25 octubre, 2003

Mi vida en el esperantismo



He estado en contacto con el esperanto durante treintaicinco de mis cincuenta años de vida. Este contacto, sin embargo, no ha sido continuo: ha estado interrumpido por periodos de alejamiento, algunos cortos, otros bastante prolongados. Entonces, más que analizar mi actividad en el movimiento esperantista, ahora quisiera hablar de mis periodos de inactividad.

Como es fácil de calcular, aprendí esperanto a los quince años de edad. Lo aprendí por mi cuenta, mediante un curso en inglés que encargué a Estados Unidos. Poco después tuve mi primer contacto con esperantistas de carne y hueso: los que formaban la Juventud Mexicana Esperantista y que se reunían en una oficina que les prestaba el Organismo Promotor Internacional de la Cultura. Esta dependencia fue una de las primeras víctimas de los tecnócratas del gobierno de Echeverría. Desapareció a principios de 1971 y los jóvenes esperantistas nos quedamos sin local para nuestras actividades.

Si bien echaba de menos las reuniones, no resentí tanto la pérdida, pues poco después ingresé en una fraternidad que, entre otras cosas, promovía la práctica del yoga y el estudio de diversas disciplinas esotéricas. Por lo demás, en el club de jóvenes esperantistas, fuera de platicar, por lo general en español, las actividades eran muy limitadas. Así, mi participación en la fraternidad no tardó en absorber todo mi tiempo, aunque no me olvidé por completo del esperanto.

En los cinco o seis años siguientes me reuní con los esperantistas sólo en ocasiones señaladas; por ejemplo, con motivo de la visita de algún esperantista extranjero o en la celebración el día de Zamenhof. Seguía suscrito a la añorada El Popola Ĉinio y eventualmente sostenía correspondencia con jóvenes de otros países. A eso se reducía mi actividad esperantista.

A pesar de mi poco contacto con el movimiento, yo me seguía considerando esperantista. Llevaba con orgullo la estrella verde y tenía entre mis posesiones más preciadas unos cuantos libros en esperanto (entre ellos, las Citas del presidente Mao, cortesía de los entonces generosos esperantistas chinos), que leía y releía. Y llevaba un diario en esperanto, aunque esto más que nada era una medida de seguridad, pues ya me había ocurrido que mis familiares lo encontraran y leyeran. Escrito en esperanto, mi diario estaba a salvo de miradas indiscretas.

En 1978, los jóvenes esperantistas, encabezados por la familia Nájera, organizaron en Oaxtepec un seminario en el que no pude participar de lleno, pues para entonces no sólo estaba en la carrera, sino que además ya estaba trabajando. Fui tan sólo uno o dos días, de los cuatro que duró.

Pero gracias a mi trabajo yo ya contaba con dinero propio y, así, pude afiliarme a la Asociación Universal de Esperanto, recibir su revista y comprar libros. Muchos libros, pues la literatura es uno de los aspectos que, desde un principio, más me atrajeron del esperanto. Asimismo, me permitió financiar la edición y publicación del folleto Hechos sobre el idioma internacional, el cual yo aspiraba que fuera el primero de una serie destinada a dar a conocer en español la realidad del esperanto. Con ella pretendía subsanar la alarmante laguna bibliográfica que hay en español acerca de la lengua internacional.

Pausas y más pausas


Sin embargo, este nuevo contacto con el movimiento esperantista fue muy breve. En 1979 contraje matrimonio, en 1980 nació mi primer hijo (el segundo nacería en 1984) y entre los estudios, el trabajo y la familia, mi actividad esperantista quedó relegado al último plano.

Con todo, mantuve mi membresía en UEA y el contacto ocasional con los esperantistas. Así, hacia 1983 empecé a reunirme con Juan Jacobo Schmitter y Enrique Lemus, para planear la reestructuración del movimiento, que para entonces estaba totalmente estancado. También de ese tiempo datan los primeros números del boletín Ni ĉiuj, el cual consistía en una hoja carta, mecanografiada, fotocopiada y doblada en dos, que andando el tiempo se convertiría en el órgano oficial de la Federación Mexicana de Esperanto. En esa primera época, sin embargo, sólo llegué a sacar cuatro números.

Mi actividad en esa ocasión se interrumpió a principios de 1985, cuando tras haber concluido mis estudios de periodismo entré a trabajar en Excélsior. Mis necesidades económicas, sin embargo, me obligaban a mantener dos empleos, uno por la mañana y otro en la tarde, y aun hubo largas temporadas en las que llegaba por la noche a la casa a seguir trabajando en traducciones.

De ahí que fuera prácticamente nula mi participación en la celebración del centenario del esperanto, en 1987. Asistí a un acto en la Casa Universitaria del Libro, pero nada más. Mi mente, esos años de dura crisis económica en el país, estaba ocupada en tratar de sobrevivir.

Para 1995, mi situación había dado un enorme vuelco. Mi matrimonio se había disuelto. El engaño del primermundismo salinista se había presentado a cobrar la factura y los mexicanos no encontrábamos la forma de mantener hilvanada el alma al cuerpo. Yo para entonces era subjefe del departamento internacional en Excélsior, pero la crisis me obligaba a trabajar por mi cuenta en mi casa, de nuevo en las traducciones.

