanco más apetecible de la mercadotecnia.
La edad pesa en un mundo diseñado para ser joven. John McCain, consciente de ese fenómeno, se autodefinió como “neandertal” en materia de computación, pues confesó que no es capaz siquiera de usar el correo electrónico. Sí, al parecer la tecnología está dirigida a los jóvenes (y también monopolizada por éstos: Bill Gates fundó Microsoft a los 19 años) y, haciendo a un lado el hecho de que se ha vuelto la marca de nuestra civilización, sería de dudarse que un analfabeta informático confeso como McCain pudiera ser considerado el abanderado de un país que se jacta de señalar los nuevos rumbos de la tecnología.
Barack Obama, por su parte, es cliente de la Blackberry y, a los 47 años que cumple este 4 de agosto, sería uno de los presidentes más jóvenes de Estados Unidos, en caso de que el color serio de su piel no le impida llegar a la Casa Blanca. ¿Realmente sería un impedimento? Eso es lo que se va a jugar en estas elecciones: la demostración de que la sociedad estadounidense realmente considera que su origen africano no afecta su capacidad de dirigir a un país que se está viniendo abajo debido a las desastrosas políticas del actual titular de la presidencia (de nombre George W. Bush, otro analfabeta informático de 62 años de edad, que se la quiso sacar diciendo que él sí sabía usar “las Internets”).
Los simpatizantes de McCain, claro, afirman que no es necesario que el veterano senador de Arizona atienda personalmente su página de Facebook para dirigir al país; para eso, señalan, están los asistentes. Por lo demás, observan también que, por razones de seguridad, no es conveniente que él mismo se ocupe de su correo, electrónico o en papel. Pero por lo menos podría pedírsele mayor sensibilidad hacia la gente que se la pasa en línea 16 horas al día y que evitara comentarios como el que tuvo hace dos años en Carolina del Sur, cuando dijo que era importante comunicarse con los blogueros, “por doloroso que fuera”. Claro, eso no le impide tener su propio blog, pues seguramente algún asesor se lo ha de haber sugerido (y algún asistente se lo mantiene, of course).
¿Qué tan comprensivo es Obama con los blogueros? Él no se ha pronunciado específicamente al respecto, pero también tiene su blog y su página en cuanta comunidad en línea pueda imaginarse (ésta es la de Facebook).
En fin, las cosas se resumen en negros contra viejos, en geeks contra neandertales, en una minoría contra otra. No es poco lo que está en juego, pues el resultado de esta confrontación habrá de afectar a todo el mundo. Quizá mi primo Ramiro tenga razón y nos debería de dar chance a todos de votar en esas elecciones.
Categoría:
Computación e Internet,
Política internacional
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