En medio del mar de alabanzas surgidas en torno de la figura del papa
Juan Pablo II, con motivo de su muerte, han sido pocas las voces que se
han atrevido a cuestionar el legado que le deja a su Iglesia. Es
comprensible que así sea. En esta hora de luto mundial, cuando en los
funerales de Karol Wojtyla estuvieron representados más países que en la
misma Organización de las Naciones Unidas, parecería de mal tono
establecer un inventario crítico de su pontificado. Pero es necesario
hacerlo, pues en la elección del futuro papa habrán de pesar
consideraciones basadas en las fallas —o al menos ambigüedades— de Juan
Pablo II, ya sea para remediarlas o para seguirlas cubriendo. En todo
caso, la solución a los temas que deja pendiente Karol el Grande habrá
de decidir el rumbo que tome la Iglesia en este siglo XXI.
Uno de los problemas más grandes a los que habrá de enfrentarse el
sucesor de Juan Pablo II es el creciente divorcio entre la Iglesia y la
sociedad contemporánea. Miles de fieles se han alejado de la Iglesia por
no poder compartir su postura en temas que están en la orden del día del
mundo cotidiano: desde el control natal y el aborto, hasta el papel de
la mujer en la Iglesia y el matrimonio homosexual. Así vemos a toda una
generación de jóvenes llamarse católicos pero sin someterse
estrictamente a las normas eclesiásticas. Parejas que se casan por la
Iglesia, pero que desdeñan sus admoniciones contra la píldora y otras
formas artificiales de control natal. Personas que viven en unión libre
o divorciados vueltos a casar que asisten a la misa semanal, aun a
sabiendas de que para la Iglesia viven en pecado.
Sí, el tímido aggiornamento que vivió la Iglesia después del segundo
concilio Vaticano (1962-1965) —en el que, por cierto Karol Wojtyla
participó activamente— sufrió un feroz retroceso durante el papado de
Juan Pablo II, quizá preocupado por el rumbo que tomara la Iglesia
posconciliar durante Paulo VI.
Dos de los teólogos más críticos de la institución eclesiástica, el
suizo Hans Küng y el brasileño Leonardo Boff, coincideron recientemente
en criticar la desviación de rumbo que significó el pontificado
wojtyliano, a la que Boff no vaciló en calificar tajantemente de
contrarreforma.
Sin haber perdido su carácter de sacerdote, pero con la prohibición de
enseñar dentro de la Iglesia, Küng impartió la cátedra de teología
ecuménica en la Universidad de Tubingen, Alemania, hasta su retiro, en
1995. Es presidente de la Fundación de Ética Global y, a ese título, ha
sido asesor de las Naciones Unidas. En un artículo publicado en la
revista alemana Der Spiegel, Küng señala las grandes contradicciones que
caracterizaron a Juan Pablo II.
Si bien el papa defendió los derechos humanos en los países
autoritarios, se los negó a los obispos, recortando la autoridad de los
sínodos diocesianos —prevista precisamente en el concilio Vaticano— para
concentrarla en la Curia Romana. Asimismo, silenció a los teólogos
disidentes como al propio Küng, por ejemplo, así como a Boff, a quien se
le prohibió predicar, hasta que se vio obligado a renunciar al
sacerdocio. Y a las mujeres les siguió negando toda participación en la
Iglesia.
Toda su intensa actividad pastoral, sus incansables viajes pastorales
por todo el mundo, se vieron contrarrestados por la alarmante pérdida de
las vocaciones sacerdotales. En Estados Unidos, por ejemplo, durante el
reinado de Juan Pablo II se perdió el 40 por ciento de los sacerdotes
católicos. Se menciona, sí, el gozoso aumento de católicos en ese mismo
periodo, de 750 a mil millones. Pero no se contextualiza esa cifra con
el aumento demográfico: en 1978, año de la ascensión de Juan Pablo II,
el planeta tenía 4,301 millones de habitantes, por lo que los católicos
representaban el 17.4 por ciento; en 2005 tiene 6,372 millones y los
católicos constituyen el 15.6 por ciento. El número proporcional más o
menos se mantuvo en el mismo orden (no digamos que se redujo para no ser
tachados de estrictos), lo cual es tanto más alarmante cuanto que la
población católica suele tener tasas de crecimiento más altas que las de
otras religiones. En todo caso, ese aumento de fieles de la Iglesia no
puede atribuirse más que a la explosión demográfica.
A pesar de su celebrado ecumenismo, Juan Pablo II siempre se opuso a la
comunidad de celebración entre protestantes y católicos. Y aunque
reconociera los valores morales de otras religiones, no dejaba de
presentarlas como formas deficitarias de la fe, reservando el camino de
salvación exclusivamente a la Iglesia Católica.
De los temas que Karol Wojtyla dejó pendientes para su sucesor, éstos
sin duda son los más apremiantes. La Iglesia Católica ha llegado al
tercer milenio con un enorme adeudo, con una insostenible separación de
las realidades del mundo moderno, en franca desavenencia con el mundo de
la ciencia y con una estructura jerárquica que podría derrumbarse debido
al autoritarismo que la aqueja. Si el próximo cónclave se decidiera,
como es muy probable, por un papa de transición —un cardenal de edad que
simplemente se dedicara a la administración y a las tareas
tradicionales, alejado de los medios políticos y de comunicación a los
que fuera tan afecto Juan Pablo II—, solamente estaría posponiendo una
crisis que como solución pide a gritos el regreso al espíritu
posconciliar, una teología verdaderamente liberadora para la enorme masa
de pobres y oprimidos (no sólo una opción preferencial), un diálogo
abierto con la modernidad y con la ciencia y un abrazo sincero con las
demás religiones.
3 comentarios:
Hola Jorge, encontré tu blog a través del de mi hijo, Lino. Leí un poco algunos de tus posts anteriores y me parece interesante tu temática, así que seguramente, en la medida de lo posible, estaré en contacto contigo a través de tu post. Un cordial saludo.
Me causa mucha gracia cuando leo articulos como el tuyo que presuponen que una religiòn debe "aggiornarse" a los tiempos modernos,Una religiòn es una religiòn y no una camisa, o un pantalòn que con el paso del tiempo hay que hacerle una reforma para estar de moda " a los tiempos modernos "
La religión es basura Hector...no digas burradas
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