Ese año, en agosto, se conmemoró el cincuentenario del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki y, con ese motivo, fueron a verme al periódico la profesora Leonora Torres y la doctora Estela Gracia, quienes desde la mesa directiva de la Federación Mexicana de Esperanto trataban de reorganizar, una vez más, el languideciente movimiento en el país. Su visita obedecía al interés de publicar varios testimonios de víctimas de las bombas, escritos en esperanto, de cuya traducción al español esperaban que yo me encargara. Fue una serie de artículos que salió publicada durante varios días, con la debida mención de que estaban traducidos del esperanto. Así fue como me volví a poner en contacto con los esperantistas.

En diciembre de ese mismo año asistí a la celebración del día de Zamenhof, que se llevó a cabo en una cafetería cercana a mi casa. Para esa ocasión elaboré un número más de Ni ĉiuj, esta vez hecho ya en la computadora, el cual fue recibido con gran beneplácito por los asistentes al desayuno. Ahí mismo me comprometí a seguir editándolo en forma mensual, a partir del año siguiente.
Esa promesa quedó en suspenso, pues en enero de 1996 recibí una beca para ir a estudiar un semestre en la Universidad de Miami. A mi regreso, en junio, reemprendí la edición, con el compromiso más realista de hacerla cada dos meses. Asimismo, me incorporé a la mesa directiva de la MEF, en calidad de secretario general. Una vez más reanudaba mis contactos con el movimiento esperantista, en esta ocasión con más intensidad que nunca.

Frenética actividad con recesos


De entonces a la fecha he tomado dos recesos en mi actividad esperantista. El primero, por razones estrictamente privadas, fue de fines de 1998 a principios de 2001. Regresé para participar en el Quinto Congreso Panamericano de Esperanto, a cuyo término fui elegido presidente de la federación.

El segundo receso fue de febrero a octubre de 2003, en esta ocasión motivado por razones de trabajo; una vez más, las obligaciones laborales me impedían no sólo cumplir las funciones de la presidencia, sino incluso participar en las reuniones de la mesa directiva. Por ello, y para no estancar al movimiento ni comprometer la celebración del congreso nacional, programado para mayo de ese año, presenté mi renuncia al cargo.

Si hiciera cuentas, es probable que mis años de alejamiento de la actividad esperantista superaran a los de mi participación. Sin embargo, yo tengo la idea, y así lo digo, de ser esperantista desde los quince años, de estar fuertemente influido por los principios del movimiento, de estar plenamente convencido de la validez de sus objetivos y de haber hecho todo lo que ha estado en mis manos por alcanzar esas metas.

No niego que en ocasiones he sentido perdida la fe en estos empeños. El afán de reformar el orden lingüístico internacional de pronto me ha parecido no sólo titánico, sino también quijotesco, aunque todos lo argumentos a su favor me siguieran pareciendo justos y válidos, aunque aún me indignara la preeminencia del inglés, por considerar injusto tener que dedicar varios años de nuestra vida útil sólo para aprenderlo, mientras que los anglófonos de nacimiento gozan de todos los privilegios. Nunca dejé de rebelarme a la globalización que se nos impone desde la metrópoli, a la uniformización de la cultura y a la pérdida de nuestras características idiosincrásicas.

Pero desfallecía ante la magnitud de la empresa, ante la carencia de recursos, tanto humanos como materiales. Nuestros métodos me parecían triviales ante la batería de medios de que dispone el imperio (por usar el lenguaje de la guerra fría).

Estas oleadas de desánimo –que no necesariamente coincidían con mis periodos de inactividad esperantista— por fortuna solían desaparecer fácilmente. Me bastaba hojear un libro, repasar una revista o platicar acerca del tema para volver a sentir el gusto de ejercitar la mente con la maravillosa flexibilidad del esperanto.

A veces pienso que hubiera podido hacer más: dar clases y conferencias, asistir a congresos, publicar más cosas o involucrarme en el movimiento esperantista incluso de manera profesional. Pero las decisiones que he tomado en mi vida me han acercado y alejado de él, en oleadas sucesivas e irregulares. Opté por la vida matrimonial, por el desarrollo profesional, por cultivar otros intereses que se agitan en mi mente. Sin embargo, en este mes de noviembre celebro el XXXV aniversario del que considero uno de mis intereses primordiales: la defensa de los valores humanos, la igualdad de los pueblos, la primacía del diálogo y la razón sobre la fuerza y la imposición, en suma, los principios y valores que dan sustento y coherencia al movimiento esperantista, expresados en un idioma genialmente sencillo iniciado hace 116 años por un modesto oculista de Bialistok.

1 comentario:

biocomplex dijo...

Hola. Buenas (tus) noches. Acá de día.

Yo también barajo la posibilidad de escribir mi "diario" en esperanto siempre que pueda adquirir más destreza. Pues como a ti. La vida van apareciendo cosas que te alejan de tus verdaderos hobbies.

Y sí yo también pierdo el tiempo aprendiendo inglés a través de la colonización de las tv serials.

Mi estas agradabla de trovi vin.

Cometeré "errores" por mi lengua materna. Pero se solucionará.

Una pregunta usted que ha vivido el esperanto tanto tiempo. ¿Ve realmente un nuevo renacimiento del esperanto a través de internet?

En las tertulias mencionan que si se quiere que el esperanto tenga peso internacional se deberá paralelamente fomentar actividades económicas con el esperanto como medio. ¿Ha visto negocios en esperanto en su mundo? ¿Que negocios se pueden hacer además del vender camisetas por internet?

Un saludo.

P.D.: Si está muy ocupado no pasa nada si no me contesta.

Cuídese.