La vida como es
Hay muchas corrientes de pensamiento que aseguran que la vida realmente no es como la vemos. Que hay una realidad oculta, que todo lo que vemos es una simple ilusión de los sentidos. La popularización de estas ideas --apoyadas en algunas nociones científicas, como la teoría de la relatividad, la del átomo, etcétera-- explica en gran medida el éxito de una película como Matrix, en la que se explota la noción de irrealidad, combinada con los avances informáticos que han llegado a regir nuestra vida cotidiana.
Aunque en el pensamiento cristiano-occidental encontramos algunos esbozos de estas ideas ("Mi reino no es de este mundo" y demás), en realidad su cuna es el Oriente, donde el hinduismo, budismo, jainismo y otras religiones se basan en el concepto de la vida como ilusión, como maya. Y que proponen, al mismo tiempo, un método para despertar, para ver la vida tal como es.
Esto es demasiado obscuro para mí. Es decir, si bien puedo aceptar que, dada la teoría atómica, la materia es bastante inmaterial, que la teoría de la relatividad nos dice que la masa, convenientemente acelerada, puede convertirse en energía, me cuesta trabajo imaginar un mundo en el que no resentiría un golpe que me dieran con un bate de beisbol, por ejemplo, por mucho que me explicaran que ese bate está compuesto por átomos infinitamente separados entre sí, que el vacío es lo que priva entre la materia y que, por lo tanto, la masa de aquello que chocó con mi cabeza es mínima, por lo que el dolor es (o debe ser) prácticamente inexistente. O que el dolor que yo siento es sólo producto de mis condicionamientos mentales, una percepción de mis sentidos y que, en última instancia, yo podría controlarlo. Tumbado del dolor, semiinconsciente, no creo que tuviera cabeza para poner en práctica tales recomendaciones.
En otras palabras, la inmaterialidad del mundo es ajena a mi experiencia.
Pero creo percibir algo más a mi alcance: el mundo que percibo es irreal porque lo percibo a través de mis deseos, de mis miedos, de mis expectativas y de mis frustraciones. La experiencia social, por ejemplo, no es tan terrible como yo la supongo: los vecinos no son tan nefastos como yo los veo; la policía no está a mi acecho; la gente no conspira en mi contra ni se fija y critica mis defectos visibles. Ítem más: mi pareja no es perfecta por definición, no es mi ideal (no es el ideal) simplemente porque éste no existe. Éste sí que es puro maya.
Es decir, la costumbre de ver el mundo como yo quiero que sea, o como me imagino que debe de ser (o como me han dicho que debe de ser), me impide verlo tal cual es.
Hace años me propuse, como meta de mi vida en este planeta, despertar a esa realidad (la realidad aparte como la llama el también best-seller Castañeda), llegar a la iluminación, al nirvana. De haber permanecido en el catolicismo, supongo, mi meta habría sido alcanzar la santidad. Ahora soy más modesto y aspiro a la beatitud, tomada ésta en su sentido etimológico: el estado de aquella persona que es feliz. Y para ser feliz, y es en esto donde creo percibir un camino, hay que ver la vida como es. Así de simple y así de difícil.
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