05 agosto, 2008

La crisis que nos tienen prometida

De plano, Calderoncito está perdiendo el combate contra la delincuencia, ya sea la organizada en los poderosos carteles de la droga, la que se dedica a la jugosa industria del secuestro o incluso la simple delincuencia amateur, la formada por raterillos y asaltantes free lance, muchos de los cuales, como los antiguos mercenarios, ponen sus habilidades al servicio de los mismos policías que deberían estar combatiéndolos, a cambio de protección.

Los otros frentes de FeCalHin no son más halagüeños: su campaña para convencernos de que más nos vale vender nuestro tesorito antes de que nos lo roben sigue en punto muerto. En otro país de nuestro continente, el vertiginoso precio del petróleo permite que el batracio mussoliniano de Hugo Chávez se afiance en el poder, reparta gajes y prebendas entre sus acólitos y, gracias a la subvención de la gasolina, se granjee el favor popular. En otras latitudes, con un barril a 120 dólares la pieza, los gobiernos están viendo la rentabilidad del negocio y le están entrando a la exploración, extracción y producción del crudo. Ah, pero aquí en Mexiquito somos muy machos y ningún indicador económico va a venir a decirnos qué hacer. Así, la gran batalla del chaparrito es por deshacerse de la industria petrolera precisamente cuando la situación mundial de encarecimiento del crudo recomendaría aferrarse a ella.

Y si en el frente interno las cosas están color de hormiga, en el externo no van mejor. Su gobierno ya tiró la toalla en el problema más grave que tiene México con su vecino del norte: el de la emigración (bueno, emigración para nosotros e inmigración para ellos). Sin una política definida, sin metas qué alcanzar, Los Pinos está a merced de los caprichos de la Casa Blanca, quizá en espera de la mudanza en enero próximo; pero los indicios apuntan a que hasta ahora, la política migratoria mexicana consiste en prenderle sus veladoras a San Juditas para que proteja a los compas en su búsqueda de mejores condiciones de vida.

Desde mi mirador, es decir, viendo la vida a través de la pantalla de la tele, creo percibir la razón de tanto fracaso: México es un país de estreñidos. Cien millones de paisanos sin poder satisfacer sus necesidades intestinales no pueden más que producir un país de mierda. Bueno, eso a juzgar por el bombardeo constante de anuncios de yogures milagrientos que hacen trabajar las tripas a toda máquina y como relojito suizo. Y encima de estreñidos, gordos, pues según esto, los dichosos yogures («adicionados» con fibra) además tienen la propiedad de quemar grasas y reducir tallas. Esos publicistas han de pensar que el cuerpo está hecho de cebo y que puede derretirse como vela mediante el sencillo recurso de someterlo al calor externo, en baños de vapor o similares, o interno, con píldoras «quemagrasas» y demás menjurjes.

Y por último, la propuesta, claro, para que no digan que no hago crítica constructiva: con toda esa grasa que se pierde inútilmente mediante aparatos, dietas y ejercicios, ¿no convendría hacer un cirio gigantesco, plantarlo 'ora sí que en el mero Zócalo y dedicárselo a algún santo que tuviera los elementos necesarios para sacarnos del hoyo? Digo, porque apostar a que los políticos, los partidos, las fuerzas del orden y demás componentes del aparato estatal solucionen estas crisis sería de plano mucha ingenuidad. A estas alturas ya no podemos pedir milagros.

1 comentario:

Darth Tater dijo...

Ja! Muy bueno. Me quedaré con el FeCalHin.