18 mayo, 2010

El país a la hora de la inseguridad

Optimista, la familia de Fernández de Cevallos llama a sus presuntos captores a negociar. Claro, tiene la confianza de poder satisfacer cualquier demanda económica, por exorbitante que pudiera parecer al común de los mortales. En alguna parte ya estará levantado el inventario los de casos en los que la víctima de un secuestro, incapaz de pagar su rescate, acabó rindiendo cuentas a su Creador. Y la desigualdad en la desgracia no puede más que sublevar a la gran mayoría de compatriotas.

Pero hay otros resultados posibles, otros "escenarios" como gustan de decir los que se rinden a la dominación del inglés. Que el cuerpo del ex diputado, ex senador, ex candidato presidencial y siempre abogado topillero aparezca sin vida al lado de algún camino vecinal queretense, cosido a balazos, desmembrado a machetazos o victimado de alguna otra más manera más imaginativa. Claro, siempre cabe la posibilidad de que aparezca de pronto, diciendo que no estaba muerto, sino que andaba de parranda. Pero no creo que ni siquiera su familia cobije tan remota esperanza.

Nadie debería de alegrarse de su desaparición, por supuesto. Un caso como éste constituye una tragedia para la víctima, sus familiares y allegados en la que nadie puede encontrar motivos de regocijo. Sin embargo, los turbios antecedentes del principal afectado han matizado declaraciones y reacciones, sin faltar quien afirme que la ausencia del torvo político-abogado-empresario será benéfica para el país. No podría secundar esta afirmación, no sólo por falta de datos precisos y confiables, sino porque, en términos más generales, no creo que la situación del país sea obra de un solo hombre. Vamos, ni siquiera el siniestro Fecalín podría ser tildado de responsable de todo (aunque su política de "seguridad", especialmente en el combate al narco, sea la causa principal de la inseguridad en que vivimos, muestra fehaciente de la cual la tenemos precisamente en el caso de Fernández de Cevallos).

Pienso que el país necesita más ciudadanos y menos políticos, más personas que actúen por su cuenta y que no dependan de las decisiones del gobierno para remediar su propia situación y la de sus allegados. Menos personas que culpen de todo a los políticos y, sobre todo, muchas menos personas que no esperen que esa ralea, corrupta, miope y egoísta, será la que a final de cuentas salvará al país y a su pueblo.

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